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Comunicados de prensa

Con Claudio Katz, Andrés Romero y Christian Castillo

Más de 150 personas en el debate sobre el libro "El porvenir del socialismo"

Prensa PTS

8 de agosto 2005

Primera ronda de intervenciones

La presentación de Claudio Katz de las tesis de su libro

La charla comenzó con Claudio Katz presentando los ejes de su libro, diciendo que estaba muy contento que esta presentación se hiciese en el IPS y en un debate entre socialistas. Katz fue puntualizando los ejes centrales de cada uno de los cinco capítulos que conforman el trabajo, empezando por señalar que el socialismo no sólo era un objetivo deseable sino posible, y que los obstáculos para la concreción del mismo no son de índole antropológica, como plantean los liberales, sino ideológicos y políticos.
En relación al primer capítulo, resaltó en primer lugar que la perspectiva socialista de la que habla en su libro implica una ruptura con el régimen capitalista vigente y que, por ello, se diferencia de todos los proyectos que se sitúan en los marcos del sistema. A continuación que el libro se planteaba un escenario (cuestión que diferenció de ser un pronóstico político preciso) de comienzo de la transición al socialismo en un país periférico, rescatando como necesidad para la misma los tres pilares que planteó Trotsky para la sociedad soviética a comienzos de los treinta: el plan rector, el mercado como mecanismo de control y la democracia. Al parecer de Katz, esta formulación de Trotsky constituía una síntesis superadora de las perspectivamente planteadas en la década de 1920 por Preobazhensky y Bujarin.
Sobre el segundo capítulo planteó que a su juicio la Unión Soviética y los otros países donde fue expropiado el capitalismo en el siglo XX no constituyeron regímenes socialistas ni mucho menos comunistas, sino sociedades de transición que contuvieron elementos de socialismo, ya que el socialismo sólo puede lograrse con la extensión de la revolución a los países capitalistas más avanzados. Cuestionó a su vez la caracterización de estos estados como “capitalistas de estado” y señaló que la definición trotskista original de la URSS como un “estado obrero degenerado” había sido inicialmente útil pero que no daba cuenta de la consolidación y desarrollo posterior del dominio burocrático, por lo que se inclinaba a denominarlas como “formaciones sociales burocráticas”. Finalmente expresó su visión diferenciada acerca de los avances de la restauración capitalista en Rusia, China, Europa Oriental y Cuba, considerando que en este último país la restauración se encuentra frenada y estamos viviendo aún un proceso de transición al socialismo.
Del tercer capítulo destacó la crítica a los modelos centralizado y descentralizado que fueron implementados en distintos países y diferenció las perspectivas de transición corta o larga, según el proceso revolucionario debutase en un país periférico (como ocurrió en el siglo XX) o en un país imperialista.
En el caso del cuarto capítulo, comentó los cuestionamientos sobre el cálculo, la motivación y la innovación y la posibilidad de la planificación económica realizados por los autores liberales y neoliberales, retomando tanto la crítica interna de Lange como la externa de Dobb.
En cuanto al quinto y último capítulo, están dedicados al modelo político que debería regir en la transición, que Katz denomina de “democracia socialista”. Señalando que piensa este modelo en oposición tanto a la democracia capitalista como al “sistema piramidal de partido único”, dijo que la democracia socialista debía combinar formas de la democracia directa de la tradición consejista o sovietista con las formas de representación y delegación conquistadas por las masas bajo el capitalismo, como el sufragio universal, rigiendo el multipartidismo para aquellos que defiendan las conquistas revolucionarias. Planteó también que, puesto que había sido desechado en el lenguaje político corriente, no veía utilidad en continuar utilizando el término de “dictadura del proletariado”, si bien reconocía la inevitabilidad de regímenes de excepción propios de todo proceso revolucionario.

