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Revoluciones y procesos revolucionarios en los siglos XIX y XX

La Revolución Rusa de 1905

30 de julio 2004

Contaban más de 30 años desde que los comuneros franceses se habían batido heroicamente contra las fuerzas coligadas de Thiers y de Bismark.1 La clase obrera ya no era la misma de aquel entonces, había aumentado enormemente su poder social y su capacidad organizativa. Sin embargo, la memoria de la revolución se había hecho difusa. No faltaban las expectativas en un tránsito evolutivo hacia el socialismo y los teóricos que se encargaban de fomentarlas. Los avances de la socialdemocracia alemana en el terreno electoral, junto con otras tendencias, parecían fundamentar estas ilusiones. Pero no era un siglo de “evolución pacífica” el que comenzaba sino uno de revoluciones, guerras, y crisis. El prólogo de este convulsionado siglo XX tuvo su lugar en Rusia, la antigua cuna de la reacción europea, su fecha fue 1905.

De las trincheras a la plaza

Desde finales del siglo XIX Rusia fue escenario del despertar de una joven clase obrera que comenzaba a desentumecer sus músculos al calor de sucesivos movimientos huelguísticos. En 1904 las huelgas recurrentes ponen en aprietos a la autocracia. La intelectualidad y los liberales se distancian del gobierno. El ministro Plehve decide afrontar esta situación con la “sagacidad” que había caracterizado siempre a los funcionarios del zarismo y llega a la siguiente conclusión: “para frenar la revolución necesitamos una pequeña victoria militar”. Así es como el 9 de febrero de 1904 Rusia le declara la guerra a Japón. No serán necesarios muchos meses para que el zarismo demuestre su inutilidad en el único terreno donde aún conservaba algún prestigio.
En este marco llegó 1905. El 3 de enero se desata la huelga de los trabajadores de la fábrica Putílov y rápidamente se pliegan a ella todos los trabajadores de Petersburgo. El 9 de enero, encabezados por el cura Gapón, se movilizan más de 200.000 obreros para solicitarle al zar, libertades públicas, separación de la Iglesia y el Estado, jornada de ocho horas, salario normal, cesión progresiva de las tierras al pueblo y una Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal. La petición en la que no se ahorraban acentos solemnes para el “gran soberano” decía: “Ante nosotros sólo quedan dos caminos: o hacia la libertad y la felicidad, o hacia la tumba”. El zar no dudó en decidir cual era la opción que consideraba adecuada para “su” pueblo. Los soldados se cansaron disparar contra la multitud de obreros y obreras con sus hijos. Hubo cientos de muertos y miles de heridos. Así adquirió su nombre el “domingo sangriento”. Pero este no sería sino el primer acto de la revolución.

La tierra de los contrastes

¿De dónde había surgido en la atrasada Rusia de los zares esta clase obrera que era capaz de protagonizar el proceso revolucionario que había comenzado? El Estado zarista presionado por el desarrollo industrial de occidente, y en particular por su correlato militar, se vio obligado a crear una gran industria para sostener su posición en el mapa geopolítico mundial. Los acorazados, los cañones, las municiones fueron algunos de los primeros objetivos de la industria rusa. Sin embargo, la superexplotación de millones de campesinos no fue suficiente para que el Estado se hiciese del capital necesario. El capital financiero internacional vino a solucionar este problema.
Las consecuencias de este desarrollo hicieron de la Rusia de comienzos del siglo XX el escenario de grandes contrastes. Una industria de avanzada que nada tenía que envidiarle a la Alemania o EEUU se combinaba con un campesinado que vivía y producía, en su mayor parte, como en la Edad Media. Una clase obrera altamente concentrada de millones de hombres y mujeres tenía como correlato una burguesía rusa extremadamente débil. Un país capitalista convivía con un Estado mezcla de absolutismo europeo con despotismo asiático. Estos contrastes sólo los podía explicar la extensión mundial que había adquirido para ese entonces el capitalismo, quedando comprendida Rusia como parte de esa totalidad. 

