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Ciudad caótica

Mientras dejo pasar un bondi repleto, unos pibes - muchos a decir verdad -, buscan laburo en las agencias de Márquez y Panamericana. Las colas son largas, cada vez más largas de desocupados, para sólo dejar sus curriculums en una pila gigante, en buzones donde muy pocos serán vistos.

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19 de junio 2014

Ciudad caótica

Mientras dejo pasar un bondi repleto, unos pibes - muchos a decir verdad -, buscan laburo en las agencias de Márquez y Panamericana. Las colas son largas, cada vez más largas de desocupados, para sólo dejar sus curriculums en una pila gigante, en buzones donde muy pocos serán vistos. Unos 10 gendarmes, a lo largo de dos cuadras, vigilan a los transeúntes, pero sobre todo miran mal a esos pibes “con portación de cara” que buscan ser explotados por unos pesos. El Mercedes de un cheto pasa el semáforo casi en rojo, mientras un bohemio se iba a poner a hacer malabares por unos pesos. Una secretaria mal paga apenas me mira en un consultorio médico de una ART trucha, mientras que un radiólogo te apura por una placa que poco se ve y me saluda con desprecio. Una vieja que vende pañuelos descartables mira su celular viejo apoyado casi en la nariz y achina los ojos para lograr ver algo por la jungla de Once. Cinco mujeres centroamericanas te hacen señas para vender su cuerpo por no se cuantos mangos a las 11 de la mañana en Plaza Miserere, mientras un policía con ilusión de sheriff arrincona a un pibe de unos 8 años en las escaleras del subte por una cartera, el niño llora y el resto mira con indiferencia. Una mujer gorda tirada en el andén del subte, con su niño colgado de su teta para alimentarlo, pide monedas con ropas rotas gritando que le faltan 10 pesos para el guiso. Capaz que a la noche algo caliente entra en su estómago. Una mujer de treinta y pico baja la vista al entrar con su marido con ojeras y sacado, mostrando su rabia de macho mientras la amenaza al oído. Varios nos damos cuenta, ella me mira; reconoce que los vi, que lo miré, pero baja la mirada.
Espero en la puerta de un consultorio kinesiológico para que me dejen una máquina por 15 minutos y termine mi sesión para “curarme”.
Al salir y esperar otro bondi repleto veo a varios obreros que se reúnen alrededor de una parrilla improvisada en la obra, tomando un vino de cajita, para que las viejas conservadoras se sigan horrorizando de su asado (era falda, la verdad) y no de su sueldo. Un par de motoqueros se fuman un faso en la plaza, descansado un rato después de viajes y viajes, ¿Cuántos de ellos fueron acusados de motochorros? ¿Cuántas veces la yuta los paró por sus pelos largos? ¿Cuántas veces mientras pasaban por Libertador o una de sus avenidas para llevar un paquete muchas habrán sujetado sus carteras y muchos corridos sus portafolios? Logre subir y una embarazada pide su asiento en el bondi, mientras el chofer grita y se putea con un automovilista y un vendedor, que a duras penas y con pocos dientes, intenta vender con su voz gastada algunas lapiceras.
Me gasté más de 50 mangos en un sándwich medio pelo y una coca chica. En un par de días vuelvo a la fábrica con la hernia en el lugar de siempre y me mirará mal el jefe por mis días tomados, y las extras harán estragos en las espadas mías y de mis compañeros. Ya estoy agotado, el día se fuma recorriendo esta ciudad caótica y pensando en lo mal que me liquidará la ART.
Mañana saldrá el sol y los pibes jugarán al fútbol. Haré los choris como siempre, sabré las novedades de la fábrica y seguro tendremos revancha.

Nico

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