Intervención de Andrés Romero, de la Revista Herramienta

Andrés Romero, por su parte, también manifestó que saludaba la realización del debate en un emprendimiento de la importancia del IPS. Romero, quien hace unos años publicó el libro “Después del stalinismo”, comenzó planteando la importancia de este debate y del libro de Katz. Señaló su punto de convergencia con muchas de las afirmaciones hechas en él y especialmente la definición que en la ex URSS, China, etc., lo que existían eran relaciones de explotación. Sus divergencias se centraron en dos puntos. Primero en señalar que a diferencia de lo que Katz afirmaba, en estos estados regía plenamente la ley del valor a partir de la existencia y generalización del trabajo asalariado, con la continuidad de la alienación de los trabajadores; y que en ellos con el dominio de una burocracia explotadora el fetichismo de la mercancía propio del capitalismo había sido sustituido por el fetichismo del trabajo, retomando definiciones de Pierre Naville. En segundo lugar, cuestionó el escenario de “transición larga” sostenido en el libro. Planteó el peligro que si ya era un problema pensar el socialismo como una etapa independiente del comunismo, la necesariedad de una transición de varias generaciones podía llevar a una nueva versión de la revolución por etapas. Recordó cómo había sido en un viejo documento relevante para las discusiones en el movimiento trotskista, “¿A dónde vamos?” de Michel Pablo, donde se hablaba de una transición de siglos y cómo esta visión había tenido consecuencias muy negativas. Insistió por último en que este planteo era políticamente errado ya que a su entender había que insistir en que los trabajadores no tenían mucho tiempo para terminar con la dominación imperialista, que esto era una tarea urgente y que en tal sentido debía hacerse hincapié en el pronóstico alternativo de “socialismo o barbarie” planteado por Rosa Luxemburgo. 

