logo PTS

El Primer Congreso General de los Soviets

El Primer Congreso General de los Soviets de toda Rusia

La acción revolucionaria y las instituciones de poder de las masas

Comisión del IPS

7 de junio 2007

El ritmo y la dinámica de las revoluciones suelen ser guiados por aquello que las constituyen como tales: la irrupción de la acción revolucionaria de las masas, lo que Trotsky denomina la intervención histórica independiente de las clases explotadas y oprimidas. Según cuán intensas y radicales sean estas explosiones es que la revolución avanza, y por ello el antagonismo de clases que ésta encierra debe tener un devenir, avanzar o ser aplastada por la reacción.
Marx decía que en las revoluciones proletarias, como la de 1848, el “progreso revolucionario” no se había abierto paso “con sus conquistas directas”, “tragicómicas” sino “engendrando un adversario en el cual el partido de la subversión ha madurado”1. Posteriormente, analizando las derrotas de esas mismas revoluciones, Marx planteó que la “dinámica”, el ritmo que tomaron los acontecimientos revolucionarios de 1848 habían sido contrarios a aquellos tomados por la revolución francesa de 1789. En ésta cada paso o fase de la revolución se había caracterizado por el giro brusco y rápido hacia posiciones cada vez más extremas: “En la primer revolución francesa, a la dominación de los constitucionales sigue la dominación de los girondinos; y a la de los girondinos la de los jacobinos. Cada uno de estos partidos se apoya en el más avanzado. Tan pronto como ha impulsado la revolución lo suficiente para no poder seguirla, y mucho menos para poder encabezarla, es desplazado y enviado a la guillotina por el aliado más intrépido”2.

En el transcurso del calendario revolucionario ruso, los meses de junio y julio de 1917 constituyen un momento central de la dinámica ascendente de la revolución. Pero a diferencia de la revolución burguesa de 1789 en las revoluciones proletarias del siglo XX, como la que Marx analizó en 1848, era necesario que para poder continuar su “progreso revolucionario” el partido del proletariado revolucionario, el partido de la subversión, debía ser lo suficientemente maduro y estar dispuesto a tomar la dirección de las masas. Este será el combate central de los bolcheviques en el Primer Congreso General de los Soviets de toda Rusia que se realizará en la capital y que durará tres largas semanas, del 3 al 23 de junio.

Los bolcheviques ya contaban con una amplia mayoría en las representaciones soviéticas de base y en las fábricas. Incluso para las elecciones indirectas, como la de la Duma del barrio de Vyborg, ganaban influencia y se acrecentaba su agitación contra la guerra, por el “control obrero” y por todo el poder al soviet. La guerra imperialista nuevamente actuaba como aquel “acelerador” de la “historia universal”, que Lenin veía influenciando los acontecimientos de febrero y precipitando el desencadenamiento de la revolución obrera en Europa. La burguesía se embarcaba en la aventura de la ofensiva militar contra Alemania, a instancias de los Aliados. Tras ellos estaban los socialistas revolucionarios y mencheviques comprometidos con la empresa guerrerista, y deseando utilizar al Congreso de los Soviets como cobertura de su colaboración con la burguesía.

Las fuerzas necesariamente tenían que chocar y mientras los bolcheviques aumentaban su popularidad e influencia, la lucha entre las clases y entre los partidos dentro del campo revolucionario, así como la sombra de la guerra, trastocaban el curso normal que se quería imponer al primer Congreso General de los Soviets de Rusia.

Parlamentarismo y “doble poder”

La situación había tendido a polarizarse, y los sectores de vanguardia de las ciudades y del ejército que habían simpatizado con la idea de una “alianza” con los liberales burgueses se habían apartado de su anterior inclinación ante el ánimo guerrerista de los socialistas revolucionarios y mencheviques, comprometidos con la continuidad de la guerra imperialista de manera descarada y abierta. Los mencheviques estaban asombrados de la rapidez de su ascenso al poder. En Rusia los socialistas se habían hecho ministeriales en sólo tres meses, mientras a sus pares europeos les había tomado diez años. La revolución hace avanzar a saltos y los “socialistas” habían saltado, pero a los brazos de los burgueses.

