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La economía post elecciones: ajuste fiscal y tapón a la salida de dólares

La fuga de capitales concentra toda una serie de problemas de la economía argentina que se hacen más difíciles en el nuevo contexto que se está configurando en el cuarto año de crisis internacional.

Escucha entrevista de Pateando el Tablero

Esteban Mercatante

3 de noviembre 2011

La fuga de capitales concentra toda una serie de problemas de la economía argentina que se hacen más difíciles en el nuevo contexto que se está configurando en el cuarto año de crisis internacional. Hace meses ya se veía como un problema que el gobierno venía escondiendo debajo de la alfombra. A días de pasadas las elecciones las medidas tomadas para enfrentarla la pusieron en el centro de la escena. Se suma a esto el anuncio de reducción de subsidios, reconocimiento explícito del ajuste ya sugerido en el presupuesto.

El fin de la abundancia de dólares

Son varios los elementos que aportan a la salida de dólares. El primero es la inflación. Hace años el aumento de precios viene golpeando uno de los pilares del “modelo K”: el dólar caro. Precios más altos significan que el dólar compra menos en el país, es decir que el peso se aprecia. Ya desde 2007 esto empezó a plantear un potencial problema al empresariado. Si éste se pudo contener, fue porque la moneda de Brasil tendió a apreciarse durante estos años, lo que empezó a cambiar en los últimos meses. Presionada por los industriales, Dilma Roussef viene permitiendo una moderada caída del real.

Hay además otros problemas, como el aumento explosivo de las importaciones. Uno de los rubros que más crece es la importación de combustible, para afrontar la escasez de recursos energéticos en el país, resultado de una política complaciente con la desinversión empresaria. La política de Guillermo Moreno, de pisar las importaciones y obligar a los importadores a que exporten por un valor equivalente al de las compras que realizan en el exterior, no ha aumentado la oferta exportadora. Más que nada ha hecho que varios empresarios presenten como plan de exportación propio lo que ya era exportado por otro.

Aunque el valor de las exportaciones sigue siendo mayor al de las importaciones, la brecha se ha achicado. Durante 2008 y 2009 el superávit comercial (segundo pilar de la economía en tiempos K) era tal que el gobierno pudo tolerar una fuga de capitales superior a la actual, y aun así mantener el nivel de reservas del Banco Central. Hoy ya no alcanza para esto: la remesa de utilidades de las empresas extranjeras, el uso de reservas para pagar deuda y la fuga de capitales harán que este año termine con una caída en el nivel de reservas, restricción inédita durante los años de gobiernos K. Usar reservas para pagar deuda tiene ahora un costo que antes no tenía. Esto golpea el tercer pilar del esquema económico K, que es la disponibilidad de recursos fiscales. Aunque el superávit fiscal es casi cero desde hace varios años, el crédito intraestado (con ANSES, PAMI, el Banco Nación, y especialmente con el Banco Central) permitió disfrazar esta circunstancia. Si las reservas del BCRA se siguen reduciendo, su papel como prestamista será difícil de sostener.

Devaluación en disputa

Varios economistas plantean que el intento del gobierno de frenar la fuga de dólares con un mayor control de la AFIP y aumentando la oferta al hacer que petroleras, mineras y aseguradoras traigan dólares, pero sin devaluar, es inconducente. Los factores mencionados arriba mantienen firme la expectativa de devaluación, y estas medidas sólo contribuyen a ganar tiempo, pero sin cambiar el panorama. La prensa opositora se ha sumado al clamor por una devaluación.

Sin embargo, el contexto inflacionario hace difícil que perduren por mucho tiempo los beneficios que el gobierno y los empresarios podrían lograr de la devaluación. Lo más probable es que su principal efecto sea acelerar la inflación. Muchas experiencias traumáticas hay en la historia económica argentina. Por eso, no parece haber por el momento una firme decisión de impulsar una fuerte devaluación del peso.

Será quizás intuyendo esto que los industriales de la UIA han salido a exponerse más planteando los problemas de “competitividad” y presionando por esta salida devaluatoria (mientras operan también en el mercado de cambios), que muchos de ellos descontaban se produciría después de las elecciones.

Rumbo al enfriamiento

Después de años de atacar a los que proponían el “enfriamiento” de la economía, el gobierno parece finalmente dispuesto a hacer exactamente eso. Ya mandó un presupuesto que en total significa un aumento del gasto de 18%. Nadie cree que la inflación vaya a estar por debajo de esa cifra, y seguramente estará por encima. Esto significa ajuste. Lo mismo propone para el sector privado como medida contra la inflación: aumento de salarios con techo en 18%, es decir una caída del salario en términos reales, como vía para frenar la inflación.

