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NACIONAL

LA BRONCA DE LOS FAMILIARES

"Es un asesinato político"

Micaela Machicao era de La Paz, Bolivia. Tenía 29 años y dos hijos cuando subió al tren en Liniers. “Viajaba como todos los días, trabajaba en un club como empleada”, le cuenta su tío Vladimir a La Verdad Obrera.

Lucho Aguilar

8 de marzo 2012

Hermanos. Micaela Machicao era de La Paz, Bolivia. Tenía 29 años y dos hijos cuando subió al tren en Liniers. “Viajaba como todos los días, trabajaba en un club como empleada”, le cuenta su tío Vladimir a La Verdad Obrera. “Queremos que la presidenta se acuerde de nosotros, nos diga quiénes son los responsables”

Después, a Vladimir lo abrazó un hombre dolorido pero peleador. Juan, el padre de Leonel Frumento, les pidió silencio a las decenas de amigos y familiares que los acompañaban. Y gritó: “les voy a presentar a un hermano en el dolor”. La bronca por el crimen de Once no tiene fronteras.Frumento era uno de los tantos pibes del Conurbano que murió en Once. Sus amigos del barrio fueron a la marcha. Uno de ellos, trabajador de un correo, nos contó que “Leonel trabajaba en una empresa de caudales, pero por los costos no le quedaba otra que venir en tren. Los responsables de lo que pasó fueron el gobierno y la empresa, no hay que darle vueltas”.

Por eso el padre de Leonel, sin dejar de abrazar a su hermano Vladimir, le contestó a los que le gritaban “no hagamos política”. “No nos equivoquemos – les dijo – porque este es un asesinato político”.

Entonces la lista de fallecidos y heridos tiene una marca de origen. Y sigue.
Sonia Torres era paraguaya. Venía de Moreno, donde vivía en una casilla, para trabajar en un taller de costura. Braulio y Ranulfo, de los mismos pagos, eran albañiles. Verónica Franco había venido de Asunción para trabajar limpiando las casas coquetas de Palermo. Igual que Gloria y Nancy.
Jonatan, Lucas y Sabrina eran más jóvenes, como los estudiantes que venían en el tren. Quizás por eso trabajaban en los call centers que pululan por Buenos Aires.

Eran todos de la misma patria. La de los pobres, los más precarizados.

Palabras. Vladimir esperaba una respuesta. La presidenta utilizó 3 horas y 23.313 palabras en su discurso ante la Asamblea Legislativa. Pero no se acordó de Micaela. Tampoco dijo quiénes eran los responsables.

Pocos días después de la tragedia había dicho que “esa es la parte que nos faltó en el peronismo, y que es que por cada derecho también tenemos que tener una obligación. Tenemos que acostumbrarnos a que el que más trabaja tiene que ser premiado, porque una de las claves de la organización social ha sido premios y castigos”. Lo dijo para anunciar que iba a subir los miserables $1.200 a los trabajadores del Plan Argentina Trabaja, siempre que cumplan con los ítems de productividad y presentismo.

A los que viajaban en ese tren a Once, los que lo siguen haciendo todos los días, no les queda otra que aferrarse a ese derecho a ser explotados. Tienen que asumir el castigo de viajar en esos vagones aterradores, cumpliendo con la obligación del presentismo y la productividad.

No hay premios para el pueblo trabajador.

¿Hasta cuándo? Una encuesta realizada un mes antes de la tragedia les preguntó a los usuarios del Sarmiento a quién habían votado en las elecciones. Dos de cada tres pasajeros habían votado a Cristina Kirchner (Perfil, 26/02).

Son los mismos que hoy mastican bronca contra los empresarios del transporte y el mismo gobierno. En las estaciones, en los vagones, en las calles. Los mismos que ayer protagonizaron los estallidos de odio en los trenes suburbanos. Haedo, Constitución, Castelar, Once.

¿Hasta cuándo?

Las crónicas diarias cuentan que en el Sarmiento todo sigue igual. Estela Alfonzo limpia casas y vive en González Catán. “Desde la tragedia no voy más en los primeros vagones y le pedí a mi hermano que me averigüe qué colectivo puedo tomar para ir, tengo terror de subir al tren”.

Terror dice Estela. Y se sube al tren para cumplir con sus obligaciones.

Salida. Muchos ferroviarios, sacudidos por tamaña masacre, se acercaron estos días a los familiares. Es un paso adelante: el corporativismo es uno de los peores males que puede arrastrar el movimiento obrero. Después, la bandera que encabezó la marcha de los delegados del Sarmiento y las agrupaciones ferroviarias opositoras exigió la nacionalización de los ferrocarriles bajo administración de trabajadores y usuarios.

Es que una clase que mata y aterroriza al pueblo trabajador todos los días no puede manejar los destinos del país. La alianza social entre los trabajadores y usuarios es la única que puede dar una salida de fondo al desastre del transporte y los padecimientos del pueblo.

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