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INTERNACIONAL

El 68 mexicano: limitaciones y alcances de una gesta heroica

“Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio”.
León Trotsky

Jimena Mendoza

3 de octubre 2013

“Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio”.

León Trotsky

Introducción

Amplio es el espectro de voces que se han pronunciado a propósito del 40 aniversario del movimiento estudiantil de 1968 y de la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Invita a la indignación que connotados represores como el gobernador priísta Peña Nieto hablen de los estudiantes asesinados como “héroes de la patria”, mientras los autores intelectuales y materiales de la represión y asesinato de cientos de jóvenes permanecen impunes, pasando su vejez en sus muy bien montadas mansiones y recibiendo las pensiones vitalicias del Estado. Estamos ante una verdadera “expropiación política” de las banderas del ´68, donde, a través de las instituciones, se intenta limar sus aspectos más avanzados y radicalizados en ceremonias pomposas convocadas por los distintos niveles de gobierno. José Narro, cómplice de la represión contra el movimiento estudiantil de 1999, en su alocución a propósito de este cuarenta aniversario planteaba: “Los jóvenes de entonces, no sólo en México, sino en varias partes del mundo, se atrevieron a decir basta al autoritarismo y a las estructuras verticales del poder, a decir no a la exclusión y a la injusticia social. La primavera de Praga, el mayo de París y el movimiento estudiantil de México fueron, entre otras, expresiones del descontento con un mundo que ya no funcionaba. Nada volvió a ser igual después del 68. Se aceleró un proceso histórico en el que, al paso del tiempo, se derrumbaron bloques y dictaduras, cayeron muros y terminaron bipolaridades” (1).
Junto a la “expropiación política” del ´68, existen distintos análisis de las características del movimiento provenientes de algunos de sus protagonistas. En primer lugar hay un lugar común compartido por una pléyade de intelectuales que, aún habiendo protagonizado esta gran revuelta juvenil, se han desprendido de su “penoso” pasado rojo para dar paso a una suerte de discurso “contracultural”, donde lo que prima es la crítica a la opresión en general, ocultando el carácter tendencialmente anticapitalista de la lucha del Consejo Nacional de Huelga. Hugo Hiriart, en una pequeña entrevista titulada La revuelta anti autoritaria plantea que “En una función de teatro (…), una actriz cruzó desnuda el escenario y se hizo tal escándalo que llegaron los granaderos a imponer orden en el lugar. Quien oye esto no puede menos que estimar que en esa escena están cifrados los hechos detonantes del 68” (Hiriart y Garín, 2008:18). No se puede negar su carácter radicalmente crítico hacia la “cultura” mexicana reproducida por un régimen profundamente conservador. Un Estado opresor de la diversidad sexual, de la libertad de expresión en la prensa, de la expresión artística, apuntalado en su senilidad en la moralina de la familia, el matrimonio, la propiedad y la iglesia. Efectivamente, la juventud del 68, tendrá que ir contracorriente, enfrentando la autoridad del pater famili, aspirando a desarrollar en forma plena su sexualidad, reproduciendo y creando nuevas formas de expresión musical, artística y recreativa, y desafiando en la reafirmación de su libertad individual –que se vuelve interés colectivo– el estatus quo. Como plantea Jean Baptiste Thomas en su artículo “Ce n´est qu´un debut, continuons le combat”, estos jóvenes, tanto en Europa como en América Latina “(…) comparten en cierto sentido una forma de vida. Tienen muchos rasgos en común, empezando por cierto corte de pelo (…), vaqueros, camisas floridas, camperas de cuero, afinidades musicales, intereses culturales y geográficos por remotas e insospechables aldeas vietnamitas, laosianas y camboyanas de la península indochina cuyos nombres aprenden de memoria, cierta reactancia explosiva y eléctrica (como la guitarra de Jimmy Hendrix) ante el orden establecido, el de la fábrica, de la universidad, de la familia, en fin, de la sociedad en su conjunto, expresando un proceso general de radicalización de la juventud tanto estudiantil como obrera que va a confluir con un descontento obrero más extendido”(2) (Thomas,2008:28). Es decir que, contra toda concepción que sólo rescate su “estética”, el movimiento estudiantil del ´68 en su carácter internacional y nacional, comienza con el cuestionamiento radical a la “cultura dominante” para alcanzar una conciencia tendencialmente anticapitalista. En México, esta insurgencia se expresa concretamente contra el régimen del PRI que, en su crisis, lanzaba despiadadas dentelladas contra toda disidencia de los trabajadores y los estudiantes.
Por su parte, otra variante, que identificaremos como anti autoritarista, se caracteriza por ver al movimiento del ´68 como el primer capítulo que abriría el paso posteriormente a la “transición democrática”. Un ejemplo de esto son las afirmaciones de Carlos Pereyra en la entrevista La costumbre de reprimir que plantea que “El 68 aparece, pues, como culminación desmedida de una lógica de gobierno que alcanza entonces extremos que obligan a su revisión. Nadie podría garantizar que esa lógica fue eliminada para siempre, pero la transición democrática cuyo despliegue es visible en los últimos veinte años ha creado mecanismos de tolerancia y respeto a la diversidad antes desconocidos. Al parecer, la historia avanza, en efecto por el lado malo y la barbarie de 1968 creó condiciones de posibilidad para el tránsito democrático” (Hiriart y Garín, 2008:24). La lectura no es ingenua porque en última instancia, algunos de los instrumentadores de la “transición pactada” fueron participantes de la lucha estudiantil. Sin embargo, mientras el ´68 planteaba la dinámica de una lucha anticapitalista, la transición democrática fue un verdadero desvío del descontento de masas contra el priato. El carácter tramposo de la transición se prueba en que ésta nunca llegó, ni para los estudiantes, ni para los obreros, ni campesinos e indígenas y, a cuarenta años, las “condiciones de posibilidad” que enmarcaron la revuelta estudiantil siguen vigentes: la antidemocracia, la miseria y la explotación.
Tanto la lectura “contracultural”, como aquella que reduce el movimiento a una lucha por “más democracia”, no pueden explicar el proceso profundo que implicó el despertar de una generación que tenía como sus principales referentes la revolución cubana y la lucha antiimperialista contra la guerra de Vietnam (3). De ahí que, al mismo tiempo que el pliego petitorio del movimiento esgrimía consignas eminentemente democráticas, todas las crónicas y testimonios dan cuenta de una discusión profunda en su seno, de carácter estratégico, que mostraba la posibilidad de que la lucha diera un salto en su cuestionamiento al capitalismo. La “lógica de gobierno” de la que habla Carlos Pereyra, no es más que la cara que adquiere el régimen de la clase en el poder cuando su dominación está cuestionada por la lucha de clases.
Paralelo a estos “dos grandes relatos” de la rebelión juvenil del ´68, se afianzó un discurso que, si bien sienta sus bases en un proceso real, llega a conclusiones incorrectas. Según el mismo Hiriart en el texto citado anteriormente “Un análisis cabal de las condiciones sociales del 68 tendría que incluir una historia de la sobreideologización de los 70, cuando todas las relaciones humanas se vieron teñidas por la luz de la política, y cómo su radicalización crítica alcanzó precisamente (¿Quién lo iba a decir?) la doctrina marxista ortodoxa demoliéndola por todas partes y traduciéndose en un desencanto y en una opacidad del pensamiento social (¿Dónde quedaron las utopías que regulaban de algún modo los razonamientos y las acciones políticas?) de los que todavía no salimos”(Hiriart y Garín, 2008: 19). El autor realiza una trampa teórica: identificar el stalinismo con el marxismo. Los comunistas van a ser ácidamente cuestionados por la vanguardia del CNH; en las guardias, las barricadas, las brigadas, las asambleas y hasta en la cárcel, los estudiantes van a intentar discutir una estrategia alternativa a la de las ya degeneradas organizaciones estalinizadas. Están fuertemente inspirados por la juventud de Praga que, sin renegar del socialismo, se levanta en franca revuelta contra la dominación burocrática del stalinismo.
De ahí que, el cuestionamiento del orden establecido, no fecunda en un desencanto generalizado con el marxismo, sino con la dirección que lo ha expropiado para degenerarlo. Sólo así se explica la emergencia posterior al ´68 de nuevas organizaciones que se identifican con el marxismo y las ideas revolucionarias. Esto no quiere decir que el movimiento haya gestado una generación plenamente consciente y armada con una estrategia cabalmente revolucionaria, que sentara las bases de un partido de la clase obrera. Pero si podemos encontrar en la multiplicidad de testimonios, una idea fuerza que buscaba abrirse camino. Como dice Félix Hernández: “Una de las dificultades que hay que reconocer en el movimiento del 68 es que desde el Consejo Nacional de Huelga y desde la asamblea de cada una de las escuelas hicimos esfuerzos por incorporar a otros sectores de la población, concretamente a los asalariados, a los sindicatos” (Hiriart y Garín, 2008:219).
En el presente trabajo, intentaremos desmenuzar la dinámica del movimiento estudiantil de 1968, haciendo una lectura crítica que nos permita extraer las lecciones de sus aciertos y sus errores, en una perspectiva que busque recuperar el objetivo de la revolución y recrear el espíritu militante del movimiento. Utilizaremos para el entramado del presente texto, varios de los testimonios de los protagonistas que, más allá de sus filiaciones políticas actuales, dejaron un importante trabajo documental y analítico de esta gran gesta de los estudiantes mexicanos.

