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A 70 años de la fundación de la IV° Internacional

La guerra y la cuarta internacional

A lo largo de la década del ‘30, los trotskistas fueron respondiendo a cada uno de los hechos que mostraban las tendencias hacia una nueva guerra mundial, al tiempo que denunciaban las mentiras con las que los gobiernos de turno de los estados escondían el verdadero carácter interimperialista de la nueva guerra. Plantearon una perspectiva para que el proletariado interviniese en forma independiente y aprovechara las enormes brechas que abriría la conflagración mundial a su favor1. En esta primera parte, abordaremos el análisis que hicieron los trotskistas sobre el carácter de la guerra.

Victoria Bosch

30 de octubre 2008

Las tendencias hacia la nueva guerra interimperialista mundial
Retomando artículos anteriores2, los trotskistas caracterizaron que el resultado de la Primera Guerra Mundial planteó un status quo artificial que beneficiaba extraordinariamente a las vencedoras Inglaterra y Francia, ya que su posición favorable en el tablero internacional no se correspondía a su nivel económico, que se encontraba muy por detrás de la vencida Alemania y sobre todo de EE.UU. A lo largo de la década del 20 y luego de los primeros años de reconstrucción europea, esta contradicción no hizo más que exacerbarse y estalló en suelo norteamericano con el crack de 1929. La crisis económica mundial agudizó extremadamente las contradicciones en la estructura económica y política de los países imperialistas y su posición en el tablero mundial, acelerando las tendencias hacia la guerra mundial para resolverlas.

Los trotskistas partían de que las causas profundas de las tendencias a la guerra mundial estaban en la decadencia misma del sistema capitalista: Las crisis y las guerras eran fenómenos inherentes al funcionamiento del imperialismo y las revoluciones la única respuesta realista que encontraban las masas para enfrentar los padecimientos inauditos a las que eran llevadas, en pos de intereses ajenos, por la burguesía. Para “sanear” la descomposición capitalista, la burguesía apela a medios cada vez más destructivos y finalmente a la guerra mundial, para dirimir el reparto de los mercados, de las colonias y semicolonias, de ahí su carácter imperialista.

La línea divisoria entre las naciones que se enfrentaban, tal como afirmaba Trotsky, no estaba determinada sobre la base de criterios raciales, religiosos o morales sino por los intereses imperialistas de cada potencia. Es decir, las causas del enfrentamiento tenían que ver con razones estructurales de la economía, las relaciones entre los estados y la lucha de clases. Los regímenes o gobiernos se adecuaban, según el momento, a las necesidades impuestas por estos intereses económicos y políticos y su relación con el movimiento de masas.

El aumento de las pugna entre los estados revistió en el terreno nacional el proteccionismo económico, y la política exterior estuvo sujeta a los intereses de los imperialismos. Los trotskistas se enfrentaron a los discursos de los gobiernos que intentaban engañar a las masas con discursos nacionalistas, democráticos o pacifistas que junto al acompañamiento de las direcciones de masas, la socialdemocracia y el estalinismo, permitieron encubrir el carácter reaccionario de la guerra mundial. “Alianzas sagradas” que lograron derrotar las tendencias revolucionarias que surgieron en las masas y que podrían haber evitado de triunfar el camino a la guerra imperialista, con la derrota de la revolución española, como su trágico ejemplo.

El imperialismo alemán y el “pacifismo” de los estados imperialistas europeos

Las caracterizaciones de los trotskistas sobre el fascismo alemán se vieron plenamente confirmadas. La Alemania imperialista, jaqueada por la crisis y privada de colonias y riquezas, no podía darse el “lujo” de un sistema democrático. Tenía que derrotar a un proletariado que gozaba de poderosas organizaciones y conquistas para disputar un mayor predominio a nivel internacional. El fascismo era la expresión más exacerbada y brutal del capital monopolista. Su triunfo fortaleció las tendencias hacia la guerra mundial. De este modo, a través de la concentración de los grandes monopolios y la alta productividad en base a la economía de guerra, Alemania logró acumular todas sus fuerzas y los recursos del pueblo, para un nuevo enfrentamiento por las colonias y la dominación del mundo. Sus incursiones militares a lo largo de la década de los ’30 (anexión de Austria y la invasión a Checoslovaquia) comenzaron a demostrar cuán rápidamente la burguesía y las “democracias” de estos países (los dos considerados imperialistas por Trotsky) cedían al invasor nazi. Un sector huía, otro se convertía en colaborador directo, subordinándose o administrando la ocupación, pero ninguno apelaba a las masas para enfrentar militarmente al invasor. Este fue un claro ejemplo del significado del concepto de “patria” y de “clase” para las burguesías. El llamado a la “defensa de la patria” se termina cuando se pone en peligro su existencia como clase social, ya sea por la amenaza de una burguesía más fuerte o, con mayor razón, por la amenaza de la revolución proletaria. El ejemplo más emblemático fue el fin de la democracia francesa a principios de la Segunda Guerra Mundial, donde la burguesía se rindió en pocas semanas y colaboró con el invasor nazi, antes de apelar al proletariado para enfrentarlo, temiendo una respuesta revolucionaria del mismo.

