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Internacionales

Importante descenso de la popularidad de Bush

30 de junio 2005

El triunfo electoral de George W. Bush en noviembre pasado amenazaba con transformar el programa de gobierno para su segundo mandato en una topadora que se llevaría todo por delante. Todos (incluido el mismo Bush) esperaban un gobierno como el anterior, donde el presidente alineó tras de sí a la mayoría de la población, apoyado en el terror generado por los atentados del 11 de septiembre que le permitió emprender el ataque a Afganistán y más tarde la invasión a Irak (respaldado por Inglaterra, España y Cía.). Luego de derrotar al demócrata John Kerry, con el 51% de los votos, Bush dijo “Gané capital en la campaña, capital político, y ahora pretendo gastarlo (…) Seguridad Social y reforma impositiva, hacer avanzar esta economía, educación, pelear y ganar la guerra contra el terrorismo”1.
Casi ocho meses después los logros que podría enumerar Bush sobre esta agenda son casi nulos. Y la preocupación más grande: la rápida erosión de la imagen del presidente impacta en las discusiones parlamentarias e instala obstáculos antes casi inexistentes. El nivel de popularidad de Bush, que hoy llega sólo al 42%, no alcanza a sus predecesores, según la última encuesta de New York Times/CBS. Para este momento de su gobierno Bill Clinton gozaba de un 60% de apoyo y Reagan llegaba al 59% de popularidad. 

Una guerra que pierde apoyo popular y una impaciencia que crece 

Una de las últimas encuestas realizada señala que sólo 41% de los norteamericanos apoya a Bush en su política militar, el nivel más bajo hasta la fecha según Associated Press.
El escenario del Irak post-elecciones sigue indefinido. Los más optimistas señalan que luego de las elecciones y la designación de un gobierno iraquí se abrirían posibilidades concretas de estabilizar la situación, fortaleciendo las fuerzas de seguridad iraquíes, cooptando e incorporando a sectores significativos de la dirigencia sunnita a la confección de la constitución. En este sentido van las versiones confirmadas por Rumsfeld y los ulemas sunnitas de los recientes contactos de miembros del ejército norteamericano con la insurgencia, e incluso de esta forma, apuntan los defensores de la campaña militar en Irak, se irá socavando la base social de la insurgencia (que hoy cuenta con importante apoyo sunnita, que podría ver como atractiva la posibilidad de tener una cuota de poder en la redacción de la constitución y así entrar de lleno en el proceso político). Sin embargo, esta promisoria perspectiva política se choca de bruces con la dinámica de pérdida creciente de control en el plano militar, como demuestran la ola de atentados y las bajas estadounidenses. Según un artículo de Los Angeles Times los ataques insurgentes que se cobraron cientos de vidas iraquíes provocaron también considerables bajas en el ejército de Estados Unidos, “Ochenta y ocho soldados norteamericanos murieron en mayo y 45 murieron en la primera mitad de junio, el nivel más alto desde que 126 soldados murieran en enero, antes de las elecciones iraquíes”2. Hasta la semana pasada se calculan 1713 bajas estadounidenses, un factor que comenzó a calar en las familias de los soldados que refuerzan la presión sobre los legisladores por un plan de retirada de Irak. Muchos alertan sobre la posibilidad de una reactivación del movimiento anti-guerra, que podría sumar un apoyo más extendido en casa. A esto se suma la “sobreextensión” de las fuerzas militares del país más poderoso del mundo y los problemas para reclutar nuevos soldados. A diferencia de épocas anteriores el ejército ya no es una salida laboral segura y con pocos riesgos (incluso para muchos la única puerta a la educación universitaria). La situación en Irak, las bajas militares y las secuelas en las tropas y sus familias provocaron un descenso del reclutamiento y un nuevo problema para el ejército que debe mantener la ocupación militar, cada vez con menos apoyo internacional (varios países de la coalición comenzaron a retirar sus tropas el año pasado) y con menor apoyo del propio pueblo estadounidense.
Sin duda las últimas palabras que desean escuchar Bush y los republicanos son “Vietnam” y “empantanamiento”, sin embargo estas volvieron a aparecer en varios análisis que no desestiman para nada el descontento en casa, incluso varios políticos señalan que Vietnam les enseñó que una de las principales armas para ganar una guerra es el apoyo de la opinión pública estadounidense, un arma que nadie puede afirmar hoy que esté en manos de George W.
A este panorama, al menos indefinido, en Irak se suma la reciente victoria del ultra conservador Mahmud Ahmadinejad en Irán, que en sus primeras declaraciones mostró una retórica desafiante hacia Estados Unidos y la defensa de sus programas nucleares, elemento que no se presenta favorable a la política imperialista en Medio Oriente.

