logo PTS

Comunicados de prensa

El Plan K: un neoliberalismo de 3 a 1

Prensa PTS

27 de junio 2005

Luego de una crisis sin precedentes en la Argentina, el PBI tuvo tasas de crecimiento record (8,8%1 en 2003 y un 9% en 2004 y se estima entre un 6 y 7% para este año) comenzando la recuperación en el año 2002. Este crecimiento estuvo acompañado de un cambio en las tendencias de la mayoría de los indicadores económicos: la producción industrial creció un 16% y un 12%, llegando actualmente a representar 17% del PBI; las exportaciones un 15% y un 16,5%; el déficit comercial se trocó en un superávit de u$s 7.370 millones en 2003 y de u$s 3.029 en 2004, al igual que el fiscal, que tuvo un superávit primario de $ 8.688 millones y de $ 17.360 respectivamente.

Pero en cantidades reales, el PBI recién acaba de alcanzar los niveles del año 1998, luego de haber estado en los picos de la crisis por debajo de los niveles del año 1993. Según Lavagna la recuperación del producto bruto ha sido “de 26% en estos tres años; con una recuperación y un crecimiento de 45% en el caso de la producción industrial“2. Este crecimiento se basó hasta el momento centralmente en la utilización de la capacidad instalada ociosa, que antes de la devaluación era de un 48,2%. La industria logró crecer a pesar de la baja inversión, que recién en el 3° trimestre del año 2003 superó la amortización de capital 3.

En segundo lugar, el agro tuvo un desarrollo bastante particular. Por un lado el comportamiento a precios constantes fue irregular, ya que descendió un 1,6% en 2002, para luego subir un 7% en 2003 y volver a bajar 0,9% en 2004. Pero si se toman los precios nominales obtuvo un crecimiento de 163%, 22% y 12% respectivamente. Así vemos que hasta el 2004 la clave en las exportaciones agrícolas fueron los precios mundiales extraordinariamente favorables. En el 2005 esta tendencia parece estar modificándose ya que la cosecha 2005 fue record contrarrestando la importante disminución de precios.

Pero a pesar de este importante crecimiento económico, los catastastróficos niveles de pobreza se han reducido en un ritmo muy lento: si a comienzos de la recesión, en 1998, el nivel de pobreza era del 31%4, llegó a alcanzar en su pico máximo de octubre de 2002 un nivel de 57,5%, y a diciembre de 2004 bajó al 40,2%5. Esto muestra que la recuperación no ha logrado revertir los niveles alcanzados durante la crisis.

Ahora, ¿cómo es que después de asomarse al abismo, primero Duhalde pudo pilotear la tormenta, y después Kirchner contener las pujas entre todos los bloques de los grandes capitalistas, abroquelándolos en el apoyo a su “capitalismo en serio”? ¿Es que acaso hay un nuevo régimen de acumulación, o, aún con cambios, prima la continuidad con respecto a los ‘90? Para dar respuesta a esta pregunta, debemos primero explicar cómo se logró esta recuperación, que ha dejado, por lo menos hasta el momento, en un segundo plano las pujas entre los distintos sectores de la gran burguesía.

Pos devaluación: la recuperación después de la catástrofe

Luego de unos meses de gran inestabilidad, con el dólar subiendo constantemente al igual que los precios, con el sistema financiero virtualmente quebrado y con amplios sectores de la sociedad todavía movilizados, desde abril de 2002 la economía volvió a crecer .

La devaluación repercutió inmediatamente en los precios de los bienes importados, que representaban un gran porcentaje del consumo local. Las importaciones continuaron cayendo abruptamente (ya lo venían haciendo desde octubre-noviembre de 2001), alcanzándose en el 2002 un superávit comercial sobre la base de una contracción del PBI sin precedentes. Por su parte el sector exportador vio inmediatamente triplicados sus ingresos en pesos y trasladó lo más que pudo esos aumentos a los precios internos. Así, el conjunto de los precios de los bienes de consumo masivo subieron fuertemente, generando una caída inmediata del salario real promedio que llegó en ese año a un 28%6.

A lo largo del 2002 la política estuvo centrada en equilibrar la economía. No sólo era necesario estabilizar el peso y contener la inflación, sino que se debían recomponer las cadenas productivas y salvar el sistema financiero.

Como punto de partida, se establecieron las retenciones a las exportaciones del 5% en la industria y el 20 % en el agro7, para aprovechar las ganancias extraordinarias del sector por los altos precios internacionales8. Estos recursos se destinaron a la concesión de redescuentos del BCRA, que alcanzaron los $21.000 millones, evitando la quiebra de los bancos. Mientras tanto, el Estado volverá a endeudarse para apoyar la refinanciación de pasivos de los grandes capitalistas privados. El default de la deuda en bonos será un punto de apoyo primordial para esta política, que se sumará a la caída del gasto público real, debida a la inflación, para permitir el superávit fiscal.

Otro gran factor para entender la estabilización de una economía que estaba al borde del colapso, es la alta desocupación y la ausencia de luchas en el movimiento obrero ocupado durante esos meses. Subproducto del pánico frente a la hecatombe y la nueva traición de la burocracia sindical que pujó unánimemente a favor de la salida devaluacionista, el régimen, bajo el gobierno de Duhalde, no sólo pudo resistir los embates de sectores de masas, sino que pudo estabilizar el nivel de precios. La economía pudo tomar impulso y las ganancias empresarias se recompucieron, no sólo por los efectos de la modificación del tipo de cambio, sino fundamentalmente por la gran transferencia de recursos, de las clases subalternas hacia las distintas fracciones de la clase capitalista.

Para salvar a la industria de la quiebra generalizada a la que se asomaba en diciembre de 2001, el gobieno de Duhalde impulsó la pesificación de las deudas, mientras que emitió nuevos bonos por casi $40.000 millones, aprovechando los nuevos recursos generados por las retenciones. Entonces fue posible la recomposición de la cadena de pagos y sanear la situación financiera de las grandes empresas. Así los capitalistas pudieron hacer efectivas las ganancias extraordinarias posibilitadas por la nueva configuración de precios (y por la gran caída del precio de la fuerza de trabajo que generó la devaluación).