Lejos de responder a razones pacifistas o “democráticas” de los imperialismos europeos, la política de “apaciguamiento”, de concesiones a Hitler, encabezada por Gran Bretaña y Francia fueron un pretexto que ocultaba que las verdaderas razones de esta política residieron en claros principios de Estado. Aferrados a las condiciones ventajosas pero artificiales que sostenían su hegemonía mundial, el imperialismo francés y el británico en una nueva guerra de reparto no tenían nada que ganar y sí mucho que perder.

Las democracias imperialistas se sustentaban a costa de la expoliación de sus colonias y semicolonias. En este sentido la falsedad del supuesto enfrentamiento “entre democracia y fascismo” se hacía evidente al tomar en cuenta la explotación bajo férreas dictaduras o de las administraciones coloniales de China, India, Indonesia, Indochina y un largo etcétera, que “brindaban” la savia con las que las “democracias” de Gran Bretaña y Francia se alimentaban.

Por otra parte, la apertura de la crisis económica mundial del ‘29 disparó la disputa entre el proletariado y la burguesía por los costos de la crisis. En ese camino, las democracias imperialistas europeas cedieron su lugar a democracias burguesas cada vez más degradadas y bonapartismos que se erigieron como árbitros de los dos únicos contendientes nacionales: el proletariado y los sectores más concentrados de la burguesía. Fue en Europa donde, por el peso de la crisis económica, pero también por la enorme tradición de sus proletariados y el ejemplo reciente de la revolución rusa, que la revolución hizo su entrada en escena. Como vimos, la “alianza antifascista” si bien fue totalmente impotente para detener al fascismo, sí sirvió para dejar libre las manos de Franco, y a Mussolini y Hitler para abastecerlo de armas, ante la revolución española, y para derrotar el ascenso revolucionario en Austria y Francia.

Lejos de una posición abstencionista frente al fascismo, Trotsky planteaba: “Defendemos a la democracia contra el fascismo por medio de las organizaciones y métodos del proletariado”. El pacto de Munich firmado por Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania, que avaló la invasión de este último a Checoslovaquia, reveló una vez más la necesidad del proletariado de una política independiente.: “La crisis de Checoslovaquia reveló con notable claridad que el fascismo no existe como factor independiente. Es sólo una de las herramientas del imperialismo. La ‘democracia’ es otra de sus herramientas. El imperialismo se eleva por encima de ambos. Los pone en movimiento de acuerdo a sus necesidades, algunas veces contraponiendo una al otro, otras combinándolos amigablemente. Luchar contra el fascismo aliándose al imperialismo es lo mismo que luchar contra las garras o los cuernos del diablo aliándose con el diablo.”3

La situación de EE.UU.

El crack de 1929 hizo epicentro en EE.UU., sus consecuencias nefastas y el desarrollo de la década del 30 demostraron la imposibilidad de que este nuevo imperialismo en ascenso pueda avanzar sin el empleo de una nueva guerra sobre sus competidores, sin imponer su propia hegemonía por la fuerza.

