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Los explotados conmocionan Perú

9 de junio 2003

A fines de mayo más de un millón y medio de agricultores, 280.000 maestros, y decenas de miles en otros sectores estaban movilizados. Decenas de combativos bloqueos campesinos habían comenzado a paralizar las carreteras el 26/05 y al día siguiente 37.000 trabajadores de la salud y la seguridad social entraron en huelga. Varias regiones estaban entrando en pie de lucha. Todo esto, en medio de un inmenso repudio popular al gobierno de Toledo y sus medidas. De hecho, se planteaba la posibilidad de la unificación de los diferentes conflictos hacia una gran movilización nacional contra Toledo, que podría haber llevado a su caída y quebrado al régimen de la “transición democrática”.
El movimiento obrero y popular viene protagonizando un importante proceso de ascenso luego de largos años de reflujo y derrotas bajo los distintos gobiernos en las últimas dos décadas de “guerra sucia” contra la guerrilla y ofensiva burguesa e imperialista.
Hace tres años, la lucha de las masas peruanas hizo fracasar el proyecto político de prorrogar el “fujimorato”. El movimiento de masas dio un nuevo y gran paso adelante en junio del año pasado, cuando el levantamiento semiinsurreccional de Arequipa y su extensión a todo el sur del país obligó a Toledo a retroceder en la privatización de los servicios regionales de energía y levantar el estado de emergencia.
Éste fue un punto de inflexión, mostrando que las masas comenzaban a pasar de las ilusiones y la expectativa en las promesas del gobierno, a la acción directa para luchar por sus demandas, que se expresó en las actuales movilizaciones.

De la imposición del estado de emergencia al paro nacional

La declaración del estado de emergencia y la entrega del control interno a las Fuerzas Armadas, buscaba evitar la generalización de la lucha. En lo inmediato logró que las direcciones campesinas y de otros sectores levantaran las medidas de fuerza, sin embargo, maestros, estudiantes y otros sectores de vanguardia desafiaron en las calles la represión policial y militar. En Puno tuvo lugar el enfrentamiento más violento, allí el ejército asesinó al estudiante Eddy Quilca Cruz y decenas de heridos por las balas militares.
La apuesta del gobierno era muy arriesgada, pues la militarización del país, recreando los peores tiempos del fujimorismo, era una provocación a los trabajadores y el pueblo, y no estaba descartado que llevase a una radicalización del enfrentamiento de masas.
En este marco, la CGTP (central sindical mayoritaria) se vio obligada a llamar al paro de 24 hs. del martes 3/6, que tuvo contundentes repercusiones. La protesta fue impulsada también por los Frentes Regionales y cívicos, como en Arequipa y decenas de localidades. En muchas ciudades el paro fue total y en algunas se plegó el transporte urbano. Cientos de miles de personas se sumaron a las multitudinarias marchas en todo el país. En Lima se congregaron unos 20.000 manifestantes: trabajadores de la construcción, maestros, judiciales, jubilados, desocupados, estudiantes, etc. “El mentiroso va a caer” “¡Abajo la dictadura! ¡Toledo asesino, el pueblo te repudia!” eran consignas que aparecían repetidamente. Entre tanto, el Gobierno había retirado a los militares de la mayor parte de los lugares públicos, y actuó con cautela buscando evitar choques.
Sin embargo, la dirección le dio al paro un tibio carácter de presión convirtiéndolo no en el inicio de un plan de lucha nacional, sino en una medida para descomprimir la situación e impedir que la protesta de masas rebase los marcos del régimen.