El desarrollo del Congreso y el debate allí impuesto por las fracciones mayoritarias del soviet tendía a abstraerse de la distancia que las masas comenzaban a percibir entre sus objetivos y los propios. La revolución para estos jefes populares devenidos ministros era una fantasmagoría, y el congreso debía servir para desalentarla.

La plenaria del Congreso General se constituyó con la representación de 822 delegados con voto deliberativo ya que representaban al soviet con más de 25 mil miembros y 268 delegados de los soviets más pequeños, que abarcaban de 10 a 24 mil miembros, y tenían voto consultivo. De esta representación, 285 delegados pertenecían a los socialistas revolucionarios, 284 a los mencheviques y sólo 105 a los bolcheviques.

En su gran mayoría eran delegados de los soviets “que en marzo se habían hecho socialistas pero que en junio ya estaban cansados de la revolución. Petrogrado debía parecerles una ciudad de locos”,3 decía Trotsky señalando la distancia entre el ánimo de los representantes del Congreso y el de las masas obreras y la guarnición de la ciudad.

Como los jefes conciliadores se disponían a mantener al soviet como institución del “doble poder” de la “democracia revolucionaria”, es decir como sirviente de la burguesía, el primer punto del día versó sobre la aprobación del gobierno de unidad con el partido liberal burgués. En ese debate Tseretelli, militante menchevique y ministro de Correo y Telégrafos del gobierno, intervino sosteniendo el fantasma de la derrota. Para él era un peligro “dejar afuera” a alguna de las “fuerzas sociales” de la democracia rusa, refiriéndose a la imposibilidad de romper su alianza con la burguesía liberal. El resultado de tal política divisionista sería el aislamiento y la anarquía, argumentaba. El mensaje era claro, no se podía romper con la burguesía, aunque ésta conspirara contra el pueblo. Olvidaba que ese mismo día se iniciaba el Congreso de los Cosacos, donde los ex ministros liberales como Miliukov atacarían una y otra vez los intentos “socialistas” de las masas.

Mientras Tseretelli hablaba exclamó, en un lapsus: “hoy en día no hay ningún partido en Rusia que diga dénos el poder”, haciendo referencia a que un solo partido, sin compartir con otros sectores sociales (con la burguesía) el poder, no podría sostenerse. Lenin, allí presente exclamó: “Sí, ese partido existe”.

El fantasma de la revolución que los mencheviques querían conjurar tenía representación en la plenaria y eran los bolcheviques. La exclamación de Lenin generó revuelo y risas en la sala, aunque el debate seguiría el orden del día y la sanción a favor de la incorporación al gobierno de unidad fue aprobado por mayoría (ver recuadro). Pero las palabras de Lenin anticipaban las perspectivas de la radicalización de la revolución. Como describía Trotsky, presente también en la sala: “Las tareas de la inmensa e inconsistente asamblea congregada en la Academia militar de Petrogrado se distinguieron por el tono pomposo de las declaraciones y la mezquindad conservadora de los cometidos prácticos. Esto imprimió a todas las resoluciones una huella de inutilidad y de hipocresía. El Congreso proclamó el derecho de todas las naciones de Rusia a gobernarse libre y soberanamente. Pero la clave de este problemático derecho se entregaba, no a las propias naciones oprimidas, sino a la futura Asamblea constituyente, en la que los conciliadores confiaban tener mayoría, preparándose a capitular en ella ante los imperialistas, ni más ni menos que lo habían hecho en el gobierno. El Congreso se negó a votar un decreto sobre la jornada de ocho horas. Tseretelli explicó las vacilaciones de la coalición en este terreno por las dificultades con que se tropezaba para coordinar los intereses de los distintos sectores de la población. ¡Como si en la historia se hubiera hecho nunca nada grande a fuerza de “coordinar intereses” y no imponiendo el triunfo de los intereses del progreso sobre los de la reacción!”

