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Mundo Obrero

MAFISSA: EXPERIENCIAS DE LA VANGUARDIA OBRERA

Militantes de su clase

“La conciencia no está hecha del mismo material que las vías del ferrocarril”, escribió Trotsky alguna vez. Su frase, como esta nota, no es apta para escépticos ni conformistas. Es la historia de cuatro obreros a quienes el destino de una fábrica y la lucha de clases les cambiaron la vida.

Hernán Aragón

29 de abril 2010

Militantes de su clase

De política ni hablar…

Eran obreros como tantos otros, cargando con la vida rutinaria que impone la producción. Sólo contaban una “intuición” que los llevaba a desconfiar de la burocracia y a compartir una solidaridad de clase elemental.

En el momento del gran conflicto ya se habían convertido en activistas, pero para casi todos, la política era aún un sendero oscuro. El cabezón lo grafica: “cuando me echaron empecé a hablar con compañeros de la facultad que se acercaron. Ellos decían que estaban por los trabajadores, que querían ayudar y hacer el día de mañana un partido de trabajadores. Uno no lo podía entender. Yo les decía: pero a ustedes les pagan para venir a estar acá toda la noche. Después te das cuenta que lo que ellos decían era lo mismo que uno siempre sintió pero por lo que nunca se animó a luchar”.

… a identificarse como clase

La fábrica, con su ritmo infernal, fue martillando su conciencia. La lucha, cuando es abierta, no hace más que sacar a luz las relaciones de clase que día a día se van engendrando. El obrero, que ya acumuló odio suficiente contra las injusticias cotidianas, comienza a identificar quiénes son sus enemigos, y en esa identificación se descubre a sí mismo. 

 “En un principio no te identificás como clase”, dicen a coro. “Nosotros venimos de barrios pobres, y si te identificabas con algo era con la clase baja y nada más”.

Ya en su nuevo trabajo, el pelado nos cuenta: “el otro día un compañero me decía ‘nosotros somos de clase media’. Dónde la viste, le respondo. La clase media no hace el trabajo que hacemos nosotros”.

Militantes sindicales

Aún en los momentos de retroceso existe una vanguardia que, aunque pase desapercibida, es un “activo” invalorable cuando cambia la marea. Ese fue el papel que ellos jugaron.

La situación te va empujando a cambiar: los contratados por el mismo trabajo y cobrando la mitad, los ritmos, la producción en su esplendor y que la guita no te alcanza. Todo te arrastra a decir basta”, explica el gallego. Para el flaco, “la necesidad de organizar a los compañeros va surgiendo inconscientemente”.

Cuentan que la primera pelea fue por recuperar la asamblea. “Tanto insistimos con ella, que al final todo el mundo la quería. Luego, cuando fuimos Comisión Interna hacíamos por lo menos una por semana, y en momentos de conflicto eran casi de domingo a domingo”.

En este tiempo aprenden a enfrentar las maniobras de la patronal y la burocracia, y entender que éstas y el Estado están complotadas contra los trabajadores. “En esa etapa aprendés dónde golpear. Entrabas a una audiencia y ya presentías como estaba la patronal. Sabías que era el momento de golpear. Y así conseguimos triunfos salariales”.

Para el gallego y el flaco la militancia se había convertido en algo natural. “hacíamos horas extras militantes, íbamos temprano y nos quedábamos de sol a sol para poder charlar con los compañeros”.

Pero este proceso no dejó de ser tortuoso. En definitiva, pocas cosas no lo son para la clase obrera. El pelado recuerda: “paré dos semanas y después me fui a mi casa con el retiro. No podía dormir y ni pasar por la puerta de la fábrica. Hasta que un día no aguanté más y me dije: ‘tengo que volver’."

Y volvió”, dice el gallego emocionado. “Estuvo en la toma y cayó preso con nosotros. Esa fue una cuestión de clase porque él ya había conseguido otro laburo”.

Conociendo quién es quién

Todos recuerdan el caso de Pedro, un obrero callado al que todos jodían y por quien nadie hubiese apostado una moneda: “al tipo le tuvimos que abrir la mano para sacarle la gomera. Estaba totalmente radicalizado”.