El 68 en contexto

Los últimos años de la década del sesenta plantearon un punto de inflexión a nivel internacional. La estabilidad capitalista de los años previos, conocidos como “los treinta gloriosos” tendía a quebrarse por la acción de la lucha de clases, anticipando la fuerte crisis económica que azotaría al sistema en la primera mitad de los 70´s. La insurrección de mayo protagonizada por los obreros y estudiantes franceses, ponía de relieve esta inestabilidad, en una de las “democracias modelo” de la dominación burguesa. El año de 1968, será recordado como un año revolucionario, producto de la acción insurrecta de sectores de los explotados y oprimidos y en particular de la juventud. En México, el llamado modelo de “sustitución de importaciones” había logrado cierta estabilidad y crecimiento económico. Durante estos años, el Producto Interno Bruto creció en una tasa de 3.01% per cápita anualmente y la manufactura registró un crecimiento del 6.4% anual. Es a partir de 1967 que la economía internacional comienza una etapa de desaceleración en las metrópolis y se desarrollan recesiones de carácter internacional que impactarán en el conjunto de la economía. Eran los primeros síntomas de una crisis capitalista, después de la fortaleza económica que el sistema mundial había conseguido producto de las condiciones estructurales que posibilitaron el boom, a la salida de la guerra mundial.
Sin embargo, como dijimos antes, sería la lucha de clases la que comenzaría a corroer la estabilidad pactada entre las burguesías imperialistas y la burocracia soviética. La lucha de liberación nacional en Argelia fue abrazada con entusiasmo por la juventud francesa y de todo el mundo, mientras el Partido Comunista Francés, en su profunda adaptación a la “Quinta República” traicionaba las aspiraciones independentistas de las masas argelinas. La revuelta antiburocrática en Praga desnudaba el carácter contrarrevolucionario y represor del stalinismo, que aplastaba con metralla los cuestionamientos por izquierda que emergían en su “zona de influencia”. La juventud radicalizada del mundo miraba como sus nuevos referentes a la revolución cubana y al Che Guevara. El elemento más progresivo de esta empatía lo tenía el hecho de que, en Cuba, la revolución socialista se había impuesto a las aspiraciones “democrático burguesas” de su dirección y que el Che había sentenciado el carácter socialista de las revoluciones latinoamericanas. Bajo este ímpetu, se hacía evidente para sectores de vanguardia, que el stalinismo se había convertido en el mejor instrumento de la reacción y era necesario romper con los PC´s y hacerse de una política efectivamente revolucionaria.
Aún más, estos sectores van a despertar a la vida política y la militancia de lucha, conscientes de que aún al imperialismo norteamericano se le puede derrotar. El “optimismo americano” comenzaba a desmoronarse en Vietnam, cuando, a principios de enero de 1968, el Vietcong lanzaba una fuerte ofensiva sobre Saigón y la embajada norteamericana era atacada por un comando suicida. Ni la superioridad militar ni el poderío económico, pudieron evitar que un pueblo heroico hiciera retroceder al gigante, apoyado en la solidaridad internacional de la juventud y sectores de trabajadores de todo el mundo.
Los antecedentes: agitación obrera y lucha estudiantil
En México, desde la década del ´50, el movimiento obrero comienza a hacer una importante gimnasia de lucha contra el priato. El régimen, sostenido sobre el férreo control de las organizaciones obreras a través del charrismo sindical, comenzaba a dar signos de desgaste frente a la deslegitimación y el descontento. El 4 de febrero de 1957, los telegrafistas comienzan a reducir su carga de trabajo, en respuesta a la demanda de aumento salarial presentada frente a la SCOP (4). Como respuesta, el gobierno despide a 27 dirigentes telegrafistas, lo que desencadena el paro de siete mil empleados distribuidos en 723 oficinas que exigen la reinstalación de sus compañeros. Para el 10 de ese mes, los paristas, organizados en asamblea, presentan un pliego de peticiones que incorpora la reinstalación de los despedidos, cese de los funcionarios, no a la represión a los paristas y desconocimiento de la dirección sindical. Este último punto, va a ser el elemento común de los procesos huelguísticos que emergerán en México bajo el dominio del PRI y que comienzan a superar a sus direcciones burocráticas. Se trata de huelgas muy duras, por fuera y en contra de las direcciones sindicales, donde la propia dinámica de la lucha, arrastra a los trabajadores a mayores cuestionamientos del gobierno y el Estado.
Para el 11 de febrero, la huelga de los telegrafistas recibe la adhesión de los 320 operarios de Radio México. El gobierno decide dividir a los trabajadores y ofrecer aumentos salariales por categorías. Pero los trabajadores se niegan a aceptar el acuerdo al grito de ¡unidad! El día 14 de febrero, los trabajadores de Radio Chapultepec se suman al paro. Para ese momento son ya 850 mil el número de mensajes y giros no despachados y retenidos por la huelga. Sin embargo, bajo la represión, las amenazas y el aislamiento promovido por las direcciones sindicales, los trabajadores deben volver a sus labores. El 22 del mismo mes, se reanuda el servicio y el primer mensaje que se emite desde todas las plantas radiofónicas y las oficinas telegráficas va “en atención al presidente” Ruíz Cortines, para que se resuelvan las justas demandas de los telegrafistas. Finalmente, los trabajadores rompen con su sindicato charro y comienzan a organizar un sindicato independiente, logrando la satisfacción parcial de algunas de sus reivindicaciones.
De igual forma, luchas por salario que adquirían la fuerza de una lucha contra la burocracia sindical, las dio el Movimiento Revolucionario Magisterial. La lucha de los maestros, va a ser acogida por los estudiantes de las escuelas normales y los trabajadores del Instituto Nacional de Capacitación.
Pero el proceso huelguístico de mayor envergadura en este periodo, será el de los ferrocarrileros, que fuera parte de las banderas de lucha de los estudiantes insurrectos de 1968.
El 2 de mayo de 1958, aún bajo la presidencia de Adolfo Ruíz Cortines, varias organizaciones sindicales conforman la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios, incluyendo a la dirección del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM). A pesar de que el acuerdo de las asambleas sindicales fue exigir aumento salarial de 350 pesos mensuales, los dirigentes comenzaron a “bajar” la petición y finalmente negociaron con el gobierno una prórroga para ejecutar el aumento de salario. Espontáneamente y desconociendo a su dirección, los ferrocarrileros se lanzan a la calle el 24 de mayo y sus secciones más combativas como la 13, 25, 26 y 28 difunden el “Plan del Sureste”, llamando a los trabajadores a rechazar los 200 pesos de aumento salarial y la prórroga pactada por sus dirigentes. Además, las secciones combativas, llaman a desconocer a los líderes charros y exigen el reconocimiento oficial de sus dirigentes elegidos democráticamente. Finalmente el 26 de junio se realiza el primer paro ferrocarrilero, 40 secciones del sindicato expulsan a la burocracia y forman el Comité Ejecutivo por Aumento de Salarios, dentro del cual se encuentra Demetrio Vallejo. El paro general ferrocarrilero, que paraliza todas las vías férreas nacionales será el 1 de julio y obtendrá un triunfo parcial consiguiendo aumento de salario, la expulsión de la burocracia sindical y el reconocimiento de la nueva dirección, encabezada por el mismo Vallejo.
Sectores cada vez más amplios de las masas obreras estaban muy inquietos. La lucha ferrocarrilera había demostrado dos cosas: que se podía torcer el brazo al gobierno y ganar mejoras laborales, y que se podía expulsar a los charros. El de 1958, es el año en que los petroleros de las secciones 34 y 35 expulsaron a sus dirigentes charros y en que el magisterio combativo del MRM enfrenta sin tregua a la dirección del SNTE para disputar la dirigencia de la sección 9 del Distrito Federal.