Lenin y el poder revolucionario

Lenin fundamentaría en el Congreso aquella interrupción al discurso del ministro Tseretelli desarrollando un hilo estratégico central; los soviets no son una institución que pueda asimilarse a una “democracia republicana” como pretendían los jefes mencheviques al proponer la incorporación institucional del soviet a un gobierno constitucional.

Contra la ilusión en la colaboración Lenin decía: “los soviets son una institución que no existe en ninguno de los estados burgueses parlamentarios de tipo corriente, ni puede coexistir con un gobierno burgués. Es ese tipo nuevo y más democrático de estado al que nosotros, en la resolución de nuestro partido, dábamos el nombre de republica democrática proletaria-campesina en que el poder corresponde única y exclusivamente a los soviets de obreros y soldados.”4 Lejos de ser una forma más de democracia parlamentaria los soviets eran una institución surgida de la revolución, una institución del poder de las masas obreras y populares: “en este tipo de estado que no inventaron los rusos sino que engendró la revolución pues de otro modo no puede triunfar. En el seno del soviet son inevitables los conflictos, la lucha de los partidos por el poder. Pero eso será una superación de los errores que puedan cometerse y de las ilusiones que puedan abrigarse, por las propias experiencias políticas de las masas y no por los discursos de los ministros quien sólo apelan a lo que ayer dijeron, a lo que escribirán mañana, a lo que prometerán pasado”.5

Bajo este espectro es que Lenin vuelve a denunciar la negativa de los líderes actuales del soviet a tomar resoluciones progresivas que hagan avanzar la revolución. Increpaba Lenin: “pongan tras las rejas a unos 100 o 200 grandes burgueses” que se están enriqueciendo con la guerra, “apresen a algunos de los más reaccionarios monárquicos” que aún se pasean por la calle mientras el ministro Kerenski manda al presidio a los soldados, obreros y campesinos, desertores cansados de la guerra imperialista. El Congreso no desea ponerse a la “cabeza” de la revolución, la representación de las masas, sus aspiraciones elementales son evitadas. No “confundan”, increpaba Lenin, la “democracia revolucionaria” con la “democracia reformista”.

El Congreso no se proponía tomar ninguna resolución progresiva, ni siquiera aquella que instaba a reconocer su propia autoridad como institución democrática frente a la antigua Duma zarista, donde conspiraban los diputados liberales. Frente a las indecisiones de los jefes del soviet que se rehusaban a “encabezar” el impulso revolucionario de las masas, Lenin dejaba claro ante la pregunta del ministro de Telégrafos: “El decía que no hay en Rusia ningún partido que esté dispuesto a asumir por entero el poder. Pues bien yo contesto: ¡Sí lo hay! Ningún partido puede renunciar al poder y el nuestro no renuncia; está dispuesto en todo instante a hacerse cargo de él íntegramente”.6

La transición pacífica de poder a los Soviet

Continuando su intervención en el Congreso, Lenin volvió sobre sus argumentos del mes de abril. Para él la situación generada por la acción de febrero y la constitución de los soviets como instituciones de la revolución implicaba que Rusia, producto de su intervención en la guerra, daba a los revolucionarios una oportunidad única. Las masas habían conquistado tanto poder y entonces la burguesía europea y con ella la rusa se encontraban en una situación de debilidad tal por su responsabilidad en la guerra imperialista, que el paso del poder de la burguesía al gobierno único de los soviets podía hacerse pacíficamente.