El mismo caso se dio con otros trabajadores que “hasta el día de hoy dicen que volverían hacer lo mismo”.

El cabezón muestra la otra cara de la moneda: “había algunos que gritaban que querían prender fuego todo, pero a la hora de tomar la fábrica desaparecieron. En este caso, el conflicto también ayudó a identificar quién era cada partido”.

 Portadores de ideas nuevas

Digerir el golpe no fue sencillo. Pero sacaron la conclusión de que si no hubieran luchado como lo hicieron, la derrota hubiera sido antes y más profunda. También asimilaron que esa lucha fue política. Conclusiones fundamentales para no sentirse derrotados moralmente. Y con ese espíritu entraron en otras fábricas para continuar lo que habían comenzado.

 “Después de lo que viviste, cuando entrás en otra fábrica la presión es constante. Vos vas re empacado. ¿Pero cómo hacés para revertir la cabeza del nuevo compañero si éste no pasó por una lucha como la tuya?”, se pregunta el flaco. Él mismo se responde: “entonces empezás a tener política, organizar partidos de fútbol para charlar con los pibes”.

El gallego hace una afirmación: “hay una necesidad objetiva de que alguien se ponga al frente, y los compañeros te van viendo a vos como el indicado. Suele pasar con tipos que ni siquiera son de izquierda, pero que están cansados de la situación que viven”.

Tanto el flaco como el cabezón lo comprobaron. Al poco tiempo de entrar en otras fábricas avanzaron en organizar a los trabajadores.

El pelado cuenta: “cuando entré en esa metalúrgica me dieron una patada en el culo que todavía me duele. Fui a una asamblea y bardeé a todos los delegados. A los dos días no entré más”.

“Cometió todos los errores posibles de una sola vez”, dicen los otros riéndose. “Ahora en este nuevo estoy más tranquilo”, argumenta en defensa propia.
No dejan de salir del asombro con la facilidad que entran sus ideas allí donde existe terreno fértil. “Para muchos pibes son ideas nuevas, que nunca antes habían escuchado”. Motivo suficiente para que ahora, como dice el flaco, “lo único que te lleva a ir a trabajar no sea sólo tu necesidad, sino que tenés que dar vuelta la historia”.
 

Militantes revolucionarios

Con sus palabras, están hablando de la fusión entre la intelectualidad marxista con la vanguardia obrera. Reivindican su experiencia y con la misma intensidad, el aporte que los estudiantes hicieron a su lucha. Los respetan por haber llegado al marxismo por convicción ideológica y por habérselas transmitido a ellos.

Entendí que si no militás estás sin rumbo. No tenés quién te haga avanzar ni vos podés volcarle tus ideas a los demás”, dice el pelado.

El cabezón: “Yo a veces escucho decir a otros. Mirá este boliviano de m…. Y les decís, porqué hablan así. Él labura igual que vos y es más pobre que vos. El trabajador no tiene fronteras, no tienen banderas. Y es verdad, las banderas sólo benefician a los capitalistas. Y los locos se ponen a pensar. Eso me cambió mucho, porque también yo antes pensaba así”.

El gallego: “Yo de chico tenía sensibilidad de izquierda. Encontré en el programa y en la política del partido respuestas más de fondo a lo que yo pensaba”.

El flaco: “La política no me cerraba, a decir verdad no quería involucrarme y ponía resistencia. Después te va sensibilizando descubrir que el obrero tiene historia. Me fui de la fábrica con toda la bronca, pero de esa derrota saqué la conclusión de que tenemos que construir un partido para darle una alternativa a los trabajadores y para poder vencer”.


Regando fuera de la maceta

“… De la derrota nadie aprende, la derrota es decir que la culpa es de éste o de aquél. Hay que aprender de los triunfos, y lo reivindico eso. Porque acá no es como el deporte donde “lo que importa es competir”; acá lo importante es ganar, porque el día que perdiste no jugás más”.

Roberto Pianelli, delegado del nuevo sindicato de trabajadores del subte, de una entrevista en Revista Sudestada.


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