Para la toma de posesión de Adolfo López Mateos, ya el país estaba imbuido de una agitación obrera. Los telefonistas realizaron paros escalonados, los ferrocarrileros emplazaron a huelga por reivindicaciones laborales. Las empresas se negaron a responder sus exigencias y 74 mil trabajadores del riel volvieron a la huelga nacional. El gobierno declaró inexistente la huelga y las empresas comenzaron los despidos masivos. El 28 de marzo, mientras se celebraban masivas asambleas en locales sindicales y estaciones, el gobierno lanzó una operación militar cercando alrededor de 15 mil trabajadores y realizando aprehensiones en masa que llenaron los cuarteles de presos políticos. El secretario de organización del sindicato, Gilberto Rojo Gómez, llamó a los ferrocarrileros al trabajo y anunció que el gobierno se había comprometido a dejar en libertad a los presos. Una vez desarticulada la huelga, el mismo Rojo Gómez es encarcelado.
Durante el mandato de López Mateos, se fueron a huelga los pilotos de las principales compañías aéreas organizados en la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA), los trabajadores del Sindicato Nacional de Trabajadores Azucareros, los obreros textiles y los telegrafistas, sumando aproximadamente 2358 huelgas, la mayoría de ellas contra las direcciones sindicales priistas. De igual modo, a pesar de las derrotas, durante el periodo de gobierno de Díaz Ordaz, fueron los profesionistas médicos y maestros universitarios, los que protagonizarán movimientos huelguistas de gran envergadura.
El movimiento estudiantil no fue inmune a esta agitación y durante la década previa a la irrupción de 1968, protagonizó importantes procesos, además de la creciente solidaridad de la juventud con las luchas obreras, que se evidenció con mayor fuerza en el apoyo a la lucha magisterial. El más emblemático de estos procesos es conocido como “el movimiento de los camiones” frente al aumento de tarifas, que si bien no implicó la paralización de actividades en las universidades, si estableció los primeros lazos de unidad entre los estudiantes del IPN y de la UNAM, y la solidaridad de sectores populares con los estudiantes. Según Gilberto Guevara Niebla, el movimiento de los camiones tuvo las siguientes características: “(…) la unión entre obreros y estudiantes fue bloqueada por la política oficial (los estudiantes recibieron de la policía trato diferente al que recibieron los obreros, como lo demuestra la represión contra petroleros del día 29 y por la política de los dirigentes estudiantiles; (…) el movimiento incorporó a estudiantes de las dos redes de instituciones públicas de educación superior: alumnos de la UNAM y del IPN y (…) se perfilaron en este conflicto vanguardias de estudiantes politizados que pugnaron por articular la lucha estudiantil con las luchas obreras. No obstante sus limitaciones, este movimiento fue el heraldo histórico de la insurgencia estudiantil de los años sesenta” (Guevara Niebla, 1988:25). Para 1956, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional se lanzan a la huelga la cual es coartada por la intervención del ejército, la toma militar de las instalaciones y la aprehensión de sus principales dirigentes.
El movimiento de 1968 no cayó del cielo, si no que es el resultado de un largo proceso de agitación obrera y estudiantil contra un régimen antidemocrático, que sustentó el tan mentado “desarrollo estabilizador” en la explotación de millones de trabajadores y en coartar las libertades democráticas de la juventud. Las experiencias de lucha de la clase obrera y la juventud permitieron una acumulación de experiencia que estalló a finales de los ´60 y se expresó en las luchas de los ´70.
La represión enciende la chispa
Como es sabido, el detonante inmediato del movimiento de 1968 es la represión. El régimen asentó su dominación sobre la base del garrote, reprimiendo de forma despiadada tanto a los trabajadores disidentes como a los estudiantes. Éstos últimos sufrían en lo cotidiano una suerte de “criminalización de la juventud”, siendo agredidos en conciertos, festivales y partidos deportivos por la policía. Del 22 al 30 de julio de 1968, la represión da un salto y también la respuesta de los estudiantes. Después del “incidente” en la Ciudadela, donde un grupo de jóvenes de una preparatoria privada se enfrenta a estudiantes de las vocacionales y son agredidos por la policía, los siguientes días van a estar signados por la cada vez mayor intervención policial en preparatorias, plazas públicas y encuentros estudiantiles. Con descaro, la policía capitalina arremete contra el IPN, las vocacionales, la preparatoria nacional número 5 y contra las movilizaciones estudiantiles del 26 de julio, a propósito de la conmemoración del asalto al cuartel Moncada y en repudio a la violencia policiaca. La envergadura del ataque, genera que los estudiantes ya no respondan pasivamente si no que se atrincheran, levantan barricadas y resisten en las instalaciones educativas con piedras, bombas molotov y desperdicios. Más importante aún, la escalada de violencia empuja a los estudiantes a organizar asambleas por escuela. Las viejas direcciones cooptadas por el PRI, como la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, son desconocidas. Como plantea Daniel Cazes: “En otra asamblea, la Escuela Superior de Economía del IPN acordó parar y convocar a huelga general desde el lunes 29. El Comité de Lucha exige: 1. Desaparición de la FNET. 2. Expulsión de sus dirigentes y de seudoestudiantes miembros del PRI y agentes del gobierno. 3. Desaparición de los cuerpos represivos. Se informó que 9 escuelas del IPN han integrado sus propios Comités de Lucha” (Cazes, 1993:25).
La policía capitalina no estuvo a la altura de la respuesta estudiantil, y el gobierno decide la intervención del ejército al tomar la preparatoria de San Ildefonso y la vocacional número 5, además de lanzar una ofensiva militar sobre otras instalaciones universitarias. Según el mismo Cazes, la madrugada del 30 de julio “soldados de la 1a. zona militar al mando del general José Hernández Toledo tomaron las Prepas 1, 2, 3 y 5 de la UNAM. Venían del Campo Militar No. 1 en yips, camiones y tanques ligeros, armados con bazucas y cañones de 101 mm. A bayoneta calada marcharon sobre los estudiantes que se refugiaron en sus escuelas (Cazes, 1993:30). En la toma, los estudiantes resistieron heroicamente con lo que tenían a la mano, con ayuda de profesores y en algunos casos de los directores de los planteles, el saldo de la toma militar de San Ildefonso fue de 400 heridos y mil detenidos. Es en este momento cuando el rector Barros Sierra, producto de la presión estudiantil, repudió la violación de la autonomía e izó la bandera nacional a media asta en la explanada de rectoría. Se gestaba así, un extendido apoyo democrático a los estudiantes. Por su parte, el aparato del régimen, incluido el charrismo sindical, se pronuncia a favor del gobierno. Fidel Velásquez, dirigente de la CTM plantea: “La CTM apoya las demandas de la clase estudiantil si se relacionan con sus intereses y se tramitan adecuadamente, pues vivimos en un régimen de derecho y no es admisible que grupos sociales pretendan romperlo aspirando a privilegios que no disfruta toda la población (…) la CTM expresa enérgica condenación al estudiantado dirigido por agitadores profesionales que quieren minar el orden y la autoridad del gobierno, y llama al estudiantado de todo el país para que rechace injerencias extrañas” (Cazes, 1993:37). La propaganda mediática, es acompañada de detenciones clandestinas, tanto de dirigentes del Partido Comunista de México, como de activistas estudiantiles protagonistas de la defensa de las instalaciones universitarias. Pero la mecha está encendida: la represión actúa como acelerador del proceso estudiantil que cimbró al país y que concitó el apoyo de académicos y estudiantes por todos lados de la provincia. El primer ejemplo de la extensión del movimiento, se dio en la masiva marcha del 1° de agosto, encabezada por el entonces rector Barros Sierra, que aglutinó a más de 100 mil personas.
A pesar de la violenta represión, las desapariciones clandestinas y la toma militar de instalaciones universitarias, el movimiento estudiantil avanza en su cohesión y organización. El 4 de agosto se publica masivamente el primer manifiesto de los estudiantes, que incorpora la firma de la UNAM, el IPN, Chapingo y muchas otras universidades públicas del país. El mismo, sintetiza los seis puntos del pliego petitorio: 1) Libertad a los presos políticos 2) Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, jefes de la policía capitalina y de Armando Frías, comandante de granaderos, 3) Extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión, 4) Derogación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal (que tipifican el delito de disolución social), 5) Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio y 6) Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de la policía, granaderos y ejército.

