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Lear, y mi oficio de escritora y de obrera

Escribo. No sé si mal o bien, pero lo hago, hace mucho tiempo. Uno se va fogueando de a poco, se va enamorando de las palabras, las elige cada vez con más cuidado, las combina, les busca sinónimos, metáforas. Las trabaja. Uno se va convirtiendo en artesano, en obrero de las palabras. Parecieran siempre elegidas al azar, pero no, hay una acción sobre ellas, una labor, casi invisible. Nunca el que gusta de este oficio deja nada sin pulir. Aunque más no sea inconscientemente. Un torno moldea los verbos y las metáforas, cual si fueran piezas de acero.

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21 de julio 2014

Lear, y mi oficio de escritora y de obrera

Escribo. No sé si mal o bien, pero lo hago, hace mucho tiempo. Uno se va fogueando de a poco, se va enamorando de las palabras, las elige cada vez con más cuidado, las combina, les busca sinónimos, metáforas. Las trabaja. Uno se va convirtiendo en artesano, en obrero de las palabras. Parecieran siempre elegidas al azar, pero no, hay una acción sobre ellas, una labor, casi invisible. Nunca el que gusta de este oficio deja nada sin pulir. Aunque más no sea inconscientemente. Un torno moldea los verbos y las metáforas, cual si fueran piezas de acero.
Hace días que me da vueltas en la cabeza un tema, algo sobre lo que quiero escribir, pero así como viene, se me va. Pero vuelve. Es una imagen que vuelve. Me acompaña cuando tomo el tren a la madrugada, cuando paso la tarjeta magnética en la entrada de la fábrica, cuando trabajo, cuando un botón verde enciende el mundo a las 6 de la mañana y a las 14:00, uno rojo, lo apaga.
Con las imágenes también trabaja el escritor, el que gusta de este oficio. Instantáneas, selfies, como le dicen ahora. Me pregunto qué pasa cuando creemos difícil, casi imposible, amalgamar dos sustantivos, o dos imágenes. El oficio de escribir es magia pura, nada debería ser imposible. Pero en este caso, me cuesta encontrar el nexo. Hay una expresión: “alambre de púas”. Y hay una palabra, expresiva, noble por naturaleza, que pronunciada en cualquier idioma es música. La palabra es “trabajadores”.
Pienso y pienso, y no hay contexto posible para ubicarlas juntas, o sí lo hay, pero no se condice con el concepto de libertad, de justicia ni de derechos humanos. Ni con algo tan simple como una parada de colectivo a las 5 de la mañana, ni con un mate cocido que te convidan en el lugar donde los obreros resisten. No se condice con la fogata para pasar el frío, la pava calentándose y la olla donde se cocinan los últimos centavos.
Alambres de púas y trabajadores es una imagen que no se puede concebir. El estado de sitio permanente en una fábrica no se puede concebir. El secuestro, el engaño, el atropello sindical, que los trabajadores estén afuera, pasando frío y los milicos adentro, no se puede concebir. Tampoco la impunidad con que se manejan las multinacionales ante la justicia argentina, y mucho menos que un gobierno que se decía defensor de los derechos humanos y repudiaba los despidos, ahora avale semejantes arbitrariedades del SMATA traidor, pudrición de la burocracia sindical. Nada, pero nada de esto se puede concebir.
Los alambres de púas tienen que desaparecer y con ellos, el miedo a las amenazas de las patotas traidoras a la clase obrera.
Los obreros adentro, en las máquinas, en las líneas. ¡Los milicos afuera, carajo! Purgando la vergüenza de ser los malditos represores y perros guardianes del Estado. Esta es la única imagen que mi oficio me permite concebir, el de escritora, y el de obrera.

TRABAJADORES DE LEAR TODOS ADENTRO
¡LOS DESPIDOS Y SUSPENSIONES, NO PASAR˜áN!

Carina, obrera de la alimentación

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