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Idolos

26 de mayo 2006

CON CADA mundial se renuevan las esperanzas de que la selección nos saque por un mes de los problemas de todos los días. Tal vez por eso, sobran las encuestas y los pronósticos por doquier que auguran una futura final presenciada casi con seguridad por la “celeste y blanca”.
En el país que vio nacer el juego de Maradona, se renueva constantemente la presión para que surja un sucesor que nos transmita la misma felicidad. Pero ¿puede haber «un elegido» del estilo de Maradona?
Como siempre en el bar. En la mesa, la revista Viva con la foto de Messi en la tapa. Aurelio observa. El periodista de Clarín lo pinta como el heredero de Maradona. A pesar de sus 18 años y sólo 25 partidos en primera y sólo 6 en la selección, fue comprado por el Barcelona siendo todavía un niño, a expensas de cubrir los gastos de un tratamiento hormonal para combatir su problema de retraso óseo. La paradoja es que todos lo admiran pero nadie lo vio jugar en las canchas argentinas. La TV nos mostró una brillante actuación en el mundial juvenil y un par de partidos internacionales en el Bar˜ça en el que demostró ser un “distinto”, y que transformaron de la noche a la mañana al tímido muchacho de Rosario en una superestrella que factura millones. Flashes y cronistas de todo el mundo esperan meses por una exclusiva con el aún adolescente crack.
“Fijate qué frenética la carrera de este pibe que llega a ser ídolo por estar en el momento justo. Y pensar que el padre era obrero de Acindar. ¡Cómo se salvó este tipo! Ahora vive en un exclusivo barrio privado”, dispara Cacho, sentado frente a Aurelio. “Quién sabe lo que hubiera pasado si no tenía la suerte de que el Barcelona le pagara la pichicata para que crezca”, sentencia.
“Te acordás de Pipo?”, interrumpe Aurelio. “Con la misma edad que Messi, y condiciones de crack, quedó en el camino. Qué distintas pueden ser las historias de dos pibes tan parecidos según el momento que les toque vivir...“ se lamenta cabizbajo.
La otra historia. Pipo jugaba en las divisiones inferiores de Huracán a mitad de 1981, poco antes de los 18 ya había ido al banco en la Primera. Todo iba fenómeno hasta aquél día del sorteo. Número alto: colimba. Pensaba que sólo serían unos meses.
La vida de Pipo, como la de los demás colimbas que pelearon en Malvinas, hiela la sangre. Soldaditos, pibes en realidad, sufriendo frío y hambre en trincheras heladas, desarmados, desprotegidos. Su historia con el fútbol es paradójica. Él pensaba que al volver serían recibidos por toda la gente como héroes por haber defendido las Malvinas contra los ingleses. Pero no. Nunca olvida que llegaron por la puerta de atrás y a escondidas. Los dejaron tirados en Liniers. No los esperaba nadie, todos estaban pendientes del Mundial ´82. Desde ese día, el fútbol pasó de ser su razón de vivir a objeto de su odio a toda la sociedad que le dio la espalda. Ese día juró que “nunca más le daría bola”.

“Pero al Diego del ’86 no se pudo resistir”, recuerda enseguida Aurelio. Era imposible mantenerse indiferente ante la belleza de sus apiladas, el desparramo de defensores contrarios, “mano de Dios“ (por aquel gol con la mano a los ingleses) y “barrilete cósmico“ (por el mejor gol de todos los tiempos). Se reconcilió con la pelota, y aunque ya no como jugador, cuando el laburo se lo permite sigue siendo uno de los más fieles hinchas “quemeros”. Durante un tiempo paraba en el bar. Ahora se mudó y se lo ve poco.

Idolos. Según Pipo, cuando él tenía la misma edad del 5° jugador mejor pago del mundo en la actualidad, era un potencial crack que no fue. ¿Cuántos potenciales Messi cosen pantalones 12 horas por día en talleres textiles, o cuántos genios de la música que no llegarán a ser trabajan de sol a sol en la zafras azucareras? “Ídolos” que no fueron, porque el sistema tenía otros planes para ellos.
“Pero hermano, entonces para salir de pobres en esta realidad la única es ganar la grande o que te salga un hijo crack” se interroga Cacho.
 
“En este sistema sí. Por eso habrá que cambiarlo”, dijo Aurelio mientras prende otro cigarrillo.

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