Los sindicatos están volviendo a la escena y están canalizando conflictos salariales. Es un cambio cualitativo: el conflicto social venía siendo impulsado por formaciones informales que lenta pero inexorablemente se fueron adscribiendo a las posiciones y a las estrategias de grupos políticos de izquierda.
La reaparición sindical, luego de un largo período de ausencia efectiva, tiene algunas lecturas interesantes. Primero, significa que hay un reconocimiento del sindicato como canal para las protestas y la negociación salarial. Segundo, indica un retorno a la puja de la distribución del ingreso por una percepción cierta de la recuperación económica de algunos sectores de la economía. Y tercero, hay menos miedo a perder el trabajo.
Es cierto, también, que la canalización sindical de los conflictos permite una negociación más articulada que la que ofrecen sectores extra-sistema y que esa posibilidad de control puede ser leída como una ventaja para la resolución del conflicto.
El rebrote sindical no es algo nuevo. Pero al menos es un hecho curioso por la anomia que adquirieron las cúpulas sindicales durante el menemismo, época en la que se produjeron las grandes transformaciones económicas que afectaron seriamente a los grandes sindicatos.
Quizá con este telón de fondo es conveniente preguntarse si las clases dirigentes han comenzado a preguntarse sobre –y a preocuparse por– la distribución del ingreso que es tan inequitativo aquí como en toda la región. Ese debate sigue sin plantearse. Obliga a discutir qué país queremos ser y si el modelo –agroexportador, industrial, servicios– es suficiente para disminuir la pobreza, agrandar la clase media, modernizar e integrar el país. Sería esencial que lográramos respondernos.