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Internacionales

El Estado de Israel contra los judíos pobres

24 de agosto 2006

Los crímenes de guerra como en Qana, las bombas de fósforo blanco y el terror como azote a la población civil sintetizan la carnicería cometida por el Estado de Israel en un Líbano bañado en sangre. Pero el triunfalismo de la bota sionista no prosperó. En su visita a las localidades del norte del país, el premier Ehud Olmert fue recibido por una lluvia de insultos, pedidos de renuncia y la exigencia de crear una comisión que investigue el modo en que se condujo la guerra. “Acaso somos Nueva Orleans”, bramaba furioso un empleado de la intendencia de Kiriat Shmona, la localidad más golpeada por la guerra en el norte del Estado de Israel. La analogía señalada no fue gratuita: el huracán Katrina destruyó Nueva Orleáns y se llevó miles de vidas porque el gobierno de Bush se negó a tomar medidas de precaución, demostrando así un profundo desprecio por los negros y los pobres del sur de EE.UU. El gobierno israelí manifestó el mismo desinterés clasista por más de 1 millón de judíos pobres residentes en la Galilea, carentes de recursos para trasladarse a las acomodadas ciudades del sur. Los ancianos, los discapacitados, los trabajadores precarios y los desocupados no tuvieron más remedio que proteger sus vidas amontonándose en refugios en pésimas condiciones, desprovistos de asistencia pública y con escasos alimentos. No tuvieron la suerte de llegar al “campo de refugiados vip”, montado en las cálidas orillas del Mediterráneo a instancias de un contrabandista de armas que desembolsó US$500.000 diarios, tal como registró Andy Kutznezoff en Canal 13. El gobierno israelí jamás contempló la posibilidad de una evacuación masiva, a pesar de contar con suficientes divisas en el presupuesto nacional. En cambio, emulando las palabras de Winston Churchill en 1940, Olmert auguró “lágrimas, sudor y sangre”, claro que reservados para los sectores más vulnerables de la sociedad como los “árabes israelíes”, considerados ciudadanos de segunda categoría, que “contribuyeron” poniendo nada menos que el 50% de los civiles muertos, siendo tan sólo el 10% de la población. En este sentido, la Histadrut (Central obrera sionista) se comprometió con Olmert y los patrones a evitar la compensación de los salarios de los trabajadores precarios por los días caídos durante la guerra, mientras guiñó un ojo al ministro de Hacienda adelantando quienes pagarán los U$7.000 millones que costó la invasión al Líbano. Durante 34 días los judíos pobres del norte sufrieron penurias, acercándose a los padecimientos de los árabes israelíes y a las tragedias diarias que atraviesa el pueblo palestino hace casi 60 años. El Estado sionista es una maquinaria de terror sistemático apoyado sobre un ejército de ocupación en guerra permanente contra los pueblos árabes. Un estado terrorista que no vacila en sacrificar la vida de los judíos pobres del “pueblo elegido” en aras de imponer el orden del imperialismo norteamericano.

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