Esto es, sin necesidad del enfrentamiento armado o la insurrección. Esta idea se concentraba en la exigencia de que todo el poder pasará a manos de los soviets. Proseguía Lenin; “en Rusia, por condiciones excepcionales, puede desarrollarse pacíficamente esa revolución. Y si esa revolución ofreciese hoy o mañana la paz a todos los pueblos rompiendo con todas las clases capitalistas veríamos como Francia y Alemania, por boca de sus pueblos, darán su asentimiento en un plazo brevísimo, pues esos países caminan hacia la ruina...”7. Los mencheviques y socialistas revolucionarios acusaban a los bolcheviques de querer concertar una paz por separado con Alemania, lejos de proponer un acuerdo con el gobierno alemán. Lenin denunciaba que en realidad los jefes del soviet estaban concertando una “paz por separado” con los capitalistas, banqueros y terratenientes rusos. Así, mientras llamaban al pueblo alemán a levantarse contra sus capitalistas y banqueros para conquistar la paz, ellos le imponían al pueblo obrero y campesino ruso una alianza con sus capitalistas, banqueros y terratenientes.

Pero claro que la alianza con las clases dominantes autóctonas, que los jefes reformistas querían convalidar en el Congreso, no era pacífica como anunciaban. La burguesía exigía compromisos a los “socialistas” en el poder, y éstos ya se habían comprometido cuando instaron a los marineros de Kronstadt a liberar a los generales reaccionarios que habían apresado.

Para imponer la voluntad de la burguesía contra las masas, los líderes habían apelado una vez más a la autoridad del soviet. Nuevamente el Congreso debía ser utilizado contra el impulso revolucionario. Esta vez fue contra el activo barrio Vyborg. Los obreros habían ocupado la casa de campo del antiguo funcionario zarista Durnuovo. Allí se reunían los comités de fábrica, las milicias obreras del barrio, los grupos políticos, pero también los niños del lugar que no contaban con espacios libres para disfrutar. Los grandes jardines y el patio central de la villa eran ahora usados para ese propósito. Los ministros socialistas exigían que el Congreso pidiera el retiro de los obreros de la villa. Tal solicitud generó la más agitada y desconcertante respuesta. Los activistas acudían a la villa a debatir si debían resistir la intervención de manera armada, no entregar la villa al gobierno provisional, no obedecer las órdenes emanadas del Congreso de los Soviets. Lo cierto es que las resoluciones del Congreso, llenas de indeterminaciones, sumado a la solicitud de abandonar la villa generaron desconfianza y hostilidad entre la vanguardia obrera de Petrogrado y los jefes socialistas mencheviques y socialistas revolucionarios, que terminó por desacreditar el Congreso entre la masas de la capital.

Fue esta determinación del Congreso la que hizo madurar en los barrios, la guarnición y en las fábricas la idea de una manifestación. Esta opción fue propuesta en la conferencia de los delegados del partido bolchevique de Petrogrado; convocar a una movilización para manifestar al Congreso su repudio a la acción contra los obreros de Vyborg y la exigencia de que todo el poder debía pasar a manos de los soviets de obreros y soldados. Después de todo, si los mencheviques no estaban dispuestos a encabezar la revolución, el bolchevismo, en palabras de Lenin, aceptaba el desafío: ponerse a la cabeza de las masas para conquistar el programa revolucionario.

Como veremos, la acción de las masas, la movilización masiva de junio y sus representantes partidarios dentro del Congreso deberán enfrentar una nueva batalla política. La revolución progresaba y cada nuevo paso “engendraba” a su “adversario”. ¿Hasta dónde debe progresar la revolución? ¿Deben tomar las masas el poder? ¿O sólo podrán avanzar si marcan el paso con la burguesía? Sobre el Congreso de los Soviets se cernía la sombra oscura de la ofensiva guerrerista que el gobierno provisional preparaba en el frente.

Una vez más, como veremos en la próxima entrega, los representantes políticos de las masas y la acción en las calles pondrían al descubierto quiénes eran los que se preparaban para hacer progresar la revolución.

Prensa

Virginia Rom 113103-4422

Elizabeth Lallana 113674-7357

Marcela Soler115470-9292

Temas relacionados: