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Claves N° 3

ESTADOS UNIDOS

Los trabajadores y la crisis

El huracán Katrina que destruyó Nueva Orleáns en 2006 desnudó una sociedad donde se margina a millones de pobres, entre los que afroamericanos y latinos son una desproporcionada mayoría.

Celeste Murillo

29 de mayo 2008

Postal de crisis

En 2007, las ejecuciones hipotecarias aumentaron un 57% (después de aumentar un 42% en 2006). Este porcentaje significa miles de nuevos “sin techo”, que se mudan con parientes y amigos, o viven en sus automóviles en el peor de los casos. Los primeros meses de la crisis han creado un nuevo paisaje en ciudades hasta ayer muy cotizadas como San Francisco: casas vacías, abandonadas por sus dueños que ya no pueden pagar las cuotas o han sido desalojados. Recientemente el Senado ha votado un plan de ayuda de 300.000 millones en nuevos préstamos hipotecarios2.

Ante esta catástrofe económica de fin incierto el establishment político de republicanos y demócratas responde a los intereses de las grandes empresas y bancos, como lo demuestra la inyección de más de 780.000 millones de dólares3 de la Reserva Federal para generar liquidez en el mercado, que no es más ni menos que un enorme salvavidas para los que amasaron millonarias ganancias en las últimas décadas.

Mientras tanto, se calcula que 28 millones de personas van a necesitar vales de comida, el aumento más significativo desde la década de 1960. Las hipotecas siderales, el desempleo y el alza de los precios de los alimentos hacen que muchos trabajadores, a pesar de tener un empelo, dependan de la ayuda estatal.

En este escenario, a pesar de que muchos, entre ellos varios gobiernos latinoamericanos, siembran expectativas de que un futuro gobierno demócrata manejará la crisis de una forma mas “progresista”, ambos partidos se disponen a descargar la crisis sobre los trabajadores y el pueblo.

Cicatrices de neoliberalismo

La salida que le dio burguesía a la crisis abierta tras el fin del boom de la posguerra, culminó en un enorme retroceso de la clase obrera a nivel internacional. La ofensiva patronal liderada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher tuvo un importante epicentro en EE.UU.. Aunque al comienzo de los años 1970 la burocracia de la central sindical AFL-CIO realizó varias acciones presionada por la base obrera, a medida que se profundizaba la crisis, la colaboración entre la dirección de los sindicatos y las empresas aumentó. El punto de inflexión llegó con la derrota de la huelga de los controladores aéreos en 1981, que fue utilizada por Reagan como punto de apoyo para lanzar su ataque a las conquistas obreras. A partir de ese momento, se multiplicaron importantes derrotas que debilitaron la fuerza de la clase obrera, fragmentando y dividiendo sus filas. Hoy, después de más de dos décadas de neoliberalismo, gobiernos demócratas y republicanos, el nivel de sindicalización se encuentra en su nivel mínimo, cerca del 10%. Y aunque los dos mandatos de Bush significaron una profundización de las malas condiciones, despidos masivos y un saqueo del salario obrero, los dos mandatos del demócrata Bill Clinton no se quedaron atrás en recortes de gasto público, creación de empleo basura y destrucción de programas sociales.

Una clase obrera divida y fragmentada

Las últimas décadas significaron una gran fragmentación en las filas obreras: entre trabajadores de primera y de segunda, precarizados, temporales y part-time. Además existen importantes divisiones étnicas y raciales, explotadas por la patronal y la burocracia que alientan los fuertes prejuicios racistas entre los obreros blancos principalmente, y también las tensiones entre afroamericanos y latinos. Sumado a esto, las mujeres y la juventud siguen siendo sectores postergados del proletariado norteamericano.

La clase obrera estadounidense es una poderosa fuerza social de más de 140.000.0004 de personas. Sin embargo, la fragmentación y el debilitamiento de sus organizaciones, han diluido su peso político, reduciéndolo a la participación en las elecciones dentro del sistema bipartidista (donde sólo participa un sector de los trabajadores). Aunque el Partido Demócrata fue su representación política histórica, desde la década de 1980 una parte importante ha girado hacia el Partido Republicano.

