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Lucha de Clases N° 5

Los obreros de la construcción y la huelga general de 1936

Durante la década de 1930 tuvo lugar un nuevo ascenso de lucha de la clase obrera argentina. Su punto culminante fueron la gran huelga de 96 días de los obreros de la construcción, y la huelga general del 7 y 8 enero de 1936. La prensa de época compararía su grado de radicalidad con lo sucedido durante la Semana Trágica de 1919.

4 de septiembre 2008

Durante la década de 1930 tuvo lugar un nuevo ascenso de lucha de la clase obrera argentina. Su punto culminante fueron la gran huelga de 96 días de los obreros de la construcción, y la huelga general del 7 y 8 enero de 1936. La prensa de época compararía su grado de radicalidad con lo sucedido durante la Semana Trágica de 1919.

Esta huelga marcó el ascenso de un nuevo proletariado industrial y el surgimiento de los sindicatos por rama de la industria.

La “Década infame” y el crecimiento del proletariado industrial

La crisis del crack financiero de 1929 había dañado gravemente a la economía nacional. Luego de haber agudizado la semi colonización del país a través del Pacto Roca – Runciman, la oligarquía terrateniente buscaba salir del estancamiento general tomando una serie de medidas “proteccionistas” que limitaran las importaciones. Se marchaba a un proceso de industrialización limitada (o seudo industrialización, de acuerdo al término utilizado por el historiador Milcíades Peña) dando lugar al desarrollo de un mercado interno y de una nueva industria de bienes de consumo (sustitución de importaciones).

Tales cambios se originan a partir de 1933 bajo el gobierno de Justo, llegado a la presidencia con el fraude electoral (con el Radicalismo proscrito y con el aval del Partido Socialista que, no obstante ello, se presenta a elecciones).

De esta manera, el crecimiento industrial se producía bajo un régimen fraudulento, represivo y políticamente excluyente de los sectores populares.

Buenos Aires se convierte en un punto de atracción para una masa de migrantes internos que acuden a la ciudad en busca de trabajo, y la Capital Federal pasa a ser el lugar de mayor concentración de obreros industriales: 216.000, representando un 54,8% del total del país.
Al inaugurar un ciclo de luchas, este nuevo tipo de obrero, el proletariado industrial comienza a cobrar una gran importancia al punto tal de modificar la composición de la clase obrera.

Es en la construcción y en la industria de materiales donde el desarrollo se hace más notable. Diez empresas multinacionales dominan el rubro, siete de ellas de capital alemán. En la lista figura la Compañía General de Construcciones y la Siemens Baunion, cuyas vinculaciones con el régimen Nazi eran por todos conocidas.

Añorando los campos de concentración de su patria, las obras en construcción tratan de emularlos. 11 horas promedio, y hasta en algunos casos 14, pésimas condiciones de seguridad y salarios paupérrimos, conforman la realidad del obrero.

El derrumbe en un obraje del barrio de Belgrano, con el saldo de víctimas fatales, detona una bronca que a esta altura era prácticamente incontenible.

La influencia Comunista

La CGT de orientación sindicalista, ocupada en brindar su apoyo al gobierno, no mostraba interés en organizar a los obreros industriales. Pero a la vez, era difícil que la práctica mesurada y conciliatoria de ésta encontrara eco en un sector donde los conflictos se daban en la ilegalidad y sobresalían por su carácter violento.

El Estado de sitio, impuesto por Justo, se lanzaba a la cacería de los sectores combativos, entre quienes figuran los anarquistas y el Partido Comunista (PC).

A pesar de ser declarado ilegal, prohibido sus actos y metódicamente allanados sus locales, el PC despliega un arduo trabajo fabril y llega a dirigir huelgas como la de los petroleros de Comodoro Rivadavia, la Federación Obrera de la Industria de la Carne (FOIC), ambas en 1932, o las del calzado y textiles años más tarde.

Su influencia está también en la industria de la construcción, donde siempre había tenido presencia el anarquismo. ¿Qué tipo de organización hacía falta?, fue el debate generado y prontamente resuelto a favor de los comunistas.

Nostálgicos de aquel proletariado artesanal que ya no volverá, los anarquistas se empeñan en mantener los pequeños sindicatos por oficios. El uso extensivo del hormigón armado y la introducción de la arquitectura racionalista hacía avanzar la industrialización del proceso de trabajo liquidando los viejos oficios. Y es el PC quien mejor interpreta estos cambios e impulsa una nueva organización masiva que agrupará a todos los trabajadores de la rama en un solo sindicato. En febrero de 1935 se forma el Sindicato de Obreros Albañiles, Cemento Armado y Afines, cuyo rol en la huelga de la construcción que se acerca, será decisivo.

