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NACIONAL

La historia de El Quincho de la Ford

El Quincho dentro de la Ford es un símbolo. Fue el lugar de socialización y organización obrera que sirvió para poner en pie el cuerpo delegados a principios de los ‘70 y terminó siendo un centro de detención y tortura.

Roberto Ebro

12 de marzo 2015

La historia de El Quincho de la Ford

Como todo trabajador de hoy día, muchos de los que trabajaban en Ford en esa época salían extenuados de las líneas, agobiados por el ruido y la repetividad de la línea de montaje, con un tic tac del cronómetro que le marcaba las palpitaciones del corazón. El Quincho, cercado por un par de canchas de futbol, servía para darse un respiro bajo los árboles donde el hombre suele encontrarse con su humanidad perdida entre el estruendo de las máquinas.

No tardaría en albergar a buenos jugadores de fútbol e inquietos activistas que intercambiaban lo que pasaba en la planta, pero también las discusiones políticas que atravesaban el país. Pero lo que más inquietaba era la falta de organización dentro de planta. El Quincho, junto con el comedor y sus rinconcitos de palabras murmuradas, mostraban lo que puede llamarse bronca y que Pedro Troiani, delegado de la sección montaje y ex detenido desaparecido, describe: “Había mucha gente con problemas de salud, y en vez de darle el parte de enfermo que correspondía lo mandaban antes a trabajar”.

El gremio llamó a elecciones y se gana el cuerpo de delegados, poniéndose en pie la comisión interna. La mayoría de los delegados deciden afiliarse dentro de la lista verde. Pero son las bases las que en asamblea deciden, lo que llevaría a un enfrentamiento con la burocracia del gremio. La salubridad obrera era un problema profundo como reseña Troiani. “El tema del plomo fue bravísimo…te quita la fuerza, te da fiebre…impotencia sexual... El estaño vuela y se te mete en la sangre...No creíamos nosotros en el Centro Médico de la empresa. Fuimos a la Facultad de Medicina… Era tan elevado el grado de plomo que tenían en la sangre que se les transformaba en cromo”. 

Pero la salud no importaba para la voracidad patronal, menos para la burocracia. Esta inacción generaba la misma bronca que se genera hoy. El activismo no permitía que “el gordo” Rodríguez (Secretario General de SMATA) recorriera la planta.

El Quincho se había transformado en el Caballo de Troya para la multinacional norteamericana y un peligro en potencia para la conducción de SMATA que termina apoyando el plan económico de Celestino Rodrigo (1975), llamando a no sacar los pies del plato a los delegados y trabajadores que habían parado totalmente la fábrica y empalmaban sobre la panamericana con trabajadores de las demás empresas de la Zona Norte. La Ford y la burocracia del gremio no podían controlar la base mecánica.

Tras el golpe el Quincho fue ocupado por los militares, que tuvieron sus tertulias con directivos de la empresa. Todo el perímetro del campo de deportes fue cercado, transformado en lugar de detención clandestina. Y mientras los militares torturaban, los directivos no tardaban en manifestar, con su literal sonrisa de verdugo, que ahora los delegados eran los capataces.

No se dirigían ingenuamente a lo que había sido el lugar de socialización de los obreros de la Ford, no los sacaban de las líneas de producción escoltados por los militares para torturarlos largas horas en eso que había sido un campo recreativo por mera necesidad logística, sino que estaban dando un mensaje profundo: buscaban atomizar al conjunto de la clase obrera avanzando con fusil en mano sobre cada lugar de organización conquistado, descabezando a sus dirigentes, obligando a los obreros a la soledad de la máquina y el aislamiento en el hogar. “Del trabajo a la casa, y de la casa al trabajo”.

Un golpe que no solamente atacaba las conquistas materiales, sino también el instrumento fundamental de sus conquistas, es decir, sus organizaciones. Todo eso que le había llevado años conquistar, sea los sindicatos, los partidos, las sociedades de fomento, los clubes deportivos, yendo hasta los cimientos mismos de la organización. El Quincho había sido eso, uno de esos cimientos a reventar.

Cerrar de esta forma sería ver sólo lo trágico de nuestra clase. Tres años después del golpe, aferrándose a su tradición, esos trabajadores comenzaron a reorganizar lo que la dictadura “barrió”.

Es por esto que el golpe militar no nos puede ser ajeno a los trabajadores.

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