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Mundo Obrero

Clarín, los jueces de la dictadura y el derecho de huelga

En estos días, el gran diario argentino respondió al proyecto de Ley de Radiodifusión con una defensa de la “libertad de expresión” (ver pág. 7). También en estos días, lejos de las primeras planas de los medios, se sigue desarrollando el juicio a los delegados de la planta de Artes Gráficas Rioplatenses, del Grupo Clarín.

Lucho Aguilar

26 de marzo 2009

En estos días, el gran diario argentino respondió al proyecto de Ley de Radiodifusión con una defensa de la “libertad de expresión” (ver pág. 7). También en estos días, lejos de las primeras planas de los medios, se sigue desarrollando el juicio a los delegados de la planta de Artes Gráficas Rioplatenses, del Grupo Clarín.

Los hechos

En agosto de 2004 los trabajadores de AGR decidieron ir a la huelga, en una asamblea de todos los turnos. Rechazaban el turno diferido (que violaba el convenio gráfico y los obligaba a trabajar los sábados y domingos como si fueran horas simples). Pero también el régimen de vigilancia, con cámaras y cacheos, que la patronal aplicaba contra la organización obrera, en defensa de su productividad.

Más de 400 trabajadores participaron de aquel paro en el que, a pesar de la conciliación obligatoria, la empresa despidió a 119 trabajadores, incluidos los delegados.

Néstor Kirchner era presidente. Preguntó, como hace unos días cuando sobreactuaba su pelea con el grupo mediático: ¿qué querés Clarín? Y Clarín pidió. Lejos de garantizar cualquier derecho de huelga, el gobierno de los derechos humanos envió a la Infantería de la Policía Federal para garantizar la salida de la Revista Viva.

Los fallos

Después de la militarización de la planta, la empresa apuntó a la criminalización de la huelga. El sindicato gráfico concentró sus fuerzas en la batalla judicial, logrando fallos favorables en la justicia laboral. Clarín denunció a los delegados en la justicia penal y la causa terminó en manos en la Cámara del Crimen (Sala VII), compuesta por Abel Bonorino Peró junto a dos jueces. Bonorino Peró no es un desconocido para los luchadores. Durante la dictadura, tenía a su cargo el Juzgado de Sentencia N°2, desde donde rechazaba los hábeas corpus que presentaban familiares de militantes desaparecidos. No sólo eso: “Nostálgico, ya en democracia repitió metodologías clásicas del terrorismo de Estado: fue uno de los jueces que ordenó el desalojo de la fábrica Brukman, en un gigantesco operativo represivo en el que se denunció que la policía realizó tareas de inteligencia y disparó balas de plomo contra los trabajadores” (Revista Veintitrés, marzo 2009).

En su fallo, la Cámara del Crimen acusa a los delegados de AGR de usurpación, privación ilegítima de la libertad, amenazas, daños a la propiedad, hurto. Además, ante tamaña afrenta a la propiedad, les traba un embargo preventivo de 40 mil pesos por trabajador.

Para justificar el fallo contra los delegados de AGR, Bonorino Peró cita como doctrina – sin falsas modestias – su propio fallo contra las obreras de Brukman: “el empleo de la fuerza en una huelga es incompatible con el respeto de los demás derechos constitucionales...”1

No podemos negar que ambos tienen coherencia. El juez tendrá doble apellido, pero una sola función: es un furioso defensor del capital en los pasillos de Tribunales. Clarín, por su parte, ha despedido sistemáticamente a sus delegados, tanto en prensa (en 1991 y en 2000), como en gráficos (2004).

En defensa de la huelga

En la huelga de 2004 los trabajadores pelearon por los tiempos y condiciones de trabajo. La patronal, por sus ganancias. Derecho contra derecho, decidió la fuerza. En momentos en que la crisis capitalista se desata nuevamente, este ataque contra la organización obrera y sus métodos de lucha no puede pasar desapercibido.

Como decía Carlos Marx: “el capitalista se ha ganado en el mundo una buena fama como hombre excéntricamente apasionado de lo que él llama la libertad de trabajo. Es tan fervoroso partidario de dar a sus obreros, sin distinción de edad o sexo, la libertad de trabajar para él todas las horas del día, que ha rechazado siempre con la mayor indignación toda ley fabril que pueda coartar esta libertad. La sola idea de que un sencillo trabajador pueda ser tan infame como para proponerse un fin más alto que el de enriquecer a su patrono y señor, le produce escalofríos. (...) Una huelga es para él una verdadera blasfemia, una revuelta de esclavos, la señal del diluvio universal social en castigo de sus pecados” (“Las matanzas belgas”, 1869).

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