Primero crecieron las exportaciones (concentradas en petróleo, productos del agro, siderurgia y metales comunes). Éstas lideraron el crecimiento hasta el tercer trimestre de 2002. De ahí hasta el mismo período de 2003 el liderazgo será retomado por el consumo interno (centrado en los sectores de mayores recursos), al que se le suma la inversión desde fines de 2003, aunque con niveles más bajos que a la salida de otras recesiones. Se repite, nuevamente, “la clásica resurrección argentina luego de la hecatombe“9.

El dólar a $3 viene actuando como una protección para los industriales argentinos, imponiendo una cierta sustitución de importaciones, que ha permitido cambiar insumos importados por locales, reactivar líneas de producción e inclusive reabrir algunas fábricas y talleres. Sin embargo estos cambios en la estructura productiva han sido por el momento superficiales, dependiendo esencialmente que se mantenga el tipo de cambio real.

Los grandes ganadores y "perdedores" tras la devaluación

Para ver qué elementos nuevos puede haber inducido la devaluación en el régimen de acumulación, debemos tomar nota del proceso iniciado en los ‘70, que reconfiguró el carácter de la cúpula industrial. Luego veremos qué relación se establece pos devaluación entre ésta y los otros grandes actores de la economía de los ´90: las empresas de servicios públicos privatizados y el conjunto del capital imperialista.

El capital industrial más concentrado ha tendido a centrarse, a lo largo de las últimas décadas, en el aprovechamiento de ventajas estáticas, como políticas estatales de fomento, precios internacionales sumamente favorables o ventajas comparativas para ciertos productos, especialmente los de manufactura de productos agropecuarios. A contramano de la tendencia a la desindustrialización relativa, estos sectores de la cúpula industrial iniciaron un giro exportador en los ‘70, concentrándose en ciertos nichos muy específicos. Este proceso se profundizó y amplió durante los ‘90, junto con la concentración y centralización del capital, y con la mayor penetración imperialista en la economía nacional, proceso que estuvo acompañado por una mayor asociación entre el capital local y el extranjero.

Durante los ´90, los precios relativos configurados por el tipo de cambio bajo y las políticas sectoriales selectivas y discrecionales10 permitieron el crecimiento y la concentración de capital en unos pocos rubros industriales. Subsidiados por el tipo de cambio para endeudarse en el exterior y realizar importaciones, a la vez que para apropiarse de las empresas más débiles, acompañan sus ganancias desprendiéndose de algunas empresas11 y fugando capitales.

Este proceso fue parte de la “modernización regresiva” que caracterizó a la economía argentina durante los ‘90, en la que al mismo tiempo se registran aumentos de productividad importantes y mejoras técnicas en ciertos sectores, y una desarticulación del aparato productivo de conjunto.

Este sector del gran capital de la industria es el que pujó por la salida devaluacionista; y los principales beneficiarios de la misma, son los sectores centrados en: alimentos y bebidas, siderurgia, metales comunes y automotrices, además del petroleo y sus derivados. De forma subsidiaria, se beneficiaron también los sectores de pequeño capital, pero con limitaciones, especialmente por su falta de acceso al crédito y por su fuerte demanda de insumos importados en relación con su capital y facturación.

La devaluación permitió el crecimiento exponencial de las ganancias de las empresas que pudieron sortear exitosamente las turbulencias financieras y renegociar sus pasivos. Se produjo un cambio en el régimen de ganancias extraordinarias, con el traspaso de éstas desde el sector importador, las privatizadas y finanzas hacia el gran capital industrial12, acompañado por otros sectores exportadores (agro y petróleo) que se beneficiaros de los altos precios internacionales.

En la industria de conjunto, la rentabilidad, medida como ingresos menos costos (fijos y variables), ronda el 38%13. En lo que respecta a las actividades extractivas, la rentabilidad tampoco ha bajado del 30%.

Pero estos índices, que contrastan fuertemente con la caída constatada en el ingreso del conjunto de los asalariados, no alcanzan a dar cuenta de la magnitud del proceso que se generó pos devaluación. En todos los grandes sectores mencionados tenemos, por un lado, diferencias de rentabilidad por subsectores y, por el otro, por la envergadura del capital.

Los autoproclamados “perdedores”, las empresas de servicios públicos privatizadas, de conjunto, mantienen rentabilidades que oscilan entre el 5 y el 10%. Los grandes ganadores de los ‘90, que obtuvieron durante toda la década niveles de ganancias superiores al 30%, hoy están por detrás de la industria, pero con niveles que superan los de cualquier país imperialista. La relación de fuerzas pos jornadas de diciembre, frente al descrédito del sector por las suculentas ganancias obtenidas en los ‘90 y frente a la política del gobierno para evitar un mayor aumento de precios en el marco de la devaluación, imposibilitó hasta el momento nuevos aumentos generalizados de tarifas. Los quebrantos registrados durante 2002 y 2003, en la mayoría de las empresas, se deben al endeudamiento en dólares y a la carga que significan éstos en activos devaluados. Pero en el plano operativo, son excepcionales las empresas que han registrado pérdidas. Los aumentos de la demanda y algunas subas sectoriales de tarifas (y nuevos negocios como los celulares para las telefónicas), han permitido esta recuperación de la rentabilidad. Pero desde ya que van por más. Aducen que con este margen, superior al de cualquier país capitalista desarrollado, no hay posibilidades de realizar nuevas inversiones. Y agitan el fantasma de la crisis energética para presionar por mayores tarifas. Y el gobierno, que ya ha hecho algunas concesiones, se prepara para realizar los ajustes pendientes después de octubre14.

Por los propios sectores favorecidos y por la manera en que se sale de la convertibilidad, podemos ver que no se trata de un cuestionamiento a los nudos centrales de la política desarrollada durante los ‘90, sino más bien de un reacomodamiento de los precios relativos que redistribuye las ganancias extraordinarias entre los distintos sectores de la cúpula económica.

Cabe agregar también que hay continuidad en el grado de penetración imperialista en la economía nacional. Todas las multinacionales que compraron activos masivamente durante los ‘90 conservan sus posiciones. Especialmente en la industria, donde se multiplicaron sus ganancias. Veamos algunos números: de las 30 empresas más grandes del país, sólo 5 pertenecen a capitalistas argentinos15. El 70% de las ventas del país al exterior están bajo control de empresas extranjeras, que ya controlaban el 55% en 199316. Además las empresas extranjeras o con participación extranjera pasaron de representar el 60% de la cúpula empresarial en 1993 al 84% en 2002. Entre las 500 empresas más grandes, las extranjeras controlan el 69% de la producción y el 84% de las ganancias, mientras que los capitales de origen nacional tienen el 21% de la producción y sólo el 5% de las ganancias17.

