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Internacionales

Crisis Económica:

EE. UU. en el centro de la crisis capitalista

7 de agosto 2002

La crisis de confianza en las corporaciones norteamericanas, la debacle en los mercados accionarios y el aumento de la probabilidad de una recaída recesiva, antes que finalice el año, han puesto al gobierno de Bush al borde de una crisis política que cuestiona su futuro. Si desde el 11/9 y sobre todo después del triunfo sobre Afganistán la administración Bush y su reaccionaria guerra contra el terrorismo ocupaban el centro de escena, hoy, la situación económica y los escándalos corporativos en el terreno interno lo han puesto a la defensiva. Aunque en las últimas semanas intenta aparecer retomando la iniciativa con la aprobación de una nueva ley contra el fraude contable, el encarcelamiento de algunos ejecutivos de grandes empresas y la votación de la cláusula Fast Track en acuerdos comerciales, lo cierto es que estas medidas parecen ser insuficientes para frenar la caída de la economía y evitar sus consecuencias políticas.

El principal rasgo de la crisis actual de la economía mundial es que tiene su epicentro en Estados Unidos. Esta es la gran diferencia con la crisis del 97/98 de la economía mundial capitalista que se inició en el sudeste Asiático, luego se trasladó a Rusia e impactó más tarde en Wall Street. En aquellos años Estados Unidos se aprovechó de esta crisis, lo que le permitió que su crecimiento se extendiera aún más y se acelerara al final del ciclo, aún a costa de agravar sus desequilibrios internos. Hoy la caída de la economía norteamericana es el principal elemento desestabilizador de la economía mundial.
La raíz de la crisis está en la caída de las ganancias, en particular en la rama de telecomunicaciones, pero no sólo en ella. Este es el verdadero motivo de la crisis y no la pérdida de confianza en la contabilidad empresaria ni la existencia de empresarios corruptos y deshonestos. Más bien los fraudes contables son consecuencia de lo primero y no su causa. Esto es lo que hoy confirma la última edición de la revista Business Week, tomando como base la revisión del Bureau of Economic Analisis de los números de la economía de los últimos tres años: “Las ganancias corporativas fueron más débiles de lo que primero se creyó. Estas han sido revisadas hacia abajo por un total de 143 mil millones de dólares, o un 6% para los tres años que van de 1999 al 2001. Mientras las revisiones se concentraron en las telecomunicaciones, el sector energético, y los servicios empresarios, el problema va más allá de algunas manzanas podridas como Enron Corp. o WorldCom Inc.. Las ganancias, más que alcanzar un pico en el 2000 como todo el mundo pensaba, realmente tocaron su punto más alto en el tercer trimestre de 1997, y han estado cayendo desde ese momento, especialmente por fuera del sector financiero.” . Sin embargo, a pesar de la declinación de las ganancias, es durante ese período que el boom norteamericano alcanzó su mayor altura acompañado por nuevos récords del mercado accionario. Esto hace agregar al mismo articulista como conclusión que: “La recesión en las ganancias en la “Nueva Economía”, ayuda a explicar porque hay tanta chicana contable durante los años del boom. Las compañías estaban bajo la presión de mostrar un aumento de sus ingresos, aún cuando sus ganancias reales estaban declinando. La debilidad oculta también explica la devastación en el mercado accionario en los últimos dos años. En efecto, los precios de las acciones habían venido subiendo por tres años, de 1997 al 2000, mientras los ingresos estaban realmente cayendo.” (B.W 12/8/02).
El resultado de esto es una fuerte sobreinversión, es decir, una inmensa cantidad de capitales que no pueden valorizarse a una tasa de beneficio compatible con las necesidades de su reproducción. Sus secuelas pueden verse en una enorme sobre capacidad ociosa y deudas monstruosas de la coporaciones. Un ejemplo de lo primero es la vasta red de fibra óptica en desuso, construida por los grandes emporios de las telecomunicaciones, como consecuencia del fracaso proyectado del tráfico de Internet. El endeudamiento que estas empresas utilizaron para su expansión, que alcanza la friolera de un billón de dólares, está dando lugar a uno de los procesos de bancarrota más grande de la historia, diez veces más grande que el más conocido “crash” de las empresas puntocom.
Con este trasfondo y la aceleración en las caídas en los mercados accionarios, desde hace semanas, las autoridades de la administración Bush y el presidente de la Reserva Federal Alan Greespan vienen sosteniendo que “los fundamentals de la economía son sólidos”. De ahí el impacto que ha tenido la revisión estadística del año 2001 anunciada la semana pasada. La recesión casi inexistente del 2001 se ha transformado en una contracción del 0,6% durante los tres primeros trimestres del año 2001 (más tenue que el promedio histórico pero de igual magnitud que la recesión del 69/70). En el mismo período las inversiones de capital cayeron 88 mil millones de dólares (1,5 veces la caída del PBI en igual período). Más desilusión generó aún el 1,1% de crecimiento del segundo trimestre de este año. Este demuestra que las bases de la recuperación son endebles contra las exageradas expectativas que había generado el primer trimestre, también ahora revisadas a la baja (5%).
Frente a este raquítico crecimiento un nuevo shock, como el hundimiento de las acciones tecnológicas en el 2000, puede precipitar una nueva caída recesiva. El disparador en este caso podría ser una nueva oleada de ajustes corporativos y los consecuentes despidos; el aumento de la escasez crediticia; una caída del mercado inmobiliario cuyo crecimiento hasta ahora ha venido compensando la fuerte caída del mercado bursátil o el aumento de la incertidumbre como consecuencia de un conflicto internacional. En el marco de la permanencia de fuertes desequilibrios estructurales (ahondados por las características del último ciclo económico) como una enorme capacidad ociosa, baja tasa de ahorro, fuerte endeudamiento y un masivo déficit de cuenta corriente, una nueva contracción de la economía puede adquirir un carácter más duro y prolongado que anteriores caídas recesivas posteriores al año 45. El carácter distintivo del último ciclo económico parecería pronosticar la posibilidad de una recesión similar a las contracciones del período anterior a los años 30, cuyo promedio de duración es de 21 meses. Tal perspectiva tendría fuertes consecuencias internas y externas.

