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"Que la tortilla se vuelva": comidas de primera y comidas de última en las entrañas del acero

Desde primera hora del día, la cocina abarrotada de heladeras llenas de comidas de las más variadas y ricas, se inunda con el grupo de jóvenes empleados que preparan el almuerzo “Gourmet” y el salón que parece de fiesta… para los administrativos, los jefes y los gerentes. Serán unos 800 comensales, además de las 600 viandas que se reparten entre las oficinas y los supervisores de los talleres de esta enorme ciudad que es la fábrica.

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19 de junio 2014

"Que la tortilla se vuelva": comidas de primera y comidas de última en las entrañas del acero

Desde primera hora del día, la cocina abarrotada de heladeras llenas de comidas de las más variadas y ricas, se inunda con el grupo de jóvenes empleados que preparan el almuerzo “Gourmet” y el salón que parece de fiesta… para los administrativos, los jefes y los gerentes. Serán unos 800 comensales, además de las 600 viandas que se reparten entre las oficinas y los supervisores de los talleres de esta enorme ciudad que es la fábrica.
En total unos 20 empleados somos repartidos en toda la cocina por sectores: ensaladas, parrilla, horneado, sandwichs, fiambrería, carnicería, lácteos, postres, despensa, fajinados, bachas y camioneros que despacharan las viandas. Si te ve masticando la encargada, mañana te suena la chicharra en el molinete y no pasas, te rajan. – Me advierte por lo bajo una compañera “efectiva” de la tercerizada.

Bajo la mirada concentrada del jefe de cocina “el chef”, las 3 encargadas y el gerente, el grupo que trabaja corre de un lado a otro casi sin respirar para llegar a tiempo con los horarios de entrega de las viandas (mientras preparan los menúes del día a rajatabla con las normas de calidad e higiene) y luego presentan El servicio de restaurant en el salón comedor, donde a las 12hs puntuales empezarán a sentarse toda la planta que dirige esta “ciudad”.
Los mismos ayudantes y cocineros que han hecho ejercicio a ritmos desopilantes toda la mañana, se disfrazan ahora de camareros y recepcionistas del salón, y salen al restaurant con la mejor sonrisa dibujada que pueden, intentando ocultar las ojeras de largas horas extras y extenuantes jornadas, tratando de disimular el dolor de espaldas, de rodillas, el hambre y la ¡bronca!. Todo ese trabajo allí, se hace por un salario de hambre y el burócrata delegado es un jefe más del cual hay que cuidarse.

