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Internacionales

Nueva fachada para la ocupación imperialista

15 de junio 2004

En los últimos días Estados Unidos está intentando salir del atolladero en el que se había transformado la situación en Irak, a través de un dinámico proceso político que parece haberle permitido retomar un tenue control de la situación pero dejando abiertos enormes interrogantes sobre el futuro.
Una tercera fase de la ocupación norteamericana
Desde que se inició la guerra de Irak, los Estados Unidos han pasado por tres fases, que indican distintas relaciones de fuerzas tanto internas y a nivel regional como diversas alianzas políticas de las fuerzas de ocupación.
La rápida y contundente victoria militar señala la primera fase. La debacle del régimen de Saddam Hussein otorgó una enorme influencia y poderío a EE.UU en la región, como se vio en las amenazas de guerras y fuerte coerción ejercida sobre los gobiernos árabes vecinos, en particular Siria, si no se avenían a los designios norteamericanos.
La emergencia de la resistencia sunnita y la consolidación de una guerra de guerrillas marcan el inicio de la segunda fase. Durante este periodo, mientras las fuerzas norteamericanas se concentraban en operaciones contrainsurgentes contra el “triángulo sunnita”, los EE.UU gozaron de la tolerancia de los clérigos shiítas con la ocupación, que a cambio de mantener la calma de la población en el sur del país y en las barriadas pobres de Bagdad donde vive la mayoría shiíta y de no hostigar al Ejército norteamericano buscaban asegurarse una posición dominante en el futuro Irak. Esta política de la cúpula clerical shiíta, en especial de su líder más renombrado, el ayatolá Al Sistani, contaba con el beneplácito de Irán quien a cambio de este comportamiento de sus aliados iraquíes veía la posibilidad geopolítica excepcional de sacarse de encima a su enemigo histórico en la región, Irak, ya sea mediante un gobierno neutral hacia Teherán o, en el mejor de los casos, decididamente pro-iraní.
Los levantamientos simultáneos de las guerrillas sunnitas y de las milicias shiítas del clérigo Al Sadr en abril de este año marcan el fin de esta fase y la entrada en la situación actual. En el terreno militar significa la negativa de los EE.UU a embarcarse en una guerra de contrainsurgencia de gran escala, graficada en su incapacidad, falta de voluntad y límites políticos para doblegar a los insurgentes. Por el contrario, la tregua en Al Fallujah marca un nuevo acercamiento hacia los hasta hace poco defenestrados oficiales del antiguo ejército iraquí y los viejos funcionarios del Partido Baath y un distanciamiento parcial de sus recientes aliados del shiísmo religioso.
Esta última fase se ha institucionalizado con la conformación del nuevo gobierno. Contra la misma opinión del enviado de la ONU, Lakhdar Brahimi, cuyo candidato a primer ministro, el científico nuclear y cercano a Al Sistani, Hussein al Shahristani, fue dejado de lado por la presión norteamericana. La composición refleja una mayoría de intelectuales y antiguos exiliados iraquíes totalmente inclinados hacia los EE.UU, como el nuevo primer ministro, Iyad Allawi, caracterizado por sus lazos muy estrechos con la CIA y el MI6, servicio de inteligencia británico, en otra palabras, un gobierno títere. También resalta, como apunta el diario español El País “...dos ausencias notables: el shiismo religioso, fundamentalmente las masas de desheredados que siguen con fe ciega al gran ayatolá Al Sistani, y la de Ahmed Chalabi, el hombre en Bagdad de los neoconservadores hasta que hace unas semanas Washington le retiró su apoyo” (3/6/2004).
En el plano externo, este realineamiento político en Irak significa un fin de la “entente” implícita entre los EE.UU e Irán y, fundamentalmente, un alivio para el régimen saudí, que temía como la peste la asunción de un gobierno y el despertar político de la mayoría shiíta en Irak, temor compartido por Occidente ya que los trabajadores shiítas componen el proletariado concentrado de los principales pozos petrolíferos del reino, quienes podían ser alentados a rebelarse contagiados por sus hermanos iraquíes amenazando así a la principal fuente de petróleo a nivel mundial. Ya es suficiente con el susto de Al-Qaeda y su creciente actividad en el reino saudí que es lo que está detrás de los altos precios del crudo.
A pesar de todos estos límites, la conformación del nuevo gobierno es un paso adelante de Washington, que intenta retomar la iniciativa política con la transferencia de poder del próximo 30 de junio. El anuncio del desmantelamiento de importante número de milicias es otro paso importante, aunque falte implementarlo y la guerrilla de Al Sadr se ha negado al desarme –aunque el viernes pasado dijo que apoyaba al gobierno si se comprometía a terminar con la ocupación- mientras sube su popularidad entre las masas iraquíes.
En el corto a mediano plazo, queda por verse si podrá mantener una cuota de estabilidad, tomando en cuenta que no era la opción preferida de Al Sistani aunque éste le da un apoyo condicionado y no cuenta con el beneplácito de Irán, cuyo líder supremo, Ali Jamenei arremetió contra el mismo, acusándolo de “actuar a las órdenes de EE.UU” al tiempo que algunos Guardias Republicanos comenzaron a blandir como amenaza una nueva oleada de 2000 atacantes suicidas contra la fuerzas de ocupación, esta vez no provenientes del fundamentalismo sunnita como Al-Qaeda, sino de la otra rama del Islam.