Primer intervención de Christian Castillo

Christian Castillo cerró las intervenciones de la primera ronda señalando que la discusión que plantea el libro de Katz expresaba una superación respecto a los debates que habían predominado en estos años, donde la polémica era con autores autonomistas a los cuales antes que nada había que aplicar el “principio de realidad” para cuestionar construcciones teóricas que tomaban como propias afirmaciones a la moda sobre el fin del trabajo, de las naciones estado y de revoluciones que podían hacerse sin tomar el poder, como las que el propio Castillo realizó contra Tony Negri en los artículos que se encuentran publicados en su libro “Estado, Poder & Comunismo”. Destacó los méritos del libro en cuanto a la revalorización de la perspectiva de la planificación democrática de la economía frente a la inevitabilidad del mercado capitalista hoy a la moda. Como primera objeción a lo planteado por Katz, señaló una subestimación en el libro de las inevitables tensiones que se darían en la transición entre la clase trabajadora y las otras clases protagonistas de la alianza revolucionaria, como las que se vivieron en la URSS entre obreros y campesinos, máxime cuando el escenario planteado era el de la transición en un país periférico. En este sentido remarcó que de estas tensiones, agudizadas por la presión económica del mercado mundial y política de las fuerzas contrarrevolucionarias, se deriva la necesidad constante de reforzar la situación de la clase obrera y de su hegemonía sobre el resto de las clases subalternas y, por ello, la actualidad programática que mantiene el concepto de dictadura del proletariado más allá de las maneras en que sea popularizado. Señaló que si reinvindicábamos la perspectiva del comunismo pese a haber sido bastardeada por el stalinismo, no veía por qué debíamos dejar de lado una formulación que era teóricamente precisa. Insistió que en los últimos años hubo un fuerte ataque a la centralidad de la clase trabajadora como sujeto revolucionario, que ha pretendido ser sustituida por la “suma de movimientos sociales”. Cuestionó que una representación basada en el sufragio universal como modelo para la sociedad de transición sea superior a la unidad de democracia política y económica que expresaron los soviets, cuyo sistema de representación se amolda justamente a las necesidades de liderazgo de la clase obrera. Castillo señaló que fue Trotsky quien formuló como norma el “pluripartidismo soviético”, siendo el único dirigente comunista de importancia en plantear en los años ’30 esta perspectiva. El dirigente del PTS polemizó tanto con Katz como con Romero respecto a que la conceptualización de “formaciones burocráticas” para la Unión Soviética, China, los países de Europa Oriental, Cuba, etc., fuese una superación del planteo de Trotsky. Ante la afirmación del libro de Katz que no podía hacerse una misma definición de la inestable burocracia termidoriana que conoció Trotsky y la más estable que se asentó luego de la segunda guerra mundial, señaló que en realidad era útil continuar la analogía histórica que Trotsky hizo entre los bonapartismos de Napoleón y Stalin. Que este último y sus sucesores se valieron de distintos regímenes para mantener el dominio de la burocracia (y efectivamente se hizo relativamente más estable por un período luego de obtener el control de los países del “glacis”), pero no cambió el “tipo de estado”, que siguió siendo “obrero burocrático” hasta el comienzo de la restauración capitalista de los ’90. Un poco del mismo modo, aunque con distinto contenido social, como distintos regímenes expresaron el bonapartismo de contenido capitalista napoleónico, que no fue el mismo como general del Directorio, como miembro principal del Consulado o luego de consagrado emperador. Dijo también que la definición trotskista de estados obreros degenerados y deformados estaba ligada a la perspectiva de la revolución política, una posición que se correspondió con la dinámica que tuvieron los levantamientos antiburocráticos de la posguerra, como el de Berlín de 1953, Hungría y Polonia de 1956, Checoslovaquia en 1968 o Polonia en 1980-82. Cuestionó en particular la afirmación de que “en estos estados no había nada que defender” y la constrastó con la perspectiva que asumieron los levantamientos antiestalinistas. Como ilustración leyó una declaración de los consejos obreros húngaros de 1956 donde se sostenía un programa muy parecido al que había sido formulado originalmente por Trotsky y se condicionaba la legalidad política a la defensa del socialismo. Insistió en la ventaja de esta perspectiva frente a los otros dos tipos de interpretaciones vigentes en el campo antiestalinista: la que ponía el eje en el “totalitarismo soviético” y lo consideraba una nueva forma de explotación del mismo tipo o peor que la capitalista (como variantes como el capitalismo de estado, el colectivismo burocrático o el capitalismo burocrático) y la visión “deutscheriana” que apostaba a la autorreforma de la burocracia. En función de esto, planteó que la importancia política de una nueva definición más allá de un debate de historiadores era si se planteaba un nuevo programa, no sólo frente al pasado, donde ya corrientes trotskistas se habían ilusionado con presionar a la burocracia o con levantar un programa puramente democrático (como la LIT frente a la unificación alemana), sino frente a Cuba. Sobre este país planteó que el libro omite una definición del estado cubano, si es para Katz una formación social burocrática o qué definición, y que hay una visión muy indulgente de la política del castrismo. Castillo culminó diciendo que no quedaba tiempo para desarrollar la discusión, pero que discrepaba con Romero en su visión sobre el papel de la ley del valor en la ex URSS, retomando la afirmación de Mandel de que allí “opera pero no gobierna” las relaciones económicas, entre otros puntos por la inexistencia de un mercado de trabajo.

