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Teoría

SEMINARIO

A 70 años del Programa de Transición

A lo largo del mes de febrero con la coordinación de Emilio Albamonte y Christian Castillo el PTS realizó un Seminario de discusión sobre el Programa de Transición, documento fundacional de la IV Internacional redactado hace 70 años. Del seminario participaron alrededor de 160 dirigentes y cuadros del PTS y de sus organizaciones hermanas en Brasil y Chile. El seminario tuvo una modalidad de trabajo intensivo, con reuniones plenarias diarias por las tardes, a partir de las 18 horas, y el funcionamiento previo, entre cada reunión general, de grupos de estudio y discusión.

PTS

3 de abril 2008

La Verdad Obrera entrevistó a los coordinadores del seminario en torno a las conclusiones del mismo. Dado que el seminario se dividió en tres ejes, el primero de ellos será el tema central de la primera entrega de nuestra entrevista. El debate se inició en torno al método con el que Trostky reflexionó en su texto A 90 años del Manifiesto Comunista al señalar qué cuestiones del escrito de Marx y Engels se reafirmaban y cuáles debían ser actualizadas. Como parte de esta reflexión se desarrollaron los otros ejes centrales abordados en el seminario en torno a cómo ese método crítico se aplicaba al propio Programa de Transición volviendo a analizar la justeza o no de las respuestas que desde el PTS se había dado a estos temas.

El seminario pretendió alejarse de las tradicionales “escuelas de cuadros” al generar un clima de reflexión y debate que favoreció conjuntamente la rigurosidad teórica con el desarrollo de una actitud teórica crítica entre los militantes. Si bien ya no estamos en la década de los ’90, seguimos viviendo un período donde existe una fuerte reacción ideológica que ataca permanentemente las bases teóricas fundamentales del marxismo revolucionario y su estrategia y programa. En ese marco, ninguna organización revolucionaria podrá desarrollarse si transforma al marxismo en un decálogo de fórmulas rituales y no trata de mostrar la fuerza vital del programa revolucionario en la realidad contemporánea. El seminario fue en este sentido un intento de alertar contra todo conformismo en el terreno teórico, en una situación donde todos los esfuerzos que hagamos para revitalizar el marxismo son inevitablemente pocos frente a la magnitud de la tarea que hay por delante. Presentamos a los lectores de La Verdad Obrera la primera parte de nuestra entrevista.

Para comenzar a introducirnos en el debate del seminario en torno a las lecciones del Programa de Transición: ¿qué vínculos pueden establecerse entre este texto y la evaluación que hacía Trotsky en 1938 de ese gran texto programático del siglo XIX que es el Manifiesto Comunista de Karl Marx y Federico Engels?

EA: Analizando lo que Trotsky indicó en su texto A 90 años del manifiesto Comunista, uno de los primeros puntos que pusimos en debate fue la afirmación allí realizada de que en el Manifiesto Marx estaba equivocado respecto a que el capitalismo ya había agotado sus potencialidades a mediados del siglo XIX. Así decía Trotsky que “Marx enseñó que ningún sistema social desaparece de la arena de la historia antes de agotar sus potencialidades creativas. El Manifiesto censura violentamente al capitalismo por retardar el desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo, durante aquel período, como así también en las décadas siguientes este retraso era de naturaleza sólo relativa.

Si hubiera sido posible en la segunda mitad del siglo diecinueve organizar la economía sobre bases socialistas sus ritmos de crecimiento hubieran sido inconmensurablemente mayores. Pero este postulado teóricamente irrefutable no invalida el hecho de que las fuerzas productivas siguieron expandiéndose a escala mundial hasta las vísperas de la Guerra Mundial. Sólo en los últimos veinte años, pese a las más modernas conquistas de la ciencia y la tecnología, ha comenzado la época de decidido estancamiento y aún decadencia de la economía mundial”. En el seminario primero señalamos que una demostración de este carácter relativamente retardatario, y no absoluto, del capitalismo en la segunda mitad del siglo XIX fue el desarrollo de “revoluciones pasivas”, como las llamó Gramsci, en países como Alemania, Italia y Japón. Durante ese período se desarrollaron procesos en los cuales las tareas propias de las grandes revoluciones burguesas en el siglo XVI en Holanda, XVII en Inglaterra y XVIII en Francia, fueron realizadas “desde arriba”. Por el contrario en el período que va entre la primera y la segunda guerra la “curva de desarrollo capitalista” se vuelve declinante y para 1938, cuando Trotsky escribe el Programa de Transición, era justo afirmar como allí se hace, en la sección denominada Las premisas objetivas de la revolución socialista, que en ese período “las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer”.