Por último, el Estado combina su rol de redistribuidor de las ganancias y los costos entre los capitalistas, con su empeño por subejecutar las partidas presupuestarias para garantizar los pagos de la deuda externa. Como veremos, en este punto también hay continuidad, aunque el camino ya no sea el ajuste nominal.

Así podemos afirmar que los cambios ocurridos, fundamentalmente el nuevo dinamismo de distintas ramas de la industria, no significan una diferencia cualitativa, sino una profundización o continuación, por nueva vía, del régimen de acumulación generado a partir de la década del ‘70. El gobierno de Kirchner, con un discurso de renovación, se monta sobre todo lo conquistado en cuanto a flexibilización y precarización laboral, baja de salarios, alianza con el capital imperialista y ajuste del gasto público. Ya no se habla de ajuste, pero las partidas se achican por la inflación y subejecución; no se habla de flexibilización, pero con nuevas leyes avala todo lo actuado durante los ‘90.

Es cierto que las PyMEs se han visto favorecidas como ya mencionamos. Pero esto es algo subsidiario, y se debe básicamente a que la megadevaluación les dio nuevo impulso a pesar de su baja productividad. Pero aún con la brutal alteración de los precios de los bienes importados, las ganancias del pequeño capital, si bien altas en relación con sus niveles históricos, apenas las han sacado de su situación vulnerable. Por eso planteamos que lo que prima es la continuidad respecto a las décadas precedentes. Esto quedará más claro si hacemos un breve paneo de la situación de los asalariados.

A su vez, la salida impuesta por la burguesía significó una profundización de la explotación y precarización de las condiciones de trabajo. Durante los ‘90 la fuerza de trabajo se pagó por debajo de su valor mediante la caída nominal del salario. Este proceso se profundizó con la devaluación y la inflación que ésta trajo aparejada. Por empezar, como dijimos anteriormente, esta implicó esencialmente un aumento del precio de los bienes salario. Siendo productos de exportación por excelencia, y acompañando el hecho de que el nivel de retenciones fue ínfimo, la devaluación impactó casi plenamente sobre el nivel de ingreso de los trabajadores, que de conjunto cayó un 28%.

Al calor de la recuperación, el capital profundizó la intensiva explotación de la fuerza de trabajo, extendiendo la jornada laboral. Así la burguesía, no sólo se benefició con la devaluación, sino que aprovechó la recuperación aumentando la “productividad” del salario. Hoy los asalariados participan del 25% del PBI, mientras que en 2001 participaban del 32%, y en 1975 llegaban al 50%. Los magros aumentos salariales concedidos por Kirchner, se ubicaron detrás de la subida de los precios ocurrida durante el 2002 y por debajo de los aumentos de la productividad.

Cómo están hoy los motores de la recuperación

Balance de pagos

Como decíamos anteriormente, uno de los elementos claves de la política de Lavagna-Kirchner es sostener el tipo de cambio hiperdevaluado. Por dos cuestiones sencillas: porque mantiene los márgenes de rentabilidad de la economía (a costa de los asalariados) y porque las retenciones a las exportaciones son una de las bases centrales para sostener los pagos de la deuda.

Pero si miramos la evolución del saldo comercial, vemos cómo el superávit se viene reduciendo mes a mes. Esto se debe al crecimiento de las importaciones, que en el 2004, representaba el 23% de la demanda18. La restricción externa, esto es la imposibilidad en el mediano plazo (a la vez que la necesidad) de mantener un balance externo positivo para hacerse de las divisas que sostengan el crecimiento y los giros de divisas al exterior19, actúa como una amenaza sobre el panorama económico.
Las transformaciones productivas ocurridas durante los ´90 tuvieron efectos importantes sobre la composición de la demanda de bienes importados. Si bien la gran industria exporta más de lo que importa, cualquier intento de aumentar la capacidad productiva aumenta la necesidad de importaciones, ya que los bienes de mayor complejidad, como la maquinaria para la industria, tienen una escasa producción en el país. El tipo de cambio ha sido insuficiente para recuperar estos sectores, más allá de la maquinaria para el campo que sí se produce en gran medida en el país.

Por otro lado, el consumo adquirió en los ‘90 un importante componente de bienes finales importados, sobre todo ligado a los ingresos de los estratos más altos de la población. En 2004, subproducto de un aumento del consumo de estos sectores, este elemento reapareció.

Si bien de manera directa el consumo representó un 11% del total de las importaciones, debemos hacer algunas aclaraciones. Mercancías como los celulares no aparecen en las cuentas nacionales dentro del rubro de consumo sino del de inversión (lo mismo que los automóviles). Por otro lado, muchas empresas, frente a la falta de incentivos para realizar inversiones de largo plazo, han realizado importaciones para satisfacer la demanda interna, en vez de aumentar sustancialmente la capacidad productiva local, como explicaremos en el apartado siguiente referido a las inversiones.

Ésto, sumado a la importación de maquinaria para la industria PyMe (en un nivel aún reducido), es lo que explica el fuerte aumento de las importaciones, que tuvieron una espiral ascendente desde mediados de 2004 para desacelerarse recién en enero, pero manteniendo un nivel creciente. Vemos cómo el propio crecimiento se va fagocitando las bases en que se sustenta, ya que a medida que aumenta la producción, disminuye el superávit comercial. Esto sucede centralmente porque el aumento de las importaciones no ha sido combinado por un aumento de las exportaciones del mismo tenor. Del aumento de exportaciones de los últimos dos años, el 75% se debió a precios. Sólo este año han empezado a crecer las cantidades exportadas, pero sólo el 8%, mientras que las importaciones, comparadas con el año anterior, han aumentado un 35%.

Varios analistas preveen que el superávit comercial se mantendrá hasta no mucho más allá de marzo-abril de 200620. Esto significará, que más allá de que el gobierno sostenga superávit fiscales, deberá endeudarse para hacerse de los recursos para el pago de la deuda externa, ya que aún más del 60% de la misma permanece en moneda extranjera.

