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Internacionales

Levantamiento contra la ocupacion imperialista en Irak

15 de abril 2004


El sábado 24 tendrá lugar una Sesión Abierta dedicada a discutir la lucha por la reconstrucción de la Cuarta Internacional a partir de las características centrales de la situación mundial, analizando los efectos del salto que ha protagonizado la resistencia iraquí a la ocupación imperialista. Presentamos aquí extractos de las "Tesis sobre la coyuntura internacional" presentadas a la II Conferencia de la FT que analizan la nueva situación en Irak y sus repercusiones en Estados Unidos (ver pág 11).
Desde el PTS, propondremos a todas las organizaciones que se reclaman antiimperialistas impulsar una gran campaña por el retiro de las fuerzas de ocupación y en apoyo a la resistencia iraquí. Llamando a impulsar actos, marchas, charlas, eventos y distintas actividades que permitan poner en marcha un gran movimiento militante contra el imperialismo.
Una nueva etapa de la resistencia iraquí
Los acontecimientos sucedidos en los pasados días señalan la entrada en una nueva etapa de resistencia iraquí a la ocupación imperialista tanto cuantitativa como cualitativamente.
Cuantitativamente se manifiesta en la escalada de la lucha armada, incluyendo el mayor número de tropas que se despliegan en combate como la mayor variedad de armamento utilizado. También es evidente en el aumento de las bajas, con unos 60 soldados de la coalición, la mayoría norteamericanos, muertos la semana pasada comparado con el promedio de 30 mensuales durante el año previo. La extensión geográfica de los enfrentamientos, desde Mosul en el norte de Irak a Basora en el sur, junto al hecho de que el ejército iraquí adicto se negó a pelear contra sus hermanos, y la escasa resistencia de muchos los contingentes extranjeros que apoyan a los Estados Unidos, que en el mejor de los casos realizaron combates esporádicos cuando en otros decidieron no resistir y recluirse en sus cuarteles, ha significado una fuerte presión para el ejército norteamericano.
Más significativos son los desarrollos cualitativos de la resistencia con la incorporación de la fracción más radicalizada de la mayoría chiíta a la lucha guerrillera junto al endurecimiento de la guerrilla sunnita, que hasta ahora era la única oposición armada que enfrentaba a las tropas de ocupación. Los chiítas constituyen alrededor del 60% de los 25 millones de habitantes de Irak. Aunque la fracción de Muqtada al-Sadr es una minoría, posiblemente tenga peso sobre un 15% según algunas estimaciones, lo cual es una base social considerable desde el punto de vista logístico y para el reclutamiento de nuevos luchadores.
Más importante aún es el hecho que estos dos procesos guerrilleros sunnitas y chiítas se combinan con levantamientos populares, como dan cuenta distintos informes presenciales sobre el rol de las mujeres en la preparación de las municiones hasta de la ayuda de los niños en el levantamiento de barricadas. Esta mayor cohesión de la base social de las fuerzas combatientes permitió permitido no sólo las clásicas operaciones guerrilleras como emboscadas o ataques sorpresivos, sino lo nuevo que muestra la profundidad del enfrentamiento: estas fuerzas han sido capaces de capturar y sostener territorios en las ciudades. Este es el caso de Fallujah y en cierta medida de Ramadi, donde los líderes guerrilleros sunnitas no han escapado sino que se atrincheraron con el apoyo de la población para repudiar el hostigamiento norteamericano. A su vez, las guerrillas chiítas tomaron el control sobre gran parte de Najaf, Karbala, Kufa y están luchando en la ciudad de Sadr en Bagdad.
Por último, y como más promisorio, a pesar de la animosidad histórica entre sunnitas y chiítas, comenzaron a desarrollarse incipientes síntomas de unidad sobre todo en las barriadas donde existe mayor convivencia como en Bagdad, donde contingentes chiítas del barrio Kadhimiya unieron fuerzas con guerrillas del barrio sunnita del área Adamiya. Incluso antes del levantamiento chiíta, miembros de estos barrios, participaron de una marcha conjunta con carteles que decían: "Ni sunnisimo. Ni chiísmo. Unidad del Islam". Iguales intentos de lucha común se dieron en Ramadi, una zona sunnita donde los insurgentes fueron apoyados por brigadas de combatientes de al-Sadr. Estos elementos constituyen las primeras manifestaciones o las fases iniciales de gestación de una guerra de liberación nacional.
La respuesta del ejército norteamericano a este salto y radicalización de la resistencia fue el empleo de tácticas extremadamente agresivas, que incluyen el uso de armamento pesado como bombas guiadas por láser, los bombarderos AC-130, ataques misilísticos desde helicópteros, etc., no sólo contra los combatientes sino sobre la población civil que los respalda. Siguiendo el ejemplo de hostigamiento del ejército israelí contra los palestinos en la ocupación militar de Gaza y Cisjordania, estos métodos elevaron el número de muertos (se calculan 518 iraquíes muertos en el sitio de Fallujah) y de destrozos de partes enteras de las viviendas e infraestructura de las ciudades.
A pesar de este endurecimiento represivo del ejército invasor que busca derrotar y desmoralizar a la resistencia y las masas que lo respaldan, el resultado puede ser el inverso: al aumentar el número de bajas, crece el odio y la determinación de pelear contra el ejército de ocupación creando las bases para una generalización de la resistencia.