EEUU, a partir de 1933 intentó amortiguar las consecuencias de la crisis con la implementación del New Deal. Este plan, como dice Trotsky, que tenía el propósito de salvar al capitalismo condenado a muerte y a la democracia imperialista, corresponde “a las naciones verdaderamente ricas, y en tal sentido es una política norteamericana por excelencia” 4. El New Deal a partir de inmensos gastos, logró detener y salvar a la banca privada, permitió la concentración monopólica y logró a través de pactos y del avance de la industria liviana, amortiguar las consecuencias de la crisis. Por otro lado, vertió grandes inversiones de dinero, para detener la caída de los sectores medios, alivianar la situación de la aristocracia obrera, paliar la situación penosa de los desocupados a través del trabajo público y desviar el importante ascenso de sectores del movimiento obrero. A partir de 1937, una crisis económica irrumpe nuevamente mostrando que la salida no podía darse en los estrechos marcos del mercado interno norteamericano, que era necesario preparar a la nación para la guerra, para imponer una nueva hegemonía. Junto a esto el objetivo de Japón de dominar el Pacífico, cuyas intenciones se plasmaron con la invasión a Manchuria en 1931 y la guerra contra China en 1937, hacían inevitable el conflicto armado con EE.UU., ya que este último no podía permitir que Japón tuviera el territorio más poblado del mundo bajo su dependencia.

A partir de 1938 empieza un nuevo pacto, el “War Deal” como lo llamaban los trotskistas, fue así que el gobierno de Roosevelt cambia el destino de los fondos de la asistencia social y los planes de obra pública hacia la industria de guerra, uniéndose al coro de la lucha contra el fascismo, logró embaucar a la masas hacia la guerra.

La URSS y la guerra

Trotsky entendía que a escala histórica“el antagonismo entre el imperialismo mundial y la Unión Soviética es infinitamente más profundo que los que oponen entre sí a los distintos países capitalistas”5 La recuperación de la URSS para el mercado capitalista era uno de los objetivos claves perseguidos por las potencias imperialistas para, como denunciaba Trotsky, convertirla en una nueva semicolonia. Entre los que ambicionaban el mercado ruso se encontraba en primer lugar Alemania. Trotsky, ya en el ‘31, frente a la posible intervención de la URSS en la guerra sino-japonesa plantea: existía “la posibilidad de que los nacional-socialistas, o sea los fascistas, tomen el poder en Alemania. Si esto sucediera, estoy convencido de que significaría inevitablemente una guerra entre la Alemania fascista y la república soviética. Entonces sí estaríamos ante una cuestión de vida o muerte.”6 Este era un problema nuevo planteado a los revolucionarios, y como vimos en la entrega anterior fuertes disputas habían surgido entre las filas del trotskismo sobre la defensa de la misma. Pero, para el destino del proletariado, la defensa del Estado obrero se volvía una cuestión crucial, su pérdida se volvería una derrota histórica. Por eso para Trotsky, era un deber luchar por la defensa del Estado obrero contra toda agresión imperialista: “Tanto más obligatoria, por lo tanto, es la defensa de una conquista tan colosal como la economía planificada contra la restauración de las relaciones capitalistas. Los que no son capaces de defender las viejas posiciones no podrán conquistar otras nuevas”7.

Según Trotsky, en el ‘33 todavía la importancia de la Unión Soviética a nivel internacional tenía mucho peso, pero a partir del ‘36, cambia drásticamente el peso de su rol internacional, ante todo, por la situación interna de la URSS (los juicios de Moscú, la decapitación del Ejército Rojo) y por las derrotas del proletariado internacional causadas por el mismo stalinismo. La creciente degeneración burocrática, en la etapa previa a la guerra suavizó la “intensidad de la contradicción de clase” con los estados capitalistas, ya que desmoralizaba al proletariado mundial en sus potencialidades revolucionarias y alentaba a las potencias a utilizar a la URSS como aliado para sus disputas interimperialistas. “El surgimiento de una nueva capa privilegiada en la URSS y el repudio a la política de la revolución internacional, reforzado por el exterminio en masa de los revolucionarios, redujo enormemente el temor que Moscú solía inspirar en el mundo capitalista. El volcán se ha extinguido, la lava se enfrió. Por supuesto, ahora y siempre, los estados capitalistas facilitarían de buena gana la restauración del capitalismo en la URSS. Pero ya no la consideran un foco revolucionario”.8

Trotsky al tiempo que planteó la necesidad de defender a la URSS de un ataque imperialista se diferenció también de aquellos que defendían a la URSS de Stalin. Para la Cuarta Internacional, la URSS debía defenderse con los métodos de la lucha revolucionaria, preparando la revolución internacional y rechazando completamente la teoría del socialismo en un solo país. “La defensa de la URSS coincide, en principio, con la preparación de la revolución proletaria mundial. (…) Sólo la revolución mundial podrá salvar a la URSS para el socialismo. Pero la revolución mundial implicará inevitablemente la desaparición de la oligarquía del Kremlin”9.

