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Internacionales

Después del brutal atentado

La agresión imperialista en marcha

28 de septiembre 2003

Al cierre de esta edición, el imperialismo norteamericano está completando el despliegue de su aparato militar en torno a Afganistán. Corre por cuenta del gobierno yanqui la no demostrada acusación de que Bin Laden sería el inspirador de esa acción terrorista. Además, toda la prensa oculta que este dramático suceso es consecuencia de la política opresora, expoliadora y belicista del propio Estados Unidos, responsable del empobrecimiento, agresiones y humillaciones que sufren los pueblos oprimidos del mundo y en particular los países árabes e islámicos.
En el anterior número de La Verdad Obrera publicamos una primera declaración de nuestra corriente, la Fracción Trotskista Estrategia Internacional, tomando posición ante los hechos. Desde el primer momento los socialistas revolucionarios rechazamos el atentado, de carácter retrógrado, que ha dejado un tendal de víctimas inocentes y ha provocado en lo inmediato innegables efectos reaccionarios en la situación internacional, perjudiciales a los intereses de la clase trabajadora internacional y de los pueblos oprimidos que luchan por su liberación. Al mismo tiempo, denunciamos que el imperialismo lo utilizaría para lanzar nuevas campañas de agresión militar, política y económica, justificadas en nombre del "combate al terrorismo".
Bush pretende cobrarse la afrenta al poderío norteamericano del 11 de septiembre agrediendo al pueblo de Afganistán, e imponiendo una serie de medidas represivas y policiales dentro del propio EE.UU. y en todo el mundo.
Sin embargo, Norteamérica choca con grandes obstáculos para restaurar su poder imperial. Enfrenta las perspectivas de recesión económica mundial; serias dificultades para conciliar los intereses de los diversos estados involucrados por la iniciativa yanqui; y la previsible oposición de masas (sobre todo entre las masas árabes e islámicas) a esta nueva intervención militar.
El impacto causado por el atentado y la respuesta norteamericana al mismo han provocado una enorme conmoción, modificando la situación internacional. En estas páginas, esperamos ofrecer a nuestros lectores las claves de una comprensión marxista de los acontecimientos en marcha, así como una orientación obrera, socialista e internacionalista ante los mismos.

1. ¿Qué cambió en la situación internacional?
Esto hechos han actuado como catalizador de tendencias que se venían acumulando en la arena mundial.
La enorme conmoción causada ha acelerado el curso recesivo de la economía. Se confirma la perspectiva de una caída sincronizada de las principales economías del mundo, cuyo crecimiento, antes del atentado, ya se acercaba a cero. Se han hundido las esperanzas que quedaban en los "mercados" de una pronta recuperación en Estados Unidos reanime la economía mundial. Esto ha llevado a un desplome de los mercados financieros. Los principales bancos centrales, siguiendo a la Reserva Federal de Estados Unidos, tuvieron que volcar una enorme liquidez en las plazas financieras para evitar un crack en las bolsas, una posibilidad que sin embargo, sigue estando planteada.
La profundización de la crisis provocó un giro en la política económica de los gobiernos imperialistas, hacia una mayor intervención estatal. Buscan así preservar los intereses de los grandes monopolios afectados y acolchonar la caída de la producción y el comercio. Pese a esto, se está consolidando la perspectiva de una recesión más profunda y prolongada. Si el panorama para los países capitalistas más avanzados es pesimista, para la mayor parte del mundo semicolonial es aún más oscuro. Por ejemplo, América Latina -dónde Argentina ya tambaleaba al borde del default- puede desbarrancarse en nuevas crisis de la deuda externa y quizás, en una "nueva década perdida", como fueron los años 80.