El difícil equilibrio político que intenta sostener ya lo puso en evidencia la crisis desatada por la votación en la ONU: la ausencia en la resolución de la Constitución aprobada en marzo que otorgaba plena autonomía a las regiones kurdas, llevó a sus líderes a amenazar con romper con el Ejecutivo iraquí y no participar en las elecciones previstas para enero, asunto que aparentemente fue resuelto el día jueves según informó el nuevo primer ministro sin otorgar ningún detalle. Esta disputa se había originado, cuando Washington rechazo la demanda kurda, después de que los lideres shiítas- incluido Al Sistani- amenazaran con “serias consecuencias” si se daba un paso semejante.
Pero sobre todo, el nuevo gobierno deberá legitimarse a los ojos de las masas iraquíes, sabiendo que para la mayoría de la población invadida es prácticamente un duplicado del anterior Consejo de Gobierno Iraquí aparte de las enormes dificultades en infraestructura, seguridad y bienestar de la población que deberá resolver si quiere ganarse un mínimo respaldo además de liquidar a la insurgencia guerrillera que tanto en las zonas sunnitas como shiítas sigue dando muestras de actividad.
Cobertura de la ONU
Durante los pasados meses, las potencias europeas que se opusieron a la guerra como Francia y Alemania se mantenían al margen mientras observaban como la situación iraquí se iba deteriorando. Pero al tiempo que la posición norteamericana se aproximaba más y más al abismo, esta posición se fue modificando lentamente frente al temor que los EE.UU fueran forzados a retirarse de Irak lo que constituiría un enorme debilitamiento para el principal garante del orden capitalista mundial, cuestión que fortalecería al terrorismo islámico y a las masas oprimidas del mundo, afectando también los intereses y la seguridad europeas.
Este cambio de actitud -cuya escenificación a los ojos de todo el mundo fueron la conmemoración del "60 aniversario del desembarco aliado en Normandía al fin de la Segunda Guerra Mundial- se está dando no sin importantes roces y pases de factura y, sobre todo sin cerrar definitivamente y volver al nivel de concordia y comunicación anterior a las enormes brechas que se abrieron con la guerra de Irak.
En lo inmediato, esta renovada solidaridad se plasmó en la votación por unanimidad -después de cuatro borradores- de la ansiada resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, que al menos da un barniz de legitimidad a lo que no es más que un mero gobierno títere de los EE.UU.
El último punto de discordia fue sobre las operaciones militares, donde Francia había sugerido a los EE.UU que el nuevo gobierno iraquí tuviera poder de veto sobre la operaciones norteamericanas dentro y desde Irak, cuestión que fue rechazada abiertamente por EE.UU. Aparentemente lo que se discutía no es sólo una cuestión de pacificación interna, sino que con el escenario de un fuerte deterioro de la seguridad saudí como telón de fondo, no puede descartarse, ante un salto en la crisis que las tropas norteamericanas sean ordenadas a cruzar las fronteras saudíes, cuestión en la que Francia estaría posicionándose a sí misma para bloquear -o al menos influir- si ocurrieran tales acontecimientos.
Aún un terreno pantanoso
La conformación del nuevo gobierno iraquí y la aprobación de la llamada transferencia de soberanía por la ONU ha mejorado en lo inmediato la situación de EE.UU y significan un cierto respiro para las chances electorales de Bush, al menos si lo comparamos con la sucesión de desastres y malas noticias de semanas pasadas.
Pero todavía está lejos el momento del relax para las fuerzas de ocupación norteamericanas. Las voces de alarma siguen rondando. Un decano de la política exterior norteamericana y ex Secretario de Estado, Zbigniew Brzezinski, alerta: “...cuanto más se prolongue la presencia militar estadounidense, más probabilidades hay que se intensifique la resistencia iraquí... El establecimiento de un plazo razonable para la salida de las tropas estadounidenses –lo bastante alejado como para que no aparezca una retirada apresurada, pero lo bastante cercano como para que los iraquíes puedan centrar su atención en la necesidad de ser autosuficientes... Abril de 2005, dos años después del inicio de la ocupación, podría ser una fecha límite apropiada para que concluyese la presencia militar de Estados Unidos... Un plazo firme para la retirada seria la única forma de convencer a los iraquíes de que tenemos verdaderamente intención de irnos... La resistencia actual podría intensificarse hasta ser una guerrilla urbana similar a la que llevaron hace cinco décadas los argelinos contra los franceses.” (“Un cambio radical de rumbo”, El País 7/6/2004)
La Batalla de Irak todavía no está resuelta. Multipliquemos los esfuerzos y las acciones por la derrota de la ocupación imperialista en todo el mundo.

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