La huelga docente

En todo el proceso jugó un gran papel la lucha de los maestros, demandando aumento salarial y otras reivindicaciones. Cabe recordar que el propio Toledo en su campaña electoral había prometido la duplicación del sueldo docente. La negativa a atender los reclamos docentes detonó la huelga nacional indefinida del Sutep (Sindicato Único de Trabajadores de la Educación del Perú) desde mediados de mayo. Pese al estado de emergencia los maestros mantuvieron la medida y siguieron protagonizando acciones de protesta en todo el país.
El magisterio peruano tiene un gran historial de lucha y ha jugado tradicionalmente un papel de vanguardia. No es casual que la huelga del magisterio se haya convertido en un puntal de la lucha contra el gobierno y alentado a otros sectores a salir por sus propios reclamos. Los maestros se ganaron una amplia simpatía entre la población y sus constantes movilizaciones constituyen un importante factor de agitación a nivel nacional.
Pese a la política conciliadora del Sutep (influenciado por los maoístas de Patria Roja), que se negó a dar a la heroica huelga una perspectiva política para soldarla a la movilización del conjunto de los trabajadores contra el gobierno y aceptó la “mediación” de la Iglesia, la huelga continúa.
Según la prensa, el esfuerzo de Nilver López y la mayoría de la dirección para hacer aceptar un acuerdo con el Gobierno que no satisface las reivindicaciones centrales de los maestros, provocó fuertes protestas en la base, particularmente del interior, (hubo un intento de toma de la sede sindical por sectores de oposición). Es posible que en los próximos días la directiva del Sutep logre levantar la huelga. Sin embargo, estos elementos de por sí dan cuenta de la radicalización entre los docentes, y de que al Gobierno, pese a la colaboración de las direcciones, le está resultando difícil lograr la “calma social” que necesita desesperadamente.

El ocaso del “gobierno de todas las sangres”

Toledo fue hace tres años el hombre elegido por la clase dominante para dirigir la “transición democrática”. Su oposición electoral a Fujimori y su discurso democratizante y populista le atrajeron apoyo entre la población, mientras que sus sólidos lazos con las instituciones financieras internacionales y su trayectoria le garantizaban como agente de los intereses imperialistas. Toledo asumió la presidencia autodesignándose el representante de “todas las sangres”, capaz de unir a todos: indios, cholos y blancos, pobres y ricos. Como una especie de “Alfonsín” peruano, prometía también que “con la democracia se cura, se educa y se come” al mismo tiempo que su proyecto encarnaba la continuidad con el programa económico proimperialista del fujimorismo y preservaba el papel preponderante de las FF. AA. en la vida política del país, manteniendo fuertes rasgos bonapartistas en el régimen.
Las ilusiones despertadas por Toledo se diluyeron rápidamente. Su popularidad se derrumbó y hoy lo rechaza, según las encuestas, más del 80% de la población. Después de la derrota ante el levantamiento de Arequipa hace un año, su fuerza política y sus bases sociales se debilitaron enormemente, perdiendo apoyo entre sectores patronales y con permanentes divisiones internas en el gabinete y las filas del oficialismo. Hay elementos de crisis que se cuelan en los propios aparatos represivos, como el descontento en la policía (a fines de mayo, mientras recrudecían las protestas, hubo un conato de motín policial por salarios en Lima).

“Embalsar la crisis”

Ante la profundidad de la crisis nacional, toda la clase dominante unió filas para sostener al Gobierno y “embalsar la crisis” (La República 4/06) y amortiguar, con la colaboración de la CGTP y otras cúpulas sindicales y políticas la posibilidad de un “desborde de masas”. A iniciativa de las cámaras empresariales más poderosas, se ha reactivado el “acuerdo nacional”, mecanismo de negociación integrado por diversos partidos incluida la oposición, y otras instituciones, para asegurar la “gobernabilidad”. La estrategia burguesa parece centrarse en evitar un choque abierto con las masas (lo que incluye moderar el uso de las FF.AA. y “suavizar” el estado de emergencia), atender algunos de los reclamos salariales más sentidos por las masas y “oxigenar” al Gobierno con medidas demagógicas tales como el recorte de los escandalosos sueldos de los altos funcionarios. En suma, una operación de “maquillaje” para que nada cambie.
En este marco se está posicionando el APRA, dirigido por el ex presidente Alan García, que sostiene a Toledo aunque con críticas parciales. El APRA se prepara para ser el recambio burgués ante el agotamiento de Toledo, sea en las elecciones del 2005 o antes si es necesario. Este viejo partido de origen nacionalista y afiliado a la socialdemocracia, es la principal oposición en el Parlamento y tiene tradicionales lazos con la burguesía nacional y de diversas regiones. Sin embargo, no controla al movimiento sindical ni a las masas y sus posibilidades de ser el “partido de la contención” (jugar un papel similar al que jugó el peronismo en Argentina luego de la caída de De la Rúa ) si el ascenso obrero, campesino y popular se profundiza, están cuestionadas.

