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DEBATES

SECCIÓN ABIERTA

Estrategia: un retorno necesario

Presentamos una nota del historiador Fernando Aiziczon a propósito de la entrevista a Emilio Albamonte, “Táctica y Estrategia en la época imperialista”, publicada en La Verdad Obrera N° 465.

29 de marzo 2012

por Fernando Aiziczon (Historiador Universidad Nacional de Córdoba)

Decía Goethe que nadie gusta de concederle al otro una cualidad, mientras pueda negársela siquiera un poco. Pues bien, los primeros días de marzo de 2012 el periódico LVO publicó una entrevista a Emilio Albamonte (1). No me pareció una entrevista más, el planteo de retomar el pensamiento estratégico en un sentido amplio, hoy parece de vital importancia. Supongo que gran parte del balance amargo, aún inconcluso, de más de 10 años de las jornadas del 2001 tienen mucho que ver. También que nuestra experiencia vivida hasta ahora aporta lo suyo. Pero pesa aún más la realidad de ver cómo todas esas energías, luchas, debates y hasta compañeros muertos van quedando en el incómodo lugar de lo que todavía no se logra hacer.

Para ir al grano: ¿por qué ese fenómeno denominado Kirchnerismo nos pasó por encima y lo sigue haciendo? Las respuestas son múltiples, pero hay algo de lo que no se puede dudar: ese fenomenal ciclo de luchas sociales que explotó en 2001 nos encontró a muchos desprovistos de herramientas teóricas y políticas sólidas para potenciar esa coyuntura y evitar recomenzar desde cero. Todos estos años se viene luchando en las calles, rutas, fábricas, campos y aulas, y se lucha mucho. Obreros, estudiantes, campesinos, docentes, pueblos originarios, feministas, ambientalistas, organismos de DDHH. Pocas veces juntos, siempre a tiempos diferentes, algunos enfrentan una medida del gobierno, otros piden aumentos salariales, otros rechazan directamente al “modelo”, y así hasta el infinito.

Es cierto que el “clima de época” que reinaba en 2001 jugaba de algún modo a contracorriente de utilizar una “teoría” (eso estaba mal visto), de sugerir un camino (eso era soberbio), o de militar en alguna organización estructurada que intente hegemonizar y homogeneizar la militancia y las conciencias (eso era para “anormales”); y no podía ser de otra manera, puesto que la mayoría de los partidos de izquierda hizo méritos a rolete (y lo sigue haciendo) para ser considerados hasta “culpables” de la desmovilización general.

Cuajó una idea muy seductora que ofrecía militancias relativas, formatos organizativos flexibles (“colectivos”, “movimientos”, “redes”), sujetos emancipatorios innumerables e indefinibles, reivindicaciones tan diversas como por momentos incompatibles, acompañado de una cantidad de publicaciones y folletines que usaban, abusaban e incluso desconocían las implicancias políticas de la autonomía y la autogestión. Frases como “otro mundo es posible”, “movimientos de movimientos”, “poder popular”, “socialismo del siglo XXI”, “capitalismo andino” y, a veces, “Revolución”, se amontonaron con el fin de generar una nueva síntesis de pretensiones anti-dogmáticas.
Sin embargo, los nuevos senderos que por allí se abrieron, quizás inconscientemente, cayeron en el sueño de creer que por denunciar los viejos dogmas, uno quedaba liberado de ellos, o de que intentando una difusa autonomía se podía prescindir del mundo de la realpolitik. Reemplazando viejos ídolos, símbolos o frases por otras combinaciones nuevas (o más “latinoamericanas”). Se sorteaba el quid mariateguiano de poder construir un socialismo que no sea (ironía de las palabras) “ni calco ni copia”, o de suponer que la construcción de una identidad anti-partido podría sortear el dilema del “instrumento político” del cambio social.