A su vez, el atentado y la reacción política, diplomática y militar norteamericana, han generado una fuerte tensión al interior de los distintos países y en el sistema internacional de Estados.
En el plano doméstico, el gobierno yanqui ha logrado una amplia "unidad nacional" reaccionaria apoyándose en la indignación y el temor que el ataque causó entre la población. En el plano externo, la exigencia que Bush formuló en su discurso ante el Congreso de que "Cada Nación, en todas las regiones, tiene ahora una decisión que tomar. O están con nosotros o están con los terroristas" significa una enorme presión sobre todos los gobiernos, para imponer un alineamiento mucho más estrecho detrás de la estrategia norteamericana de "combate al terrorismo".
Por una parte, esto está causando reposicionamientos en la política exterior de los distintos estados y genera profundos procesos de polarización social y política interna en cada uno de los países involucrados.
Por ejemplo, Paquistán, que hace dos años estuvo al borde de un conflicto nuclear con la India debido a la disputa por Cachemira, hoy -al menos formalmente-, está junto a este país en la misma alianza dirigida por Estados Unidos en su cruzada "contra el terrorismo". A su vez, la decisión del gobierno paquistaní (que fue siempre el principal respaldo del régimen talibán en Afganistán) de aceptar las exigencias de EE.UU., desencadenó una fuerte crisis política y el abierto rechazo de grandes sectores de la población, lo que podría desembocar incluso en una guerra civil.
Por otra parte, el atentado dejó al desnudo la vulnerabilidad del dominio norteamericano, demostrando que, lejos de haber un "nuevo orden mundial" duradero y firmemente hegemonizado por Estados Unidos tras el derrumbe de la Unión Soviética en 1989-91, la realidad es que Norteamérica está mucho más expuesta y obligada a lidiar por sí misma con el conjunto de las tremendas contradicciones que recorren el planeta.
Esto se produce en momentos en que el gobierno de Bush buscaba reorientar la política exterior de Estados Unidos para disminuir su exposición y los costos del papel de "gendarme mundial", reconcentrándose en aquellas áreas donde estuviera en juego el "interés nacional" yanqui. La "cruzada contra el terrorismo" y su primer escalón: la agresión contra Afganistán, lo obligan a entrar en un escenario pantanoso, plagado de contradicciones y que abarca en la práctica todo el planeta. Esto exacerba sus contradicciones estratégicas, haciendo más evidentes los límites y obstáculos que enfrenta su hegemonía.

2. ¿Todos se subordinan a Washington?
Es cierto que Bush ha obtenido que la gran mayoría de los gobiernos respalden su campaña "antiterrorista" y su cerco a Afganistán. Desde sus aliados europeos en la OTAN, pasando por los gobiernos latinoamericanos, hasta países con los que mantiene tensas relaciones como China, e incluso algunos de los llamados "estados villanos" como Irán y hasta Cuba se han pronunciado en este sentido. Rusia colabora con las represalias contra Afganistán, aunque a cambio de una serie de reclamos onerosos para EE.UU., comenzando por el reconocimiento explícito de Bush al "derecho" ruso sobre la rebelde Chechenia.
Arabia Saudita y los Emiratos Arabes Unidos, dos de los únicos tres países que habían reconocido al régimen talibán, han roto relaciones con Kabul, acentuando el aislamiento del mismo. Todo esto le proporciona amplios visos de legitimidad a la acción punitiva de Estados Unidos.
Sin embargo, este amplio respaldo no significa la entrega de un "cheque en blanco" ni la aceptación incondicional de los objetivos militares y políticos de Estados Unidos.
Entre sus aliados de la OTAN, hasta ahora sólo Gran Bretaña acompaña militarmente el despliegue guerrerista yanqui. Francia y Alemania reclaman límites a la intervención. Es que Europa, mientras respalda, quiere objetivos claros, ya que teme que el conflicto conduzca a una mayor desestabilización, mientras despliega una amplia actividad diplomática en todo el mundo musulmán, donde tiene importantes intereses propios.
Los gobiernos árabes se debaten entre el apoyo a Estados Unidos y la presión de las masas en las que crece el rechazo a toda intervención norteamericana. Esto es evidente en los gobiernos más reaccionarios: Egipto, un aliado fundamental de EE.UU. en Medio Oriente, ha dado un respaldo limitado y pone como condición que EE.UU. presione a Israel para buscar una salida negociada al conflicto palestino, ya que teme que las consecuencias de un ataque a Afganistán inflamen Medio Oriente. Arabia Saudita, mientras rompe sus relaciones diplomáticas con Kabul para apaciguar la presión yanqui, se resiste a que sus bases aéreas sean utilizadas para atacar a otro país del Islam. Irán, cuyo respaldo es muy importante para que la agresión norteamericana no aparezca como "antiislámica" rechaza abiertamente la política de Washington en Medio Oriente.
En América latina, los gobiernos se han solidarizado con la "campaña antiterrorista" de Bush, pero al precio de importantes discusiones internas sobre los términos del alineamiento con EE.UU. La presión norteamericana está provocando divisiones incluso en un estrecho socio de Washington como es el gobierno mexicano, un ala del cual plantea mantener la política de "no intervención".
En suma, la adhesión a la campaña norteamericana es limitada y cada estado busca defender su propio interés nacional. Bush ha tenido que negociar trabajosamente para reunir apoyo político a la intervención y lograr facilidades logísticas (como aeropuertos e información de inteligencia) de los estados cercanos a Afganistán, y esto, al precio de poner límites a sus pretensiones y objetivos de guerra. De esta manera, a pesar de la amplitud de la coalición, Estados Unidos no ha logrado reeditar un compromiso firme de sus aliados ni una alianza sólida, comparable a la dirigió en 1990 contra Irak en la Guerra del Golfo.