Por otro lado, esto implicará también una nueva restricción a la acumulación en la industria, todavía afectada por la crisis energética y la falta de inversión. Sólo un fuerte aumento de las inversiones, que a la vez se centre en aumentar la capacidad exportadora del país, puede permitir ampliar las bases del crecimiento, dilatando hasta el mediano plazo los desequilibrios de la balanza de pagos.

Inversión

En 2004, la inversión alcanzó un nivel de 18%, estando por debajo del 23% alcanzado en 1998. A la vez la inversión en construcción fue el rubro que más aumentó durante todo el año pasado, quedando por detrás de esa el aumento de la capacidad productiva.

Si bien es cierto que durante los últimos dos trimestres de 2004 la inversión en insumos y medios de producción superó a la de la construcción, ésta se ha concentrado básicamente en los sectores con alta rentabilidad. Según información del Ministerio de Economía, el salto inversor de 2003-2004 tuvo como destino en un 50% a los sectores de petróleo, gas, madera, aceites, harinas y minería. La inversión en maquinarias y equipos ha alcanzado según algunas estimaciones el 27,2% del total de la inversión21. Y de este porcentaje, más de la mitad se debe a inversiones realizadas por PyMEs22. Incluso, la recuperación de la inversión en su conjunto, ha llegado apenas a un 61% del punto máximo alcanzado antes de la crisis en 1998, cuando en la salida de la recesión de 1985 había alcanzado un 158%, en la salida de la hiperinflación de un 73%, y a la salida del Tequila de 149%23.

Bernardo Kosacoff, director de la CEPAL, planteó que “hace falta agregar 5 o 6 puntos más [de inversión]. Todos sabemos que –si bien se registran fuertes inversiones de PyMEs en sectores como construcción, agro, inmobiliario y turismo, entre otros– el proceso de inversión de las grandes empresas todavía no ha llegado [...] [el crecimiento de las importaciones] es más acelerado de lo que se preveía. Las exportaciones han crecido más por precio que por cantidades, y a un ritmo mucho menor. Es un tema para tener en cuenta”24. Y en palabras de Daniel Heymann, “para que aumente la demanda interna se necesitan más insumos importados y eso sólo se consigue si se exporta lo suficiente”. A lo cual Kosacoff agrega: “¿De dónde van a salir los 10, 15 o 20 mil millones de exportaciones adicionales que se requiere para darle sustentabilidad al crecimiento?”25.

Aunque hay factores que muestran un cambio de la tendencia, todavía el crecimiento de la inversión es muy limitado. Al mes de marzo, a pesar de los aumentos de la producción, la utilización de la capacidad instalada se mantenía en el mismo nivel de seis meses antes (71%), lo cual indica un aumento de las inversiones. Todavía no es claro que su aumento alcance el nivel requerido para evitar cuellos de botella en el mediano plazo. De lo que no quedan dudas, es que este crecimiento de las inversiones estará condicionado por la conservación del patrón de distribución regresivo y de los precios relativos establecidos pos devaluación26.

Esto es sólo en lo que se refiere a la industria, pero años de desinversión aquejan al conjunto de la estructura productiva. Desde la red vial (y la destrucción de la red ferroviaria), hasta recursos hidroeléctricos y disponibilidad de gasoil a precios accesibles para el campo. La recuperación de esta estructura fundamental para aumentar la productividad general de la economía implicaría aumentar la inversión para llevarla hasta más del 30% del PBI, y elevar a un 10% del PBI la inversión en infraestructura. Niveles que, como ya dijéramos, ni siquiera fueron remotamente alcanzados con el masivo ingreso de capitales de la década del ‘90. La hipoteca de la deuda externa, y el control rapaz de las empresas imperialistas sobre la infraestructura y los recursos energéticos, hacen imposible pensar que se alcance este nivel. El gobierno actual, aliado a los grandes pulpos capitalistas, nacionales y extranjeros, no sólo mantiene el peso artificialmente devaluado a costa de los salarios para sostener ganancias extraordinarias de magnitudes récord, sino que destina el grueso del superávit fiscal a pagar la deuda pública, realizando planes de obras irrisorios en relación con las necesidades del país, y siempre ligados a intereses puntuales de sectores capitalistas27.

Contradicciones estructurales del 3 x 1

La deuda

Después del nuevo megacanje, cuya gran aceptación del 76,07% se debió ni más ni menos a que era un gran negocio para los acreedores, especialmente si se trata de los bancos, la deuda se ubica en un 72% del PBI, o u$s 125 mil millones. El mismo nivel que tenía... ¡en el año 2000! Esta es la famosa negociación “firme” que realizaron Lavagna-K, que embarga al país por 42 años.

Pero eso no es todo. Entre 2005 y 2010 se registrarán vencimientos por de deuda por u$s 70.000 millones, de los cuales u$s 13.000 millones vencen este año, y en 2006 otros u$s 12.500 millones. A esto hay que sumarle el pago de u$s 2.200 millones por intereses caídos que pagará el gobierno este año. Es cierto que de los vencimientos de este año, u$s 5.000 millones son con los organismos internacionales, pero para refinanciarlos, el FMI impondrá sus condiciones. Hay que tener en cuenta que todavía u$s 22.000 millones quedaron fuera del canje (con lo cual la deuda alcanza un 85% del PBI), y se incrementa la presión del G7 y el FMI para resolver una reapertura del mismo o algún mecanismo similar, con lo que la deuda sumaría un total de más de u$s 145 mil millones. Conociendo la “firmeza” de Kirchner con el FMI, podemos estar seguros de que se dará respuesta a los reclamos de estos bonistas, concediéndoles beneficios que no tendrán nada que envidiarle a los que entraron en tiempo y forma al canje.

Ahora, descontando la deuda con el FMI, el gobierno debe pagar este año $ 24.000 millones, y se calcula que el superávit fiscal llegará a $ 14.000 millones. Es decir que en un año en el que se prevé un crecimiento importante del PBI, y recaudación fiscal récord, la “soberana” negociación llevada adelante por Kirchner implica continuar con el espiral de endeudamiento (ya ha comenzado la emisión de nuevos bonos), o comenzar a liquidar los u$s 21.000 millones de reservas.

Pero el 37% de los bonos, o u$s 17.800 millones, están emitidos en pesos. Esto significa que al calor de la inflación los bonos se ajustarán, haciendo que la deuda sea mayor en dólares. Es por eso que un sector importante de bonistas, apuesta por esta vía a un nuevo crecimiento del monto total de deuda en bonos, mejorando los ya buenos resultados obtenidos.

