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El progresismo “verde oliva”

6, 7, 8 asumió la tarea del “operativo reconciliación” con las Fuerzas Armadas con la misma sutileza de un perro en celo. De la noche a la mañana, los progresistas ilustrados que conforman el panel descubrieron que los militares son los mejores amigos del pueblo.

Hernán Aragón

3 de junio 2010

6, 7, 8 asumió la tarea del “operativo reconciliación” con las Fuerzas Armadas con la misma sutileza de un perro en celo. De la noche a la mañana, los progresistas ilustrados que conforman el panel descubrieron que los militares son los mejores amigos del pueblo.

Galende, Russo y compañía viraron del rosadito al verde oliva, con la misma velocidad que el camaleón lo hace para confundirse con la maleza.

“Hay diferencias que se saldaron y se superaron en ese enorme actor social que salió a festejar”, dice la superada Sandra Russo. Gracias a su reflexión sacerdotal venimos a descubrir que la comunión entre el pueblo y los militares ha sido realizada.

El progresismo verde oliva parece haberse tomado a pecho el nuevo color que le fue asignado. Son los fieles representantes de la “ideología del guión” que les llueve cada día y repiten sin sonrojarse. La palabra de Cristina es su biblia.

Barragán, vaya a saber porqué, dice que “estos milicos no le sirven a Mariano Grondona”. Todos se babean en frases como que “el bicentenario significó el recupero por parte del pueblo de símbolos apropiados por la derecha” y se desviven en ensalzar los grandes valores morales de las nuevas generaciones castrenses, mientras Cabito insta a la juventud a alistarse en el ejército y Galende hace un malabar inentendible para afirmar “qué importante ha sido incluir dentro de este proyecto político a las fuerzas armadas con un rol claramente asignado”.

Como prueba contundente se nos ofrece la exquisita sensibilidad de Cristina cuando afirma que los militares cantaron, ese sábado 22, la marcha de San Lorenzo “como nunca en mi vida la había oído cantar, casi que se gritó”, o el juramento del jefe del Ejército, Luis Pozzi, que dice estar al frente de “una institución renovada que lleva adelante un saludable proceso de transformación y modernización”.

¿Qué renovación puede haber en una institución que “suicidó” al genocida prefecto Febres hace menos de tres años porque estaba resentido con la marina y podía llegar a hablar poniendo en riesgo a la Armada?

La “saludable transformación” no se demuestra porque sencillamente no existe. 6, 7 ,8 recurre a una falacia patética, donde no hay premisas ni conclusión, ni tampoco argumentos. Precisamente se los reemplaza por un afecto emocional que tratan de inculcar en su auditorio.

Ese afecto está dado por la “perfecta sintonía” existente en los discursos de Cristina y Pozzi. Si el gobierno encarna el proyecto popular, las Fuerzas Armadas también. Eso es todo.

El estándar moral que convalida la afirmación queda garantizado por los panelistas, autodefinidos periodistas de sobradas muestras de perfección ética y moral intachable.

“Una larga experiencia política –escribió León Trotsky– me ha enseñado que, cuando un profesor o unos periodistas pequeñoburgueses empiezan a hablar de elevados estándares morales, lo mejor es agarrarse bien fuerte la cartera”.

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