Los pueblos coloniales y semicoloniales en la Guerra

Trotsky mostraba como la guerra al abrir grandes dificultades y peligros en los centros imperialistas abría grandes posibilidades a los pueblos oprimidos para intervenir, y luchar por su liberación. Sólo una lucha revolucionaria directa y abierta podía abrir el camino de su emancipación.
Por eso para los revolucionarios, el carácter de la guerra estaba determinado por el contenido de clase de los estados y sus fuerzas fundamentales, la defensa del país y la independencia estatal en un país colonial o semicolonial, adquiría un carácter progresivo, transformándose en una guerra justa contra la opresión imperialista.
No se podía, igualmente, poner ninguna confianza en que las burguesías nacionales de esos países pudieran llevar esta lucha hasta el final, la clase obrera debía apoyar toda guerra contra la opresión imperialista, manteniendo su independencia política y uniendo esta lucha con la perspectiva de la toma del poder del proletariado. “La liberación de las colonias no será mas que un gigantesco episodio de la revolución socialista mundial, así como el tardío golpe democrático de Rusia no fue más que la introducción a la revolución socialista” 10

La crisis de dirección del proletariado, la Guerra y la Revolución

La Segunda y la Tercera Internacional durante esta fase inundaron de prejuicios pacifistas a las masas, haciéndoles creer que con sus llamados a la lucha por la paz o al desarme de las grandes potencias, se podía evitar la guerra. Trotsky mostró durante toda la década que estas declamaciones pacifistas, iban a terminar en el apoyo a sus burguesías, una vez comenzada la guerra. Fue así que la II socialdemocracia se volcó de lleno a comprometerse con la burguesía imperialista “democrática” y la III el estalinismo, luego de varios cambios zig zags11, terminó junto a los Aliados, para defenderse del ataque alemán a la URSS e impedir que finalmente, con el objetivo de garantizar que la revolución no irrumpa -o triunfe- tras la guerra ella. Fue así que la clase obrera entró en la guerra, con una profunda crisis de dirección revolucionaria.

Trotsky veía que la guerra abriría grandes perspectivas para la revolución, “Muchas veces en la historia la guerra fue la madre de la revolución precisamente porque sacude hasta sus mismas bases los regímenes ya obsoletos, debilita a la clase gobernante y acelera el crecimiento de la indignación revolucionaria entre las clases oprimidas”12 Por eso era necesario preparar a la IV Internacional para dar respuesta a estas perspectivas.

Consideraba que la Segunda Guerra sería aún mas convulsiva que la Primera, por un lado por la situación caótica de la economía internacional y por el poder destructivo de las potencias imperialistas, y por el otro porque la clase obrera ya había pasado recientemente por la escuela de la guerra del 14, que había desvanecido las ilusiones sobre las posibilidades de una paz duradera. Así, la guerra se volvería partera de revoluciones.

Trotsky era conciente, de las dificultades que se le presentaba a la vanguardia revolucionaria: “Es cierto que en los últimos veinte años el proletariado sufrió una derrota tras otra, cada una más grave que la precedente, se desilusionó de los viejos partidos y la guerra indudablemente lo encontró deprimido.”13 Aún así, era más optimista respecto de las perspectivas de los revolucionarios comparadas con las abiertas en la Primera Guerra Mundial. “La Cuarta Internacional, por el número de sus militantes y especialmente por su preparación, cuenta con ventajas infinitas sobre sus predecesores de la guerra anterior. La Cuarta Internacional es la heredera directa de lo mejor del bolchevismo. La Cuarta asimiló la tradición de la Revolución de Octubre y transformó en teoría la experiencia del período histórico más rico entre las dos guerras imperialistas.”14

Durante todo el proceso de la década del 30, se había forjado un programa y una nueva camada de jóvenes obreros revolucionarios alrededor de las banderas de la IV Internacional enfrentando las políticas de reformistas y centristas. “Si nuestra internacional es todavía numéricamente débil, es fuerte por su doctrina por su tradición, y el temple incomparable de sus camaradas dirigentes. Que esto no se vea hoy, no tiene la mayor importancia. Mañana será más evidente”.15

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