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INTERNACIONAL

MOVILIZACIONES CONTRA FALLO RACISTA EN EE.UU.

Trayvon Martin

Estados Unidos se despabila quitándose las lagañas y escupiendo sobre el cuerpo de un adolescente negro. Agrio sabor del racismo, el de su garganta reseca. En los ojos de Trayvon Martin, se posan el terror y la historia. Y el deseo de un pueblo que aún no pudo despojarse de sus cadenas.

Hernán Aragón

18 de julio 2013

Trayvon Martin

Estados Unidos se despabila quitándose las lagañas y escupiendo sobre el cuerpo de un adolescente negro. Agrio sabor del racismo, el de su garganta reseca. En los ojos de Trayvon Martin, se posan el terror y la historia. Y el deseo de un pueblo que aún no pudo despojarse de sus cadenas.

La mirada del joven asesinado en 2012 por un vigilador blanco reciente e impunemente absuelto, recorre las bodegas infectas de los barcos esclavistas y los mares blancos de Misisipi o Alabama. El hedor de la muerte y las moscas. El sol abrasador de las plantaciones de algodón, dejando escapar la triste melodía de un gospel.

Trayvon se sienta y mira con asombro a las manifestaciones que por él piden justicia. En su cara aún permanece el terror, el mismo que tuvieron los “chicos de Scottsboro”, ocho adolescentes que en 1931 fueron condenados a muerte bajo el cargo de violar a dos jóvenes blancas, aún cuando éstas terminaran desmintiendo la acusación que ellas mismas habían fabricado.

Allí parado está Trayvon Martin, con sus manitos temblorosas, mirando estupefacto como una muchedumbre rabiosa rodea la cárcel de Scottboro para lincharlos. El país de la democracia, es también el de los linchamientos festivos del Ku Klux Klan y los de tantos buenos cristianos.

El joven Martin se está acostumbrado a despreciar a Lincoln, a confortarse con los cuentos de Twain y se entusiasmarse con la rebelión.

Sus ojos resaltan con el fuego de la revuelta de Los ˜ángeles. Su rostro se ilumina con el chispeo de una soldadora eléctrica de una fábrica de Detroit. En su mirada está la de todos los negros. Los que padecieron en las costas atlánticas de África antes de partir, en alta mar o en los “campamentos de preparación” esclavistas. En todas las víctimas de un capitalismo industrial que supo absorberlos como mano de obra barata para que limpiaran los pisos del gran sueño americano. Está en la pobreza de los ghettos, en los batallones negros de la guerra de Secesión, en los empleos más duros, en las sirvientas lavanderas, en los “Panteras Negras”, en los barrancos de una plantación, en los estudiantes de Kent State asesinados por luchar contra la guerra de Vietnam, en las cárceles y en los prostíbulos. En la voz de todos los mártires, allí está Trayvon, acusando a sus verdugos y prometiendo venganza.

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