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Internacionales

Bolivia

El Alto insurrecto

17 de octubre 2003

Desde el 9 de octubre, la ciudad se levantó contra los poderes constituidos bajo dos demandas de carácter claramente político y sostenidas por la mayoría de la población: no a la entrega del gas y fuera el gobierno.
Desde entonces toda actividad productiva, el transporte y el comercio se paralizaron. Sólo en El Alto fue un hecho contundente, desde el inicio, la huelga general indefinida convocada por la COB. Muchas empresas grandes, medianas y pequeñas cerraron. No funcionaron las escuelas. No circuló prácticamente ningún vehículo. Sólo ambulancias y prensa son autorizados por los vecinos movilizados. Fue suspendida hasta la famosa “Feria 16 de julio” ubicada en el populoso barrio del mismo nombre, y de la que participan alrededor de 40.000 pequeños comerciantes cada jueves y domingo. Todos los ejes viales que atraviesan a El Alto conectando La Paz con el resto del país fueron cortados.
A duras penas y ocasionalmente el Ejército y la policía, obligados a moverse como fuerzas de ocupación en territorio extranjero, consiguen abrir el camino a Oruro. Defienden del asedio popular, además, el Aeropuerto, el acceso a la Autopista que baja a la “hoyada” paceña y algunos pocos puntos estratégicos y grandes empresas como los almacenes de Aduana, la planta de combustibles de Senkhata y la Coca Cola.
El estado de movilización es permanente. Cientos de miles participan de las marchas, concentraciones, cabildos abiertos, enfrentamientos, el sitio a instalaciones custodiadas por los uniformados durante el día. De noche, casi toda esquina de las barriadas alteñas es iluminada por las fogatas de la “vigilia”. En las zonas de los principales “frentes de combate” no hay calle que no esté cortada por zanjas, barricadas o fogatas. Mítines y asambleas espontáneas surgen a cada paso, para discutir las últimas noticias, expresar la enorme bronca y determinación de lucha. Todas las fuerzas están en tensión y hay que conocer la dureza de la vida cotidiana en El Alto para comprender el esfuerzo y sacrificio que esto demanda a la empobrecida población trabajadora: muchos deben movilizarse a pie entre 60 y 100 cuadras desde antes del amanecer. Muchos otros –mujeres principalmente– renuncian disciplinadamente a ganar los pocos pesos de ganancia de la venta diaria en su “cato” de los que depende quizás toda la familia (...) La temperatura revolucionaria se palpa en el ambiente de enorme tensión, en la radicalización de métodos de lucha y en la avidez política y determinación de luchar hasta las últimas consecuencias que brota desde lo más profundo de las masas.
Una insurrecciOn espontánea en marcha
La consigna de “guerra civil hasta que el gringo se vaya” fue tomada por miles, desde parientes de las víctimas de la represión, dirigentes de las juntas vecinales y de las más diversas organizaciones y asociaciones que se sumaron a la lucha, hasta humildes hombres y mujeres de base. Así, “Guerra civil” significa desarrollar la movilización de masas con el enfrentamiento físico, es decir militar, contra el gobierno y las fuerzas represivas del Estado. La escalada represiva del gobierno dio fuerza de masas a esta consigna y de hecho, cada zarpazo de la represión fue respondido hasta ahora con un paso más audaz de la movilización y con el desarrollo de formas de autodefensa.
Las provocaciones gubernamentales del jueves y viernes significaron un salto en el enfrentamiento. El gobierno forzó con un gran despliegue militar y policial el paso de ómnibus y camiones que venían de Oruro, y luego la salida de algunos camiones cisternas desde la Planta de Senkhata para abastecer la ciudad de La Paz, al borde de la paralización del transporte por falta de gasolina. La represión, dirigida como si se tratara de una expedición militar en territorio enemigo, provocó las primeras bajas fatales e hizo estallar la bronca acumulada. Rodeados por cientos de efectivos con tanquetas y “caimanes”, la caravana avanzó descargando toda su furia contra el pueblo movilizado que resistía con los escasos elementos a su alcance. Cayeron primero dos mártires y varios heridos de bala. A los gases y balas se respondió con piedras, llantas quemadas, e incluso molotovs y algunos disparos de armas de fuego. Las oficinas de Electropaz y otras fueron asaltadas y quemadas por la multitud. Tras conocerse el asesinato de José Luis Atahuichi, minero de Huanuni, y las otras primeras muertes, el retén policial de Santiago II fue saqueado. Las armas fueron tomadas por el pueblo. La cercana planta de agua potable de Incachaca fue ocupada por cientos de campesinos. Se extendió la idea de bajar masivamente al centro de la ciudad y sitiar los barrios burgueses de la Zona Sur. La masa disputó palmo a palmo el territorio a las fuerzas de seguridad.
De hecho, dos poderes se enfrentan en El Alto, el cuestionado poder estatal, que perdió salvo esas pequeñas áreas estratégicas todo control sobre la urbe de más de 800.000 habitantes, y el naciente poder de la movilización obrera y popular, que le disputa toda autoridad y le enfrenta en todos los terrenos…
Domingo sangriento
La escalada represiva se ensañó con El Alto. En Ventilla, hace una semana, dos fueron los asesinados, entre ellos un trabajador minero de Huanuni. El viernes 10 cayeron nuevas víctimas fatales y heridos. Pero fue el domingo cuando el gobierno lanzó la más salvaje represión, al constatar que perdía todo control. Decenas de víctimas fatales y un centenar los heridos durante la jornada del domingo 12. Es evidente que esta represión bestial fue fríamente calculada desde el Gobierno y las cúpulas de las FF.AA. y la policía, en un intento desesperado por ahogar en sangre la rebelión alteña mediante la ocupación militar del territorio aprovechando una supuesta mayor calma dominical.
Sin embargo, el despliegue militar desde la mañana intentando retomar los distintos ejes viales para romper los bloqueos chocó con una resistencia generalizada que se extendió desde Río Seco a Santiago II, desde Ballivián hasta los barrios que bordean la Autopista. El Alto lejos de doblegarse, se levantó aún con más fuerza y llevó al fracaso el asalto militar.
El Alto marca el camino
Los velorios de los caídos se convirtieron en actos políticos de masas donde se reafirma la decisión de luchar hasta echar al gobierno. El impacto a nivel nacional e internacional es inmenso y la brecha de sangre entre el gobierno y las masas hace más difícil los intentos de “dialogar” de las direcciones conciliadoras. La gigantesca ola de indignación popular llevó a decenas de sectores a pronunciarse y llamar a medidas de movilización.
La insurrección de El Alto dejó herido de muerte a Sánchez de Lozada e hizo efectiva la huelga general indefinida. Los días 14 y 15 las masas obreras y campesinas están en huelga general y asedian La Paz. Profundizar la insurrección como la del Alto, ahora en La Paz, es el camino del triunfo.

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