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Las invasiones bárbaras

15 de abril 2004


Vuelven los protagonistas de "La caída del imperio americano" . Denys Arcand nos lleva a los últimos momentos de la vida de Rémy, quien acompañado por su ex mujer está internado en un hospital público de Montreal en las lógicas -malas- condiciones (las imágenes son bien gráficas: Rémy está con varios moribundos en una misma habitación, hay varios cortes de luz; los pasillos están atestados de internados).
Llegará su hijo, un corredor de bolsa que vive en Londres -de la compra/venta de acciones petroleras- que hará todo lo posible por llevarlo a EE.UU. para que se trate contra el cáncer terminal que padece (a lo que Rémy se negará por temor a morir en alguna situación en manos de un fundamentalista musulmán…).
Pese a que padre e hijo no se llevan bien -el padre no quiere perdonar frente a su madre que "nunca en su vida ha leído un solo libro", a lo que ella le responde que pese a ello gana diez veces en un mes lo que él en un año- Sebastián pondrá todo el dinero necesario para hacer "pasables" los últimos días de vida de su padre: abundante dinero para la directora del hospital y para los arquetípicos "gordos" matones del sindicato para que le habiliten en un subsuelo -deteriorado por las "cuestiones de presupuesto"- una habitación especial para él.
Acto seguido llegará el resto de la trouppe, también convocada por el hijo: ex amantes, amigos (además de su linda nuera) para recordar viejos tiempos.
Podemos decir que este film relaciona dos temas centrales: las diferencias generacionales, y un balance específico de la de Rémy (la generación que hoy pasa de los cincuenta).
En el primer tema vemos cómo padre e hijo tratan de relacionarse contra reloj, tarea que quedará inconclusa -pese a los esfuerzos de Sébastien, que le enseñará a usar su notebook para que vea los mensajes satelitales que le enviará su otra hija en viaje por los mares del Pacífico-, y que los dejará al final del film unidos en una despedida emotiva y cariñosa. Con quien tendrá más diálogos es con la joven que le administrará la heroína, la "imperfecta" Natalie, (también contratada por el hijo) que hará más llevadero los dolores finales. Allí se ve el escepticismo, vacío y alienación de la juventud contra un Rémy que trata de aferrarse a la vida, inconforme ante los resultados de la misma y deseoso de conocer, de aprender más, para buscar las respuestas. Ante ella confesará que es un fracasado al no haber escrito, al no "dejar una huella, una pista" ante la crisis de la humanidad en que se transformado nuestra época contemporánea -contextualizando esto en la nueva situación que abren los ataques del 11 de Septiembre, donde "el imperio" ha sido golpeado dentro de sus propias fronteras-.
Al dudar de las nuevas generaciones -por su propio hijo- ella le dirá que es exitoso, pero Rémy tiene sus dudas de cuánto ha influido en ello; ella le contestará que no se puede saber. Y a la vez Rémy reivindicará los "viejos" placeres de la vida (contra el abundante dinero de Sebastián y el vacío de la adicción de la joven): el vino y los libros; las mujeres y la música.
Encabezando el cortejo, los decepcionados se suceden en el camino de los ismos…"
Precisamente, con la llegada de sus amigos para disfrutar estos placeres por última vez con Rémy -y aquí se desarrolla el otro tema-, se trasladan todos juntos para pasar sus últimos momentos en una casa a orillas de un lago. Con música, recuerdos y mucha charla se desarrolla una especie de balance, de racconto, de la historia y de su participación en ella.
Recordando haber pasado por todos los "ismos" (existencialismo, trotskismo, maoísmo, feminismo, etc.) hasta hacerse "estructuralistas" y "deconstruccionistas" en los "80 y "90, todos reconocen haberse quedado sin respuestas ante la vida (y aclarando que al "cinismo", no adhirieron, como muchos que arrancaron en los "70 con las "Brigadas Rojas" y hoy apoyan a Berlusconi). Son "la generación desencantada de los setenta". En la cena final, repasando lo que son grandes de la cultura y la política -de Leonardo Da Vinci a Platón, de Miguel Angel a Maquiavelo, incluyendo a los héroes de la independencia de los EE.UU.-, el veredicto de uno de los protagonistas será implacable: "La inteligencia desapareció, y creo que por mucho tiempo". Allí quedan el hijo Rémy, su nuera y la joven "asistente" (que le aplicará las dosis finales que lo llevarán al "sueño permanente"): la nueva generación que debe seguir -tal vez sin los valores y la búsqueda de cambios de la anterior-, la vida con un imperio que se encuentra rodeado de "bárbaros" que hoy quieren destruirlo (incluso nunca quedando claramente identificados los "bárbaros": Rémy en uno de sus sopores somnolientos, al advertir que llega "el líder de los bárbaros", aparecerá su hijo…).
"Las invasiones bárbaras" es un recomendable film, que emociona naturalmente, que invita a reflexionar sobre el sentido y búsquedas en la vida ; y a la vez un film de buen ritmo: un ritmo de "ceremonia triste".
Con buena (y muy poca) fotografía, dinámico y fuerte en sus diálogos (centralmente con humor, con guiños y todo tipo de gestos), es una película que expone a una generación que, como diría el tango, viene "cuesta abajo".

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