El papel de la CGTP y las direcciones de masas

Éstas actuaron como un obstáculo clave para que las masas no hayan podido avanzar hasta derrotar a Toledo. En lugar de concentrar la energía de las masas y dirigirla contra el gobierno, buscan utilizarla para presionarlo a que acepte “autoreformarse”, poniéndose así detrás de la política de la oposición burguesa.
La burocracia dirigente de la CGTP, profundamente comprometida con el régimen en nombre de la “defensa de la transición democrática”, no quiere perjudicar la “gobernabilidad” burguesa y aunque se ha visto obligada a ir al paro, se niega a dar una perspectiva de lucha unificada a las masas. Otros sectores, como Patria Roja, desde sus posiciones en el magisterio, aplican una similar estrategia de colaboración de clases, ubicándose de hecho como “ala izquierda de la transición democrática”.

La crisis no ha terminado

Aunque en esta ocasión el embate de las masas peruanas no haya podido avanzar hasta derrotar a Toledo y quebrar al régimen, las condiciones para ello eran favorables. Un primer balance de esta gran prueba de fuerzas entre el gobierno y las masas muestra que estaba abierta la posibilidad objetiva de su caída bajo el embate revolucionario. La crisis política no se ha cerrado. El gobierno continúa profundamente debilitado. El régimen muestra una creciente deslegitimación. En el frente burgués subsisten profundas brechas (con peleas interburguesas alrededor de la “profundización" de las privatizaciones y la forma de encarar la crisis nacional). La situación económica –con índices de crecimiento relativamente altos pero con un empeoramiento de las penurias de las masas- alienta las luchas. Las masas peruanas vienen protagonizando un importante ascenso y acumulando experiencia con la “democracia” toledista. Todo ello pone en crisis la capacidad de la “transición democrática” para contener las explosivas contradicciones económicas, sociales y políticas del país.
Ante esta situación, no está resuelta una salida burguesa: para un gobierno tan débil, el intento de apoyarse directamente en las bayonetas y el imperialismo (en un curso de corte autoritario, bonapartista) será una tentación recurrente, pero al mismo tiempo conlleva enormes riesgos. Por otra parte, una política más “consensuada” para reestabilizar el régimen como reclama la oposición tiene pocos márgenes para ofrecer concesiones a las masas. En este período, no sólo sigue abierta la crisis nacional, sino que seguirá planteada la posibilidad de un nuevo embate superior de las masas.

“Con marchas te pusimos, con marchas te sacaremos”

Esta consigna coreada una y otra vez en las marchas expresa bien los sentimientos entre los sectores más combativos. Pero para hacer realidad “que el mentiroso caiga” hace falta quebrar la trampa del “acuerdo nacional”, al que las direcciones subordinan las perspectivas de la movilización de masas para “no desestabilizar” y la preparación de una verdadera huelga general política que paralizando a todo el país y uniendo a los trabajadores de la ciudad y el campo, pueda derrotar al gobierno y sus planes.
Para forjar la alianza obrera, campesina y popular serán necesarias formas de frente único, organizaciones de lucha amplias y democráticas de las masas en el camino de poner en pie órganos de poder obrero y popular.
En este camino será necesario enfrentar a las FF.AA., pilar fundamental del régimen, lo que impone la creación de comités de autodefensa ligados a las organizaciones de masas y levantar una política para separar a la base del ejército de la reaccionaria casta de oficiales.
Es necesario que los trabajadores se doten de un programa de acción que unifique a todas las demandas en una perspectiva de clase. En el mismo está llamado a jugar un papel importante la lucha por una Asamblea Constituyente revolucionaria, impuesta sobre las ruinas del régimen y sus instituciones.
Está madurando en Perú una situación de “crisis general” de la dominación política burguesa, de la economía, de las relaciones entre las clases, que actualiza las perspectivas revolucionarias. La vanguardia que se está fogueando en los combates, los grupos e individuos que buscan una vía hacia la revolución y que ven con simpatía el programa del trotskismo tienen ante sí la posibilidad de avanzar en el reagrupamiento revolucionario, en torno a las grandes lecciones de la lucha de clases nacional e internacional, para sentar las bases del partido revolucionario, socialista e internacionalista que la clase obrera peruana necesitará para avanzar hasta la victoria.

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