Mantener los pagos de esta hipoteca implicará para el Estado garantizar anualmente un superávit mínimo del 3% del PBI: la deuda seguirá siendo una pesada carga que el gobierno, siguiendo la línea de todos sus antecesores, pagará ajustando las partidas presupuestarias dirigidas a los sectores populares, continuando la senda del ajuste del gasto público e intentando contener cualquier recuperación seria de los ingresos de los trabajadores.

Tipo de cambio, salarios e inflación

Dos años después de la salida de la convertibilidad, Lavagna se congratulaba de que la Argentina había logrado la devaluación más exitosa de todas las iniciadas desde las crisis asiáticas a esta parte. Efectivamente, los precios aumentaron menos que lo que se depreció la moneda, y los ingresos de los trabajadores “sólo” habían caído a diciembre de 2004 un 23%.

El tipo de cambio de 3 a 1 está virtualmente fijo por el momento. Podemos preguntarnos qué relación guarda esta paridad, con el tipo de cambio “de equilibrio”, teniendo en cuenta que éste tiende a expresar la relación entre la productividad general de la economía nacional y la mundial. Si con el 1 a 1 el peso estaba sobrevaluado (haciendo que los precios internacionales fueran bajos en pesos) puede decirse exactamente lo opuesto de la situación actual. Un indicador de ésto puede dárnoslo el hecho de que a fines de 2001 distintos analistas ubicaban el tipo de cambio real en un nivel de $1,40 por dólar, paridad a la que se estableció el peso con Remes Lemicov, y la devaluación ha más que duplicado ese nivel. Esto empieza a hacerse patente al calor de la recuperación. Los fuertes ingresos de divisas relacionados con ganancias extraordinarias empalmaron a la vez, con una reducción de la fuga de capitales y con la caída del dólar en todo el mundo. Hoy el gobierno, para sostener la competitividad de la economía, debe emitir pesos para comprar dólares.

Sobre esta desrelación entre el tipo de cambio real y el que se acercaría más a la productividad general de la economía, es que se asientan principalmente las presiones al aumento de los precios. Por un lado, el tipo de cambio alto está fuertemente ligado al aumento de las exportaciones. Los productos cuyos precios han aumentado sensiblemente, han registrado un importante crecimiento de las cantidades exportadas. Las ventas al exterior de carne aumentaron 50% en el semestre setiembre-febrero, las de lácteos lo han hecho un 6%, las verduras un 29%, las bebidas un 32% y los vehículos un 60%. Esta correlación entre exportaciones y nivel de precios es una constante en la historia argentina, dado que, por un lado, el intento de aprovechar buenos precios internacionales o realizar ganancias en dólares, mueve a los exportadores a exigir mayores precios para vender en el país, teniendo en cuenta la fortaleza de la demanda28.

Por otro lado, la suba de la demanda exacerba la puja por recomponer márgenes de ganancia en los sectores que absorbieron parte de los costos de la inflación pos devaluación. De lo anterior se deduce, que lo que tenemos no es un brote inflacionario, en el sentido que los factores que motorizan los aumentos no son crónicos, sino una suba de precios generada especialmente por los aumentos de las exportaciones de los grandes grupos capitalistas.

Pero este aumento de precios empalma con otros fenómenos:

a) La existencia de empresas con peso oligopólico, quienes pueden aumentar sus márgenes subiendo los precios frente a subas en la demanda, aunque sus costos se mantengan. Por eso se produjeron fuertes aumentos en bienes como el azúcar, los artículos de tocador y perfumería, y el cemento y acero (con repercusiones en la construcción).
b) La capacidad instalada promedio de la economía ronda el 71%, amenazando generar cuellos de botella en muchas industrias. De todos modos, es cierto que se mantiene en el mismo nivel que noviembre de 2004 mientras que la producción ha aumentado, lo cual indicaría un ligero aumento de las inversiones y la capacidad productiva.
c) La base monetaria sigue en aumento. Si bien ésta había aumentado a marzo sólo un 7,6% en un año, es decir, menos de lo que aumentó el PBI, excedió el aumento pautado por el BCRA.

Si bien la fortaleza fiscal, el superávit comercial y los fuertes márgenes de ganancia de los capitalistas limitan por el momento el desarrollo de una espiral inflacionaria de mayores consecuencias, se encendieron las alarmas del gobierno ya que la suba de precios implica la revaluación del peso y, sobre todo, exacerba las luchas por salario.

En este marco, la lucha salarial, que amenaza con llevar las ganancias empresarias a niveles “sólo normales”, no podía ser recibida con mayor hostilidad por los capitalistas. Plantear que nuevos aumentos de salarios estén condicionados por nuevos aumentos de productividad es pretender hacer un borrón y cuenta nueva oscureciendo el hecho de que desde 2002 la productividad global ha subido 15%29, mientras que el costo salarial está un 30% por debajo de los niveles de finales de 2001 30.

Pero de seguir la pelea por la recomposición salarial, esta ventaja se irá reduciendo. Es por eso que la apuesta de la burguesía y el gobierno es a contener las luchas salariales, y sólo conceder aumentos por productividad, para así sostener el nivel de las ganancias e indisolublemente ligado a esto, el patrón de distribución sumamente regresivo conquistado con la devaluación. Si bien la gran industria exportadora puede absorber, después de la megadevaluación, incrementos salariales del 100% manteniendo ganancias extraordinarias importantes31, y el conjunto del gran capital, que se apoyó en la precarización y flexibilización para recuperar sus ganancias, también tiene un margen importante, no renunciarán pacíficamente a los márgenes de ganancia logrados con la devaluación. Sólo estarán dispuestos a conceder aumentos salariales frente a luchas decididas, que tiendan a la radicalización.

Vemos entonces que el factor que puede desencadenar una escalada en los precios, es la negativa del gran capital a renunciar a su rentabilidad actual, trasladando los incrementos salariales a precios. Pero ésto acercaría el tipo de cambio hiperdevaluado al de los países competidores. Es por eso que Kirchner brega por sostener las ganancias extraordinarias de los capitalistas con salarios devaluados. Y si interviene para evitar mayores aumentos de precios, es para no generar revuelo frente a este patrón regresivo, y no para defender los ingresos de los trabajadores y los sectores populares.