En el marco de estos ajustes se incluye el recorte de algunos subsidios, como los 600 millones anunciados ayer por De Vido y que beneficiaban a petroleras, telefonía móvil, mineras, aeropuertos, juegos de azar, bancos y aseguradoras. Este monto poco resuelve los problemas fiscales ya que el total de subsidios supera este año los 50 mil millones. Respecto de su impacto, el gobierno sostiene que será un aumento de costos en sectores de alta rentabilidad (lo cual implica un embarazoso reconocimiento de cómo su cartera contribuyó a acrecentar aun más lo que ya eran buenas ganancias), pero eso está por verse.

Lo cierto es que tanto el ajuste encubierto del gobierno como la devaluación que piden los industriales son dos maneras de enfrentar la situación creada por la fuga de dólares y los problemas fiscales, que transforman los ingresos de los asalariados en la variable de ajuste.

¿Nacional y popular?

El kirchnerismo se presenta como un movimiento “nacional y popular”, defensor de un modelo de desarrollo “con inclusión”. Pero si miramos el funcionamiento de la economía argentina desde el 2003, más bien el “esquema K” está caracterizado por altas ganancias sin reinversión, logradas a costa de salarios bajos en dólares. Las ganancias empresarias tienen la mayor participación en el ingreso generado de las últimas décadas, y lo opuesto ocurre con los ingresos de los trabajadores, que, en promedio, apenas recuperaron lo perdido con la devaluación de 2002.

Las ganancias de las grandes empresas no han sido reinvertidas, comportamiento que algunos estudios definen como “reticencia inversora” (Pablo Manzanelli,“Peculiaridades en el comportamiento de la formación de capital en las grandes empresas durante la posconvertibilidad”, Apuntes para el cambio, octubre de 2011). Las ganancias no sólo no se reinvierten, sino que son giradas al exterior, como remesas en el caso de las empresas extranjeras, o como fuga lisa y llana en el caso de las empresas nacionales. Esto no es una novedad: desde 2003 se fugaron 75 mil millones de dólares.

En suma, más que un modelo de desarrollo con inclusión, el de los K ha sido uno de excelentes oportunidades para el capital, que ha sabido aprovecharlas sin dejar como saldo nuevas inversiones ni mantener capitales líquidos en el país. Un parasitismo que deja a la economía local con pocas reservas para enfrentar los tiempos de vacas flacas, y augura por lo tanto duras consecuencias que recaerán sobre la clase trabajadora.

¿Cómo se enfrenta la fuga de divisas?

Para enfrentar la fuga de dólares el gobierno ha salido a frenar la demanda, poniendo a la AFIP a controlar a los compradores. Por el lado de la oferta, ha resuelto que empresas petroleras y mineras tengan que liquidar en el país todos los dólares de las exportaciones. En un privilegio inédito, que regía hace tiempo para las petroleras y fue extendido por Kirchner a las mineras en 2004, se eximía a estas últimas de vender en el país los dólares que lograban de sus exportaciones, y en el caso de las petroleras sólo debían liquidar un 30%.

A esta medida se suma la obligación de que las aseguradoras cambien activos en el extranjero por activos locales.

Estas disposiciones pueden hacer que la presión sobre las divisas sea soportable, por un tiempo más. Sin embargo, las presiones que impulsan la fuga no desaparecerán. Y, aun en el mejor de los casos, los dólares que puedan ingresar por estos dos sectores equivalen a lo que podría irse en un trimestre, o algo más de tiempo, si se mantiene o acelera el ritmo de fuga actual.

Estas medidas, que apuestan a ganar tiempo pero no cortan los mecanismos de la fuga de raíz, van a seguir permitiendo la enorme entrega de recursos que son sacados de la economía por la burguesía local y extranjera, aunque quizás ahora a cuentagotas.

Las medidas para enfrentar la fuga deben comenzar por el monopolio estatal del comercio exterior, única forma de centralizar todos los recursos de las exportaciones en manos del Estado, así como cortar con las importaciones suntuarias y poner fin a las maniobras de subfacturación de exportaciones y sobrefacturación de importaciones.

Esta medida debe ir estrechamente asociada a la prohibición inmediata de la remisión de utilidades y dividendos al exterior, medida con la que el gobierno coquetea pero que resulta poco creíble considerando su especial inclinación a favorecer a las multinacionales.

Y finalmente, cualquier intento serio de bloquear la fuga de dólares debe avanzar en la expropiación de los bancos privados y concentración del crédito en manos del Estado, en una banca nacional única.

Esto debe articularse con la declaración del no pago de la deuda pública, otra fuente de salida de dólares y dilapidación de recursos, y la fijación de impuestos a las grandes fortunas y a las ganancias financieras, agrarias e industriales. Que se deje de financiar con subsidios a los capitales privados, pero no para subir tarifas sino para expropiar las empresas y ponerlas a funcionar bajo control de los trabajadores implementando tarifas populares. Con los recursos que surjan de estas medidas se podrá impulsar el reparto de las horas de trabajo entre todos los trabajadores ocupados y desocupados sin afectar el salario y el 82% móvil para los jubilados.

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