CHC: Descarnadamente, Trotsky afirma que el error de Marx y Engels surgió, nada más y nada menos -y cito textualmente-, “por un lado de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo, y por el otro, de la sobrevaloración de la madurez revolucionaria del proletariado. La revolución de 1848 no se convirtió en una revolución socialista como había pronosticado el Manifiesto, sino que abrió para Alemania la posibilidad de un vasto ascenso capitalista en el futuro. La Comuna de París demostró que el proletariado no puede quitarle el poder a la burguesía si no tiene para conducirlo un partido revolucionario experimentado. Mientras tanto el período prolongado de prosperidad capitalista que siguió produjo, no la educación de la vanguardia revolucionaria, sino más bien la degeneración burguesa de la aristocracia obrera, lo que a su vez se convirtió en el principal freno a la revolución proletaria. La naturaleza de las cosas hizo imposible que los autores del Manifiesto pudieran prever esta ‘dialéctica’”. Una visión que, junto con su poder de síntesis, presenta un panorama opuesto a una concepción evolutiva del desarrollo del proletariado: al no poder el proletariado derrotar a la burguesía por la ausencia de un partido revolucionario en la Comuna de París, el capitalismo conoció un nuevo ciclo de prosperidad que permitió el reforzamiento del reformismo, el cual, a su vez, se transformó en el principal obstáculo para la revolución proletaria. Una dialéctica que se dio, a su manera, también en la segunda mitad del siglo XX. Luego que el stalinismo traicionara la revolución en Francia, Italia y Grecia a la salida de la segunda guerra mundial , esta nueva “oportunidad perdida” a la salida de la segunda guerra mundial favoreció un reforzamiento de la socialdemocracia y el stalinismo que produjo un aislamiento de los marxistas revolucionarios. Cuando a partir del ‘68 se produjo un nuevo ascenso revolucionario a nivel mundial, los trotskistas llegaron al mismo débiles organizativamente y adaptados estratégicamente a los aparatos dominantes de lo que se llamó el “mundo de Yalta”.

Entonces, si Marx equivocó su pronóstico en torno a las condiciones objetivas de la revolución socialista en el siglo XIX mientras que Trotsky indicó que éstas estaban ya maduras en las tumultuosas décadas del ‘30 y ‘40 del siglo XX ¿Cómo se explica el fenómeno del “boom” de posguerra que parece refutar esta condición del capitalismo del siglo XX planteada en el programa de transición?

EA: La pregunta debería centrarse en: ¿qué sucedió realmente durante el llamado “boom” de la posguerra? En diferentes artículos en el PTS hemos definido este período como de “desarrollo parcial de las fuerzas productivas”. Con esto hemos pretendido diferenciarnos de dos interpretaciones que creemos equivocadas. Por un lado, la visión “estancacionista” que consistió en una interpretación libresca de la afirmación del Programa de Transición antes mencionada, respecto de la falta de crecimiento de las fuerzas productivas, algo que era cierto en 1938 pero que no se corroboraba en la realidad de los principales países imperialistas creciendo a tasas de un 5 ó 6 % del PBI durante cerca de dos décadas y media, las que van de 1948 a 1973. Un período en el cual como afirma nuestro compañero Juan Chingo en el último número de Estrategia Internacional: “la economía internacional experimentó una tasa de crecimiento sin precedentes … (que) permitió una elevación tendencial del nivel de vida de los trabajadores. Presenciamos un funcionamiento relativamente inédito del capitalismo que se caracterizó sobre todo por una intervención creciente de los poderes públicos en la vida económica, una lección de la crisis del ‘29. También observamos una nueva relación salarial en donde las ganancias de productividad acompañaban el aumento del salario real, permitiendo un crecimiento del consumo de las masas. Asimismo, hubo una fuerte regulación de las actividades financieras, una subordinación de la bolsa y una estricta reglamentación bancaria. Además, se creó un sistema monetario internacional, con tipo de cambio sólido y estable fundado en el dominio del dólar, adoptando un patrón oro-divisas, en el que EE.UU. debía mantener el precio del oro en U$ 35.00 por onza. En la mente de sus creadores estaba dejar atrás las destructivas devaluaciones competitivas que quebraron la unidad del comercio internacional, durante los años de la Gran Depresión en los ‘30. Estos mecanismos permitían no sólo acelerar el ritmo de la expansión sino fundamentalmente, morigerar la profundidad de las crisis evitando la transformación de las recesiones en depresiones mayores. Las concesiones al trabajo y las reglamentaciones sobre la movilidad del capital tenían un elevado costo, pero la alta tasa de ganancia podía permitir que el sistema funcionara de esta manera. Esta fue la base de un pacto social explícito o implícito sobre el que se basó la estabilidad de la posguerra”