Conclusiones (y algunos apuntes sobre la estructura económica argentina)

Retomando lo dicho, vemos cómo el gobierno de Kirchner se apoya en el tipo de cambio hiperdevaluado, y en la contención de la “puja distributiva”, haciendo concesiones a los “perdedores” del gran capital al apropiarse de una parte de las rentas del agro. Mientras tanto, ha dado algunas migajas a los trabajadores, para que el salario real promedio estuviera “sólo” 23% debajo del nivel de diciembre 2001 32.

Sobre esta base, el gobierno unificó a las principales fracciones del capital, manteniendo una puja de baja intensidad sólo con las empresas que controlan los servicios privatizados. A la vez, por su discurso desde que asumió, generó expectativas de cambios por arriba, recomponiendo en gran medida la credibilidad en la institución presidencial y manteniendo la mayoría de los reclamos en los marcos del régimen.

Pero, al igual que en los ‘90, la política económica está centrada en favorecer a las grandes empresas. Así, el “capitalismo en serio” de Kirchner, mantiene profundos hilos de continuidad con la década menemista. Hemos señalado que los costos de esta política “a favor de la producción y el empleo” han sido pagados por los trabajadores. A la vez que los capitalistas aprovecharon la conquista de la flexibilidad laboral impuesta en los ’90 para lograr una fuente de plusvalía adicional.

Pero constantemente aparecen destellos de posibles escenarios críticos para la estabilidad burguesa. La crisis energética, que se expresó con agudeza durante 2004, reaparece con el nuevo invierno, como muestran las amenazas, en algunos casos efectivizadas, de cortes de gas a la industria. Por otro lado, los aumentos de precios incentivaron la entrada en escena de los asalariados. Inicialmente de los servicios y estatales, y en los últimos tiempos también del proletariado industrial, lo que ha debilitado un plan burgués sostenido en bajos salarios. Y de fondo, los pagos de la deuda, anuncian nuevas crisis financieras, como las que se vienen produciendo cada década desde la crisis de los ‘80.

Estas amenazas latentes (y las otras contradicciones enumeradas a lo largo de la nota), se deben al hecho de que el capitalismo argentino, por su estructura de clases y su carácter semicolonial, encuentra históricamente resistencia a la configuración de un régimen de acumulación estable, estando permanentemente sometido a profundas convulsiones periódicas. Esto se debe a que la divergencia entre los proyectos burgueses de los grandes sectores del agro y de la industria, se dan bajo la presión del imperialismo y ante la amenaza de una mayor actividad obrera33.

Pese a que las exportaciones han crecido luego de la devaluación, hoy representan sólo un 23% del PBI34. Hasta diciembre de 2004, ¾ de su aumento no se debe a cantidades sino a precios y los bienes exportados siguen siendo productos del agro y comodities industriales35. Estos sectores son los que cuentan con importantes ventajas competitivas y han generado ganancias extraordinarias.

Paralelamente, existe una importante producción orientada al mercado interno, básicamente en la industria liviana , dándose la necesidad de sostener la importación de insumos para el conjunto de la industria con los recursos generados por los exportadores. Y esto se combina con el fuerte contraste entre los sectores altamente productivos y el conjunto de la economía de baja productividad media. Por eso afirmamos que la economía argentina tiene un carácter “híbrido”, producto de esta combinación.

Este carácter no se ha modificado a pesar de las ofensivas políticas desarrolladas desde la dictadura en pos de lograr una especialización que liquide a la industria de menor productividad36. Esta es la base sobre la cuál vuelve (luego de la devaluación) el debate entre los economistas burgueses, sobre qué régimen de acumulación debe articularse. Y en este punto, el “plan K” no ha dado y difícilmente pueda dar, definiciones claras.

Están quienes aspiran a lograr una inserción en el mercado mundial como plataforma exportadora, atrayendo inversiones masivas del capital imperialista, como hicieron los “tigres asiáticos” durante los ‘70. Entre ellos se encuentran Bernardo Kosacoff y Aldo Ferrer. Este objetivo suena voluntarista si se tienen en cuenta dos hechos:

a) América Latina tiene hoy un rol secundario, en el destino de las inversiones imperialistas. No es más que un mercado disputado por los países capitalistas desarrollados, pero las inversiones en la región, a diferencia de lo que fue en la década del ‘50, no tienen un carácter estratégico;
b) los países asiáticos, tanto por cuestiones geopolíticas como por el hecho de que sus costos laborales fueron y siguen siendo más bajos, han sido una aspiradora de inversión extranjera. Y a la vez, al ser plataformas ya constituidas, con una infraestructura e integración interempresaria muy profunda, generan una fuente de abaratamiento de costos adicional.

El margen para esta perspectiva es entonces muy acotado. Lo más aproximado a esto puede ser una profundización de la inserción de multinacionales orientadas al MERCOSUR, proyecto que de todos modos hoy se encuentra también en crisis por las pujas entre los industriales brasileños y argentinos, que exigen nuevos subsidios y aranceles.

Desde otro ángulo, los sectores del progresismo, hoy apabullados por algunos gestos de Kirchner, desde una tímida oposición, proponen distintas iniciativas para desarrollar lo que podríamos definir como un “capitalismo popular”, apoyando a los sectores PyMEs y redistribuyendo el ingreso. De entre éstos, por ser uno de los más sobrios, al menos en el diagnóstico, nos centraremos en las propuestas realizadas por Martín Schorr. Esquemáticamente pueden reducirse a:

a) Redistribución del ingreso, tomando directamente el planeo hecho por la CTA;
b) Financiamiento a la producción, especialmente a las PyMEs;
c) Replanteo de la política de retenciones;
d) Reformar la estructura arancelaria, que se mantiene igual a la de los ’90, salvo para la línea blanca. Pero discriminando por sectores;
e) Fomentar las exportaciones de PyMEs;

Hay que decir primero que las propuestas de Schorr ni siquiera mencionan el problema de la deuda externa. Si partimos de que el Estado burgués está a mediano plazo y más allá de las fortalezas coyunturales, constreñido por los ingentes pagos de la deuda, entonces concluiremos que las preocupaciones centrales del gobierno serán sostener el superávit fiscal y garantizarse las divisas necesarias para pagar esta deuda. Sin discutir el problema de la deuda externa, no puede plantearse ninguna política de redistribución o de desarrollo.
Ahora, continuando con sus planteos, podemos ver que hay en ellos una nostalgia y embellecimiento de la experiencia de “sustitución de importaciones”. Pero mientras que este proceso de “pseudo-industrialización”, se desarrolló en un momento histórico más “favorable”37, mostró de todos modos los límites de la burguesía nacional para avanzar en una senda de desarrollo. La industria argentina, necesitada de apropiarse de la renta generada por las exportaciones agropecuarias, decrecientes a lo largo de todo el período, y sobre todo de la inversión extranjera, estuvo signada por los convulsivos ciclos del Stop & Go. Ésta, a pesar de su crecimiento entre las décadas del ‘30 al ‘70, lo hizo con una brecha de productividad en relación con las potencias imperialistas que se mantuvo a lo largo de todo el período. Incluso la inversión extranjera realizada en el país, por la escala restringida del mercado nacional, debía trabajar con una productividad muy inferior.