Centros industriales como Detroit, sede de las fábricas automotrices, son hoy ciudades empobrecidas, ya que un gran número de empresas de se han mudado al exterior en busca de mano de obra barata y a los “estados libres” dentro de EE.UU.. En esos estados la patronal tiene más “facilidades” para boicotear los sindicatos o prohibirlos, como hace uno de los principales empleadores estadounidenses: la cadena de supermercados Wal-Mart, ícono de la destrucción de las conquistas obreras.

El “modelo Wal-Mart” 5 presiona a la baja de salarios, como sucede en la industria automotriz, donde los bajos salarios de la autopartista Dana bajaron la “vara” que compartían con “Las Tres Grandes”, General Motors, Ford y Chrysler. Cuando el sindicato UAW negoció la rebaja y la doble escala salarial (los nuevos trabajadores ingresan con salarios menores y sin seguro médico), “Las Tres Grandes” exigieron lo mismo. Esto, junto al deterioro estructural de la industria automotriz6 está causando estragos en los sectores más concentrados de la clase obrera.

Es sobre este retroceso de la clase obrera (y la explotación de las semicolonias) que se edifica la democracia imperialista. La productividad de la que se jacta la economía del país más poderoso del mundo se apoya justamente en una mayor explotación: más horas de trabajos por un salario menor. Un obrero estadounidense con un empleo de tiempo completo trabajó 46,2 semanas en 2004, 10,2 semanas más que un obrero sueco; y mientras en Europa existe un tiempo mínimo de vacaciones anuales (4 semanas) para un trabajador en blanco, en EE.UU. depende de la voluntad de las empresas. Tampoco existe en EE.UU. nada parecido a la licencia por maternidad para las mujeres trabajadoras, por poner sólo un ejemplo de las conquistas liquidadas durante las décadas neoliberales7.

Como señalamos más arriba, aunque esta ofensiva fue emprendida por ambos partidos, es una realidad que los dos mandatos de Bush han significado una consolidación de la estructura legal y económica anti-obrera, multiplicando la cantidad de pobres y beneficiando a los ricos con recortes impositivos.

La división entre trabajadores de primera y de segunda se combinan las divisiones étnicas y raciales que mencionamos, por ejemplo un trabajador afroamericano cobra el 70% del salario de un obrero blanco por hacer el mismo trabajo. A esta brecha se suma también la división con los trabajadores latinos (más difícil de calcular por la enorme precarización y los trabajadores ilegales). Sin embargo, se puede observar esta brecha respecto a los niveles de pobreza entre los trabajadores. Aunque son minoría en la población total y en la fuerza laboral, las personas pobres latinas (21.9%) y afroamericanas (24.7%) son más del doble que las blancas (10.8%)8.

Empresarios más ricos y trabajadores más pobres

En el marco de esta ofensiva patronal, la concentración de la riqueza creció sostenidamente: lo perdido por los trabajadores no sólo no se recuperó, sino que la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande.

Desde 1979 el ingreso del 5% más rico creció aproximadamente un 42%, mientras que el del 80% más pobre sólo aumentó un 10%9 (ver gráfico).

En la tierra de las oportunidades es cada vez más evidente que estas son para unos pocos: entre 1992 y 2005 un CEO promedio vio engordar su recibo de sueldo un 186.2%, mientras un trabajador medio sólo tuvo un aumento salarial del 7.2%, es decir, que en 2005 un ejecutivo ganó 262 veces más que un trabajador10.

La contracara de este fenómeno fue la pauperización de amplias franjas de la clase trabajadora. Aunque la economía norteamericana aumentó su productividad en un 67% desde 1979, el salario medio de un trabajador creció un 8.9% (y el 7.7% de ese crecimiento se dio sólo entre 1995 y 2000)11. Los aumentos del ingreso durante los últimos años corresponden a un incremento en las horas de trabajo, y no a salarios más altos, y el crecimiento del consumo se debió en gran parte al enorme endeudamiento de las familias trabajadoras, que enfrentan hoy sus deudas con viviendas devaluadas y un mayor desempleo.

