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Editorial

Un peón de EE.UU. y los industriales

En la recta final de una campaña electoral en la que el triunfo oficialista parece asegurado, los Kirchner anuncian lo que será el sesgo de su segundo mandato: un alineamiento mayor con los centros de poder internacional y ninguna concesión a los trabajadores y el pueblo.

Manolo Romano

27 de septiembre 2007

En la recta final de una campaña electoral en la que el triunfo oficialista parece asegurado, los Kirchner anuncian lo que será el sesgo de su segundo mandato: un alineamiento mayor con los centros de poder internacional y ninguna concesión a los trabajadores y el pueblo.

En ese camino, el presidente tuvo, luego del recordado sonar de la campanita en Wall Street, otro “momento de gloria” en la Asamblea de la ONU. Kirchner utilizó el atentado en la AMIA para congraciarse con los intereses imperialistas: “Esperamos que la República Islámica de Irán, en el marco del derecho internacional aplicable, acepte y respete la jurisdicción de la justicia argentina y colabore eficazmente con los jueces argentinos para lograr el sometimiento a juicio de las personas imputadas en aquellos hechos”, dijo ante los líderes capitalistas mundiales.

En primer lugar, las órdenes de captura contra ex funcionarios iraníes no fueron una acción “autónoma” del fiscal Nisman y del juez Canicoba Corral. El gobierno instruyó a la justicia en base a “pruebas” aportadas por la CIA y el servicio de inteligencia israelí, y al compromiso asumido por la candidata oficial con el Congreso Judío Mundial. Tan poco autónoma es la decisión que, como reconoce el oligárquico diario La Nación, “Entre los funcionarios perseguidos por la justicia argentina se encontraba el presidente de Irán en el momento del crimen, Hashemi Rafsanjani, convertido en los últimos tiempos en una paloma moderada y consentida por algunos líderes occidentales. En consecuencia, Rafsanjani quedó fuera de la lista por decisión del Comité Ejecutivo de INTERPOL” (La Nación, 26 de setiembre). Lejos de una subordinación a una justicia supuestamente independiente, es una determinación netamente política, funcional a las necesidades del gobierno norteamericano y su peón, el Estado de Israel. La política de los Kirchner es una clave de la cruzada internacional, encabezada por el presidente derechista francés, Nicolás Sarkozy, y la Casa Blanca que busca aislar al régimen iraní en función de sus intereses en Medio Oriente, y eventualmente la mejor excusa para justificar una nueva acción guerrerista.

¿Qué pueden criticarle a Kirchner los viejos “neoliberales” que sostuvieron las “relaciones carnales” en épocas de Menem y ayudaron a Bush padre en la Guerra del Golfo?

Si a esto sumamos las gestiones de amistad con los sectores del poder financiero, como los compromisos de pagar la deuda con el Club de París y los anuncios de aumentos de tarifas que exigen las multinacionales españolas, francesas y norteamericanas que controlan los servicios públicos privatizados, los Kirchner, puede decirse, han tomado casi todas las banderas de la oposición de derecha que le reclamó abandonar todo viso de “populismo” que tuvo su primer mandato, signado por la presión de un movimiento de masas que venía de protagonizar las jornadas revolucionarias del 2001.

Clases dominantes, gobierno y oposición

Kirchner, que surgió como un comisionista provinciano de las privatizaciones petroleras y las multinacionales pesqueras y mineras, intenta ahora afiatar su poder apoyándose mas claramente en el sector predominante del actual esquema económico, esencialmente los industriales exportadores que, aunque mayoritariamente de capital extranjero, están capitaneados en la UIA por la “burguesía nacional” de los Rocca de Techint o los Pagani de Arcor. El acto en el que les cedió viejos terrenos de la Sociedad Rural para montar un “Museo de la Industria” es todo un símbolo. En este marco, Lavagna que también intenta representarlos, y por ello no difiere en nada esencial con la política oficial, no tiene base bajo sus pies hasta tanto se avizore una nueva crisis. En el mismo sentido, la vuelta del “partido bonaerense” de Duhalde y Alfonsín, representantes de los viejos partidos orgánicos de la llamada “burguesía productiva”, en un acto de homenaje al padre del desarrollismo Rogelio Frigerio, no tiene más que un carácter por ahora testimonial: el crecimiento económico del dólar alto mantiene a los sectores de los empresarios industriales del lado del gobierno.

