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DEBATES

UN DEBATE EN TORNO A LA INTERVENCIÓN DE JORGE ALTAMIRA

Apostillas a la presentación del libro Mi Vida

El 4 de diciembre Christian Castillo y Jorge Altamira presentaron la autobiografía de Trotsky que coeditamos desde el CEIP junto al Museo Casa León Trotsky de México. Altamira planteó una serie de cuestiones que, si bien iban más allá de la presentación de Mi Vida hacen a debates que tenemos con los compañeros del PO y sería oportuno profundizar.

Matías Maiello

13 de diciembre 2012

El 4 de diciembre Christian Castillo y Jorge Altamira presentaron la autobiografía de Trotsky que coeditamos desde el CEIP junto al Museo Casa León Trotsky de México. Altamira planteó una serie de cuestiones que, si bien iban más allá de la presentación de Mi Vida hacen a debates que tenemos con los compañeros del PO y sería oportuno profundizar.

Al concluir su exposición Altamira formuló la pregunta “¿qué es la dictadura del proletariado?” y contestó: “no es una arquitectura institucional, donde las decisiones se toman de una manera o se toman de otra. Es la organización del proletariado como clase dominante bajo la dirección de un partido revolucionario”. Una definición como mínimo liviana si tenemos en cuenta la experiencia del siglo XX. Ante este tipo de simplificaciones, que no son novedad en los planteos del PO, sobrevienen las preguntas: ¿debemos entender que la “arquitectura institucional” y la manera en que se toman las decisiones son indiferentes para la constitución de la clase obrera como clase dominante? Y en relación al partido revolucionario ¿mediante qué instituciones gana y mantiene la dirección del conjunto de la clase, con qué mecanismos?

Al contrario de lo que sugiere Altamira, este es un problema fundamental del marxismo. Buena parte del clásico, El Estado y la Revolución de Lenin está dedicado a este punto. Por su parte Trotsky se cansa de señalar, como lo hizo en la Historia de la Revolución Rusa que “la organización en base a la cual el proletariado puede no sólo derrocar el antiguo régimen, sino también sustituirlo, son los soviets”. No vale la pena abundar, ya debatimos sobre este punto con PO en otras oportunidades, y señalamos que para el fundador del Ejército Rojo no existía un programa revolucionario sin soviets.

En el caso de Lenin, incluso en 1905, será él quien contra la mayoría de los bolcheviques que oponían los soviets al partido revolucionario plantee la necesaria combinación entre ambos. Lejos de ser un “despreocupado” por la “arquitectura institucional” en 1919 escribirá en sus “Tesis sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado” que adoptará la III Internacional: “esa forma de la dictadura del proletariado que ha sido ya forjada de hecho -el Poder Soviético en Rusia, el Räte System en Alemania, los Shop Stewards Committees y otras instituciones soviéticas análogas en otros países- todas ellas significan y son precisamente para las clases trabajadoras, o sea para la inmensa mayoría de la población, una posibilidad efectiva, real, de gozar de las libertades y los derechos democráticos, posibilidad que nunca ha existido, ni siquiera aproximadamente, en las repúblicas burguesas mejores y más democráticas”.

Pero ¿por qué Lenin y Trotsky, que postulaban que la dictadura del proletariado era la clase obrera organizada como clase dominante con la dirección del partido revolucionario, estaban tan preocupados por la forma institucional concreta que asumía y por los mecanismos de toma de decisiones? Porque consideraban que el avance hacia el socialismo no es automático sino producto de una actividad consciente. Ambos desprendían de esto que el régimen político basado en los soviets era vital para la supervivencia de un Estado Obrero al representar la única “arquitectura institucional” capaz de expresar la participación consciente de las masas en forjar las condiciones de su liberación. Por el contrario, el bonapartismo (otro tipo de “arquitectura institucional”) al tiempo que daba su carácter burocrático al Estado Obrero ponía en peligro las bases mismas de su existencia. Que Trotsky tuvo en esto toda la razón es una de las grandes lecciones que dejó el siglo XX.

Trotsky, al igual que Lenin, sostenía esta precisa relación entre el partido revolucionario y los soviets en la transición al socialismo porque ambos concebían verdaderamente a la clase obrera como la única capaz de pasar de objeto de explotación a sujeto revolucionario, liberarse a sí misma y al conjunto de los oprimidos terminando con la sociedad de clases, la explotación y el Estado. Sin este punto de partida, el pensamiento de Trotsky en su conjunto carece de unidad y de sentido.

Bajo esta óptica no sólo se entiende la concepción de dictadura del proletariado del marxismo revolucionario, sino también su concepción de partido. La realidad es que Trotsky no sostenía la tesis de que “el partido es el programa” que Altamira le atribuyó en la charla, y que en realidad corresponde a Guillermo Lora. El programa tiene una importancia fundamental pero el partido no es sólo su programa sino también su estrategia y su organización. El programa no puede abstraerse de la fuerza material que lo encarna a riesgo de caer en el más crudo idealismo. Por eso Trotsky considera fundamental la relación que un partido revolucionario logra conquistar con la clase obrera y sus organizaciones. Un partido no se puede autoproclamar “dirección” de la clase sino que debe ganarse ese puesto en la acción.

En el sentido de lo señalado por Altamira, en el último número de En Defensa del Marxismo se esboza esta concepción donde por un lado está “la izquierda revolucionaria” portadora del programa y por otro la clase que lucha por la defensa de sus condiciones materiales frente al ataque capitalista. La fusión entre ambos términos estaría garantizada por el desarrollo de la crisis capitalista dando a luz al partido revolucionario.
La paradoja es que con el desarrollo de la crisis lo que sucede es lo contrario. Como vimos en el caso de las posiciones del PO sobre Grecia, en la búsqueda de “atajos” se pasa sin escalas del programa de “gobierno obrero” al de “gobierno de la izquierda” con la coalición Syriza que no sólo tiene un programa de conciliación con el imperialismo sino que es un partido mediático sin raíces en la clase obrera. Es decir, para PO la crisis no trajo la mencionada fusión sino la devaluación del programa y de su contenido de clase. Una lección de la propia experiencia que sería oportuno profundizar.

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