Las dificultades para formar un gobierno que avale la ocupación

Las condiciones políticas del actual levantamiento están en las dificultades norteamericanas de lograr un delicado equilibrio entre los distintos grupos étnicos chiítas, sunnitas y kurdos que componen Irak, que rediseñe el entramado artificial creada por los británicos a la caída del imperio Otomano después de la Primera Guerra Mundial. Desde la caída de Bagdad, los norteamericanos no logran cerrar esta cuestión esencial que impide toda estabilización de posguerra, creando por el contrario las bases para la crisis e inviabilidad de su ocupación y la permanencia de sus tropas.
Luego de un primer intento de establecer una autoridad norteamericana después de la rápida victoria militar, la emergencia de una resistencia guerrillera sunnita inclinó a EE.UU. hacia buscar el apoyo de la mayoría chiíta, que a cambio de un lugar privilegiado en el futuro político de Irak garantizaba a los norteamericanos al menos su cooperación mientras estos se dedicaban a exterminar militarmente a la guerrilla. Esta era la base de una ocupación militar norteamericana "a bajo precio". La clave de este compromiso fue el Ayatollah Ali al-Sistani que comanda la fracción mayoritaria y moderada del clero chiíta.
Esta relación se fue deteriorando paulatinamente después de la captura de Saddam Hussein y la creencia de que la guerrilla sunnita se había debilitado con respecto a su pico durante la ofensiva del Ramadán. Agrandado por este éxito, EE.UU. consideró que era menos dependiente de la colaboración del clero chiíta buscando limitar la influencia del mismo en el destino político de Irak, intentando seducir a los jefes tribales sunnitas, además de aumentar el peso de los partidos kurdos que son desde el comienzo el sector más confiable para los norteamericanos. Esto llevó a un tironeo entre Brenner y Al-Sistani sobre el carácter de la nueva constitución y sobre el futuro gobierno, exigiendo este último que el Corán fuera establecido como guía suprema del nuevo Irak y el llamado a elecciones cuanto antes, de forma de asegurarse el control absoluto del futuro gobierno debido al peso de la mayoría chiíta. Estos reclamos, que fueron acompañados por masivas protestas pacíficas y de presión, fueron ignorados "cortésmente" por la autoridad civil norteamericana e incluso por el representante especial de la ONU al que la máxima autoridad religiosa chiíta había acudido para conseguir su reclamo. La nueva Constitución tiene un carácter bastante secular, señala al Corán como una fuente más y da un poder de veto a la minoría kurda, cosa que no es aceptada por los chiítas. Este entredicho agrió las relaciones entre los norteamericanos y la mayoría chiíta en Irak. Junto con esto y durante los pasados meses, en el vecino Irán, con el cual los clérigos chiítas tienen excelentes relaciones, se produjo un cambio en las relaciones de poder de la República Islámica donde los conservadores retomaron la ofensiva frente al fracaso total de la estrategia de reforma gradual y liberalización del estado teocrático del actual presidente Khatami. Los conservadores no cuestionan el trato hecho con los norteamericanos en Irak pero consideran que EE.UU. no retribuyen cabalmente el enorme rol que ellos juegan en la estabilización de Irak con las continuas amenazas sobre el programa nuclear iraní, la oposición al proceso de paz en Medio Oriente, el alegado apoyo a los grupos terroristas y la insistencia sobre los derechos humanos. Son éstas las circunstancias internas y en la vecina Irán que han precedido al levantamiento del ala más radicalizada del clero chiíta comandada por Muqtada Al Sadr.
Los límites para una salida negociada
Después de una semana de intensos combates hubo una leve reducción de los enfrentamientos como producto de una serie de negociaciones bilaterales-concertadas entre los miembros del Consejo de Gobierno Iraquí y otras organizaciones cívicas y religiosas- entre las fuerzas de la coalición y las varias fracciones sunnitas y chiítas. Como resultado de esto se mantuvo un tenue cese del fuego en Fallujah entre las fuerzas norteamericanas y los insurgentes sunnitas, y el Ejército Mahdi de Muqtada al-Sadr se ha retirado de las estaciones de policía de Najaf, Karbala y Kufa. Para los Estados Unidos esto significa un cierto respiro después de una situación crítica que amenazaba con tirar al abismo el conjunto de su estrategia en Irak. Sin embargo esta salida inmediata tiene repercusiones a largo plazo para la estrategia norteamericana.