“Todos somos el consejo”

En las asambleas de algunas escuelas no ocupadas por el ejército se resuelve la toma de instalaciones, asumiendo la iniciativa la Facultad de Economía. Se organizan cursos de formación política y económica y surge uno de los puntales fuertes del movimiento: las brigadas. Conformadas por entre tres y cinco estudiantes se desplazan por toda la ciudad a repartir volantes y hacer pequeños mítines informativos: mercados, plazas públicas, fábricas, colonias populares, se llenan de pequeños destacamentos de estudiantes (5). En los mítines, un llamado y una expectativa se hace oír, Genaro Alanís, estudiante de vocacional plantea en una manifestación: “La historia de la represión iniciada en 1942 contra el IPN y recrudecida en 1956, cierra su más negro capítulo el 26 de julio de 1968”. Según Cazes en este mismo discurso, “se llama a “combatir el charrismo sindical y estudiantil y a depurar los sistemas viciados, mediante la unidad entre estudiantes y pueblo, porque ya es tiempo de que marchen juntos hasta la victoria” (Cazes, 1993:42).
En las escuelas, han surgido asambleas, verdaderos órganos de decisión democrática que, mediante delegados electos, organizados en los Comités de Lucha, llevarán las resoluciones de la base al máximo órgano de decisión: el Consejo Nacional de Huelga. El CNH aparece en la prensa por primera vez el 8 de agosto, en un comunicado donde se informa que el mismo, está compuesto por representantes del IPN y la UNAM en huelga y de las universidades de Sinaloa, Baja California, Tabasco, el Tecnológico de Veracruz y las Normales Rurales de todo el país. El CNH se pronuncia además por que la resolución del pliego petitorio se de a través del diálogo público.
El CNH es el elemento más avanzado de la insurgencia estudiantil de 1968. Utilizando un método característico de la clase obrera –que en momentos álgidos de la lucha de clases, se organiza en forma democrática para la toma de decisiones– los estudiantes sientan una nueva tradición que permanecerá como sedimento en la conciencia de la juventud en ascensos posteriores; la dinámica de la lucha, empuja hacia un funcionamiento democrático para que el movimiento golpee como uno solo, mediante delegados revocables que, sancionados por la base, respeten las decisiones de los estudiantes que sostienen las tomas, las brigadas, las cocinas y las barricadas. Luis González de Alba, en su novela testimonial Los días y los años, relata con elocuencia lo que significó esta poderosa herramienta de la lucha estudiantil: “También en esos días quedó integrada la representación de las escuelas en huelga y surgió el nombre que marcaría cada uno de los futuros acontecimientos: el Consejo Nacional de Huelga. Nació con todos los defectos y virtudes inherentes a un organismo demasiado vasto, heterogéneo y horizontal. En pocos días la frase “todos somos el Consejo” cundió por las escuelas y alcanzó las calles, las plazas. Se escuchaba en las intervenciones que los brigadistas hacían en los mercados, a la salida de las fábricas, de los cines, de los cafés, como un martilleo constante. En las épocas de aparente calma, cuando parecía amainar la tormenta (aunque era sólo un respiro), también desaparecía de la circulación la frase; pero bastaba que una nueva creciente agudizara la represión para que, automáticamente, el CNH se viera protegido por la coraza que los estudiantes y la población ofrecían: “todos somos el Consejo” iniciaban otra vez su ascenso, se internaban en la convicción de cada brigadista, se proclamaba en cada mitin relámpago. Los estudiantes mexicanos, por primera vez en muchos años, creían en la honestidad de una dirección porque se sabían parte de ella; porque preguntas y proposiciones formuladas por la asamblea de una escuela recibían respuesta al día siguiente por boca de los propios delgados al CNH, y porque el mismo Consejo había enarbolado una exigencia más, no la séptima, sino un “transitorio” que señalaba el medio por el cual debían solucionarse las seis demandas del pliego petitorio: diálogo público. En esta ocasión, los estudiantes no verían defraudadas sus esperanzas” (González de Alba, 1984:59).
Efectivamente, la autoorganización surgida al calor de la propia lucha, era el elemento de mayor fortaleza y sobre todo, generaba la certeza de que las direcciones oportunistas no podrían fácilmente pactar acuerdos a espaldas de los estudiantes. La toma de instalaciones y la democracia asamblearia, politizan y cohesionan a una vanguardia que discute, no sólo las medidas de la lucha por el pliego de reivindicaciones, si no cómo generar un modelo autogestivo de universidad y cómo tender puentes con los trabajadores y campesinos del país. Esta forma de organización, será parte fundamental de la tradición del movimiento estudiantil mexicano y reaparecerá en 1987 con la emergencia del Consejo Estudiantil Universitario (antes de su transformación en un apéndice del PRD) y en 1999 con la aparición del Consejo General del Huelga. En particular, el CNH, tenía además a su favor que se erigía como representación política no sólo de la UNAM y el IPN sino del movimiento estudiantil a nivel nacional.
Lucha política y lucha estratégica: más allá de los seis puntos del pliego petitorio
