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Red Internacional

En memoria de Leslie Feinberg y todos nuestros muertos y nuestras muertas

La última edición de la Marcha del Orgullo LGTBI en Buenos Aires, probablemente haya tenido el significado de ser una inflexión con respecto a las de los últimos años. Bajo el lema “Por más igualdad real. Ley antidiscriminatoria y estado laico”, no logró reunir la inmensa multitud de gays, lesbianas, travestis, hombres y mujeres trans que solían movilizarse en los años más recientes. Los ya clásicos camiones de las agrupaciones LGTBI que conforman la comisión organizadora, pasaron sin el brillo ni la cantidad de activistas que, en otras ocasiones, suelen animar la marcha con música, baile y consignas. Detrás, camiones de las organizaciones kirchneristas Kolina, La Cámpora, Movimiento Evita y MILES pasaban entonando la marcha peronista y vivando –con cierta sobreactuación- a Néstor y Cristina, especialmente delante de las agrupaciones de la izquierda que repudiaban el giro derechista del gobierno y su vínculo con el Vaticano.

Si el lema de este año ya daba algún atisbo de que las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género no son suficientes para alcanzar la igualdad ante la vida, los reclamos que se oyeron en el escenario dieron cuenta cabalmente de que las expectativas en que se puede seguir avanzando, empiezan a debilitarse. No por casualidad, el Secretario de Seguridad Sergio Berni –respaldado fuertemente por la presidenta-, fue uno de los personajes más silbados en esa suerte de aplausómetro público que se realiza todos los años al culminar la marcha. Si bien Néstor Kirchner y Cristina Fernández siguen estando entre los más aplaudidos, el repudio a uno de los “mejores hombres” de la presidenta, no pasó inadvertido. Tampoco que se haya aplaudido y gritado el reclamo por el aborto legal, seguro y gratuito que, como es de público conocimiento, sufrió un traspié en su reciente tratamiento en la Comisión de Legislación Penal, porque Cristina ordenó a su bloque que no diera quórum.

Muy lejos quedó la primera marcha de junio de 1992, cuando el ya fallecido Carlos Jáuregui junto con no más de 250 personas, marcharon desde Plaza de Mayo al Congreso, con las caras cubiertas con antifaces para no perder su trabajo. Fue recién en 1997 que la marcha se mudó de fecha, realizándose desde entonces en el mes de noviembre, para cuidar a los manifestantes portadores de HIV-SIDA de las inclemencias del invierno porteño y, además, homenajear la aparición –en noviembre de 1967- del primer grupo de homosexuales de Argentina y de América Latina, Nuestro Mundo. La concurrencia a la marcha había logrado multiplicarse casi por diez en esos cinco años. Para el año 2002, marcharon alrededor de 5 mil personas y empezó a reclamarse por las uniones civiles, mientras las discotecas gays y las marcas de preservativos ornamentaban la marcha con camiones publicitarios. Pero mientras el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a cargo de Aníbal Ibarra, recomponía su imagen aprobando la ley de uniones civiles el 12 de diciembre de 2002 –justo un año después de haber huido de la Jefatura de Gobierno, oculto, para no ser repudiado por la población que se manifestaba en las calles-, la discriminación no cesaba y recaía especialmente contra las personas trans y en situación de prostitución, perseguidas por los códigos de contravención. Por eso, en 2003, una coalición de organizaciones LGTBI y agrupaciones anarquistas, feministas y algunos pocos partidos de izquierda –entre los que se encontraban Pan y Rosas y el PTS-, manifestaron en una ContraMarcha que escrachó la Catedral, confrontación que la marcha oficial no quería que ocurriera y para lo cual ya entonces se pedía la colaboración de la policía “garantizando la seguridad”. En 2004, nuevamente fue la ContraMarcha la que exigió la libertad para las presas y presos políticos de la comunidad LGTBI que habían sido arrestados por repudiar la reforma del código contravencional propuesta por el gobierno porteño de Aníbal Ibarra. En la marcha oficial, Ibarra era considerado benévolamente por su ley de unión civil y la consigna de la movilización era “Unión Civil en todo el país”. Pocas agrupaciones mantienen esa tradición de marchar en un bloque diferenciado de la convocatoria oficialista. Sin embargo, este año, ese bloque logró conformarse con más agrupaciones, y Pan y Rosas y la Juventud del PTS tuvieron una presencia destacada.

Durante la década de gobiernos kirchneristas la marcha ganó en masividad, hasta llegar a convocar a varias decenas de miles de personas, especialmente entre 2009 y 2012, nucleadas mayoritariamente por el reclamo del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género. Sin embargo, así como creció la participación de familias, jóvenes gays y lesbianas de la Ciudad de Buenos Aires y el conurbano, personas trans y heterosexuales que manifiestan su solidaridad con los reclamos de la comunidad LGTBI, también perdió en autonomía. Aunque la organización cuenta con agrupaciones que se identifican con el oficialismo, el Partido Socialista de Binner y agrupaciones independientes, la marcha está fuertemente hegemonizada por el kirchnerismo y, durante esos años de sanción de las leyes, los escenarios se convirtieron prácticamente en tribunas oficialistas para celebrar al gobierno. Eso es lo que ayer mostró que empieza a chocar con el límite que el propio gobierno impuso a las expectativas de más derechos.

La militancia kirchnerista podrá sobreactuar su entusiasmo cantando la marcha peronista, pero los versos de “combatiendo al capital” o “para que reine en el pueblo, el amor y la igualdad” no alcanzan a disimular que fue el mismo kirchnerismo el que abrió la puerta a la derecha que se viene en su reemplazo. Incluyendo a su propio candidato Scioli, amigo del Opus Dei. Los honestos y honestas militantes LGTBI que quieran luchar verdaderamente por mayor igualdad real, se enfrentan hoy con el dilema de estar apoyando al gobierno que se alió con el mismo Papa que, cuando era arzobispo en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires comandó una cruzada homofóbica contra la ley de matrimonio igualitario. El mismo gobierno que ordena la represión comandada por el Secretario de Seguridad que fue silbado masivamente durante la reciente Marcha del Orgullo. El mismo gobierno que votó en tratamiento exprés la reforma al Código Civil que le dictó el Vaticano y trabó, una vez más, el proyecto de legalización del aborto por orden expresa de su jefa política.

Avanzar en una perspectiva independiente del Estado y los partidos políticos que sirven a los intereses de los capitalistas es urgente para volver a convocar a decenas y centenares de miles de personas LGTBI que siguen siendo víctimas de la persecución policial, que no tienen acceso a la salud, ni al trabajo y para las que la igualdad ante las leyes no es la igualdad ante la vida. Un primer paso para poner en pie un movimiento de lucha que enfrente hasta el final este régimen social y político podrido donde la inmensa mayoría vive aprisionada por las cadenas de la explotación y la opresión.


Leslie Feinberg falleció mientras escribíamos esta columna, el lunes 17 de noviembre. Fue un activista norteamericano transgénero, que se identificaba como militante antirracista, lesbiana, de la clase trabajadora y de la izquierda antiimperialista de los EE.UU.


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