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Irak

Los ayatolas auxilian a los Estados Unidos

2 de septiembre 2004


En el último mes se produjo una nueva rebelión armada de las masas irakíes, centrada esta vez en la mayoría chiíta y fundamentalmente en las bases que responden al líder radical Muqtada Al-Sadr y su milicia, el Ejército Mehdi. El centro de los combates se desarrolló en la ciudad sagrada de Najaf, que soportó una enorme destrucción y centenares de muertos de parte de los ataques de la aviación y los soldados estadounidenses que fueron sitiando la ciudad y a las fuerzas combatientes que se atrincheraron al interior de la mezquita del Imán Ali. A pesar de este avance, la tenacidad de los combatientes no hacían prever una salida fácil a la pulseada, sin comprometer decisivamente a las fuerzas de ocupación en combates en las cercanías de la mezquita, lo que arriesgaba una movilización general de las masas chiítas en todo el sur del país y en Bagdad, rompiendo el aislamiento de las fuerzas de Al-Sadr. Es aquí donde entra el rol de bombero o salvador de los EE.UU. y de la máxima autoridad chiíta, el ayatola Al Sistani, quien teme más a desatar una movilización independiente de las masas que a la presencia de las fuerzas de ocupación. Vuelto al país después de una intervención quirúrgica en Londres, encabeza una movilización pacifica de miles de partidarios con el objetivo de recuperar el control de la mezquita obligando a la capitulación de Al-Sadr.

Un respiro táctico para el Ejército de Ocupación

Este levantamiento constituyó el primer desafío importante del Gobierno Interino Irakí asumido a fines de junio. Al igual que la insurrección conjunta de chiítas y sunitas del pasado abril, puso de manifiesto la persistencia de las masas irakíes para resistir a las fuerzas de ocupación. Pero, a diferencia de estos enfrentamientos que mostraron los límites del poderío norteamericano, obligándolo a cambiar de política hacia un acuerdo mayor con los partidarios del partido Baath y la reconstrucción de un estado policíaco, el actual levantamiento no logró sus objetivos. Aunque las fuerzas de Al-Sadr no fueron derrotadas militarmente, éste debió entregar el control de la mezquita que custodiaba desde abril a cambio de reinsertarse en el proceso político, fortaleciéndose el ala moderada del chiísmo detrás de la figura del ayatola Al Sistani. Al otro día, en una reunión de la Marjaiya, la dirección religiosa chiíta que éste preside, decidió abandonar la lucha armada contra EE.UU. Esto significa un enorme respiro táctico para el ejército norteamericano.

Una tregua pero lejos del fin de la batalla


Luego del acuerdo de Najaf, tanto Irán como una de sus principales piezas en Irak, Al-Sadr, se mostraron conciliadores. La primera dijo que asistiría a Bagdad en estabilizar el país. El segundo, que aparentemente cerró filas con Sistani, ordenó a sus luchadores a que cumplieran el cese del fuego. Estos elementos muestran que los chiítas de Irak y sus patrones de Irán retomaron su curso original de cooperar con Washington vía Bagdad para lograr sus objetivos políticos. Su mensaje puede interpretarse como una voluntad de colaboración en tanto y en cuanto los EE.UU. y el gobierno interino iraquí garanticen elecciones limpias. Gozando de una fortaleza numérica, los chiítas confían que pueden emerger como la fuerza política dominante en los próximos comicios de enero de 2005.
Sin embargo, los chiítas son escépticos de que los norteamericanos y el nuevo gobierno interino conduzcan el proceso de esta manera. De ahí que no hay ninguna mención al desarme del Ejercito Mehdi, que puede reagruparse y recomenzar la pelea en cualquier momento.
Una maniobra electoral de los EE.UU o del primer ministro interino irakí, Iyad Allawi, puede desatar un nuevo levantamiento del chiísmo, ya no sólo de una fracción sino del conjunto de ellas. A esto apuntan las declaraciones del jeque Ali Najafi, vocero del ayatola Bachir al-Najafi, uno de los cuatro líderes de la Marjaiya quien afirmó: "Aun no agotamos las soluciones pacíficas para poner fin a la ocupación y si se llega al día en que no hay más posibilidades de discusión, entonces la lucha armada se convertirá en una posibilidad".
En lo inmediato, la necesidad de elecciones por parte de los chiítas para garantizar su dominio en Irak y la necesidad de Bush de tener paz con los chiítas para ganar las elecciones norteamericanas, crean las condiciones para una tregua. Pero a más largo plazo los intereses divergen. Es que un resonante triunfo electoral chiíta pondría a éstos más cerca de exigir la retirada de las tropas de EE.UU. de Irak. Por eso, mientras Washington se asegura una relación beneficiosa en el corto plazo, continuará insistiendo con su objetivo de largo plazo que es evitar que los chiítas dominen Irak. Esta contradicción, y haciendo omisión de la enorme aprehensión de los chiítas a la creciente autonomía de los kurdos en el nuevo Irak, puede reiniciar la batalla en cualquier momento.
En el marco de que la resistencia continúa en las áreas sunitas, la situación dista mucho de haberse estabilizado. Como informaba el Washington Post del 28/8, al mismo tiempo que se firmaba el acuerdo con Al-Sadr, "Najaf no es ni de lejos la única área problemática que enfrentan los comandantes de EE.UU. en Irak (...) Aviones de EE.UU. hicieron blanco repetidamente en Fallujah, de donde los Marines se retiraron luego de otro arreglo negociado en la primavera. Al norte de Bagdad, el Ejército no hizo más que retirarse de Samarra, otro punto caliente del Triángulo Sunita. La lucha también continúa en Baqubah. ‘Actualmente, los insurgentes están a cargo tanto de Fallujah como de Samarra’ dijo un importante comandante del ejército en Irak". Como vemos el fin de la batalla de Irak está lejos.

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