Sólo la oligarquía de la Sociedad Rural –que también gana y mucho- y la reaccionaria Iglesia católica comandada por Bergoglio mantienen una oposición “cultural” con las banderas de la “reconciliación nacional” con los genocidas, la “transparencia” de las “instituciones de la república”, su oposición al derecho al aborto y los históricos reclamos retrógrados de la clase terrateniente que no quiere que el Estado financie los subsidios a los industriales con las retenciones a las exportaciones de la soja y la carne.

Así las cosas, los opositores políticos patronales sólo atinan a balbucear una tibia denuncia de un eventual fraude electoral, en especial después de la escandalosa truchada de los resultados de las elecciones cordobesas, mientras todos apelan a los sublemas, “acoples” y todo tipo de ingeniería electoral para mantenerse como una casta política parasitaria. Elisa Carrió parece ser la única aspirante a un más o menos digno segundo lugar en las elecciones de octubre, basado en el pasaje a la centroizquierda de sectores de las clases medias de los grandes centros urbanos que se expresaron, votando a Juez y Binner en Córdoba y Santa Fe, en un signo distinto al electorado porteño que apoyó mayoritariamente al derechista Macri. Refugiado éste en la preparación de su gestión en la Ciudad de Buenos Aires, la derecha apenas si aspira a posicionarse en las “internas abiertas” entre el anacrónico López Murphy y el asesino Sobisch que gasta las coimas que recibe como “lobbista de las petroleras” en insoportables spot de televisión.

La izquierda en las elecciones

El PTS participa en estas elecciones desde un ángulo distinto al del MST o el Partido Obrero. No alimentamos la más mínima ilusión en que los cambios que necesitan los trabajadores vendrán por la vía electoral. No confundimos nuestras banderas clasistas y socialistas con arribistas políticos y planteos similares a los de la centroizquierda. La intensa campaña que proponemos llevar adelante en los próximos 30 días con el Frente de Izquierda y los Trabajadores por el Socialismo que formamos con Izquierda Socialista y el MAS, tiene el objetivo de llegar a los trabajadores, estudiantes y sectores populares para preparar el próximo período de la lucha de clases, que será de combates más duros en los que el gobierno intentará disciplinar, de un lado, con el engaño del “pacto social” con los empresarios y la CGT y, del otro, con los grupos de choque de la burocracia sindical o directamente con las fuerzas de represión contra los luchadores. Hemos formado el único frente de izquierda para decir que debemos darles la espalda a los políticos patronales, que debemos confiar en nuestras propias fuerzas, en nuestra organización y lucha independientes.

Nuestra campaña electoral está dirigida a propagandizar la idea de la necesidad de nuestra independencia política como clase trabajadora. El PTS hará todos los esfuerzos por construir en el próximo período un partido de la clase trabajadora, un gran partido que pueda movilizar la enorme fuerza social que tenemos los trabajadores, que con nuestras familias somos la clase mayoritaria, con un programa para imponer nuestros intereses y dar una respuesta a todo el pueblo pobre, lo que inevitablemente llevará al enfrentamiento con el gobierno, el régimen y el Estado capitalista. Participamos resueltamente en esta campaña electoral con la convicción de que la resolución definitiva y duradera para todas las reivindicaciones populares se concretarán con el gobierno de los trabajadores y el pueblo, que expropie a los expropiadores, rompa la sumisión del país al imperialismo e impulse la lucha internacionalista de la clase obrera.

Prensa

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