Por otro lado nuestra interpretación de este proceso se diferencia también de la visión “neocapitalista”, que creyó ver en el crecimiento en los países imperialistas y en algunas semicolonias privilegiadas una suerte de “mutación estructural” que había llevado al capitalismo a superar algunas de sus contradicciones históricas, al menos en las metrópolis centrales. Y disentimos también de la explicación basada en la llamada teoría de las “ondas largas” del capitalismo que planteó Ernest Mandel, que es a su vez una versión aggiornada de la teoría de los ciclos largos formulada en la década del ’20 del siglo pasado por el economista ruso Nicolai Kondratiev.

Por lo tanto resaltamos el hecho de que existieron condiciones excepcionales que posibilitaron ese “boom”: la destrucción previa de fuerzas productivas como resultado combinado de la crisis del ’30 y la guerra; el papel traidor del stalinismo frente a la revolución europea en Italia, Francia y Grecia, cumpliendo lo acordado en Yalta y Potsdam con los imperialismos vencedores; el papel hegemónico de EE.UU. dentro de las potencias imperialistas; el nuevo papel jugado por la intervención creciente del Estado en las relaciones económicas; etc. Todos estos temas los hemos tratado en artículos específicos, tratando de dar cuenta de la complejidad de ese fenómeno en el siglo XX.

CHC: Es en este sentido que hemos cuestionado a quienes dan a este período de crecimiento una explicación “endógena” al ciclo económico y disminuyen el papel que jugaron en su explicación acontecimientos políticos capitales como la guerra mundial y su resultado. Recordemos que de la guerra no sólo salieron victoriosos como potencia hegemónica imperialista los EE.UU. sino que, a contramano de la predicción original de Trotsky, el stalinismo salió de la guerra reforzado y un tercio del globo quedó fuera del control directo del capitalismo mundial, debido a que a la existencia de la Unión Soviética se sumó el surgimiento de nuevos estados obreros burocráticamente deformados, ya sea producto de procesos revolucionarios reales, como en Yugoslavia y China, o de la acción burocrático-militar del stalinismo en los llamados países del “glacis” en Europa del Este.

Es decir, se dio un proceso históricamente inédito, donde un reestablecimiento del equilibrio capitalista en el centro coincide con una pérdida de su esfera de control económico directo en un tercio del globo y con un desarrollo nunca antes visto de los procesos revolucionarios en el llamado “tercer mundo”, emergiendo procesos revolucionarios en decenas de países coloniales y semicoloniales. Creemos que este resultado de la guerra, donde el imperialismo yanky debe pagar como costo a su dominación hegemónica la existencia de nuevos estados obreros deformados, es expresión del carácter “parcial” que tuvo el desarrollo de fuerzas productivas existente en este período. A fines de los ’60 este proceso comienza a agotarse al decaer la tasa de ganancia, cuestión que se expresará agudamente con la crisis económica mundial desatada entre 1973 y 1975. Es en estos mismos años que se desarrollará, a su vez, un proceso de gran ascenso obrero, juvenil y de los pueblos oprimidos, que será contenido en el centro y aplastado en forma contrarrevolucionaria en el cono sur latinoamericano.