Paralelamente a la autoorganización estudiantil, distintas corrientes políticas intervinieron en el CNH, con mayor o menor responsabilidad durante el proceso. Según Luis González de Alba, el CNH estaba dividido en distintas concepciones políticas que agudizaban sus diferencias al calor de la lucha: “En el fondo de este intento de politización se encontraba una concepción radicalmente distinta del movimiento: para la mayoría de los delegados, incluyendo a casi todos los politécnicos, se trataba de obtener exclusivamente la satisfacción de las demandas; para los universitarios, fundamentalmente los de Humanidades, se trataba de demostrar que el gobierno era incapaz de resolver las demandas pues era crecientemente reaccionario y rígido, por lo mismo, la principal tarea del CNH consistía en dar al Movimiento la ideología adecuada para prepararlo en determinados principios revolucionarios. (…) Ya en muchas ocasiones la izquierda se había visto desbancada por oportunistas que adquirían notoriedad durante un conflicto estudiantil. La última experiencia no estaba muy lejana: en 1966, hacía apenas dos años, los principales dirigentes de un movimiento por reforma universitaria, habían acabado por entregar las escuelas y la Rectoría cuando el precio fue suficientemente alto. Uno de ellos, miembro de la dirección nacional de la Juventud Comunista, sección juvenil del PCM y presidente de la CNED, terminó por entrar al PRI” (González de Alba, 1984:59).
En el mismo texto, de Alba reconstruye un diálogo en Lecumberri, protagonizado por dirigentes connotados del 68 donde se plantea: “La verdad es que con el sistema del CNH y las asambleas diarias en cada escuela nadie podía andar chueco, y si lo hacía se quedaba solo, pues nunca iba a lograr que todo el CNH aceptara una porquería. Al delegado que metía la pata, lo esperaba la asamblea de su escuela, al día siguiente; y a la sesión inmediata del Consejo ya sabíamos cómo le había ido. Para maniobras poco claras éramos demasiados: más de doscientos delgados y unas ochenta escuelas. Sólo al final se pudo “transar” descaradamente, pero eso mejor no lo discutimos porque el Partido Comunista, como siempre, no queda muy bien parado que digamos” (González de Alba, 1984:73).
Como se lee en las citas anteriores, las diferencias que confrontaban a los distintos sectores del movimiento, tendían a ser de orden estratégico y sus alas izquierdas, se inclinaban por darle a la lucha un carácter superior al circunscrito a los seis puntos del pliego petitorio. Estas discusiones posibilitaban que en amplios sectores de vanguardia comenzaran a ser cuestionadas las direcciones tradicionales del movimiento estudiantil que respondían al partido en el poder como la FNET o a la política del Partido Comunista. A pesar de que las juventudes comunistas tenían un trabajo importante con los estudiantes de las normales rurales y la provincia, en la UNAM y el IPN su inserción era bastante débil, producto de la deslegitimación del stalinismo a nivel internacional y la crisis política del PCM que se venía gestando durante los años previos y que era el producto de su política y su estrategia, a la cual nos referiremos a continuación.
Durante toda la década del ´50, el Partido Comunista estuvo subordinado políticamente al PRI. Esta adaptación al priato fue la consecuencia nacional de la estrategia de colaboración de clases de la Internacional Comunista stalinizada. Aunque ésta es disuelta por Stalin en 1943, el PCM va a continuar bajo la directriz del PCUS. La actuación del PCM estuvo enmarcada en dos grandes premisas del stalinismo, adecuadas a la realidad nacional:
Hasta 1945, sostenía que el mundo estaba dividido en dos grandes polos, el “democrático” y el fascista, donde la tarea de los comunistas era apoyar el polo democrático. Esto incluía alinearse con los imperialismos que combatieron a Alemania durante la guerra. (6)
Una concepción etapista de la revolución, que en las semicolonias o en los países “semifeudales” determinaba que las tareas revolucionarias estarían constreñidas al terreno de la revolución burguesa (7).
Esta estrategia, en el caso de México, se expresó en la política de “unidad a toda costa” que implicaba el apoyo a la burguesía nacional encarnada por el PRM y el general Lázaro Cárdenas, que significó el atenazamiento, con la complicidad del Partido Comunista y la dirección de Lombardo Toledano, del movimiento obrero al partido oficial y por esa vía al Estado.
La política comunista desde los ´30 se sustentaba en la concepción de que la Revolución Mexicana de 1910 estaba todavía en marcha y debía ser profundizada como revolución democrático-burguesa. Esto era la tarea de primer orden de los comunistas y debía hacerse de la mano de la burguesía nacional “progresista” y del PRM primero y luego del PRI.
México, considerado como un país semifeudal, tendría que transitar por un largo periodo de “construcción capitalista” que abriría el camino remoto a la revolución socialista. Las implicaciones políticas de esta estrategia llevaron al PCM a ir a remolque de la burguesía nacional y realizar grandes claudicaciones políticas en la lucha de clases. Por ejemplo, ante las grandes gestas del Movimiento Revolucionario Magisterial, que enfrentó a la burocracia del SNTE, Encina, secretario general del PCM, planteaba que: “Para mantener la unidad y a pesar de las mutuas ofensas, sean éstas justificadas o no, los maestros deben llegar a un acuerdo con el SNTE y presentar sus demandas a la Secretaría de Educación o en caso necesario al Presidente” (Verdugo, 1977:44).
De igual modo, frente a la huelga ferrocarrilera, que terminaría con la ocupación militar de las plantas, fábricas y estaciones y la aprehensión de miles de obreros, el PC sostuvo una línea vacilante, que en los hechos apoyó a la burocracia frente a la verdadera revuelta antiburocrática empujada por la organización de la base mediante los comités por aumento de salarios.