Los obreros lanzan la huelga

El 22 de Julio de 1935, a iniciativa del sindicato de Pintores, se constituye la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción (FOSC) (uno de sus máximos dirigentes fue el militante comunista Fioravantti).
Tres meses más tarde, luego del fatídico accidente de la obra de Belgrano, una asamblea convocada por la FOSC nombra un comité de huelga. La huelga sería declarada si los patrones no aceptan reconocer al sindicato, aumentar los salarios, poner tope a las horas de trabajo y otorgar condiciones de seguridad.

El 23 de octubre, los obreros de las principales empresas constructoras ya están de paro. El 15 de noviembre, los huelguistas realizan una segunda asamblea en el Luna Park. Colmada sus instalaciones, allí se vota la huelga general para todas las ramas de la construcción: “En el Luna Park está la cara de la huelga. Es la cara firme, recia, curtida de un obrero, de cualquiera de los treinta, cincuenta, sesenta mil que semana a semana han colmado la capacidad inmensa del estadio.(...) Hay sed de leer todo lo que pueda decir una palabra nueva de la huelga (...) De estas asambleas se sale conteniendo un grito de loco entusiasmo, se sale dispuesto a vencer (...)”

El incesante ruido se ha detenido: la construcción queda paralizada en la Ciudad de Buenos Aires y alrededores, e incluso la huelga se extiende a Montevideo.

Nadie está dispuesto a ceder

La situación es indudablemente grave e invade a las esferas de un gobierno en turbulencia.

El estudiantado, parte del cual fue base del golpe de Estado de 1930, se ha pasado a la oposición y se encuentra movilizado (sectores de estudiantes apoyan a los obreros).

El sistema del fraude electoral suma cada día una nueva voz de desaprobación, mientras el sentimiento antiimperialista, dirigido contra el monopolio del transporte, empapa a la población. Los conservadores vienen de sufrir un revés en las elecciones parlamentarias de la Capital en 1934. Ahora el descontento amenaza volcarse a las calles.

Así las cosas, el Departamento Nacional de Trabajo (DNT) se propone mediar y llama a las partes a emprender la negociación. Una negociación que no podrá ser, pues las patronales inflexibles la impiden: “no reconocemos, ni reconoceremos la personería del sindicato (…) no pudiendo mantener relaciones de ninguna clase con una entidad anónima, y repetimos, irresponsable (…)”.

A un mes de iniciado el conflicto, ya hay 60 huelguistas presos en Devoto. No obstante, día tras día nuevos y masivos piquetes de obreros controlan que no se retome el trabajo, desbaratando los intentos de los rompehuelgas.

La huelga también permanece inflexible, pero ella ya no pertenece sólo a los obreros de la construcción. La efervescencia se ha vuelto contagiosa.

La solidaridad está en los barrios

La ciudad fue ensanchando sus márgenes con el despegue de la obra pública y de la industria incipiente. Zonas alejadas, donde solía haber fincas o unas pocas casas alrededor de las estaciones de tren, cambian su fisonomía por la del típico barrio porteño periférico, que se conecta con el centro a través de la conversión de los antiguos caminos en las actuales avenidas principales.

La expansión se produce fundamentalmente en el oeste, noroeste y norte de la Capital. Sumándose a trabajadores de oficios varios, de pobres urbanos y pequeños comerciantes, se instalan en ellos los trabajadores de la construcción empleados en obras como el entubamiento del arroyo Maldonado, la extensión del subte u otras. Estos barrios tendrán una fuerte composición obrera y serán el epicentro de las acciones.

El compromiso se vuelve irresistible: en cada barrio se forma un comité de solidaridad.

Los colectiveros (mayoritariamente pequeños propietarios) resuelven trasladar gratis a los obreros en lucha, se realizan fiestas para juntar fondos y los comerciantes donan alimentos. El sindicato de Albañiles organiza comedores para los huelguistas en V. Urquiza, Devoto, Liniers y Mataderos. Se realizaron actos públicos y se llenan las calles de afiches explicando los motivos de la huelga.

Pero el hecho más significativo sucede el 7 de diciembre: con la participación de 68 organizaciones gremiales, se constituye el Comité de Defensa y Solidaridad con los obreros de la construcción. La dirección del Comité está en manos de Matteo Fossa, dirigente del sindicato de la madera, cuya huelga, un año atrás, había logrado atraer a un importante movimiento de solidaridad.