3. ¿Qué tipo de ofensiva militar prepara los Estado Unidos?
A dos semanas del atentado, el despliegue militar de Estados Unidos en torno a Afganistán está avanzando aceleradamente y hay "clima de guerra". Varios portaaviones y numerosas naves de guerra se encuentran en el Mar Arábigo, transportando además, al parecer, importantes efectivos de tropa. Cientos de aviones de todo tipo han sido alistados, en un amplio arco que va desde los aeropuertos en Turquía hasta la isla Diego García en pleno Océano Índico. Incluso ya habría aviones yanquis estacionados en Uzbekistán, una de las repúblicas de la ex URSS en Asia central, cercana a Afganistán (un hecho inédito). Efectivos, aviones y naves de Inglaterra, el más estrecho aliado yanqui, las acompañan.
Sin embargo, pese al impresionante despliegue bélico, no están claros los propósitos del mismo. A diferencia de la Guerra del Golfo en 1991, cuando el objetivo militar era recuperar Kuwait, hoy reina aún un importante grado de indefinición y confusión en los objetivos de guerra del imperialismo.
Una ocupación terrestre en gran escala es poco probable. Desde los primeros días del atentado, cuando sectores del gobierno yanqui amenazaban con una invasión, hasta ahora, Estados Unidos ha tenido que restringir sus planes de guerra por múltiples razones políticas, militares y sociales. Es que temen que una intervención masiva, galvanizando el sentimiento antinorteamericano, podría provocar una respuesta de masas en todo el mundo árabe y musulmán, y terminar convirtiéndose en un nuevo Vietnam para Estados Unidos.
Esta es en última instancia la advertencia contenida en los condicionamientos de sus aliados, que han exigido que Estados Unidos se limite a objetivos precisos, descarte toda retórica antiislámica y no abra otros frentes simultáneos -como sería atacar a Irak (una idea de los sectores más conservadores del Partido Republicano)-.
Además, una operación en gran escala en Afganistán es extraordinariamente difícil por razones logísticas y militares. Se trata de un país mediterráneo, extenso y montañoso, de población agraria y dispersa. Un país atrasado y sumergido en una guerra civil crónica. En un escenario así, la superioridad militar del ejército yanqui (efectiva en las guerras contra Irak o de Kosovo), no significa automáticamente ventajas cualitativas ni asegura de antemano un bajo costo humano y material.
Una invasión terrestre en gran escala o una campaña aérea de destrucción masiva sólo serían posibles utilizando el territorio paquistaní. Pero en el marco de la crisis política e inestabilidad de la dictadura militar en Paquistán, la instalación de grandes bases o la presencia militar masiva en el país, podría detonar levantamientos de masas y empujar a este país de más de 140 millones de habitantes hacia la guerra civil. Además, tropas o bases yanquis en territorio paquistaní serían muy posiblemente objetivos de guerra para sectores musulmanes radicalizados.
En este marco, los estrategas del Pentágono parecieran encaminarse a una opción de menor envergadura, que combine bombardeos aéreos y misilísticos sobre blancos selectivos, raids limitados de tropas de élite y "operaciones encubiertas", extendiéndose durante un período prolongado de tiempo. Para este tipo de guerra, resultaría de mucha utilidad para los yanquis e ingleses la infraestructura en el territorio de Uzbekistán, cercano a las bases de la Alianza del Norte, facción armada que enfrenta a los talibanes (con apoyo de Rusia, India e Irán) y que controla pequeñas porciones del territorio afgano.