Los latinos

La incorporación de los latinos a la fuerza de trabajo ha sido significativa, siendo casi 20 millones de trabajadores inmigrantes (en su mayoría latinos): cerca del 15% de la fuerza laboral. A pesar de que los latinos tienen los peores puestos y salarios más bajos (junto a las mujeres y los afroamericanos), son parte importante de las tendencias a la recuperación de la organización sindical en los lugares de trabajo.

Que uno de los sindicatos más importantes hoy sea SEIU-HERE (servicios, limpieza, gastronomía y restaurantes) con 2 millones de afiliados, dos tercio de ellos inmigrantes latinos, habla de este fenómeno. Este proceso ya se venía mostrando hace algunos unos años, cuando los latinos participaron de luchas defensivas a pesar de las dificultades para organizarse, y en las manifestaciones anti-guerra, sumando el apoyo de su comunidad, especialmente de jóvenes hijos de inmigrantes (nacidos en EE.UU.) que fueron un sector muy movilizado contra las leyes antiimigratorias en 2006.

Como parte de la clase obrera los latinos muestran una tendencia, aunque pequeña, alentadora para el conjunto de los trabajadores. Aun en medio de un clima hostil hacia los latinos en general y los indocumentados en particular, son una parte importante de los nuevos sectores organizados: en nuevos sindicatos, en los ya existentes o luchando junto a sus comunidades. Además de su peso económico, es importante también su participación sindical: cerca de 2 millones, más del 10% de la clase obrera sindicalizada, a pesar de las redadas, arrestos y deportaciones. A pesar de la política históricamente xenófoba de los sindicatos, 1 de cada 10 trabajadores sindicalizados es inmigrante. Sin soslayar el problema de la baja sindicalización, la creciente participación sindical latina es alentadora ya que representa una gran porción de los sectores jóvenes de la clase obrera, que no arrastran décadas de traiciones y derrotas, y que con su acción pueden revitalizar su lucha.

Un pequeño ejemplo de esta tendencia fue la huelga en la procesadora de carne de cerdo Smithfield Foods (una de las más grandes del mundo con 5.500 trabajadores, con mayoría de afroamericanos y latinos) en 2007, contra la intimidación racista hacia los trabajadores y por el reconocimiento de su sindicato UFCW. Los trabajadores pelearon juntos, defendiendo a sus compañeros indocumentados y fueron más allá de las tibias acciones del sindicato para defender su organización del sabotaje patronal, apuntando a una conquista del conjunto de los trabajadores de la planta.

Sin embargo, hay que señalar que mientras persisten los prejuicios racistas de gran parte de la clase obrera, la burguesía y especialmente el partido Republicano y sectores conservadores han venido desplegando una importante iniciativa política dentro de la comunidad latina. Muestra de ello fue el impresionante despliegue del gobierno y los republicanos con la reciente visita del Papa Ratzinger, organizando un acto con más de 60.000 personas, con mayoría aplastante latina, en Nueva York. No está de más recordar que la Iglesia Católica, aunque todavía minoritaria, ya jugaba un importante rol en el heterogéneo movimiento de inmigrantes en 2006, alentando divisiones y desviando el proceso al callejón sin salida del debate parlamentario.

No sólo un sector importante de latinos residentes votaron por los republicanos en las últimas elecciones presidenciales (aumentando respecto al año 2000), sino también ha ganado una importante base por la propuesta de Bush del programa de “trabajadores huéspedes”.

Es que los sectores más sensatos de la burguesía imperialista ven en los latinos, incluso en los ilegales, una fuente enorme de mano de obra barata y sin ningún tipo de derechos. Esto explica el rechazo a las duras leyes antiinmigratorias y el extraño “apoyo” de la Cámara de Comercio estadounidense a la legalización de los indocumentados (por supuesto una legalización “hecha a medida”). En el mismo sentido va la participación de sectores de la burocracia sindical en el movimiento de inmigrantes, ya que los latinos conforman una fuerza social de peso en sectores económicos importantes. Aun cuando la burocracia es uno de los principales fogoneros del chauvinismo norteamericano y del silencio cómplice frente a los maltratos y las persecuciones, se ha visto obligada a sumarse de alguna forma a la exigencia del derecho democrático mínimo de la legalización.