A dos semanas de constituirse, el Comité convoca un acto en Plaza Once al que concurren, según los organizadores, 100.000 personas.

“Yo no he visto ningún movimiento que haya tenido una solidaridad como ésta. Se acabó la huelga y los chicos están tristes porque comían mejor durante la huelga que ahora que trabajo”, comenta un trabajador, al final del conflicto, dando cuenta de la dimensión alcanzada.

Una extraordinaria lección

A comienzos de enero de 1936, los patrones, manteniendo firme la decisión de no reconocer al sindicato, lanzan un ultimátum intimando a los obreros a regresar al trabajo. A cambio, sólo ofrecen un leve aumento de sueldos.

La respuesta la da el Comité de Solidaridad: en asamblea y por entera unanimidad, declara la huelga general para el 7 de enero.
El Estado y sus fuerzas represivas están preparados para actuar. Al comenzar la huelga, son apresados los dirigentes del Comité, clausurados los locales y los comedores. Sin embargo, el golpe no inhibe al movimiento y la huelga continúa desde la ilegalidad.

Ya en las primeras horas del 7, en la zona de los barrios ante mencionada, comienzan las movilizaciones y los choques callejeros. La mayor cantidad de acciones suceden en Paternal y Villa del Parque.
La violencia se multiplica; las masas volcadas a las calles, incendian y destruyen todo transporte que no ha cumplido con la orden del paro. Los enfrentamientos no cesan y finalmente la policía debe retirarse. En el transcurso del día, los manifestantes se han adueñado de una parte de la ciudad.

Los miembros del Comité que no han sido apresados, llaman a continuar la huelga un día más por la libertad de los presos y en repudio a la represión. Se le pide a la CGT Independencia (Ver 1935 “La ruptura...”) que apoye, y al gobierno que obligue a la patronal a reconocer las justas aspiraciones de los obreros. La huelga continúa hasta que el comité decide darla por terminada.

Luego de tan inmensa manifestación solidaria, los obreros de la construcción están más firmes que nunca.

Finalmente, el presidente Justo interviene instando a las empresas a dar una solución. Obligadas a retroceder, éstas mejoran la oferta salarial aunque se niegan a firmar el reconocimiento del sindicato.
El 23 de enero una asamblea en el Luna Park aprueba las condiciones del acuerdo dando por terminado el conflicto. Las Organizaciones patronales, tuvieron que aceptar de hecho la existencia del Sindicato y la FOSC.

Conclusiones

La huelga de enero del ’36 ponía de manifiesto el peso social conquistado por la clase obrera. Su acción había significado un golpe duro para el régimen de la Concordancia y la posibilidad para los trabajadores de conquistar mayores derechos laborales y avanzar en un nuevo modo de organización sindical.

El triunfo logrado por los obreros de la construcción ayudaba a generalizar la formación de sindicatos por industria y a extender la sindicalización (en junio de 1936, se creaba la Federación Obrera Nacional de la Construcción [FONC] que llegaría a transformarse en la segunda organización sindical de Argentina).

También la huelga del ’36 marcaba un ascenso en la lucha de clases, que sólo será interrumpido por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial.

En aquellas jornadas del 7 y 8 de enero, cuyo preludio fue el conflicto de los obreros de la construcción por salario y reconocimiento del sindicato, se produce un ascenso de lucha económica a lucha política contra el régimen represivo. La huelga por solidaridad es su fiel demostración, como también lo es el grado de radicalización alcanzado.

A través de su organización y preparación, la clase obrera se convierte, en esos días, en dirigente de los sectores populares que participan en las acciones. Si bien en estas acciones pueden encontrarse elementos de espontaneidad, es el Comité de Solidaridad (organismo netamente obrero) es quien marca el inicio y final de la lucha.

La centralidad obrera está dada no solo por su programa sino por los métodos de lucha desplegados: huelga, piquetes, mítines, organización de la solidaridad, lucha callejera. Todos estos componentes dramáticos, conformaron una acción de masas donde incluso se esbozaron elementos de lucha directa entre las clases (enfrentamiento con las fuerzas represivas).

En un plano más general, el peso conquistado por la clase obrera en la arena nacional obligará a la burguesía a introducir un sistema de relaciones laborales que contemple la nueva relación de fuerzas. Pero aquí se producía una paradoja. Si bien el proletariado aparece en la vida política del país como un actor que ya nadie podrá obviar, sus distintas fracciones dirigentes (Partido Comunista, Sindicalistas) van a abortar su emergencia como clase políticamente independiente.

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