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Red Internacional

Los carpetazos y operaciones dominan la disputa política. Una crisis profunda de la autoridad del Estado, pese a que no irrumpa la economía como elemento catastrófico.

Jueves 12 de febrero de 2015

Cuando la política queda reducida a operaciones y carpetazos, la situación es crítica por definición, pese a que la crisis no emerja de una catástrofe económica.

La política es economía concentrada y que la segunda determine a la primera no quiere decir que no exista una relativa autonomía.

Se conoce el pasado de un violador cobijado en los “sótanos” de la Secretaría de Derechos Humanos. Aparecen las escuchas del ladrón sin destino que había entrado a robar en la casa de Sergio Massa, el paladín de la “seguridad”, en plena campaña electoral del 2013. En el audio, el hombre hoy detenido “confiesa” que, además de prefecto, era parte de alguno de los aparatos de espionaje del Gobierno. Los “buitres” publican el crecimiento abultado del patrimonio de funcionarios nacionales. Nisman se asesinó sin pólvora. Dos barridos electrónicos y ni rastros, aunque la 22 Bersa puede no dejar huellas, según dicen los especialistas. Entonces, si se encuentran restos de pólvora es una prueba que confirma el suicidio, si no se localizan, una confirmación de que ese tipo de armas no deja rastros.

Capitanich rompe diarios en conferencia de prensa y Tinelli lo multiplica por mil y crea un canal especial en internet para no quedarse afuera del fin de ciclo, por culpa de la rutina de calendario televisivo. Anibal Fernández hace sus correspondientes “anibaladas”.

Es evidente que las trabajosas investigaciones de las que se ufanan los periodistas no son más que carpetazos y operaciones surgidas de la guerra de los servicios.

El gobierno y sus escribas denuncian el prontuario de los fiscales que convocan a la marcha del #18F, y del otro lado le contestan con el “hallazgo periodístico” del pasado de violadores en organismos estatales de derechos humanos y “ladrones” que robaban para la corona de la campaña electoral.

El fin de ciclo rompió el pacto de silencio y los gestores de los secretos empiezan ventilar la inmundicia que enchastra a toda la casta política, judicial, empresarial y del establishment periodístico. Son “operaciones”, pero montadas sobre hechos reales, por eso las desmentidas son peores que la acusación.

Desbocados y desatados por la interna, siembran la desconfianza de todos hacia todo. El reino de la intriga y la conspiración que se oculta detrás de la fachada de las instituciones de la democracia.

El Gobierno embarrado con los servicios y con la muerte dudosa, la oposición amontonada con fiscales de prontuario impresentable, la justicia colonizada por distintas fracciones de espías, los espías colonizados por la CIA y el Mossad. No hace mucho, los motines policiales y de gendarmes que pusieron en cuestión la relación íntima entre las FFSS y la industria del gran delito.

El enfrentamiento rabioso de las camarillas que se disputan la administración del Estado se convierte en una gran usina de propaganda y desprestigio de la “estatalidad”. Una guerra “fratricida” en la que pierde la autoridad estatal y la credibilidad de la “democracia”.

“El gobierno del Estado moderno no es más que una Junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa" (Marx). A los negocios de una clase decadente le corresponden administradores (o postulantes a administradores) directamente proporcionales.

La verdad del conjunto del régimen político surge de las medias verdades de las acusaciones mutuas. Hay espías, jueces y fiscales encubridores, tanto oficialistas como opositores. Genocidas y represores, oficialistas y opositores. Corporaciones empresarias o mediáticas, oficialistas y opositoras (y muchas son ambas cosas a la vez). Policías asesinas y levantiscas, tanto oficialistas como opositoras.

El lanatismo y 678 fundan la era del pos-periodismo. Y como dijo Santiago O’Donnell, la muerte de Nisman volvió a destapar la impunidad de la causa AMIA que fue política de Estado avalada hasta por los mejores periodistas del país. Los 85 muertos de los atentados vuelven como fantasmas y recuerdan las responsabilidades y culpas de todos y todas.

Que “el elemento catastrófico” de la economía esté contenido por los parches del “modelo”, no le saca gravedad al carácter político y estatal de la crisis.

Los ojos de espanto con los que una gran parte de la sociedad observa el espectáculo siniestro de los poderes reales, del “sottogoverno” detrás de los relatos (sea nacional-popular o republicano), abren una brecha para el despliegue político, programático, propagandístico y organizativo, contra un régimen social y político que pide a gritos ser superado.


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