Durante el “boom”, los trotskistas, cierto que en condiciones muy difíciles, fueron incapaces de reformular el marco estratégico que sostenía el Programa de Transición y mantener la continuidad revolucionaria, más allá de haber sostenido posiciones episódicamente correctas, lo que hemos denominado “hilos de continuidad revolucionaria”. Por el contrario, se adaptaron políticamente a los aparatos dominantes en el movimiento obrero durante los años de Yalta o a toda dirección episódica de un proceso revolucionario, disgregándose la IV Internacional en un conjunto de tendencias centristas, es decir, oscilantes entre la reforma y la revolución. Por ello, cuando las condiciones comenzaron a cambiar, con el ascenso revolucionario iniciado en el ’68, aunque atrajeron sectores de vanguardia nunca lograron peso para influir decisivamente en los acontecimientos ni retomaron un rumbo verdaderamente revolucionario que permitiera avanzar hacia una genuina refundación de la IV Internacional.

Nuevamente desde el punto de vista de las “premisas” objetivas de la revolución: ¿en qué sentido la situación actual que está atravesando la economía capitalista las pone nuevamente en el centro de la escena?

EA: Para comienzos de los ’80, el desafío “desde abajo” al orden de posguerra, iniciado en 1968 y continuado más de una década, estaba completamente desbaratado y el imperialismo pudo lanzar su contraofensiva de la mano de las políticas neoliberales impulsadas por Reagan y Thatcher. El neoliberalismo le permitió al capitalismo mundial y a la hegemonía estadounidense una sobrevida, a partir de aumentar los niveles de explotación de la clase obrera y de ampliarse geográficamente con la restauración capitalista en la ex Unión Soviética, China y Europa Oriental. De esta manera, el capital, aún con crisis recurrentes, generó contratendencias y recuperaciones parciales a la crisis de acumulación que se había evidenciado en 1973-75. Sin embargo, lo hizo a costa de acumular grandes contradicciones, algunas de las cuales hoy se evidencian en la crisis en curso, que golpea de lleno en el corazón del sistema, la economía norteamericana. La llamada “crisis de las hipotecas”, con pérdidas que las estimaciones más conservadoras calculan ya en un billón de dólares y el quebranto en puerta de algunos de los principales bancos de inversión, evidencia que el ciclo en el cual los EE.UU. vivían por encima de sus posibilidades a partir de un endeudamiento creciente ha llegado a su fin. La magnitud de las consecuencias de este “fin de ciclo” está aún por verse pero no serán pocas, no sólo en EE.UU. sino a nivel internacional.

CHC: La especulación de que por los relativamente altos niveles de reservas las economías latinoamericanas pueden quedar al margen de un estallido de esta importancia es no sólo una expresión de deseos de los gobiernos de la región sino puro provincianismo. El propio crecimiento de la inflación en países como Venezuela o Argentina, alentado por el crecimiento de los precios de las materias primas, es consecuencia directa de la especulación desatada con las commodities, más allá que en el futuro la forma en que la crisis puede repercutir es una caída de los precios de estos mismos productos. En nuestro país incluso, luego de cinco años de fuerte crecimiento económico, hoy comenzamos a ver nuevas fricciones en las clases dominantes que se expresan en la actual lucha entre empresarios y grandes propietarios del agro con el gobierno de Kirchner. No sabemos los ritmos, pero para lo que debemos prepararnos es para un período donde a nivel internacional el programa transicional en su conjunto gane actualidad, no sólo como un instrumento de propaganda general sino para la agitación y para la acción, como ya ocurre en EE.UU. frente a las consecuencias de la recesión en curso. No debemos dejar de tener en cuenta que el ciclo de levantamientos populares que vivimos en América Latina con el despertar del siglo XXI se dio en respuesta a las consecuencias generadas por la crisis económica que abarcó con distinto grado de intensidad a varios países de la región, cada vez más impotentes para hacer frente a los altos niveles de endeudamiento externo, cuestión que en nuestro país llevó a un verdadero crack y a las jornadas revolucionarias de diciembre de 2001. Si los multimillonarios rescates realizados por los estados imperialistas no logran frenar la crisis, es probable que el próximo período sea aquel en el cual veamos escenas similares a las de aquellos días en la principal potencia imperialista o en alguna de las economías más directamente afectadas por la crisis financiera global y la recesión yanky.

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