Quiero detenerme en el punto que refiere al exacerbado sentimiento anti-Partido (o contra la forma-partido) porque allí fue que, por estar plagados de prejuicios (entre los que me incluyo), no se quiso advertir que semejante negación, de ser consecuente, tendría también que barrer con otras formas: si rechazamos los partidos, hagamos lo mismo con los sindicatos, los movimientos sociales, el trabajo asalariado, el movimiento obrero, las elecciones, la nación. El Partido político en sí no fue concebido como un obstáculo que entorpezca la acción y degrade a individuos y clases; que generalmente tienda hacia la burocratización no significa que el resto de las organizaciones sociales estén menos exentas del mismo fenómeno. Pasar de la forma-partido a la forma-movimiento no soluciona las cosas.
Descartarlo porque sí abrió un vacío imposible de llenar en el camino de la construcción de formas organizativas que permitan cohesionar una ideología revolucionaria, capaz de enfrentar con éxito la abrumadora ideología dominante. Y eso ocurrió cuando, elección tras elección el kirchnerismo partió al medio a cientos de movimientos sociales, profundizando la fragmentación de toda una camada militante.

El kirchnerismo se frotó las manos y barrió con todas las dudas e incertidumbres: se apropió de cuanta lucha social le quedó a sus pies (DDHH, Ley de Medios, Matrimonio igualitario), pasó de la “transversalidad” a la “sintonía fina” pro-minera, en alianza con cuanto capitalista encontró. Plata, apriete y símbolos populares. Y mientras esto ocurre, gran parte de la militancia sigue evaluando si las medidas gubernamentales son buenas o malas, conservadoras, progresistas o “revolucionarias”.

No saber bien para dónde ir, qué discutir y cómo luchar, o peor aún, para qué luchar, es suponer que la incertidumbre y el devenir abierto solucionarán, en algún momento “indeterminado”, todos estos problemas.

La década kirchnerista demostró perfectamente que todo el mundo interviene sobre todo el mundo, sólo que los que saben cómo hacerlo y tienen claro el objetivo, finalmente ganan. Se puede discutir la forma (está muy bien y hay que hacerlo), pero no parece saludable continuar con tanto rodeo sobre si se “baja línea”, se “sugiere”, se “dirige” o se deja hacer.

La cuestión del Partido es un tema neurálgico que sirve para ver cómo el ensañamiento hacia él (sintomático y a-crítico), esconde una crisis de contenidos que no es más que, como señaló Daniel Bensaid, la llegada al grado cero de la estrategia. La ausencia de la pregunta sobre cómo es posible vencer en esta coyuntura y a través de qué tipo de organizaciones es crucial, partiendo de que no luchamos por placer, sino porque pretendemos que nuestras ideas convenzan a la mayoría…

Como señaló un viejo revolucionario: por más que un régimen esté al borde de caer, incluso en una situación revolucionaria, es necesario hacerlo caer. Y para hacerlo caer es imperioso salir al cruce de tanta incertidumbre, porque si bien no podemos saber “qué chispa prenderá el incendio”, vale el intento de prepararse para cuando llegue el momento y no andar dudando de si es fuego o sólo chispitas. Éste es el sentido de pensar más a fondo la intervención política. En esta sociedad capitalista, tremendamente filtrada en su sentido común por el modo burgués de entender y valorar la política, dejar pasar la oportunidad de susurrarle a miles en el oído la palabra socialismo (o peor, dejar que todo el mundo en soledad la “descubra”) es dejar que las cosas las sigan haciendo los que mandan.

Estamos parados en una coyuntura que no va a durar por siempre, una coyuntura claramente favorable para la izquierda. Veamos el ejemplo de la campaña de denuncia al Proyecto X, y a la Ley antiterrorista, los aciertos de las luchas lideradas por la izquierda en comisiones internas, o la banca obrera alcanzada en Neuquén (2). Que el FIT logre avanzar estratégicamente más allá de su buena elección, será una muy buena noticia.

Quizás esté sacando conclusiones por fuera de lo que en la entrevista se dice, pero creo que es buena no sólo por lo que explícitamente señala sino también por lo que permite pensar a partir de ella. Hay que saber reconocer a un buen disparador de debates, un modo serio de plantear el tema que no es autorreferencial y que está lejos de proponer un retorno ortodoxo a lo conocido. Nada de “manuales de procedimientos”. Tomar al marxismo como “concepción del mundo” que permite pensar y actuar sin saltear la experiencia acumulada en años de lucha plasmada en brillantes plumas como la de Marx, Lenin, Trotsky, Luxemburgo, sin dejar de dialogar y debatir con otras más recientes como Anderson, Badiou o el propio Bensaid, es una tarea de revitalización elemental, un retorno necesario, una punta crítica, una búsqueda anclada en la necesidad de que un movimiento político tenga un fin no tan librado al azar.

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