Al cierre de esta edición se anunciaba la muerte del líder palestino Yasser Arafat luego de más de una semana de agonía y especulaciones sobre su verdadero estado de salud. La desaparición de la escena de Arafat y las consecuentes disputas por el poder al interior de la Autoridad Nacional Palestina y de la Organización para la Liberación de Palestina, vienen a abonar la situación de tensión en el conjunto de Medio Oriente. A pesar de su desprestigio por haber aceptado la situación colonial impuesta por el estado racista de Israel y el imperialismo norteamericano que liquidaba toda aspiración del pueblo palestino a tener su propio estado, Arafat seguía siendo el único dirigente con autoridad capaz de mantener en última instancia la unidad de las distintas fracciones del movimiento nacional palestino y de poner límites a sus alas más radicalizadas como Hamas y Jihad Islámica.
Bush y Sharon, que habían decidido suspender todo diálogo con Arafat, apuestan al surgimiento de una nueva dirección palestina menos ligada al pasado del movimiento de liberación nacional y más dispuesta a colaborar con el estado de Israel en medidas de seguridad logrando desarmar a las fracciones más radicales de la intifada.
Sin embargo, parece difícil que los sucesores inmediatos de Arafat, el primer ministro Ahmad Qureia y el dirigente de la OLP Mahmud Abbas, ambos “moderados” y proclives a hacer cocesiones, puedan imponer al pueblo palestino las exigencias del estado sionista, como la aceptación de pequeñas zonas autónomas sin unidad territorial, como futuro “estado” palestino y la renuncia al derecho al retorno de los refugiados palestinos, expulsados por el estado de Israel. Entre las perspectivas posibles está la de una mayor radicalización de la lucha palestina que junto con la situación en Irak podría hacer todavía más inestable la región. En el próximo número de LVO analizaremos en profundidad la situación que se abre en el Medio Oriente.