Problemas en el frente interno

Durante los primeros meses de mandato no hubo avances significativos en la agenda que Bush intenta imponer. Su principal pilar, la reforma de la Seguridad Social3, sigue estancada sin lograr convencer ni a la población ni a los parlamentarios.
Las últimas encuestas muestran que sólo un 25% opina que Bush podría hacer una reforma aceptable de la Seguridad Social. Una porción importante cree que la reforma, más allá de los discursos que aseguran que será favorable a los trabajadores jóvenes y de bajos salarios, terminará beneficiando a los sectores más privilegiados, tomando en cuenta los resultados de los recortes de impuestos del anterior mandato.
Pero no solamente la Seguridad Social ha encontrado oposición en el Congreso y el Senado. Las iniciativas de Bush vienen encontrando importantes trabas: desde la designación de Bolton como embajador a la ONU hasta tratados como el CAFTA (Tratado de Libre Comercio para Centroamérica) deben enfrentar extensos debates y bloqueos sistemáticos de los demócratas, apoyados por sectores republicanos.
El intento de designación del “halcón” John Bolton (funcionario del Departamento de Estado durante el primer período) fue bloqueado por los demócratas dos veces, impidiendo la votación que debe ratificarlo. Hasta hoy el candidato de la administración sigue siendo indigerible para los demócratas y algunos republicanos. El presidente amenazó con nombrarlo de todas maneras, haciendo uso de un recurso del Ejecutivo, hecho que no entusiasma siquiera a los republicanos, que se unieron a las demandas demócratas para que la Casa Blanca presente todo el expediente de Bolton.
Las votaciones del CAFTA (que ya ha sido respaldado por todos países comprometidos, salvo por Estados Unidos) han encontrado un bloqueo similar. Aún cuando los demócratas ya han apoyado otros tratados de libre comercio, es evidente que el CAFTA no seguirá el mismo camino victorioso. Muchos analistas y políticos conservadores señalan que se trata más de entorpecer el camino de Bush que de reales diferencias en la política.
La modificación a la nefasta Acta Patriótica, que da un paso atrás en el derecho del gobierno a investigar los materiales retirados de librerías y bibliotecas, muestra un parlamento cada vez más reticente a aceptar fácilmente los dictados de la Casa Blanca. Una mayoría de diputados (demócratas y republicanos) no sólo se opone a renovar los poderes de los servicios de inteligencia sino que busca limitar los alcances de la ley.
Lo que muestran los debates, más que una oposición consecuente de los demócratas (como se vio en la lastimosa campaña pro-guerra de John Kerry) es el agotamiento del uso del terror colectivo como herramienta para realizar todos los deseos de George W., como demuestran las encuestas en las que crece el descontento con la guerra de Irak y baja el apoyo popular a Bush.
A diferencia del primer mandato, muchos diputados y senadores comienzan a ver (mucho más a medida que se acercan las elecciones legislativas de 2006) que no es negocio estar atados a los dictados de una administración que ya no goza de un apoyo indiscutido, producto de un panorama cada vez más incierto en Irak y un escenario económico social adverso en Estados Unidos. 

Una recuperación económica con débil creación de empleos y aumentos salariales 

A pesar del importante crecimiento económico (3.7% según el último informe de la Reserva Federal) la situación se percibe inestable, con un desempleo todavía firme (5.1%, según el último informe del Departamento de Empleo) y salarios depreciados. Esta recuperación sin creación de nuevos empleos todavía está amenazada por cierres y re-localizaciones de empresas, incluso en el sector de servicios (que acude cada vez más a contratación de mano de obra baratísima en países de América Latina, India, etc.). Esto alimenta el creciente descontento de sectores de la población, especialmente trabajadores. El 61% de los encuestados por NYT/CBS4 opina que el país no está bien, y a este elemento apuntan muchos legisladores que se oponen a medidas de la administración, no por convicción sino por la percepción de este descontento.
Es cada vez más cuestionable la necesidad de aceptar sacrificios (que hace la mayoría obrera y popular) que no están dando sus frutos en el área donde Bush se mantiene fortalecido: la guerra contra el terrorismo. La cantidad de estadounidenses que opinan que la economía no anda bien crece al 36% (según la misma encuesta). Los mismos sectores de trabajadores que aceptaron con paciencia una economía “de guerra”, restricciones de las libertades individuales (que afectaron sobre todo a sectores obreros, negando derecho a huelga y organización), en pos de terminar con el “terror” que acechaba a Estados Unidos, hoy comienzan a cuestionar los resultados de esta estrategia. Este escenario plantea muchos problemas para aplicar el programa de gobierno. Así lo muestran las dificultades para votar el CAFTA y lo poco atractiva que resulta la reforma de la Seguridad Social, que no ha generado una adhesión importante en la población y está trabada en los debates parlamentarios desde que Bush la lanzó como una de las grandes medidas de su segundo mandato. 
Los próximos meses serán clave para la administración Bush que busca recuperar el apoyo popular perdido. De no lograrlo se verá en una situación complicada, con el presidente del país más poderoso del mundo debilitado en uno de los frentes más difíciles: su propio país. Este hecho podría incidir en un giro de la situación internacional al poner en jaque al factor más reaccionario de la misma.

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1 Conferencia de Prensa en la Casa Blanca, 04/11/2004.
2 John Hendren y Cynthia H. Cho , War criticism and concerns both growing, Los Angeles Times, 17/06/05.
3 Bush impulsa una reforma en la Seguridad Social, el sistema de pensiones, privatizándola de hecho con la creación de cuentas privadas, que permitirían que los trabajadores dispongan de su dinero para realizar inversiones y “tomar sus propias decisiones”, en lugar de confiar en el actual sistema público. Para esto Bush ha insistido en la crisis y falta de financiamiento que sufriría el sistema.
4 Robin Toner y Marjorie Connelly, Bush’s Support on Major issues tumbles in Poll, New York Times, 17/06/05.

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