Frente a esta realidad es acuciante una respuesta obrera. De lo contrario, se reproducirán fenómenos aberrantes como el apoyo de afroamericanos a las políticas contra los inmigrantes, seguirán creciendo las divisiones y los sectores más rancios ganarán la pulseada por este importante sector, legalizando la esclavitud moderna y debilitando así la lucha de todos los trabajadores. Contrariamente a los prejuicios racistas, los trabajadores blancos tienen en los inmigrantes y los sectores más explotados a sus mejores aliados para fortalecer a la clase obrera de conjunto y preparar su lucha para enfrentar las consecuencias de una crisis que ya comenzó a a pesar de las grandes dificultades para organizarse golpear a los más pobres.


La burocracia de la AFL-CIO

La AFL-CIO surgió en 1955 de la unión de la tradicional AFL (American Federation Labor) y el CIO (Congress of Industrial Organizations) creada en 1932 con un perfil más combativo en sus inicios.

En agosto de 2005 se produjo la primera división importante, con la retirada de los sindicatos de Camioneros, Hoteleros y Gastronómicos, Supermercados y Empleados de Servicios, que conformaron la Coalición “Change to Win” (Cambiar para ganar).

La división se dio alrededor de la guerra en Irak y, sobre todo, de la política de organización de nuevos sectores impulsado por “Change to Win” que exige dar mayor peso a los nuevos sectores para ganar peso de negociación. Sin embargo, la nueva coalición no ha significado ninguna alternativa, así lo demostró su posición frente a las leyes antiimigratorias (que afectan a un gran sector de estos sindicatos), ni tampoco han planteado una política independiente de los trabajadores. Como la AFL-CIO, “Change to Win” respalda al Partido Demócrata en las elecciones, algunos por Obama y otros por Clinton. A fines de los años 1970 sólo el 22% de los trabajadores estaba afiliado a un sindicato, luego de haber alcanzado el máximo histórico de 36% en 1953.

La clase obrera industrial, tan nombrada en las elecciones internas del Partido Demócrata, ha visto cómo la burocracia sindical ha entregado todas y cada una de sus conquistas. La política conciliadora de la burocracia ha debilitado a los sindicatos como organizaciones de lucha y sus dirigentes se transformaron en portavoces directos de la patronal.

El ejemplo más reciente fue la traición abierta del UAW (sindicato de obreros automotrices) en septiembre de 2007. Por primera vez desde 1976, 73.000 obreros y obreras de las 82 plantas estadounidenses de General Motors realizaron la primera huelga nacional contra la empresa. Dos días después, los dirigentes la levantaron, diciendo que había que hacer algunas concesiones porque “si gana la empresa, ganamos todos”. De la misma forma acordó con Ford y Chrysler, otorgando así a las “Las Tres Grandes” automotrices lo que exigían: recortes salariales y seguro médico, suspensiones y retiros voluntarios “para competir mejor”. Hace sólo unos días, entregó la larga lucha de los obreros de la autopartista American Axle (subsidiaria de General Motors) que paralizaron la fábrica desde febrero (afectando la producción nacional e internacional) contra el recorte salarial del 50%. En medio de esta enorme crisis, cuando se han eliminado puestos de trabajo durante cuatro meses consecutivos, la burocracia amenaza a los obreros que quieren luchar con el fantasma de las deslocalizaciones y los despidos, acusándolos de hacer peligrar la fuente de trabajo de sus compañeros.


Estados Unidos antes de la crisis (*)

304.000.000 población total

51.7 millones vivían en la pobreza

35 millones pasaron hambre (entre ellas 13 millones de niños y niñas)

45 millones no tenían seguro médico (no existe la salud pública)


Fuerza laboral (**)

158.757.000 Fuerza laboral total

141.131.000 Ocupados

5.200.000 Subocupados

7.626.000 Desocupados

4.800.000 Ya no buscan trabajo

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