La otra eventual base de apoyo que podrían encontrar las fuerzas de Estados Unidos es el descontento de sectores que apoyaron el triunfo de los talibanes en 1996, como una salida a la devastación del país tras años de guerra civil luego de la retirada de las tropas soviéticas, pero que ahora chocan con la cúpula del régimen. Estados Unidos podría incitar y entrenar la oposición armada de estos sectores, alentando una guerra de guerrillas contra el régimen talibán.
Esta estrategia buscaría la caída de los talibanes y desbaratar las bases de apoyo de Bin Laden. Este sería el significado de las declaraciones del secretario de defensa Rumsfeld, que afirmó ante los periodistas: "No esperen un día D" (es decir, un asalto en gran escala como el de Normandía en 1944) ni una "ceremonia de rendición como la del acorazado Missouri" (refiriéndose a la rendición japonesa en 1945), y añadiendo que hay que buscar que "se peleen entre ellos".
Sin embargo, esta opción tampoco resulta fácil para los norteamericanos, ya que no tienen un recambio para desplazar a los talibanes y este objetivo es rechazado por un aliado clave como Paquistán, antiguo protector de los actuales gobernantes de Kabul.. Por eso, el propio vocero de Bush ha bajado el tono diciendo que "las acciones de estados unidos serán tomadas con un ojo en la estabilidad". El diario Herald Tribune, comentando estas palabras, dice que "un esfuerzo frontal para derribar a los talibanes podría ofender a algunos de los gobiernos de los países de mayoría musulmana que han prometido apoyo esencial para la campaña norteamericana". El líder demócrata Gephardt, luego de entrevistarse con Bush, declaró "Yo creo que los objetivos de guerra son claros. De alguna manera es responder a una guerra de guerrillas con una guerra de guerrillas. Pero también es responder con esfuerzos financieros, políticos y diplomáticos. Yo no creo que esté en el objetivo de nadie derribar gobiernos" (26/09).
El propio secretario de estado Colin Powell ha insinuado una línea de negociación, afirmando que "si los talibanes entregan a Ossama Bin Laden y desarticulan la red terrorista de Al-Qaeda, entonces se evitarían problemas e incluso podrían recibir ayuda occidental (...) Si lo hicieran, entonces no nos importaría si son el régimen en el poder o no" según comenta Clarín (26/09).
Todo esto muestra que más allá de cuáles sean las acciones militares y políticas que Estados Unidos decida en los próximos días o semanas, cualquier intervención en Afganistán puede activar un verdadero polvorín de enormes implicancias regionales. Ya hoy, cuando todavía los yanquis no han lanzado acciones militares abiertas sobre Afganistán, está planteado no sólo un recrudecimiento de la guerra civil, sino también, una crisis de refugiados de enormes proporciones que puede desbordarse hacia Paquistán (donde ya hay más de dos millones de desplazados) con consecuencias explosivas. Como puede verse, por todo lo anterior, la ofensiva militar que prepara Estados Unidos enfrenta un escenario complicado y de derivaciones impredecibles.

