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Una crisis histórica en la Iglesia

“Conspiración” y “charlatanerías diabólicas” eran los argumentos del Vaticano para atajar el tsunami de denuncias de abuso sexual de lo que los medios llaman el “Watergate” del Papa Benedicto XVI. Sin ningún pudor, la jerarquía eclesiástica afirmó que “siempre” consideró que los casos de abusos debían ser denunciados a la “justicia civil”, como dicta un supuesto reglamento interno de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2003, que jamás se dio a conocer públicamente para su divulgación.

Miguel Raider

15 de abril 2010

“Conspiración” y “charlatanerías diabólicas” eran los argumentos del Vaticano para atajar el tsunami de denuncias de abuso sexual de lo que los medios llaman el “Watergate” del Papa Benedicto XVI. Sin ningún pudor, la jerarquía eclesiástica afirmó que “siempre” consideró que los casos de abusos debían ser denunciados a la “justicia civil”, como dicta un supuesto reglamento interno de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 2003, que jamás se dio a conocer públicamente para su divulgación. Esto es falso pues desde 2001 regía el documento “De delictis gavioribus” que consignaba a la Congregación para la Doctrina de la Fe el tratamiento de los casos de abusos sexuales, que anteriormente eran de competencia de tribunales diocesanos y obispos locales.
Ambas instituciones clericales encubrían a los curas abusadores amparados en el Código de Derecho Canónico, la legislación corporativa que imparte “justicia divina” para el clero, separada de la justicia civil que afecta a vulgares mortales, un insulto a la “igualdad ante la ley” que burlan exclusivamente los poderosos. En ese sentido, los abogados que representan a miles de víctimas en EE.UU. solicitaron que Ratzinger testifique en las acciones legales iniciadas contra el Vaticano. Pero la curia apeló el pedido a la Corte Suprema porque “el Papa es un jefe de Estado y tiene inmunidad”. Desorientado, el Vaticano contempla la posibilidad de recurrir a sus arcas para descomprimir la situación, así como entre 2006 y 2009 desembolsó casi 5.000 millones de dólares para indemnizar a miles de víctimas de abusos en EE.UU. e Irlanda.

Concilio Vaticano II

Los intelectuales y periodistas de diversos medios progresistas sostienen que para superar la crisis de la Iglesia es necesario recuperar los preceptos del Concilio Vaticano II de 1962. Leonardo Boff, crítico de Ratzinger y uno de los referentes más importantes de la Teología de la Liberación, propuso dejar atrás “la imagen de mucha liturgia, mucho latín, mucho incienso”, y entre otros aspectos recomendó derogar el celibato y “aggiornar” la Iglesia, abriendo la participación para reconciliarla con el pueblo.

El Concilio Vaticano II fue la respuesta proporcionada por el Papa Juan XXIII, “el Papa bueno”, para evitar la radicalización política que impulsaba la Revolución Cubana, la independencia de los países colonizados de África y el giro a izquierda de las clases medias urbanas. Esa presión obligó a la Iglesia a “aggiornarse”, criticando las alianzas establecidas con el poder desde la época de Constantino, e instaurando conceptos de “religiosidad popular” desde la que se desarrolló la Teología de la Liberación. Pero mientras el Vaticano II hacía suya la cultura de los derechos humanos, condenada por todos los Papas desde la Revolución Francesa de 1789, a la vez instruía el documento “Crimine solicitationes”, reclamando bajo secreto y amenaza de excomunión a quien hablare de abusos en el seno de la Iglesia. El “Papa bueno” exigió que los curas abusadores sean tratados como “pecadores”, pero nunca como delincuentes, y exhortó a evitar la denuncia en la justicia civil, tal como ocurrió con el cura John Geoghan, responsable de 152 casos de violación. Bajo esta arquitectura, el reaccionario Juan Pablo II protegió al obispo Marcial Maciel, fundador de la ultraderechista orden de los Legionarios de Cristo, quien junto a sus lugartenientes abusó de cientos de seminaristas durantes décadas. De hecho, el Concilio Vaticano II terminó fortaleciendo el Derecho Canónico, esa justicia celestial que asigna al Papa “poder ordinario supremo, pleno, inmediato y universal”.

Las ilusiones fomentadas por los progresistas no guardan ningún correlato con la realidad, porque jamás en la historia la Iglesia defendió los “intereses del pueblo”. Por el contrario, se consolidó como institución del Imperio Romano sobre la base de la esclavitud, separándose de las comunidades cristianas primitivas mediante la creación de una burocracia que administraba los bienes del clero. La instauración del celibato en el siglo XI obedecía a la necesidad de evitar el pillaje de los bienes de la Iglesia en manos de la prole procreada por los clérigos, concentrando en el papado la propiedad de esos bienes y desarrollándose como gran terrateniente. En el régimen de servidumbre, la Iglesia expoliaba a los campesinos con el diezmo y la corvea: con el primero se apropiaba de la décima parte de la producción de granos y con la segunda imponía el trabajo en las tierras de los obispos en carácter de tributo. En sus 2000 años de historia la Iglesia siempre fue una institución de control social e ideológico de las clases dominantes. La burguesía es una clase tan reaccionaria que fue incapaz de separar la Iglesia del Estado en la gran mayoría de los países, en tanto la financia para defender “lo que es del César” en desmedro de las clases desposeídas.

Una institución del poder

Durante todo el siglo XX la Iglesia desempeño un rol imprescindible como reserva ideológica anticomunista funcional a las necesidades del imperialismo. En el período de la Guerra Fría, la curia capitalizó el descontento de los sectores populares con los sanguinarios regímenes stalinistas, mientras naturalizaba la explotación capitalista, resignando la “salvación” de los pobres al “reino de los cielos”. La brutalidad del régimen stalinista de Polonia despertó una oposición obrera de masas agrupadas en el sindicato independiente Solidaridad, desde el cual agentes de la Iglesia como Lech Walesa y Juan Pablo II promovían la democracia liberal capitalista. Por eso la ex primer ministro británica Margaret Thatcher destacó el papel jugado por la Iglesia en la restauración capitalista en la URSS y los estados obreros deformados de Europa del este, uno de los resortes que sirvió para lanzar la ofensiva neoliberal en todo el mundo.

La profunda crisis que atraviesa la Iglesia se expresa escencialmente en los países centrales, donde el catolicismo tiende a declinar, a diferencia de los países periféricos de América Latina, África y Asia, donde concentra el 66% de los 1100 millones de fieles. Este factor puede constituir una ventaja para desarrollar la conciencia obrera en las grandes metrópolis ante los golpes de la crisis económica internacional.

Apodada “la vieja zorra de la historia”, la Iglesia puede perder el pelo pero no las mañas. Cualquiera sea la reforma que postule en sus formas, su naturaleza nunca dejará de estar reñida con los intereses de las clases subalternas, acorde a toda institución del poder de los explotadores.

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