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La jornada laboral del Bicentenario

La Argentina ostenta sin presunción y sin gloria el pergamino de ser uno de los países del mundo donde más horas se trabaja.
Un estudio elaborado por La Unión de Bancos Suizos (UBS), de noviembre de 2009, afirma que “en la ciudad de Buenos Aires, un trabajador promedio dedica unas 2.033 horas anuales a sus obligaciones laborales y disfruta de 18 días hábiles de vacaciones pagas. Esto es, por cada 113 horas trabajadas recibe a cambio un día hábil de descanso”. Hace un año atrás Buenos Aires era superada nada más que por nueve ciudades del mundo y sólo por México y Chile en el continente americano.

Hernán Aragón

8 de abril 2010

por Hernán Aragón

“Solo con trabajo, producción y empleo se construye la patria y se libera a su pueblo” dijo la presidenta en el gremio de los taxistas. El discurso de Cristina resulta chocante para un trabajador de la Peugeot que, luego de haber trabajado 16 horas, solo piensa en “liberarse” del agotamiento físico que lo asalta (ver nota en esta número: Un día en la vida de un trabajador de Peugeot -versión impresa en pag 11-).

La Argentina ostenta sin presunción y sin gloria el pergamino de ser uno de los países del mundo donde más horas se trabaja.

Un estudio elaborado por La Unión de Bancos Suizos (UBS), de noviembre de 2009, afirma que “en la ciudad de Buenos Aires, un trabajador promedio dedica unas 2.033 horas anuales a sus obligaciones laborales y disfruta de 18 días hábiles de vacaciones pagas. Esto es, por cada 113 horas trabajadas recibe a cambio un día hábil de descanso”. Hace un año atrás Buenos Aires era superada nada más que por nueve ciudades del mundo y sólo por México y Chile en el continente americano.

Según una prestigiosa revista de medicina ocupacional y ambiental, enfermedades como la ansiedad y la depresión son síntomas frecuentes en personas de bajos ingresos y tareas repetitivas que trabajan de 41 a 100 horas semanales. Habría que sumar los accidentes de trabajo, cada vez más comunes.

Este es el precio pagado por tener trabajo y poder adquirir algunos bienes de consumo. Deberá pensarse que en el fondo es una compensación generosa, comparada con la suerte del desocupado.

Sin embargo la contradicción se presenta a cada paso. El obrero pudo comprarse la moto pero carece de tiempo para disfrutarla. Fue beneficiado con el ingreso al “modelo productivo con inclusión social”, pero su vida se volvió menos sociable y su carácter se vio ensombrecido.

Jornada de 8 horas: reliquia del pasado

“En 1990, para Capital y Gran Buenos Aires, la jornada anual promedio era de 2.095 horas y en 1998 sumó 2.157 (...)”. Los datos muestran que tanto en la hiperinflación del traspaso del mando de Alfonsín a Menem, como en el inicio de la debacle de la convertibilidad, la jornada de 8 horas era una reliquia del pasado al mismo tiempo que millones permanecían en el desempleo.

Bajo el kirchnerismo esa tendencia está lejos de revertirse. En pleno auge económico del “modelo”, otro informe de 2005 afirmaba que “3,9 millones trabajan más de las 48 horas semanales que prevé la ley laboral. De ese total, 1,3 millón trabaja más de 60 horas por semana”. Si en 1998 “Los contratados a tiempo completo trabajan 2.356 horas anuales: 571 horas más por año que sus pares europeos”, la suerte de los contratados actuales no es muy distinta.

Históricamente el peronismo reivindicó la “cultura del trabajo” como programa de colaboración entre patrones y obreros. El peronismo pretendía presentar esto como una equidad que no es tal, porque ocultaba que en la apropiación del trabajo no pago el capitalismo perpetúa la esclavitud asalariada. Pero aquel engaño se fundaba en el pleno empleo, en las 8 horas y conquistas adquiridas donde los trabajadores llegaban a participar casi del 50% del PBI. La actual “cultura del trabajo”, degradada en extremo, no es otra cosa que la naturalización de la fragmentación obrera y de las condiciones precarias. “Es esto o la desocupación”, es la alternativa que ofrecen los capitalistas. El esquema no sería posible sin el aval de los sindicatos que en los ’90 firmaron convenios legalizando el aumento de la jornada laboral. Estos convenios aún siguen vigentes como en telefónicos, Correo o la alimentación. Caso testigo es el Convenio Mantecol de Stani, donde se pasó a trabajar 48 horas semanales, 6 días por semana, sábados y domingos, bajo un régimen carcelario.

Entonces la “libertad” del trabajador viste el atuendo del presidiario. Si cuando desocupado estaba obligado a un tiempo muerto, improductivo y enloquecedor; ahora se encuentra sumergido en el tiempo interminable del encierro productivo.

 Las horas del Bicentenario

“Yo quiero decirles que también sueño con una Argentina con un Bicentenario diferente a lo que fue nuestro Centenario (…) éramos el granero del mundo, exportábamos mucho, pero sin valor agregado, no había trabajo y el resultado de esa formidable exportación solo la aprovechaban sectores muy pequeños y reducidos”. Muy ilustrativo, salvo por un pequeño detalle omitido.

Un estudio afirma que en la Argentina del Bicentenario la jornada laboral alcanza un promedio de nueve horas diarias, acercándose al que existía en el año 1887 en el cual un 65% de los trabajadores trabajaba 10 horas diarias y sólo un 13% lo hacía ocho horas por día.

Bestia de carga

En 1865 Marx escribía: “el hombre que no dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las interrupciones puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella absorbida por su trabajo para el capitalista, es menos que una bestia de carga. Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es una simple máquina para producir riqueza ajena”.

Han cambiado las formas y en algunos casos las condiciones con la de aquel movimiento obrero de mediados del siglo XIX. Sin embargo, para el joven trabajador de una automotriz o de una metalúrgica la producción se encargará de destrozarlo del mismo modo que lo habrá embrutecido. Como ayer, el tiempo para el estudio, la recreación o el ocio le ha sido negado.
“Toda la historia de la moderna industria– concluye Marx – demuestra que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre, implacablemente y sin miramientos, por reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más baja degradación”. A poco de conmemorarse otro 1° de Mayo, la nueva generación obrera tiene el desafío de levantar las banderas por las que luchó el movimiento obrero del Centenario y por las cuales los mártires de Chicago dieron su vida: “8 horas para trabajar, 8 horas para descansar, 8 horas para disfrutar”. 

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