4. ¿Cómo responderán las masas?
Junto a las preocupaciones de índole militar y geopolítica, el principal temor de Estados Unidos y sus aliados es desencadenar un proceso de movilizaciones independientes de las masas que podría desestabilizar y derribar a los regímenes autoritarios aliados del imperialismo en toda el área. Ya hemos planteado la situación de Paquistán, uno de los "eslabones débiles" más expuesto ante la crisis, donde según la prensa, se extiende una amplia efervescencia y se han producido manifestaciones antinorteamericanas con varios muertos en choques con la policía.
El otro gran foco de preocupación para los norteamericanos es Medio Oriente. En los últimos años, en particular desde la Guerra del Golfo en 1990, se ha agudizado la opresión imperialista en esta estratégica región, enclavada sobre tres continentes y dueña de las mayores reservas de petróleo del planeta. La nueva oleada de penetración imperialista al amparo de la llamada "globalización" ha significado un desastre económico y social para las masas pobres de esta región. La presencia militar estadounidense en Arabia Saudita y Kuwait le permite a Estados Unidos un control sin precedentes sobre el petróleo, al mismo tiempo que apuntalar a los más ultrarreaccionarios regímenes. El apoyo yanqui a la brutal opresión sionista sobre los palestinos, el martirio impuesto a Irak desde hace una década, las agresiones permanentes, han terminado por generar un amplio sentimiento antinorteamericano entre los pueblos de esta parte del mundo. Por estas razones, Estados Unidos, urgido por los gobiernos árabes y por la Unión Europea está presionando al gobierno de Israel y a Arafat para que se asiente una tregua y se reinicien negociaciones; buscando abrir camino a una "salida política" (que desde ya será reaccionaria), tras más de un año de Intifada que puso al rojo vivo la cuestión palestina
Después de varias dilaciones, el 26 se reunieron el canciller israelí Shimon Peres y el jefe de la Autoridad Nacional Palestina Yasser Arafat. Aunque el imperialismo saludó la reunión como "promisoria", todavía no pudieron avanzar en un plan concreto.
Dejar abierto este conflicto ante la explosiva situación en toda la región, tensada por la intervención yanqui, es un serio peligro potencial para los intereses imperialistas, ya que podría hacer que la heroica lucha del pueblo palestino, hasta hoy aislada por la traición de los gobiernos árabes, empalme con un proceso de movilización de las masas de la región.
A menos que el imperialismo consiguiera un triunfo rápido y contundente, cuestión que por las contradicciones que señalamos parece improbable, en la nueva situación se inscribe una posibilidad nueva: que comiencen a converger procesos de movilización que ya se venían dando, como las importantes luchas de masas en América Latina, o en el mundo árabe, el levantamiento de abril y mayo en Argelia y la Intifada palestina, con el movimiento anticapitalista en los países centrales. Hasta ahora, estos procesos venían discurriendo por carriles separados, aunque los jóvenes anticapitalistas de Europa y Estados Unidos sentían simpatía por las luchas en el mundo semicolonial.
La escalada guerrerista del imperialismo permite visualizar más claramente al enemigo común, encarnado en los gobiernos imperialistas. Es cierto que el clima reaccionario que el atentado provocó dentro de los países centrales, en especial en EE. UU., le ha dado en lo inmediato base social de masas a la ofensiva imperialista. Pero, la perspectiva de un conflicto largo, en medio de la recesión económica que está provocando cientos de miles de despidos en EE.UU. y otros países, puede erosionar ese amplio respaldo actual y reabrir un "frente interno" en la retaguardia del imperialismo. En el mismo sentido puede actuar el fuerte ataque a las libertades democráticas que con la excusa de prevenir nuevos atentados están tomando los gobiernos imperialistas. Las primeras aunque pequeñas acciones de los jóvenes que en Washington y en los campus universitarios de EE.UU. comienzan a manifestarse contra la guerra, son un primer síntoma de lo que podría sobrevenir.