Estados Unidos quería dar una lección a los militantes de Fallujah responsables por el asesinato y mutilamiento de cuatro miembros del personal de seguridad privada norteamericanos a fines de marzo, cuyas imágenes había sensibilizado a la opinión pública norteamericana. La respuesta de EE.UU. desencadenando un sitio a la ciudad para aterrorizar a la población, tenía el objetivo de señalar el mensaje que dichas acciones eran inaceptables y todos los que habían participado en ellas –o le dieran refugio a quienes participaron– serían golpeados hasta el máximo.
Pero cuando los norteamericanos deciden marchar sobre la ciudad, comienza a desarrollarse enfrentamientos en todo Irak con el Ejército Mahdi de Muqtada al-Sadr. Este nuevo frente, en el marco de las restricciones existentes al despliegue de tropas y las reglas de combate que ordenan un mínimo de bajas civiles –y de bajas propias– por la reacción que puede generar, hicieron que los Estados Unidos cambiaran sus planes y entraran en negociaciones. La tregua de Fallujah más que lograr el fin de los combates con las fuerzas sunnitas, buscan permitir una pausa en la actual pelea, al tiempo que abrir negociaciones con Al-Sadr y fundamentalmente con el Ayatollah Ali al-Sistani.
Los Estados Unidos no pueden afrontar un enfrentamiento simultáneo de los militantes de Al Fallujah y de los chiítas en todo Irak, en el marco de los síntomas iniciales de cooperación entre ambas ramas del Islam, cuestión que presenta un serio peligro potencial para las operaciones de su ejército.(...)
Políticamente, las negociaciones bilaterales en curso han logrado una cierta distensión de la situación. La tregua de Fallujah marca la primera vez que los Estados Unidos tratan con las guerrillas sunnitas como una fuerza coherente, es decir, con una estructura de comando con la cual alcanzar ciertos compromisos. Por su parte, Al-Sistani que dejó correr el levantamiento, criticando a los norteamericanos por el tratamiento de la revuelta y llamando en general a la calma, busca sacar partido de la situación aumentando las concesiones que los norteamericanos se verían obligados a dar para contar con su aquiescencia, como sería su reclamo de un lugar dominante para la mayoría chiíta en el futuro Irak. Por eso sigue atentamente el resultado de las negociaciones en Al Fallujah. Los rebeldes sunnitas saben por su parte que no pueden esperar mucho de los norteamericanos. Las maniobras de estos entre todas las partes con objetivos de corto plazo, pueden resultar muy estrechas cuando se discuta la formación del gobierno transicional, poniendo a Washington en la difícil situación de no poder satisfacer a todos los lados y sus actuales promesas, lo que puede desencadenar un nuevo pico de violencia.
Como resultado de esta semana de intensos combates entramos en una nueva fase de la guerra de Irak, donde se ha deteriorado rápidamente la posición norteamericana y se angostan los márgenes para una salida política duradera. Estados Unidos buscará con las múltiples negociaciones que esta encarando, llevar adelante su anunciada transferencia del poder el 30 de junio. El punto para la administración Bush no es tanto ceder soberanía a un gobierno de transición iraquí sino fundamentalmente de salvar la percepción pública doméstica. Esta transferencia de poder es más simbólica que real, pero Bush no puede permitirse posponer el cronograma haciendo lo posible para mantener su imagen en el marco de la intensa presión sobre su política de seguridad durante los desarrollos de la Comisión que investiga el 11/9 y de los desafíos que enfrenta la ocupación en Irak.
Pero de conjunto la situación en Irak ha pegado un salto involucrando una creciente insurgencia, que mezcla acciones guerrilleras y levantamientos populares, con el intento de las fuerzas de la resistencia de tratar de ganar y sostener territorios. Esto no significa que no haya más negociaciones, pero estas llevaran a treguas temporarias y no a un fin de la guerra.

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