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Notas de tapa

Crimen planificado

La ciudad se llena de sirenas, los hospitales desbordan heridos y los muertos se cuentan por decenas. ¿Cómo se explica lo sucedido? “Es una cultura bien argentina viajar abarrotados en la punta del tren para no hacer cola al salir”, nos dice, impasible, el Secretario de Transporte Schiavi.

Hernán Aragón

23 de febrero 2012

La ciudad se llena de sirenas, los hospitales desbordan heridos y los muertos se cuentan por decenas. ¿Cómo se explica lo sucedido? Se debe a “una cultura muy arraigada, bien argentina de viajar abarrotados en la punta del tren para no hacer cola al salir”, nos dice el impasible secretario de Transporte Schiavi.

El funcionario tiene todo el tiempo del mundo para afeitarse, desayunar tranquilo y sacar sus profundas conclusiones, mientras millones corren a zambullirse en vagones que, con suerte, los conducen hacia la explotación cotidiana. Y tienen que hacerlo rápido para no perder el “premio” del presentismo ni ser sancionados.

El mensaje es claro: a los trabajadores nos gusta jugar al apretujamiento. Lo hacemos por deporte y por amor al vértigo.

Seamos sinceros. No deberíamos alarmarnos por las declaraciones de quien se ejercita todas las mañanas para que las concesionarias sigan haciendo sus grandes negociados, ni sorprendernos por lo que de antemano sabíamos que va a suceder. Sólo era cuestión de tiempo. Podría decirse que ya estaba escrito, como la respuesta que Schiavi saca del cajón para “desearle (sic) sus sentidas condolencias” a las víctimas de una tragedia anunciada.
Ahora que todo se fue de madre, tanto el gobierno como TBA nos hablan de “accidente”. Nosotros debemos arrancar esa palabra con la misma furia que se incrustaron los vagones y crujieron los huesos.

Seamos claros, los testimonios una y mil veces dramáticos no nos sirven para mucho. Los conocemos tan de memoria que hasta casi podemos oler y sentir el calor de los hierros y la carne fundidos. Y aunque cueste digerir el dolor, hagámoslo de una vez, no para encomendarnos pasivamente a esperar la siguiente matanza, sino para juntar las fuerzas que le impongan castigo a los culpables.

Sobraban las denuncias sobre la falta de inversión y el mal servicio. Repetirlas ahora sería casi una obscenidad, aunque nunca tan obscena como la explicación que el gobierno y la empresa nos ofrecen.

Por eso es mejor llamar a las cosas por su nombre y no dejarse engañar. No se trata de un accidente sino de un crimen planificado, fríamente calculado porque estamos condenados a un juego macabro. Somos la carne de cañón, la mano de obra barata que viaja como merece viajar todo producto que mañana será descartable. Cada boleto de tren es el pasaje a una aventura siniestra, como si se tratara de una ruleta rusa. Y las víctimas son sólo un número que la desidia e irracionalidad capitalista agregan al listado de muertes obreras.

¿Cuántos serán los próximos? Eso es difícil saberlo. Lo seguro es que los muertos volverán a estar de nuestro lado, mientras siga existiendo el actual sistema ferroviario, herencia del neoliberalismo, hecho a la medida de la burguesía para que ésta pueda mover la fuerza laboral a bajo costo, gracias al subsidio del “Estado presente” a la ganancia empresaria.

Porque no podemos vivir de feriado como lo hacen los Ciriglianos volverán a sonar las sirenas. Corramos el velo del dolor para ver que nos volvieron a tender una emboscada. Y obremos con la conciencia de saber que sólo la lucha mancomunada de trabajadores y usuarios terminará con estas concesionarias asesinas y los cínicos como Schiavi.

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