5. ¿Cuáles son las perspectivas?
Los acontecimientos a que asistimos han significado un salto o punto de inflexión en la situación internacional. Estados Unidos está obligado a recomponer su poder imperial y ha elegido a Afganistán como un primer blanco para ratificar su fuerza a ojos del mundo entero. Este intento, como hemos mostrado, está configurando una nueva situación mundial, distinta al período de relativa estabilidad del dominio imperialista que cubrió la mayor parte de la década pasada. Los rasgos de este nuevo período, de carácter aún transitorio, están definidos por el agravamiento de la situación económica, el aumento de la agresividad imperialista y de las tensiones sociales y políticas. Decimos transitorio, porque no está resuelto el signo de esta nueva situación. Si el imperialismo logra infligir una serie de derrotas importantes a las masas explotadas y los pueblos oprimidos, podrá restaurar su dominio temporalmente. Si su ofensiva reaccionaria se empantana en las enormes contradicciones que señalamos más arriba, abriría un período pre-revolucionario en varias regiones e incluso a nivel internacional.

6. ¿Qué rol juegan las movilizaciones contra la guerra?
Los preparativos de un ataque militar de Estados Unidos están despertando el rechazo en sectores de vanguardia, principalmente juvenil, en los países centrales. Incluso antes de que empiecen los ataques ya se han realizado movilizaciones "contra la guerra" en Estados Unidos, Gran Bretaña e Italia entre otros, en las que participan sobre todo el movimiento estudiantil y sectores del movimiento antiglobalización.
Particularmente en Estados Unidos, se está extendiendo la organización de redes a numerosos campus universitarios (con contactos en más de 150 centros). En ellas se nuclea una vanguardia que ha comenzado su activismo contra una eventual guerra enfrentando el clima político de chovinismo y "unidad nacional" reaccionaria, en el que los índices de popularidad del presidente Bush han trepado y a pesar de la campaña de los medios de comunicación y el establishment político a favor de la agresión militar. Al sumarse el Partido Demócrata a la "unidad nacional" con Bush, el movimiento estudiantil se está convirteindo en la única expresión genuinamente opositora a la política guerrerista de éste. Si se desencadena efectivamente una guerra este movimiento puede desarrollarse a gran escala y convertirse en un factor activo de primer orden en la política norteamericana.

7. ¿Pacifismo o antiimperialismo?
Ante la inminencia de un ataque imperialista contra una nación semicolonial, el desarrollo de movimientos antiguerra en los países centrales tiene un carácter progresivo, porque según vayan desarrollando sus acciones, puede obstaculizar la maquinaria militar, dificultando los ataques, romper la unidad nacional reaccionaria que los gobiernos burgueses necesitan para apoyar sus acciones militares, desmoralizar a los soldados de su propio país. El mejor ejemplo de este tipo de movimiento sin dudas fue el movimiento contra la guerra de Vietnam, que, junto con la encarnizada resistencia de las masas vietnamitas, hizo insostenible la campaña militar norteamericana y provocó la primer derrota militar del imperialismo a manos de una nación oprimida. El movimiento contra la guerra de Vietnam demostró que lo que comienza como la percepción de una guerra injusta que una potencia imperialista lanza para someter a otro pueblo, puede transformarse rápidamente en un enfrentamiento con el propio gobierno y hacer surgir sectores radicalizados que ya no sólo se oponen a la guerra sino que están a favor de la derrota de las tropas imperialistas.
En los países semicoloniales, por el contrario, el pacifismo es abiertamente reaccionario, ya que adormece a las masas detrás de la utopía de una "paz universal" sin cuestionar el yugo imperialista.
Los revolucionarios, a la vez que alentamos todo proceso de movilización que favorezca el empantanamiento de la maquinaria militar del imperialismo, no enfrentamos la cruzada guerrera de Bush desde una defensa abstracta de la "paz". No habrá paz en el mundo mientras subsista la dominación imperialista. Decimos con claridad que nuestro objetivo es la derrota del imperialismo y que para lograrlo es necesaria la movilización revolucionaria de las masas. El principal interés de los trabajadores y el pueblo de los países expoliados por el imperialismo, así como de las propias masas trabajadoras de los países centrales, es que éste sufra una derrota contundente en todo enfrentamiento contra un país oprimido.
En caso de una agresión imperialista a Afganistán o a otro país de la región en nombre de los "valores occidentales", de la "defensa de la democracia y del "mundo civilizado", los revolucionarios inequívocamente estaremos por la derrota del imperialismo, sin que esto implique ningún apoyo político a los regímenes y gobiernos reaccionarios, como el Talibán en Afganistán. La razón es sencilla, una derrota del imperialismo no sólo ayudaría a los trabajadores y las masas oprimidas del mundo en su lucha por liberarse de la explotación, sino que también alentaría por ejemplo, a las masas afganas, hundidas en la miseria, amenazadas por la hambruna y sojuzgadas por el régimen monstruosamente reaccionario del Talibán.