Milcíades Peña pudo definir con lucidez el carácter del proceso de industrialización en Argentina, y explicar la incapacidad de la burguesía para sacar al país de su status semicolonial.

En la Argentina, tanto la acumulación capitalista primitiva como la modernización del país fueron realizadas por la clase terrateniente y el capital extranjero, interesados básicamente en valorizar la tierra y el ganado, que continuaron como en la época de la colonia siendo la base y el tema central de la civilización o falta de civilización argentina. En cuanto a la burguesía industrial, refleja desde su nacimiento la característica de la época imperialista, que es el monopolio [...] Los privilegios monopolistas y el atraso general del país generan y perpetúan en esta clase una mentalidad parasitaria, reacia al progreso técnico y desprovista de todas y cada una de las virtudes que en los países de desarrollo capitalista avanzado, evidenció la burguesía en el campo de la producción38.

En esta cita Peña contradice a aquellos que, como Schorr, afirman que antes del quiebre de la dictadura, existían importantes sectores burgueses dispuestos a la innovación y con capacidad para liderar un proyecto de desarrollo del capitalismo argentino. La burguesía argentina mostró en cada etapa su impotencia y desinterés para encarar esta tarea, y lo coronó con su apoyo total al proyecto de la dictadura genocida que profundizó la sumisión al imperialismo.

Frente a la “claudicación de la burguesía”, Schorr propone apoyarse en las PyMEs, para que encaren este proceso de desarrollo. Pero si hoy es claro que una serie de medidas que permitan un mínimo desarrollo del país, no pueden recaer en la burguesía nacional, hoy aliada por uno y mil lazos al capital imperialista, ¿podemos esperar que el pequeño capital, que por su baja productividad difícilmente logra realizar una acumulación ampliada, se desarrolle hasta formar un polo de nuevas empresas, verdaderamente nacionales, y altamente competitivas? Podríamos decir, comentando nuevamente la obra de Peña, que no hay en toda la historia del capitalismo nacional indicio de un conjunto de empresas que hayan realizado este proceso de crecimiento. Y agregar que la propia conducta de estos empresarios muestra que reproducen, en menor escala, todos los vicios de la gran burguesía.

Pero además, si el gran capital nacional es un jugador de cuarta categoría en la economía mundial, los sectores PyMEs ni siquiera compiten. Han logrado recuperarse, para producir para el mercado interno, gracias a la protección del tipo de cambio y los bajos salarios. Por eso la inflación (y en menor medida la suba de salarios) es una fuerte amenaza que mina las bases del crecimiento de este sector. Por eso suena utópico buscar que el pequeño capital asuma las tareas históricas burguesas irresueltas.

El programa de Schorr plantea la “integración de la estructura productiva”. Pero este planteo no dice nada sino se plantea luchar por recuperar los recursos apropiados por el capital imperialista. No podemos soslayar el hecho de que las exportaciones se hallan concentradas en un 85% en unas 300 empresas, de capital nacional y extranjero, beneficiadas directamente de la caída del salario real, ya sea directamente, por baja de costos, o indirectamente porque al disminuir el consumo permitió aumentar los saldos exportables. Si este capital se ha autonomizado del ciclo interno, ya que se ha concentrado en la exportación, es por esto mismo partidario acérrimo de sostener las condiciones que le han permitido sus ganancias extraordinarias en los últimos años. Es decir que incluso una política que atente incluso tímidamente contra estas condiciones, contará con su resistencia decidida.

Es por eso que cualquier programa que se plantee seriamente acabar con el legado “noventista”, de liquidación de la industria, hiperdesocupación y trabajo precario, tiene que plantearse el enfrentamiento directo de la injerencia imperialista en la economía nacional, y sus aliados locales de la gran burguesía. Esta tarea, no puede recaer más que en los trabajadores, los únicos capaces de arrebatar del control imperialista los recursos fundamentales del país.

Es claro que la serie de medidas propuestas por Schorr, pone en evidencia la impotencia de todos aquellos que no depositan la expectativa de resolución de los problemas nacionales en la clase trabajadora. Frente a esto, la clase obrera, que es la que diariamente pone en movimiento el aparato productivo del país, puede plantearse, sin ninguna atadura con intereses ajenos a los de los sectores populares, organizarlo en mejor provecho de las necesidades sociales. Poniendo fin a la voraz explotación de los capitalistas en búsqueda de la ganancia, puede articular la pelea por la emancipación nacional con el comienzo de la planificación socialista, dando los primeros certeros pasos hacia un verdadero desarrollo de las fuerzas productivas. Liquidando a la vez la desocupación y la miseria, repartiendo el trabajo entre todas las manos disponibles.

Y en este punto es donde tenemos los grandes cambios generados pos devaluación. El fuerte crecimiento económico, con el aumento de las exportaciones y la recuperación de las PyMEs, han dado nuevas fuerzas a la clase obrera, con la creación de 1.800.000 empleos. Y con una recuperación que se hace patente, perciben que es tiempo de recuperar con la lucha lo perdido durante décadas de ataques, coronados con la devaluación. Desde este punto, la situación económica pos devaluación ha abierto un panorama completamente diferente.