Durante el cardenismo surgieron las principales direcciones y organizaciones del movimiento estudiantil, todas subordinadas al gobierno. El PCM, acorde con su política nacional se va a convertir en un verdadero obstáculo para que los estudiantes se organicen de forma independiente creando expectativas en la FNET, que en 1968 sería expulsada del movimiento estudiantil. En los años posteriores, la “unidad a toda costa” en el estudiantado se expresaría en acuerdos con estas mismas direcciones pretextando la alianza contra la clerical Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos impulsada por la clase media conservadora rural dirigida por la iglesia, que llegó a aglutinar a 36 mil miembros. Frente a los procesos previos al ´68 como el movimiento de los camiones o la huelga del IPN de 1956, que terminó con la ocupación militar de sus instalaciones, la juventud comunista y la CNED, dirigida por la primera, nuevamente intentaron no romper la unidad con la federación estudiantil prisita (FNET) mientras la base estudiantil la repudiaba. Esta actuación le valió perdida de inserción en sectores del movimiento de masas y el descontento en sectores de su juventud, que se expresó en la ruptura de muchos militantes, desde el mítico José Revueltas hasta Raúl ˜álvarez Garín, abriendo una crisis crónica que terminó varios años después con su disolución (8).
Para 1968, este desprestigio se vio atizado por la irrupción del movimiento estudiantil que de forma espontánea rebaso por izquierda la política conciliadora del PCM y desestabilizó al régimen posrevolucionario que enfrentaba su primera gran crisis de dominio. De ahí que tanto la juventud comunista como el PCM hayan tenido un rol secundario en la dirección del CNH. Lo cual no impidió que la dirección del partido bregara para intentar convencer a su juventud de contener la radicalización del movimiento como muestran los testimonios de los mismos militantes comunistas. O que algunos de estos, buscaran negociar a espaldas del movimiento como ha sido denunciado por muchos de los participantes. Esto era la consecuencia de una estrategia política y no de una acción aislada, que chocaba con un movimiento que tendencialmente cuestionaba el orden capitalista, en contra de la estrategia conservadora del estalinismo. Después de la represión del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, con la aprehensión y asesinato de cientos de activistas combativos, los comunistas tomarían el timón para levantar la huelga y desmovilizar al estudiantado contra las posiciones del CNH y su vanguardia.
Sobre el carácter del movimiento estudiantil
Para el marxismo clásico, el movimiento estudiantil tenía un rol muy restringido desde el punto de vista revolucionario, sin embargo, en determinados momentos del siglo XX, la reconfiguración social y política de los estudiantes abriría la posibilidad de que surgieran alas izquierdas que se hicieran parte de la lucha revolucionaria contra la clase dominante. En la primera mitad del siglo XX, desde el movimiento de reforma universitaria que comenzaría en la ciudad de Córdoba Argentina y se extendería por todo el continente, el movimiento estudiantil sentaba una tradición propia.
Como plantea un análisis: “El cuestionamiento a la universidad clerical, cerrada sobre sí misma, implicó un intento de ligazón a las problemáticas sociales y a la clase trabajadora. Esto se expresó, en la Argentina, en el apoyo a los trabajadores que protagonizaron la “semana trágica” por parte de las federaciones universitarias de Córdoba y Santa Fe; pero este apoyo fue sólo de una minoría del movimiento estudiantil. En Perú y Cuba por el contrario surge un gran ejemplo de la búsqueda de unidad con el movimiento obrero y de generar un conocimiento útil a los explotados. Surgirán así las Universidades Populares que tendrán por objetivo acercar el conocimiento producido por los estudiantes a la clase trabajadora. Dirá Mella: “La Universidad Popular José Martí (…) no es el arma definitiva y única con la que el pueblo cuenta para su emancipación (…) ella destruye una parte de las tiranías de la actual sociedad: el monopolio de la cultura.” Las universidades populares González Prada y José Martí expresan un avanzado intento de unidad entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Esto se expresa por ejemplo en los estatutos de las mismas; la universidad cubana establecerá por ejemplo que “la universidad popular de acuerdo con los principios enunciados, procurará formar en la clase obrera de Cuba, una mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria. Su correlato en Perú será el esta¬blecimiento, en el estatuto de la Universidad González Prada de la obligación de intervenir en los conflictos obreros sobre la base de la “justicia social” (9).
Pero va a ser en las décadas de los ´60 y ´70, que el movimiento estudiantil se cuele de forma intempestiva en la historia y desarrolle sus aspectos más revolucionarios. Tal es el caso de los estudiantes chilenos durante el ascenso previo al golpe militar, de los estudiantes argentinos que acompañaron la insurrección obrera conocida como el Cordobazo o la gesta del mayo francés que comenzó como una revuelta estudiantil para configurarse como una verdadera huelga general obrera contra el régimen.
En sus expresiones más avanzadas, la lucha estudiantil ha puesto a la orden del día la democratización de las instituciones de educación, formas tripartitas de gobierno, planes de estudio orientados a resolver las necesidades más apremiantes de las masas y la solidaridad con los trabajadores. Pero aún en este nivel de radicalización, los estudiantes como sector, tienen una limitación objetiva, que trasciende su voluntad revolucionaria ya que carecen de la posibilidad de paralizar al sistema capitalista. Por ello, la unidad obrero-estudiantil, que implica que los estudiantes hagan suya la lucha de los trabajadores y viceversa, es un punto indispensable y planteado por las distintas gestas de los propios estudiantes
En esta unidad, yace la posibilidad de algo más profundo, que se condensa en la consigna parisina del ´68: “del cuestionamiento de la universidad de clases al cuestionamiento de la sociedad de clases”. Si los estudiantes pueden abonar con su acción a la caída de la “tiranía de la cultura”, a decir de Julio Antonio Mella, la tiranía de la explotación, basada en el robo que hacen los capitalistas del trabajo ajeno, sólo puede ser enfrentada por la clase obrera, aunque su lucha reciba una enorme energía de la unidad con los estudiantes.

Hacia un balance estratégico del movimiento del 68

Los elementos avanzados del ´68 mexicano no deberían ocultar en nuestra reflexión las limitaciones que se expresaron en la lucha. Hemos hablado en los apartados anteriores, de la gran fortaleza que dio al movimiento su organización democrática, la huelga con toma de instalaciones, la autodefensa y la labor permanente de las brigadas. Sin embargo, la dinámica de la lucha lo llevó a confrontar al régimen del PRI y a plantear la necesidad de una salida revolucionaria para su derrocamiento. Pero esta perspectiva –la del derrocamiento del régimen capitalista– no podía hacerse efectiva sin el concurso de la clase obrera, retomando el camino de unidad de los obreros y estudiantes parisinos que hicieron temblar a toda Francia durante mayo. Esta posibilidad se empezaba a atisbar en el acto de “desagravio del lábaro patrio” donde los trabajadores presentes repudiaron al gobierno. Otro ejemplo de esto es lo que narra González de Alba, a propósito de la manifestación del dos de octubre: “Se notaban particularmente las gorras azules de los ferrocarrileros y sus mantas con el número de las secciones sindicales presentes, también podían verse mantas de electricistas y otros sindicatos. Los “charros” van a tener mucho trabajo este año, pensé, es en las organizaciones populares controladas por el gobierno donde el movimiento ha causado mayor impacto; en seguida caí en la cuenta de que el aspecto del mitin era muy distinto al de los anteriores: a simple vista podía observar que no era, de ninguna forma, un mitin estudiantil; no sólo por la gran cantidad de mantas y carteles que así lo demostraban, sino por el aspecto mismo de la gente; era un mitin de personas atentas, vestidas con ropa en la que predominaba el azul-gris, el café oscuro; faltaba la bulliciosa ingenuidad de un mitin universitario, el colorido de los suéteres y camisas sport, las mallas, las minifaldas de dibujo escocés, las barbas estrafalarias y las cabelleras largas. La mayor parte de los asistentes estaban concentrados, atentos y respondían a los oradores con un rugido unánime que terminaba pronto en aquellos rostros concentrados” (González de Alba, 1984:180).
La propia dinámica de la lucha empujaba hacia la unidad con los trabajadores, más concretamente, la agitación estudiantil, reanimaba, después de meses de rebelión, la llama que dejaron encendida los ferrocarrileros. Si esto se desarrollaba, México podría entrar en una dinámica revolucionaria de carácter más generalizado como la que sacudió a otros países de América Latina y Europa. Ante eso el priato se decidió por el derramamiento de sangre y la brutal represión, lo cual fue solapado por las direcciones burocráticas del movimiento obrero que durante todos los meses previos, dejaron aislado al movimiento estudiantil.
Si bien durante la lucha del ´68, importantes sectores independientes –tanto de estudiantes como de trabajadores– se enfrentaron a la política del PC y expresaron un alto ánimo de combate, no existía una organización sólida e influyente de la clase obrera que pudiera, de forma organizada, plantear una política claramente alternativa, que pusiera su fuerza en soldar la unidad obrero-estudiantil y ganar para un proyecto revolucionario a los cientos de jóvenes que se lanzaron a la lucha. Una organización que, a pesar de la derrota, se preparara para nuevos ascensos y sentara las bases para la construcción de un partido revolucionario en México. Los pequeños grupos trotskistas, que se hicieron parte activa del movimiento, eran muy débiles como para dotar al mismo de una política efectivamente alternativa y sentar las bases de una organización superior. Aún así, el ´68 es el caldo de cultivo donde nuevos cuadros, activistas y militantes se templan para nutrir distintas variantes estratégicas como la guerrillera, que tiene una experiencia trágica en México y que requiere un balance aparte. En el caso del trotskismo, sería hasta los setentas que, de la fusión de varios grupos de tradiciones distintas, surgirá el Partido Revolucionario de los Trabajadores. A pesar de su influencia en el estudiantado, en la intelectualidad, las clases medias y el movimiento obrero, el PRT se dividió y entró en una profunda crisis aún muy joven, producto de una estrategia equivocada, que lo llevó a disolverse presionado por la “marea democrática” de los ochentas o en movimientos no proletarios como el del FZLN. La historia de esta crisis del PRT, también merece un estudio aparte.
Según Gilberto Guevara Niebla en la introducción de su libro La democracia en la calle, el movimiento estudiantil se dividió en dos tradiciones, que datan de la reforma universitaria de 1929: la liberal y la popular. Dicha división estaría atizada por la discusión que libraron Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano, a propósito de “el carácter socialista” de la educación que proponía Lombardo en detrimento de la libertad de cátedra que proponía Caso. De este gran debate, según Guevara Niebla, se conformaron dos alas, una formada por liberales y socialistas independientes y otra por lombardistas, socialistas y comunistas que formarían la Confederación de Estudiantes Socialistas de México, la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México y la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, esta última dirigida por los fundadores del PRI. La tradición liberal acabó por corromperse y diezmarse y, según este autor, la tradición popular permaneció luchando por educación popular y se confrontó cada vez más con el gobierno frente a su derechización después del ´40. Sin embargo, esta “tradición popular” esta circunscrita a la influencia de los comunistas y la política de la que hemos hablado anteriormente, atravesada por concepciones estratégicas que la llevaron a cuadrarse permanentemente ante la lógica de la conciliación de clases. Una tercera tradición, que omite Guevara Niebla, se ha manifestado en momentos de ascenso del movimiento estudiantil; aquella que, de forma espontánea, motorizada por un sentimiento de combate y rebeldía, ha peleado incesantemente por la independencia del movimiento frente a los partidos patronales. Se expresó en el ´68 y se expresó en la huelga de 1999, donde cientos de jóvenes rompieron con la “nueva burocracia estudiantil” encarnada por una ruptura del propio PRI, el PRD. Esta generación fue, como la del 68, tratada con desprecio por la intelectualidad y denominada despectivamente por los medios de comunicación como “ultra”.
Pero la energía de estos sectores que giraron a izquierda al calor de la lucha de 1968, careció de referentes estratégicos alternativos, anclados en una tradición marxista revolucionaria de larga data. En México, como lo demuestran las contradicciones del propio movimiento estudiantil del ´68, no han existido grandes organizaciones de la clase obrera, como expresión orgánica de la independencia de clase. El movimiento obrero, atenazado y traicionado por sus direcciones charras, ha tenido que remar contracorriente, como lo demostró la huelga ferrocarrilera.
En estos giros a izquierda tanto del movimiento estudiantil y en primer lugar del movimiento obrero yace la posibilidad de poner en pie una organización revolucionaria en México y transformar su energía de lucha y combatividad en algo superior, al hacerse parte activa y militante de la construcción de una herramienta de clase, que encarne el proyecto socialista y que intervenga en las gestas del movimiento estudiantil y del movimiento obrero con un objetivo estratégico común, aprendiendo de las derrotas y construyendo, con su práctica cotidiana, nuevas victorias. Un proyecto de sociedad compartido, sustentado en una estrategia, un programa y una política común. Este grado de concreción, solo puede venir de la mano de la construcción de un partido revolucionario, que fusione a los estudiantes, en su carácter de intelectuales revolucionarios y a las capas más conscientes y resueltas de los trabajadores. Tratar de recuperar esta tradición, la del marxismo revolucionario y que se haga carne en sectores de izquierda de los estudiantes, es la tarea que desde la juventud de la LTS-CC hemos tratado de impulsar con nuestras modestas fuerzas. Bajo esta perspectiva estratégica es que orientamos nuestra política e intervención en la huelga universitaria de 1999 y la que sigue guiando nuestra acción hoy en día, preocupados por que sectores de estudiantes que hoy despiertan a la vida política, abracen las banderas de la revolución.

BIBLIOGRAFÍ
Alonso, Antonio
1972, El movimiento ferrocarrilero en México 198/1958, Ediciones Era, México
Casez, Daniel
1993, Crónica 1968, Plaza y Valdéz, México
Guevara Niebla, Gilberto
1988, La democracia en la calle, Siglo XXI, México
González de Alba, Luis
1984, Los días y los años, Ediciones Era, México
Thomas, Jean Baptiste
2008, Cuando obreros y estudiantes desafiaron al poder, Ediciones IPS, Buenos Aires
Notas:
(1) Consultado en http://www.dgi.unam.mx/rector/html/set02oct08.htm el día 5 de octubre de 2008.
(2) Subrayado nuestro.
(3) Esto no niega que el análisis “contracultural” plantee algunos aspectos parcialmente correctos.
(4) En ese entonces Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas, antecedente de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
(5) Según los distintos testimonios los mítines espontáneos y los grupos de brigadistas eran constantemente agredidos por el ejército y muchas de las desapariciones forzadas se dieron durante estas actividades. Los mítines itinerantes se convirtieron en la forma de difusión más efectiva del movimiento y eran los estudiantes del politécnico los que, subidos a camiones del Instituto, viajaban por toda la ciudad, parando por todos lados y agitando en las calles.
(6) Esta es la justificación de la política de “coexistencia pacífica” del stalinismo con el imperialismo que pactaron el orden de Yalta y Postdam dividiéndose al mundo en sus “zonas de influencia”. La intención de la burocracia de Moscú, era preservarse a si misma y para ello se convirtió en un aparato verdaderamente contrarrevolucionario que liquidó la posibilidad de la revolución en occidente.
(7) Bajo esta premisa, el stalinismo le impuso al Partido Comunista Chino la alianza con la “burguesía nacionalista” organizada en el Kuo Mi Tang con la consigna de que China, al ser un país semifeudal, tendría que realizar primero su revolución burguesa. Esta política terminó con la matanza de los comunistas chinos a manos del propio Kuo Mi Tang.
(8) Para el XIII congreso del PCM ya había iniciado el proceso de “desestalinización” en el PCUS. El PCM se encontraba en una profunda crisis y dicho congreso, realizaría un balance de la actuación previa. La base del partido y sobre todo la juventud, se entusiasmó con la posibilidad de dar un giro en la política impuesta desde Moscú. El congreso resolvió votar una relativamente nueva dirección con este balance que en última instancia, resulto absolutamente parcial y no rompió con la estrategia stalinista de las décadas previas. Según el balance del propio Verdugo, considerado por los comunistas como el gran “reformador”, el principal problema de la Internacional Comunista eran “los métodos de excesiva centralización, que estorbaban la elaboración de la estrategia revolucionaria de cada Partido y de la búsqueda de sus propias vías de impulso al movimiento revolucionario”. Verdugo hace una crítica parcial a la actuación de la IC frente al Partido Comunista de Yugoslavia dirigido por Tito al que se acusa de estar formado por “criminales antirevolucionarios”. Pero consideraba que “La Internacional Comunista desempeñó un papel esencialmente positivo. Contribuyó a aglutinar a los elementos comunistas y a formar los partidos, a difundir la experiencia de la Revolución Socialista de Octubre y del partido bolchevique”. Ni una palabra sobre las cuestiones estratégicas más importantes de la degeneración stalinista: la teoría del socialismo en un solo país, la coexistencia pacífica con el imperialismo a la salida de la segunda guerra, la política de frente popular, etc. Sobre el carácter programático de la revolución mexicana, a pesar de ciertas críticas al “etapismo” de los años previos, los congresos de “reforma” adquirieron una definición igualmente ambigua. Según sus documentos, la próxima revolución mexicana sería “democrático-popular y antimperialista” y “Por el tipo de Estado que crea, la nueva revolución superará los marcos de la democracia burguesa (…) y preparará el advenimiento de la democracia socialista. Por las transformaciones económicas que realiza, la nueva revolución debilitará las bases del capitalismo y creará las condiciones materiales para el paso al socialismo”. La “reforma desestalinizante” no significó ningún viraje profundo en el seno de los partidos comunistas a nivel internacional, que terminaron estallando en pedazos o convirtiéndose cada vez más en agentes del régimen, como el Partido Comunista Francés, cuya acción política estuvo orientada a desactivar el proceso huelguístico del mayo y a evitar la unidad obrero-estudiantil que sacudió las calles del barrio latino de París.
(9) Consultado en http://www.pts.org.ar/spip.php?article8855 el día 20 de octubre de 2008. Elaboración a cargo de la agrupación estudiantil Tesis XI.

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