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Mundo UTA

Suele creerse que en las líneas de colectivos, salvo en algunos pocos casos, la burocracia de UTA manda sin contradicciones. Un grupo de choferes nos cuenta cual es la realidad del gremio y el sentir de los trabajadores.

Hernán Aragón

27 de mayo 2010

Mundo UTA

Suele creerse que en las líneas de colectivos, salvo en algunos pocos casos, la burocracia de UTA manda sin contradicciones. Un grupo de choferes de la zona sur del Gran Buenos Aires nos cuentan cual es la realidad del gremio y el sentir de los trabajadores.

Los chóferes de colectivos son presa de un trabajo alienante, insalubre y por ende, aclaran, “es un mito decir que nuestros salarios son altos”.

El diagrama de recorrido es prácticamente incumplible. Obligados a llegar a término si no quieren perder el descanso, que por convenio es de 15 minutos por hora, van y vienen sin respiro porque los delegados no hacen nada para que el convenio sea respetado. Este ritmo desenfrenado es la causante principal de accidentes.

UTA es uno de los pocos gremios que aún mantiene lo esencial del convenio del ’75. Una conquista que, con el aval de la burocracia, las patronales se encargan de retacear a cada paso. ¿Cómo lo hacen? En vez de tomar más trabajadores para cumplir con las exigencias de una demanda de usuarios creciente, las patronales ofrecen lo que en la jerga se conoce como “dobleteo”. Para redondear un salario que permita un nivel de vida aceptable, los choferes trabajan doble turno. Esas horas que están por fuera del convenio se pagan en negro. En el caso de los trabajadores nuevos no hay elección. Un chofer joven puede llegar a estar hasta 3 meses sin un franco, trabajando 12 horas diarias.

Desde que el transporte está subsidiado, la burocracia se convirtió directamente en socia de las patronales. Gracias a esa flexiblización encubierta, son pocos los chóferes que logran jubilarse. Para quienes lo logran, el promedio de vida no supera más de los 5 años de la edad jubilatoria.
Cuando el subte consiguió las 6 horas por insalubridad, muchos comenzaron a mirar con simpatía lo que se había gestado bajo tierra y la disconformidad con la burocracia se volvió más evidente.

La conducción de UTA tomó nota y mandó a realizar un estudio sobre insalubridad para los colectivos. Pero nunca hicieron públicos los resultados y la lucha por las 6 horas para los choferes quedó solo en una insinuación. 

A medida que avanzaba el proceso del subte, los viejos activistas de UTA comenzaron a ponerse nostálgicos. Cuando la patota de UTA se puso en movimiento, no fueron pocos los que repudiaron su accionar. Este ejemplo tal vez sea ilustrativo: un grupo de activistas habían sido convocados por el gremio para ir a “apoyar” a los de la 60. Cuando llegaron al punto de encuentro descubrieron que la mano venía distinta. “Vamos a cagar a palos a todos esos zurdos”, escucharon decir a un delegado. “¿Cómo van a ir a cagar a palos a tipos que están consiguiendo cosas y que van al frente?”, fue lo único que dijeron, antes de darse media vuelta e irse.

Activistas de distintas líneas llegaron a discutir autoconvocarse en Constitución en apoyo al subte y para contrarrestar a la patota de UTA.

Por más que la burocracia haga todo lo posible para que no surjan sectores de oposición, el malestar hacia la conducción está presente en la mayoría de las líneas urbanas.

Los compañeros afirman que la dirección de UTA está desprestigiada en un amplio sector de la base. Dicen que ese activismo disperso necesita una referencia con la cual confluir, y que un polo del nuevo sindicato del subte, junto a los sectores antiburocráticos de UTA, puede cumplir ese papel si se lo propone.


Un activismo de tradición combativa

La decada del `90 fue un duro golpe para el activismo de UTA. Menem cambia la ley de transporte abriéndole el paso a grandes grupos empresarios como Plaza. En todo este periodo las líneas pequeñas que no podían cumplir con los requisitos comenzaron a caer. Muchas fueron absorbidas por nuevos compradores que, en acuerdo con la conducción del gremio, aprovecharon la ocasión para limpiar a un buen número de activistas.

En esa época la confrontación con la burocracia era común: los trabajadores estaban acostumbrados a lidiar con la patota y la enfrentaban de igual a igual.
A pesar de la derrota noventista, esa tradición combativa continuó en algunas empresas como El Halcón donde los enfrentamientos violentos con la burocracia siguieron siendo un clásico.

Cuentan que en una oportunidad el activismo de El Halcón fue al gremio a dejar su punto de vista. La conducción de UTA los recibió en la puerta con un grupo de barrabravas. Un débil cordón policial separaba a los trabajadores de los matones. El silencio se rompió cuando un activista le dijo a la policía: “Córranse porque si no cobran ustedes también”.

La burocracia tiene política para comprar a los activistas más inquietos, y aunque a veces lo logra, no obstante ello un núcleo de activistas combativos suele recrearse continuamente. Esa es la tradición que la generación intermedia aprendió de los viejos, y esa generación es hoy la encargada de trasmitírselas a los nuevos.


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