Amenazas al sistema político bipartidista

Estados Unidos se encuentra tal vez frente a un punto de inflexión con profundas implicaciones políticas, psicológicas y sociales. La fenomenal destrucción de capital ficticio asociado a una caída de las ganancias reales de las grandes corporaciones significa no sólo que se está liquidando los excesos especulativos (burbuja) del último período sino que se le está sacando la savia a la fenomenal “hipertrofia” del sistema financiero que tuvo en este país y durante las últimas décadas sus rasgos más pronunciados.
Desde los 80 la ofensiva reaganiana, continuada por Bill Clinton durante los 90, significó una enorme regresión social de la mayoría de la población mientras dio origen a una concentración de la riqueza como nunca antes en la historia. Como consecuencia de esto el sistema político norteamericano sufrió una enorme degradación sometidos sus dos partidos tradicionales a las tendencias más rapaces y arrogantes del capital financiero. Así lo ilustra la alianza de Clinton con Wall Street personificado en el Secretario del Tesoro Robert Rubin – un ejecutivo de Goldmann Sachs- o las relaciones promiscuas de Bush con los CEO de Enron y otras grandes corporaciones norteamericanas. La importancia de los últimos escándalos financieros parecieran estar comenzando a desnudar esta estrecha relación del gran capital y el sistema político que un analista denomina “Gobierno de y para la élite” parafraseando en forma inversa la famosa frase de Lincoln de “Gobierno del pueblo para el pueblo”.
Los atentados del 11-9 tuvieron el efecto temporario de fortalecer a Bush. Todavía éste conserva una fuerte popularidad aunque viene declinando lentamente. Pero ahora el estado de ánimo de la población está cambiando. Hay una gran sospecha, una fuerte hostilidad al “Big Business”.
La revelación de los escándalos corporativos está afectando a la base social del régimen bipartidista. La evaporación de los fondos de los pensionados o de personas cercanas a la jubilación como consecuencia de las caídas bursátiles o los fraudes abiertos de los ejecutivos de Enron y otras corporaciones mientras se esfumaban los ahorros de muchos de sus empleados ha desatado la ira de amplios sectores de la población. Esto de no ser canalizado pueden llevar a cuestionar la confianza de la población en las reglas del sistema. Este es el significado político de las de la demagogia de ley y orden que emana tanto de la Casa Blanca como del Capitolio y la sanción de la ley de Reforma Corporativa como de la cacería de brujas que se ha desatado sobre algunos de los ejecutivos de las empresas más emblemáticas como Adelphia o WorldCom. Mientras se endurecen algunas medidas en el terreno contable, se trata de limitar los “daños colaterales” sobre el conjunto del sistema financiero. Republicanos y Demócratas no tienen la menor intención de afectar los intereses de los “pesos pesados” de las finanzas que se oponen a toda regulación que implique deducir como gasto la generalizada práctica de pago en opciones accionarias a sus empleados y menos que menos a que se interfiera en el mercado de finanzas estructuradas o derivativos –coto privado de algunos grandes bancos como el Citi group o la banca Morgan. Menos aún se toma ninguna medida para compensar a los sectores defraudados por las estafas con los activos de los CEO’s o propiedades de los multimillonarios.
En síntesis, es un intento de “reforma cosmética” que pretende desviar el descontento sobre algunas “manzanas podridas” mientras trata de resguardar a la mayoría de los jugadores del negocio financiero en especial los grandes bancos. El profundo contubernio entre los representantes del sistema político norteamericano y las principales instituciones financieras y corporativas es un obstáculo absoluto a toda política de reforma seria. De profundizarse la declinación económica, agravada con nuevos despidos y pérdidas para los ahorristas, el descontento de la población puede generar una polarización a derecha o izquierda generando fuerte cortocircuitos en la democracia imperial norteamericana.

