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MOVIMIENTO OBRERO

HISTORIAS DE MILITANCIA OBRERA

La invención de Morelli

Un día Carlos Morelli, delegado de Astilleros Astarsa en los ‘70, le cuenta a su hijo que con su madre debieron esconderse para salvarse de la dictadura.

Hernán Aragón

24 de mayo 2012

Un día Carlos Morelli, delegado de Astilleros Astarsa en los ‘70, le cuenta a su hijo que con su madre debieron esconderse para salvarse de la dictadura. Alejandro Morelli empieza a descubrir una historia en la que también se mezclan los recuerdos maternos, porque su abuelo fue obrero del PC y su bisabuelo un anarquista que trabajó en las vías del ferrocarril.
Pese a llevar el ADN de la militancia obrera, Alejandro no tenía una visión clasista. Eran años silenciosos para los trabajadores y el concepto proletariado sucumbía bajo los resabios de la ideología postmoderna.
Sin embargo, la necesidad lo llevó en 2001 a entrar en Pepsico pese a que para él “las fábricas tenían que dejar de existir porque eran sinónimo de la explotación”.

Los turnos americanos, las enfermedades laborales y las charlas con compañeros del PTS le van permitiendo armar su identidad: “en Pepsico descubrí el poder de la clase obrera. Empecé a ver que nadie te va a solucionar tus demandas y que te tenés que organizar y luchar por ellas”.
Alejandro comienza a reunirse por fuera de la fábrica con otros activistas. “Eramos 6 o 7. Lo primero que aprendés es a identificar quienes son los vendidos y quienes los tipos que van al frente. No faltaban las discusiones políticas, cosas más grandes que las del mundo de la fábrica”.
Desde el inicio odió como los patrones utilizan al obrero como material descartable. Descarte significa “desprendimiento de las cartas inútiles para el juego”. ¿Qué más útil entonces descubrir que su “juego” sirve para modificar la realidad de su clase?

La construcción de la conciencia

Los obreros van haciéndose concientes en el enfrentamiento con las instituciones de la clase dominante. En la racionalización de esa experiencia, más aún si es ayudada por la intervención de un partido revolucionario, se preparan las condiciones para una práctica superior. Para Morelli ese aprendizaje implica apropiarse de su historia reciente y a la vez resignificar su historia familiar. Y esa historia está tan presente que le costará el despido en 2006.

A 30 años del golpe Alejandro escribe una nota en el boletín de fábrica contando la experiencia de su viejo y explicando cómo las patronales, beneficiadas por la dictadura, avanzaron en la flexibilización laboral en los ´90.

Pepsico le inventa una causa a él y a otro activista y, vaya paradoja, los acusa de “haber desaparecido” de su puesto de trabajo. A fines de 2010, el fallo sale favorable. Alejandro queda solo en un cuartito con una oficial de Justicia que le entrega un papel con una cifra: $270.000 y una birome para que escriba su contraoferta.

Morelli está obligado otra vez a reinventarse, a recuperar en ese instante los mejores valores de la tradición obrera. Morelli no duda: rechaza de plano el soborno porque entiende que “esa plata te la ofrecen para que entregues tus principios”. Sabe que ese precio surge del temor que tienen los patrones al crecimiento de la izquierda en las fábricas.

Organizador obrero

La campaña está en marcha. Se necesitan organizadores que la lleven adelante. “En Frigor laburaba un hermano de un compañero. Hicimos una inteligencia de cuales eran los horarios y empezamos a hacer grupitos de activistas para ir. Muchos trabajadores por agencia, efectivos temporarios, te cuentan que las condiciones laborales son terribles y que los delegados de la Verde son muy cómplices de la patronal. En ese mes y medio de campaña echan a 2 compañeros. Nos damos cuenta que teníamos muchas cosas en común, que eran trabajadores solidarios, muy queridos. La gente logra por presión que hagan asamblea. Los despedidos se terminan sumando a la Bordó”. El resultado en Frigor fue más que alentador. 71 votos verdes, 30 Bordó.

Un objetivo claro

Alejandro está convencido que por el aporte del PTS a la campaña, algunos activistas comienzan a ver la necesidad de organizarse políticamente: “Sin el partido estoy seguro que no se hubiese llegado hasta donde se llegó”.

¿Qué cambió del Morelli del 2001? “La certeza de saber, eso también me lo marca la experiencia de mi viejo, que mañana la patronal se va a amar con el Estado para quitarte lo que hoy conseguiste. El objetivo de luchar por un sistema social justo, sin clases, ya no es una utopía como lo veía antes, sino algo posible por lo que vale la pena luchar”.

La novela de Bioy Casares, “La invención de Morel”, entre otros temas, habla de la soledad de un fugitivo en una isla desierta. Soledad similar vivieron los obreros militantes en las fábricas de la ofensiva neoliberal y de las traiciones de burócratas como Daer. La historia parecía estar muerta, pero hay obreros clasistas que la están reinventando. Y esa invención no fue un producto individual ni azaroso, sino la resultante de la existencia de un núcleo de revolucionarios que supieron sacar conclusiones estratégicas de las derrotas. La realidad demuestra que en la alimentación son ahora los obreros combativos los que están a la ofensiva. Alejandro Morelli es uno de ellos.

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