A diferencia de la década menemista, los trabajadores comenzaron con Duhalde la experiencia con un gobierno apoyado en la fracción industrial de la burguesía. Esta experiencia continúa hoy con el gobierno de Kirchner, que sigue actuando en favor del gran capital e intenta contener las luchas por salarios. Hoy la clase obrera, peleando por sus conquistas, ejercita sus fuerzas y da los primeros pasos en reconocerse nuevamente como clase. La profundización de este proceso, hace posible el pasaje de esta lucha económica a la lucha política, rompiendo con el peronismo decadente de Kirchner y su proyecto de sumisión al imperialismo, pudiendo así acaudillar a los sectores populares para avanzar en un camino revolucionario y empezar a sacar al país del atolladero del subdesarrollo, mediante la expropiación de capital imperialista y sus socios locales.

De lo que se trata, y que esto quede claro, es de poner fin al status semicolonial del país, aprovechando de la mejor forma posible los recursos generados, reduciendo, aunque de forma limitada, la brecha de productividad que nos separa de las naciones imperialistas. Esto es lo único que puede esperarse del estrecho marco nacional. Avanzar más allá de este horizonte implica elevarse por encima de las fronteras nacionales, contraponiendo a la impotencia de las burguesías latinoamericanas, que ni siquiera han podido avanzar sólidamente en una unidad subordinanda al capital imperialista como es el MERCOSUR, la unidad socialista de América Latina dirigida por el proletariado.

-------
NOTAS
1 Los datos de este apartado, salvo indicación contraria, fueron tomados de la Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía, http://www.mecon.gov.ar/peconomica/default.htm.
2 Discurso de Lavagna en el acto por el 70° aniversario de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), 16 de mayo de 2005
3 Es decir que recién en ese momento existió una inversión neta que aumente la capacidad productiva.
4 Gasparini, Leonardo, “La decadencia distributiva argentina“, Observatorio Social N° 9, mayo 2002.
5 Ver informe del ministerio de economía en http://www.mecon.gov.ar/analisis_economico/nro3/capitulo2.pdf.
6 Idem. Este informe no tiene en cuenta las grandes diferencias de ingresos, y el hecho de que los trabajadores de menores salarios, por el fuerte aumento de los bienes que integran la canasta básica, cayó aún más, superando el 40%.
7 Con excepción de la soja, que tuvo un nivel de 23%, y el petróleo, que comenzó con un nivel de retenciones del 20% y aumentaron hasta el 45%. Ver Clarín, “El valor de la energia con petróleo caro”, 12/6/05.
8 Además, estas retenciones contendrán ligeramente los aumentos de precios, ayudadas por la gran capacidad ociosa y la demanda planchada.
9 Zaiat, Alfredo. “Huella Dactilar” en Suplemento Cash de Página/12, 10 de abril de 2005.
10 Hacia la industria automotriz; y en otros sectores, favoreciendo a determinadas empresas, como fueron las resoluciones antidumping favorables a Techint.
11 Ver Schorr, Martín, Industria y Nación, Bs. As., Edhasa, 2004.
12 Es decir centralmente los sectores exportadores de la industria.
13 Todos los datos sobre rentabilidades sectoriales están tomados del estudio realizado por el Grupo Unidos del Sud: http://www.unidosdelsud.org.
14 Según Clarín del 17/6/05, en 30 de 35 contratos están avanzadas las negociaciones de nuevos aumentos tarifarios.
15 Clarín, 28-7-03.
16 Clarín, 20-2-03.
17 Clarín, 2-10-03.
18 Durante los ‘90 representaba el 9%. Ver “Qué hay detrás del crecimiento de las exportaciones?”, El Economista, 3/6/05.
19 A la vez que para el pago de la deuda.
20 Esto ha sido planteado reiteradamente por Abram, Broda y Melconian, entre otros.
21 López, Rodrigo, “Crecimiento de la inversión ¿milagro argentino o conjuro extranjero?”, en Realidad Económica N° 209, Buenos Aires, enero/febrero 2005.
22 Kosacoff, Bernardo, La Nación 30/11/04.
23 López, Rodrigo, op. cit.
24 Kosacoff, Bernardo, op. cit.
25 Suplemento Cash de Página/12, 5/12/2004.
26 Incluso las grandes inversiones recientemente publicitadas suman un total de $5.000 millones, a penas por encima del 1% del PBI, cuestión insuficiente para superar las limitaciones actuales. Ver Prensa Económica N°270.
27 Como ejemplo de esto tenemos el gasoducto a Bolivia impulsado por Techint y Repsol, hoy puesto en duda por los conflictos en el país andino. Este gasoducto es un intento de resolver la crisis energética sin afectar los intereses de Repsol.
28 Zlotogwiazda, Marcelo, “Ninguna gracia”, Suplemento Cash de Página/12, 10/4/05.
29 Según FIDE, informe de marzo de 2005.
30 Clarín 17/6/05.
31 Lo hemos calculado aproximadamente basándonos en el estudio citado en la nota 13, que con un aumento salarial del 100% las grandes empresas podrían mantener una rentabilidad superior al 20%.
32 Pero estos aumentos fueron licuados por la inflación de los últimos meses.
33 Las profundas transformaciones sufridas durante décadas desde la crisis del ‘30 han girado en torno a esta contradicción, tanto en el régimen sustitutivo como en la etapa posterior.
34 Según informe del Ministerio de Economía, http://www.mecon.gov.ar/peconomica/basehome/infoeco.html.
35 Con la excepción hecha de la industria automotriz.
36 Estos objetivos, todavía sostenidos hoy por el CEMA entre otros think tank, son de una magnitud tan brutal, que implicaban un salto en el enfrentamiento de clases, abriendo brechas en la misma burguesía. Esta política ni siquiera era realizable en los momentos de mayor base social del régimen menemista, cuando encararon las privatizaciones y los trabajadores que las resistieron quedaron socialmente aislados e incapaces de resistirlas.
37 La contracción del mercado mundial que significaron la crisis del ‘30 y la segunda guerra mundial, implicó que sea más factible una política menos relacionada con el mercado mundial mientras que hoy la tendencia es opuesta. Por otro lado, el crecimiento de la burguesía local se dió en el momento en que Gran Bretaña iniciaba su retroceso como potencia hegemónica, mientras que EE.UU. no terminaba de consolidarse como alternativa.
38 Peña, Milcíades, Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Bs. As., Fichas, 1974, pg. 73.

Prensa

Virginia Rom 113103-4422

Elizabeth Lallana 113674-7357

Marcela Soler115470-9292

Temas relacionados:

IPS