Consecuencias catastróficas para el mundo

La crisis norteamericana significa un salto en la crisis mundial capitalista. Una muestra de suprofundidad es que en los últimos meses hemos asistido al más grande default de una nación soberana (Argentina) y a las dos más grandes bancarrotas corporativas de la historia, Enron y WorldCom. La irrupción catastrófica de la crisis e inestabilidad económica amenaza con romper el equilibrio económico y social en todos los rincones del planeta.
La posibilidad de una recesión en la principal potencia capitalista aumenta las presiones deflacionarias y el riesgo de una nueva recesión en una economía mundial ultradependiente de Estados Unidos. La fuerte caída de las bolsas europeas acompañando a Wall Street es una indicación de esto. Estas pérdidas repercuten a su vez sobre las instituciones financieras europeas –en particular sobre sus grandes compañías aseguradoras, donde las bajas accionarias están golpeando fuertemente sobre sus reservas de capital, y haciendo peligrar su solvencia-. Lo mismo es cierto con respecto al Asia, desde Japón hasta la economía china con exportaciones considerables al mercado norteamericano. Una recesión en Estados Unidos agravaría la crisis de sobreproducción a nivel mundial lo que sumado a la devaluación del dólar, ya sea por automatismo económico o como política para fortalecer la rentabilidad de las exportaciones norteamericanas, puede exacerbar las tensiones comerciales con Japón y Europa donde la apreciación de sus monedas redundaría en una perdida de competitividad.
Frente a la crisis en los países centrales, los países de la periferia capitalista en particular América del Sur -donde se combina un fuerte endeudamiento externo; una extendida recesión; caída de los precios de materias primas y trabas proteccionistas en los mercados de los países centrales junto a una creciente polarización política y social- son el eslabón más débil. La debacle uruguaya; la posibilidad de un default en Brasil y los síntomas cada vez más evidentes de la extensión de la crisis a Venezuela, Colombia, Perú y demás países de la región amenazan con desatar una nueva crisis regional de la deuda. A casi veinte años de la anterior esta posibilidad plantea graves consecuencias para las perspectivas de crecimiento de la región (una nueva década perdida) así como para los bancos, inversores institucionales y corporaciones multinacionales de Estados Unidos (y también de España) con fuerte exposición en la región. Esto último es lo que explica la rápida ayuda a Uruguay e incluso la posibilidad de un nuevo préstamo a Brasil. También busca evitar que los inversores y gobiernos de la región perciban que Estados Unidos ha abandonado a Sudamérica a su incierto destino. Pero a pesar de este giro, este nuevo “salvataje” podría ser demasiado poco y llegar demasiado tarde - y sobre todo atado a las exigencias de ajuste del FMI- para evitar que la región entre en un nuevo ciclo de declinación económica, inestabilidad política y de lucha de clases que fue su característica a lo largo de todo el siglo veinte.

¿A dónde va la situación mundial?

La crisis económica norteamericana cuestiona la coyuntura reaccionaria abierta desde el 11/9. Repentinamente, las opciones de Bush aparecen como extremadamente más limitadas. Esquemáticamente, en el plano político y frente a la eventual debilidad interna de su administración las perspectivas que se abren son dos.
La primera variante es que el gobierno republicano profundice su curso “reaccionario” y “unilateralista” y que para desviar sus problemas domésticos acelere los preparativos de la guerra contra Irak. La posibilidad de este curso es altamente probable. En el marco de la profundización de las diferencias estratégicas con Europa; la continuidad del conflicto palestino-israelí y el poco margen de maniobra de las burguesías árabes frente al creciente antinorteamericanismo de su población esta variante puede ser altamente costosa y adquirir ciertos ribetes de aventurerismo. En este escenario, Estados Unidos podría largar la guerra pero puede perder rápido apoyo en la opinión doméstica y externa si no logra convencer de los motivos de la guerra tanto a su población como en el logro de un consenso internacional.
La segunda variante es que una derrota electoral en las elecciones de medio término junto a la continuidad de la crisis económica; sumado a los crecientes cuestionamientos de sus aliados europeos y de la ONU a su guerra antiterrorista puede licuar la ofensiva guerrerista y darle una sobrevida a los métodos de “contrarrevolución democrática”, es decir una dosis mayor de “zanahoria” y menor de “garrote”. Aunque esta variante sigue siendo poco probable por el fuerte predominio de los halcones o de la derecha fundamentalista en la administración Bush, la combinación del rechazo europeo junto a la emergencia por primera vez de un sector del establishment político interno que discute la efectividad y el cómo de la campaña contra Irak, lo hacen más factible.
Pero más allá del camino que tome Bush, lo nuevo es que la incursión catastrófica de la crisis económica en la situación internacional puede desatar fuerzas antiimperialistas y anticapitalistas, que de profundizarse y pegar un salto de su nivel actual, señalen la apertura de un nuevo ciclo de revoluciones que revierta los avances reaccionarios de las últimas décadas después de la derrota de la última oleada revolucionaria a lo largo de la década del 70. Sudamérica, quizás sea hoy, el elemento más avanzado que esté anunciando esta perspectiva.

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