El Soviet y la huelga general política

Ocho convulsionados meses habían pasado desde aquel “domingo sangriento”, cuando el 19 de septiembre, los cajistas de la imprenta Sitin de Moscú entran en huelga. Rápidamente se expande el movimiento. En octubre llega a los ferrocarriles y de allí a todo el país. Dejan de funcionar los telégrafos, los correos, las fábricas. La huelga se desprende de los marcos corporativos y locales; sus consignas: una Asamblea constituyente y la República.
Para llevar adelante la inmensa lucha que había emprendido, la clase obrera necesitaba una organización que agrupara a las multitudes diseminadas, una organización donde confluyeran todas las corrientes del proletariado, que fuese capaz de iniciativa y de controlarse a si misma automáticamente. Esta organización fue el Soviet (concejo) de Diputados Obreros. Surgido por primera vez el 13 de octubre en la ciudad de Petersburgo, su representación se constituía en base a las unidades de producción que eran el nexo principal que existía entre las masas proletarias. Se elegía un delegado cada quinientos obreros, y su mandato era revocable.
A su vez, decía Trotsky (vicepresidente y luego presidente del Soviet de Petersburgo): “En la medida en que la huelga general destruye la actividad del gobierno, la organización misma de la huelga [el Soviet] se ve empujada a asumir funciones de gobierno”. Así fue que el Soviet puso en práctica la libertad de prensa, organizó patrullas para la protección de los ciudadanos; se apoderó en alguna medida de los correos, telégrafos, ferrocarriles; e intentó establecer de hecho la jornada de ocho horas. De esta manera no sólo se mostraba como la organización más adecuada para la clase obrera en su lucha independiente contra la burguesía y la autocracia, sino que demostraba su potencialidad como organismo de poder obrero, como base para un nuevo tipo de Estado. 

Hacia la insurrección

El 17 de octubre el zar Nicolás Romanov a través de su ministro Witte capituló ante la fuerza arrolladora de la huelga general. Prometió libertades públicas, derecho a legislar para la Duma (parlamento), y extensión del derecho electoral. Aunque sólo eran promesas, simbolizaban el retroceso de la autocracia frente al movimiento obrero que de esta manera lograba en unos días más de lo que la temerosa burguesía liberal había logrado durante años de oposición servil.
La huelga de octubre demostró la hegemonía proletaria en la revolución burguesa. Las consecuencias de este hecho para el carácter de la revolución comenzaban a mostrarse. Cuando, por ejemplo, el proletariado intentó imponer mediante el impulso de la revolución una medida mínima como la jornada laboral de ocho horas tuvo que enfrentarse directamente con la burguesía que se lanzó al “lockout” (boicot patronal a la producción). Al proletariado solo le quedaron dos alternativas: o retroceder ante la resistencia burguesa o avanzar hacía medidas socialistas de expropiación de los medios de producción. Esta vez el proletariado se replegó a juntar fuerzas. La huelga general política había planteado la cuestión de qué clase detentaba el poder, pero no la había resuelto. Para avanzar no sólo era necesario sobrepasar la legalidad instituida y pasar al enfrentamiento físico, sino que había que hacerlo en el marco de una estrategia para la conquista del poder. Es decir, había que organizar concientemente la insurrección. Esto implicaba tener en cuenta determinadas condiciones.
Lenin decía que para poder triunfar, una insurrección debe apoyarse en la clase más avanzada, estar respaldada por el ascenso del pueblo revolucionario, y coincidir con el momento de mayor actividad de la vanguardia del pueblo y mayor vacilación de los enemigos y los amigos a medias. Dadas estas condiciones es indispensable que la clase obrera cuente con un partido revolucionario con la suficiente organización, experiencia, e influencia para lograr el triunfo a través de una estrategia para la toma del poder. En 1905 el movimiento no pudo lograr la coincidencia de todas estas condiciones cuando a fines de noviembre se vio forzado por el zarismo a dar la batalla decisiva.
El 26 de noviembre es arrestado el presidente del Soviet de Petersburgo, Jrustalev. Inmediatamente se toman las medidas necesarias para continuar la lucha pero el 3 de diciembre, soldados, cosacos, y gendarmes rodean el Soviet y arrestan a sus miembros. Tres días después el Soviet de Moscú, basado en los graves desórdenes que se estaban produciendo en la guarnición, llama a la huelga general política con la intención de transformarla en insurrección armada. Los obreros de Moscú lograron mantener a raya durante diez días a la guarnición local. Luego de esta heroica batalla fueron derrotados. Sin embargo, habían demostrado cual sería la clase capaz de derrotar al zarismo. 1905 fue el prólogo, el desenlace tendría lugar doce años más tarde en la gran revolución rusa de octubre de 1917. Un siglo de revoluciones había comenzado.

Referencias sobre 1905:
· Película El Acorazado Potemkin de S. M. Eisestein
· Mas, Santiago, “La Revolución de 1905 en Rusia”, en Historia del Movimiento Obrero.
· Lenin, V. I., “Jornadas revolucionarias”, en Obras Completas, T. VIII, “Informe sobre la revolución de 1905”, en Ídem. , T. XXIII.
· Trotsky, L., 1905. Resultados y perspectivas.

1 Ver “La comuna de París” en LVO 143

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