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EconoCrítica N° 5

Frentes de tormenta

Hace apenas algunos meses, con el telón de fondo de la crisis financiera internacional, múltiples voces se alzaban propugnando la teoría del “desacople” que sostenía la inmunidad de la economía argentina frente al sombrío escenario externo.

Paula Bach

28 de agosto 2008

(DES)ACOPLE I

Hace apenas algunos meses, con el telón de fondo de la crisis financiera internacional, múltiples voces se alzaban propugnando la teoría del “desacople” que sostenía la inmunidad de la economía argentina frente al sombrío escenario externo. Por aquel entonces, sólo hace algunos meses, la fotografía de la situación económica nacional mostraba reservas cercanas a los 50.000 millones de dólares, un dólar aún alto y competitivo, precios internacionales de las materias primas en ascenso, sendos superávits “gemelos” (comercial y fiscal), una clase capitalista (tanto campestre como “ciudadana”) “unida” y gananciosa, un ciclo económico ascendente que parecía no tener techo. Sin embargo, desafiando la frágil teoría del desacople, un elemento sintomático empezaba a hacer pie en el “paradisíaco” desarrollo del “ciclo K”. Una inflación acelerada comenzaba a desafiar el “virtuosismo” del ciclo. Pero ¿qué relación tenía la inflación interna con el panorama internacional? Para decirlo en pocas palabras, una relación muy estrecha.

Inflación interna y crisis financiera internacional (o “una de cal y una de arena”)

Los primeros estertores de la crisis financiera internacional repercutieron en Argentina de modo contradictorio. El derrumbe de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos constituyó un elemento que profundizó las tendencias devaluatorias del dólar. Este factor no sólo contribuyó al alza del precio de las materias primas cuyo comercio se realiza mayormente en la divisa norteamericana, sino que actuó expulsando capitales hacia los mercados de futuros de esos productos. El elemento especulativo durante el último período explicó parte importante del aumento en los precios de las materias primas (las estimaciones hablan de alrededor de un 30%) y contribuyó a reforzar la creencia de que la crisis quedaría relegada sólo a Estados Unidos y unos pocos países. La balanza comercial argentina (lo que compra y vende al resto del mundo), que actúa como una suerte de correa de transmisión entre la economía nacional y la internacional, se vio claramente favorecida por este aspecto puesto que los últimos aumentos en los precios de las materias primas renovaron el impulso del superávit de la balanza, incrementando la cantidad de dólares que entran al país por la cuenta corriente. Este efecto que por un lado realimentó el “círculo virtuoso” del esquema de la devaluación, mostró un escenario contradictorio. La apariencia era que la economía argentina no sólo resultaba inmune a la crisis financiera internacional sino que, incluso los elementos críticos de la economía mundial, la “golpeaban” benéficamente. Sin embargo el aparente beneficio al mismo tiempo agudizaba el desequilibrio entre los precios internos y los precios externos de las materias primas. En la medida en que los precios internacionales devenían exorbitantes, ningún exportador desearía vender voluntariamente al mercado interno a menos que los precios se equipararan. Retacear internamente la oferta de productos es un factor que contribuye en esta dirección. Este aspecto, junto con el hecho de que el gobierno nunca se creyó realmente la teoría del desacople (por lo que quiso cubrirse ante una eventual caída en el precio de las materias primas), fueron algunos de los (múltiples) motivos asociados al fallido intento de instalar las retenciones móviles. En el contexto de las desavenencias políticas que desató el intento gubernamental, enfrentamiento de la “patria sojera” y el gobierno mediante, la inflación continuó saliéndose de madre y se transformó, aún sin estar a niveles realmente alarmantes, en el principal disparador del principio del fin del ciclo de crecimiento económico. Los mecanismos que durante cinco años habían actuado de forma relativamente equilibrada sosteniendo los superávits gemelos como pilar del esquema, comenzaron a mostrar fisuras desde múltiples ángulos.

De la “virtud” al “vicio”

Repasemos los ingredientes que alentaron el desarrollo del ciclo de crecimiento de los últimos cinco años. Un dólar alto en términos nominales que permitía a los empresarios exportadores vender en dólares, obteniendo con esos dólares un fuerte poder adquisitivo en el mercado interno con el que pagaban costos y salarios devaluados en pesos, incrementando sustancialmente las ganancias gracias a esta diferencia. A su vez, dicho valor del dólar actuaba encareciendo las importaciones en términos de pesos y por tanto funcionaba como una importante barrera a la entrada de productos desde el exterior facilitando una cierta sustitución de importaciones, que operó en el período sostenida también en la alta capacidad instalada ociosa heredada de la crisis de 2001. El alto valor nominal del dólar (es decir su valor en pesos al tipo de cambio) sin embargo arrojaba resultados efectivos en este esquema siempre y cuando la inflación se mantuviera baja, permitiendo que el tipo de cambio real, es decir efectivo, también fuera alto. Los dólares que entraban masivamente por la balanza comercial eran comprados por el Banco Central para mantener la cotización, alimentado a su vez el engrosamiento de las reservas. Este esquema, sostenido en el crecimiento económico mundial y el precio creciente de las materias primas –independientemente de la disparada de 2007 y los primeros meses de 2008 que mencionamos en el apartado anterior–, también se apoyaba en el incremento de la demanda interna que, fuertemente rezagada desde la crisis de 2001, recuperaba fuerzas en gran parte al calor de la recuperación del empleo y la actividad económica. La pujanza del ciclo a su vez alimentaba otro pilar del modelo: el superávit fiscal, toda vez que las arcas del fisco se nutren de la actividad económica particularmente a través de impuestos (en especial al consumo de los trabajadores como el IVA pero también Ingresos Brutos, Ganancias, etc.) y de derechos sobre las exportaciones e importaciones. El superávit fiscal (ver “Situación fiscal: un eslabón débil”) accionaba a su vez como mecanismo de contención de la amenaza más temida, la inflación. Otorgando subsidios en particular a la energía y al transporte pero también sobre otros insumos, el superávit fiscal actuaba manteniendo los costos bajos, controlando relativamente la inflación y por tanto sosteniendo el tipo de cambio real. Los términos del canje de la deuda en 2005 en el que buena parte de los bonos quedaron atados a la inflación, representan otro elemento que evidencia que una inflación baja y controlada era condición fundamental del esquema K. Pero en 2007 los ritmos de la inflación ya resultaban amenazantes a lo que se sumaron los influjos de la crisis financiera internacional que como señalamos realimentó fuertemente el precio de las materias primas. El “círculo virtuoso” empezó a tambalear cuando aparentemente mayor impulso recibía. La inflación se fue acercando a los valores actuales de entre el 25 y 30% según las mediciones privadas. Sucede que una inflación en ascenso hace aumentar particularmente los costos internos generando además presiones al alza de los salarios con lo que se tiende a licuar el valor real del dólar provocando la consecuente pérdida de competitividad. La inflación acelerada erosiona el poder adquisitivo que se obtiene al cambiar los dólares y con eso achica la diferencia real, es decir efectiva, entre el dólar alto y los costos y salarios bajos. A su vez, el alza de la inflación abarata el precio de las importaciones, con lo cual se achica la distancia entre exportaciones e importaciones y se instala como tendencia el agotamiento de un pilar del esquema, el superávit comercial. Esta misma tendencia, junto a los elementos de enfriamiento de la economía que empezaron a actuar desde la denominada “crisis del campo”, amenazan la recaudación y por tanto otro pilar del esquema: el superávit fiscal que representa un mecanismo clave en la contención de la inflación y por tanto una contratendencia frente al crecimiento más débil de las ganancias empresariales. A su vez, el reconocimiento por parte del gobierno de la verdadera inflación implicaría un incremento de al menos 8.000 millones de dólares en el pago de los bonos de deuda atados a la inflación en un marco en el cual ya el propio superávit fiscal existente (sin sufrir grandes alteraciones) no alcanza para financiar el total de los vencimientos programados para los años venideros. Superávit comercial y superávit fiscal, dos pilares fundamentales del esquema K, aunque aún gozan de relativa salud, fueron golpeados por lo que el gobierno y muchos analistas burgueses gustaron denominar la “gran oportunidad histórica”. Hoy, más allá de los golpes, la amenaza parece ser más aguda y se perfila nuevamente desde el frente externo en el que la crisis económica internacional parece estar dando un nuevo giro.

(DES)ACOPLE II

La crisis hipotecaria desatada en agosto de 2007 con epicentro en Estados Unidos afectó a varios países europeos –particularmente a España– pero también se hizo sentir, aunque con distinta intensidad, en países como Nueva Zelanda, Australia y Japón. Desde aquel momento dos tendencias tiñen el panorama económico mundial. De un lado una profunda deflación (caída de precios) asociada a la desvalorización de la propiedad inmobiliaria que condujo a varios episodios de crisis financiera, afectando primero las hipotecas de mala calidad (subprime), y más recientemente a gigantes hipotecarios como por ejemplo Fannie Mae y Freddie Mac que se encuentran en virtual insolvencia, resultando ineficientes para evitar su caída las medidas de rescate propuestas por la Reserva Federal Norteamericana (FED) y aprobadas por el Congreso. En los últimos días se suma al coro la profunda crisis del influyente banco de inversión Lehman Brothers. De otro lado, las hasta ahora pujantes economías de Brasil, Rusia, India y China, mediante su alta demanda de materias primas, han continuado inyectando presiones inflacionarias retroalimentadas con alzas en los precios de las commodities estimuladas por la persistente devaluación del dólar y la huída de capitales hacia esos mercados de futuros. En un contexto en el cual múltiples pronósticos vaticinan que se estaría al borde de la peor crisis desde aquella de 1929, los estados y bancas de los países centrales vienen actuando con políticas disímiles para intentar contrarrestar las tendencias instaladas. El estado norteamericano, a través de la Reserva Federal, ha estado aplicando sistemáticamente una política de reducción de las tasas de interés intentando contrarrestar las tendencias recesivas instaladas en Estados Unidos, a través de mecanismos de abaratamiento del crédito y de salvataje de los grandes bancos de inversión. El Banco Central Europeo (BCE) ha puesto el eje, por el contrario, en el combate a la inflación mediante una política sistemática de incremento de las tasas de interés. Si bien la política de la Reserva Federal evitó que en lo inmediato se profundice un escenario recesivo en Estados Unidos que, con un crecimiento negativo en el último trimestre de 2007, logró una leve recuperación el segundo trimestre de este año, a la vez, aunque mediante salvatajes evitó quiebras bancarias, no pudo impedir que la inflación fuera la mayor de los últimos 17 años y tampoco consiguió sacar de escena el panorama recesivo. En este contexto Estados Unidos estaría entrando en una situación de virtual estanflación. Por su parte en Europa, si bien las políticas del BCE contuvieron relativamente una estampida mayor de la inflación, la revaluación del euro impuso un escenario recesivo que se exacerbó en los últimos días. Las dos mayores economías europeas, Alemania y Francia, retrocedieron en el segundo trimestre (Alemania un 0,5% y Francia un 0,3%), arrastrando al PBI de la eurozona a un rojo del 0,2% en el período, provocando el primer trimestre de crecimiento negativo desde que nació la unión monetaria. Inglaterra por su parte se encuentra frente a fuertes dificultades crediticias y se observa en la ciudad de Londres un parate importante de los proyectos de construcción. También desde Asia provienen síntomas de desaceleramiento de la economía, el PBI de Japón se contrajo en un 2,4% anual en el segundo trimestre. La combinación de estos elementos ha llevado a algunos economistas como Gilles Moëc, del Bank of America en Londres a declarar al New York Times que “es sólo cuestión de tiempo” que la economía mundial entre en recesión.

Efectos inmediatos y tendencia general

Los síntomas de lo que podríamos denominar una segunda etapa de aquello que comenzó como crisis financiera en Estados Unidos resultan contradictorios. La eurozona y Japón, que hace poco menos de un año aparecían en las predicciones como inmunes o “desacopladas” de la crisis financiera, parecerían estar ahora frente a los peores pronósticos. Estados Unidos, que reflejaba los mayores síntomas recesivos, se mantiene con un muy débil crecimiento ayudado por el consumo estimulado desde el estado. Esta situación no excluye por supuesto importantes caídas de las ganancias en empresas como Ford o General Motors ni la continuidad de la profunda crisis financiera expresada en recientes sacudones como el de Lehman Brother o el banco hipotecario californiano Indymac Bank, que hace pocos días pasó a ser controlado por las autoridades federales. El débil repunte de la economía norteamericana impulsó en lo inmediato una recuperación en el valor del dólar generando una salida de capitales de los mercados a futuro de materias primas que retornaron hacia la moneda norteamericana. Este movimiento de capitales provocó en lo que va del mes de agosto una caída en el precio de las materias primas cercano al 30%.
Parecen ser primeros movimientos espásticos de una crisis en la que tienden a imbricarse tendencias deflacionarias e inflacionarias. En el escenario mundial esta combinación podría desembocar en una primera etapa de estanflación generalizada y posiblemente, aunque más a mediano plazo, en una recesión mundial de la que sin duda ningún país quedaría “desacoplado”.

¿Y el ciclo de crecimiento k…?

Como planteamos en (DES)ACOPLE I, el “círculo virtuoso” de la economía nacional ya había salido golpeado por los primeros embates de la crisis financiera internacional. De esta partida salió mal herido justo cuando el panorama mundial parece estar entrando en un nuevo giro. Si en una primera fase las presiones provenientes del frente externo se disfrazaron de “gran oportunidad histórica nacional”, en esta segunda fase parecen llegar a cara lavada. La caída de un 30% aproximado en el precio de las materias primas, aún cuando todavía los precios se mantienen en valores superiores a los de diciembre de 2007, resulta como mínimo una señal de alerta. Señal que llega en momentos en los que la economía argentina, sin estar aún en una situación catastrófica, patina en una suerte de círculo vicioso. En él se combinan elementos de enfriamiento de la economía con una inflación que no cede. En términos generales, en contraste con la situación previa en la que al menos en apariencia Argentina parecía despegada de los cimbronazos externos, hoy la situación nacional parece haber quedado sumergida en la tendencia mundial reflejando una sintomatología similar. El dólar está debilitado en términos reales y nominales, la inflación se mantiene en valores altos, el superávit comercial (ver “Balanza comercial: se erosiona uno de los pilares del ‘modelo’ K”) se encuentra amenazado no sólo por la inflación y el consecuente aumento de las importaciones sino por la posibilidad de que la tendencia a la caída del precio de las materias primas, de profundizarse la crisis económica internacional, devenga algo más que una suave tendencia, este mismo factor junto al enfriamiento en curso de la economía y continuidad de la inflación ponen en tela de juicio tanto la recaudación fiscal como la posibilidad de mantener un gasto público en ascenso (que aunque a ritmo menor continuó creciendo en los últimos meses) que representaba una contratendencia importante frente a las debilidades del esquema. La situación fiscal a su vez plantea problemas de financiamiento que de empeorar la situación económica internacional sin duda se agravarán. Todos estos elementos danzan con el telón de fondo de una patronal (UIA y sectores del “campo” como Buzzi de Federación Agraria) que ahora se han unido en una suerte de “frente devaluatorio” que pugna por un dólar cercano a los $4. ¿Y el gobierno…? En el desarrollo del “círculo vicioso” los intereses encontrados de distintos sectores patronales parecen estar haciendo pie dentro del propio gobierno. Se comenta que en el seno del gobierno se han delineado dos tendencias: una liderada por el presidente del BCRA Martín Redrado y el Jefe de Gabinete Sergio Massa que, aparentemente más proclives a los intereses del capital financiero y las privatizadas, estarían sugiriendo mantener un dólar más bajo en términos reales y una tasa de interés más alta que impulse una mayor entrada de capitales. Otra, liderada por el Ministro de Economía Carlos Fernández y el Ministro Julio de Vido, más proclives a los intereses de la “patria industrial exportadora” estarían sugiriendo, manteniendo el esquema K, un dólar “más competitivo” (léase devaluación), aplicando fuertes impuestos sobre las clases altas y medias altas para intentar frenar los precios e impulsando un ajuste de tarifas segmentado buscando alcanzar un superávit fiscal del 4%. Tal como hemos explicado en números anteriores de este suplemento (ver Econocrítica N° 2), cualquiera de estas dos salidas que benefician a uno u otro sector patronal resultan ampliamente desfavorables para los trabajadores. De todos modos, el hecho mismo que la continuidad del esquema K esté en discusión al interior del propio gobierno, habla por sí sólo. Los síntomas de agotamiento han devenido en algo más que eso. Entonces ¿desacople? No, evidentemente. Pero eso sí, los ritmos del “acople” devendrán más agudos en la medida en que muy probablemente avance la crítica situación de la economía mundial.

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