Más allá del lujoso edificio del comedor en el cual pintorescos señores y señoritas degustan el servicio para “paladares refinados”, internándose por las calles de esta industria del acero, que dejan atrás los parques verdes llenos de flores, el paisaje cambia drásticamente. A los márgenes de los imponentes talleres donde están los obreros efectivos de la planta, sobre el barro que dejó la lluvia del día anterior, se levantan las famosas carpas blancas del verano: este es el “comedor” de la Parada, de los contratados que ingresan una vez por año a trabajar a destajo para luego ser descartados.
Acá no hay vidrios espejados para admirar el día con sus parques y flores, ni se pisa sobre laja gris encandilante, ni las mesas son redondas con lindos servilleteros encima. Tampoco las sillas tienen semejante comodidad.
Acá los obreros contratados por 2 meses, con turnos de 12 horas y sin franco (algunos cuentan 10 años de entrar ilusionados con la promesa de que “este año si laburamos bien por ahí quedamos”) para hacer el mantenimiento de los talleres y las maquinas de la planta, pisan sobre tierra, comen sobre un tablón con cabelletes que les hacen de mesa y agradecen encontrar una simple silla de plástico con respaldar donde descansar mejor la columna después del intenso trabajo pesado.
El servicio de comedor dista años luz del de los gerentes y jefes. La comida del primer día se resume a un plato de telgopor con una “alpargata” quemada y dura (milanesa) con un puñado de lechuga negra y tomate pasado. El almuerzo y los postres de lujo, servidos en copas, con opciones saludables, dietéticas, para celíacos o vegetarianos, se tiñen de una imagen rancia cuando uno lo compara con el “danette” o la fruta sucia y desabrida que le dan a los obreros, que lo miran como si fuera un mal chiste y pelean por una segunda vuelta que les aplaque el hambre y les devuelva algo de energía para llegar al final de la jornada de 12 horas: - Si te piden que les sirvas otra vez o les dos postres, lo tenés prohibido. Si se entera la encargada que lo haces, te echan, para eso tienen los kioscos afuera. –
Justamente afuera, a un lateral de cada carpa, está ubicado un estratégico negocio que usura sin vergüenza con el hambre que la misma empresa les hace pasar: allí terminan de saciarse con mezquinos pebetes y sandwichs de milanesa vieja que obtienen a precios desmedidos.
Después de la comida, que desaparece en un abrir y cerrar de ojos de los platos y las mesas, algunos pocos rellenan con mate, y la mayoría se desploma una breve siesta recuperadora (lo que puede recuperarse en 15 o 20 minutos) sobre los tablones, o juntan sillas y se acuestan, o simplemente salen de la carpa y buscan una sombra donde acomodarse el cuerpo sobre el pasto, con el casco tapándoles la cara para que no los queme el sol ni los moleste la luz.
 Quedan hechos hilacha eh! – me dice una compañera mientras los miramos desde lejos sorprendidas. Son 100, 150 desmayados del cansancio en cada una de las 6 carpas. – Imaginate, semejantes grandotes muleando de sol a sol, vienen acá a comer esta porquería que les dan y encima tienen que pagar para llenarse en el kiosco con esta otra porquería. Así no tienen energías para nada. Se desploman un rato y después tienen que seguir a pleno. – Dice otra que interviene la charla con más indignación, y continúa: - Cuando la carpa quede vacía, comemos nosotras, y comemos lo mismo eh! A menos que quieras esperar otra más (las 3 de la tarde) e ir comer al comedor de los jefes con tu encargada al lado. -¡Quedate acá así conocés a las otras chicas de las carpas y los kioscos! Nosotras estamos como ellos, muleando por dos mangos, y acá aunque quedes efectiva nunca estás segura. Podes estar años trabajando como loca, pero un día estuviste un poco más lenta y no les importa, te quedas afuera! La semana pasada echaron una con 3 años de trabajo porque estaba embarazada. No les importa nada. Así que mirá vos, no tenemos nada que perder, capaz este año hay que pudrirla como hicieron el año pasado. – Concluye reflexiva y bastante enojada.
En el kiosco, uno a uno aparecen los contratados y entre los pedidos que les vamos alcanzando, la charla fluye por iniciativa de ellos. Es cierto que el atraso machista explicito prima en algunos, pero son los menos, y ni bien una se le adelanta con amabilidad y firmeza, cambian la mirada, o piden disculpas si las palabras de doble sentido ya las largaron y encaran la charla con aires solidarios: - Si les pagan tan poco, tienen que reclamar chicas, no se dejen pisar. Nosotros el año pasado los asustamos bastante a estos negreros.-
Finalmente, el turno termina y las nuevas nos quedamos a almorzar en la carpa conociendo a las demás compañeras.
Mientras caminamos hacia la salida y vamos mirando el paisaje contrastante, me resuenan las palabras de la encargada que me llevó de un comedor al otro esquivando los cascos amarillos y las ropas teñidas de carbón o grasa: - Chiquita, acá tenés que tratarlos bien policía a estos degenerados, o son capaz de violarte ¿Me escuchaste? Nada de ponerte a hacer amigos o conversar con ellos.- La miro y ensayo una respuesta que se fue completando con la solidaridad de mis compañeras y el respeto de estos trabajadores durante el día: estos “degenerados” y estas “negras chiquitas” podemos hacerte temblar hasta los huesos de miedo si nos hacemos “amigos” y nos organizamos. ¡Somos la clase obrera, somos la muerte del capital!. Por eso aunque nos den comida de cuarta y nos exploten hasta el suspiro, no puede evitar temblar la burguesía cuando nos ven directo a los ojos, tiembla cuando nos ven acercarnos los trabajadores efectivos y los contratados, los hombres y las mujeres. Porque en esa unión está el primer eslabón de la cadena para que, como dice la canción, "la tortilla se vuelva y que los pobres coman pan y los ricos... mierda, mierda".

Simona

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