8. ¿Cuál es la estrategia de los revolucionarios?
Los revolucionarios luchamos por la unidad internacionalista de la clase obrera, la única clase que puede liquidar de raíz las bases de la opresión imperialista, es decir, el control de la economía mundial por un puñado de monopolios y los Estados imperialistas que hunden en la miseria a continentes enteros, exacerbando el racismo y provocando guerra y barbarie. Sólo una revolución obrera y socialista que destruya el poder de la cúpula de parásitos capitalistas puede establecer las bases de una sociedad sin oprimidos y explotados.
Desde esta perspectiva, apoyamos la justa resistencia del pueblo afgano y las masas islámicas contra la agresión imperialista, estamos por su triunfo militar y por la expulsión de las tropas imperialistas del Golfo Pérsico y el cese del martirio impuesto a Irak.
Luchamos por el triunfo de la causa nacional palestina, es decir, por la destrucción del Estado racista de Israel y la construcción de una Palestina obrera y socialista, donde puedan convivir en paz árabes y judíos. Esto sólo será posible mediante la movilización revolucionaria de las masas palestinas junto a los trabajadores de los países árabes e islámicos más fuertes, como Egipto, Argelia, Irán, etc., en el camino del derrocamiento de los gobiernos reaccionarios árabes, y por el establecimiento de gobiernos obreros y campesinos, para unir a los pueblos de la región en una Federación de Repúblicas Socialistas de Medio Oriente.

Luchamos por establecer la alianza más profunda no sólo entre las masas de los países semicoloniales, sino también con los trabajadores y los jóvenes de los países imperialistas. No somos "antinorteamericanos" en general, sino enemigos intransigentes de los gobiernos imperialistas y de los monopolios a los que sirven. Los trabajadores norteamericanos, europeos y japoneses constituyen el aliado fundamental de los pueblos oprimidos del mundo semicolonial, y la fuerza estratégica fundamental para desterrar definitivamente al capitalismo imperialista de la faz de la tierra

En América Latina la campaña global antiterrorista de Bush ya se hace sentir. Los gobiernos están plegándose a la exigencia de mayores medidas "de seguridad". La "cruzada antiterrorista" es utilizada en Colombia para justificar una mayor intervención imperialista y la ofensiva contra las FARC. En Argentina, el gobierno de De la Rúa la utiliza para justificar un mayor papel a las FF.AA. en las tareas de "seguridad interna".
Estados Unidos y sus monopolios reclamarán una cuota mayor de subordinación en su "patio trasero" para subsidiar sus dificultades económicas y su esfuerzo de guerra. Un triunfo yanqui en su nueva aventura militar contra Afganistán reforzaría las cadenas que nos someten al imperialismo. Por eso, es del interés de los trabajadores y el pueblo de las naciones latinoamericanas, la derrota del imperialismo.
Está planteado el grito de guerra de ¡Fuera el imperialismo yanqui de América latina! ¡Fuera el FMI y basta de planes de ajuste! ¡Ni un peso más para la deuda externa!
Contra la subordinación al imperialismo, a que nos llevan los gobiernos cipayos, ¡Unidad de los trabajadores, la juventud y los campesinos de América Latina! ¡Por la Federación de repúblicas Socialistas de América Latina!
La unidad de la lucha de los obreros, campesinos y estudiantes latinoamericanos, con la juventud anticapitalista y los estudiantes que en EE.UU. y Europa enfrentando al enemigo común, el imperialismo, puede dar un primer e importante paso en una gran campaña internacionalista contra la agresión a Afganistán y los pueblos islámicos.

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