Segunda ronda de intervenciones

Luego de algunas preguntas e intervenciones del público, tuvo lugar una segunda ronda de intervenciones de los panelistas. Romero se limitó a saludar el debate y a señalar la necesidad de continuarlo.
Katz manifestó que era el debate más preparado de los que había tenido respecto a su libro, y que respondía a su intención de abrir una discusión entre socialistas, que se estaba dando en el marco del respeto mutuo, lo que consideraba una señal de madurez política, respondiendo luego a algunos de los planteos y críticas que le realizaron. Contra Romero señaló que entendía el resquemor que podía causar toda idea de “revolución por etapas”, pero que a su juicio había que prepararse para el escenario peor, es decir, el de una transición larga, ya que si se daba una revolución en un país central los tiempos se acortaban y sus planteos debían ser modificados. Frente a los señalado por Castillo, insistió primer lugar en que él creía que había habido un cambio importante entre el régimen de Stalin de entreguerras y la situación posterior de la burocracia y en este sentido veía que era difícil decir qué tenía de “obrero” el régimen de Brezhnev, de ahí que se inclinaba por un cambio de denominación, pero que eso no llevaba al menos en su caso a sostener una política como la de los capitalistas de estado o los “deutscherianos”. En relación a la dictadura del proletariado, reiteró que era un concepto al que no le veía utilidad en tanto no podía ser planteado abiertamente por las resonancias actuales del término dictadura, muy distintas a los de la época de Marx o la de Lenín y Trotsky. También discutió que en su propuesta de dar importancia al sufragio universal en el estado pos revolucionario se apoyaba en Rosa Luxemburgo quien en relación a las discusiones sobre la disolución o no de la Asamblea Constituyente en Rusia, más allá de quien tuvo razón sobre esta discusión particular, había insistido en la importancia de mantener un cuadro institucional para los momentos de reflujo de la acción de masas. Además, según Katz, en épocas de Lenín y Trotsky sólo regía el sufragio universal masculino en 14 países, por lo que era lógico que estos no le diesen gran importancia, y menos aún en un contexto como el ruso donde se había pasado del zarismo al poder de los soviets. Una situación que se modificó después de la segunda posguerra, con la generalización del sufragio universal, al que los trabajadores ven como una conquista democrática, en numerosos países. Finalmente señaló que según su punto de vista Cuba vive una transición socialista, estando en una situación similar a la de la Unión Soviética antes de 1930, y que lo que había que explicar era por qué se había podido sostener en medio de una gran crisis y con todo en contra a principios de los noventa. También señaló que era falso el esquema de que había masas revolucionarias que eran frenadas por la dirección del PC cubano, que en realidad estaba en general a la izquierda de las masas.
Para terminar el debate, Castillo volvió sobre algunas de las discusiones planteadas. En primer lugar, insistió en que no veía las ventajas del sufragio universal sobre un sistema de representación consejista o soviético. Que justamente la deliberación sobre las grandes opciones económicas y políticas en los lugares de trabajo (o por territorio), aunque no podía ser garantía absoluta, era una tendencia contrarrestante a los momentos de apatía política de las masas. Señaló que las condiciones tecnológicas actuales son infinitamente mejores para generar esta “gimnasia política” deliberativa entre los trabajadores. “¿Qué impediría con los modernos medios de comunicación como la radio, la televisión o internet, organizar en cada fábrica, por ejemplo en la Ford o la General Motors, una discusión bien informada sobre las distintas opciones del plan económico anual y optar por la que decida la mayoría, con delegados que lleven las decisiones de los trabajadores?”, dijo Castillo. Refutó a continuación distintas impugnaciones que retomando argumentos de Max Weber caricaturizan las formas de democracia directa justicando la necesidad de una burocracia política profesional, para polemizar luego nuevamente con la visión de Katz del régimen cubano. Señaló que era justamente el carácter burocrático del mismo, su adopción de la perspectiva stalinista del “socialismo en un solo país”, su apoyo a las represiones stalinistas en Checoslovaquia y Polonia, sus consejos a los sandinistas de “no hacer de Nicaragua una nueva Cuba”, lo que puede llevar a que sectores de las masas sean ganados para la perspectiva restauracionista. Que de los tres pilares que Katz señalaba como claves para la transición socialista en un país periférico, el de la democracia soviética no funcionaba en Cuba y este constituye un gran hándicap para el desarrollo de las tendencias restauracionistas.
Castillo culminó finalmente saludando la franqueza con que se había desarrollado la discusión y planteando que este debate era complementario de una discusión sobre los métodos y la organización necesarias para la llegada de los trabajadores al poder, cuestión que quedó fuera de los alcances de la discusión en esta jornada.

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