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Internacionales

Irak despues de la guerra

¿Comenzó la resistencia contra la Pax Americana?

27 de junio 2003



Neocolonialismo

La guerra y la postguerra en Irak inevitablemente recuerda la práctica de los viejos imperios coloniales como el británico, con el establecimiento de “administraciones” en los países ocupados, y la presencia militar directa. En el siglo XIX Francia y Gran Bretaña justificaban sus posesiones coloniales con la ideología de llevar la “civilización” occidental a los pueblos bárbaros y atrasados como los de Africa, Medio Oriente o la India. En el siglo XXI, el imperialismo norteamericano ha tomado como bandera la “libertad y la democracia” para cubrir el objetivo contrarrevolucionario de imponer mediante la guerra un “cambio de régimen” en Irak y establecer un gobierno títere.
Pero una vez en el terreno Estados Unidos comprendió la paradoja de su propia política, ya que de haber llamado a elecciones a la caída de Hussein, probablemente el voto hubiera favorecido a partidos islámicos y otras organizaciones que no precisamente pueden considerarse pronorteamericanas. Como explica un analista “Hay una gran brecha entre la visión del nuevo Irak y las expectativas de los chiitas y de gran parte de los iraquíes, para la era post Saddam. Mientras la administración republicana tenía en mente una democracia de estilo occidental dirigida por un gobierno secular pronorteamericano, los iraquíes parecen preferir un gobierno propio que refleje su propia cultura y sus tradiciones y que no sirva como base para las tropas norteamericanas en el Golfo”. (Foreign Affairs julio-agosto 2003).
Así el imperialismo decidió que el pueblo de Irak todavía no estaba “maduro” para la “democracia” y optó por una ocupación clásica. Al estilo de los mandatos coloniales posteriores a la primera guerra mundial, las Naciones Unidas sancionaron una administración en Irak a cargo de las potencias ocupantes, Estados Unidos y Gran Bretaña, que ahora gobiernan el país a través de la llamada Autoridad Provisoria de la Coalición, presidida por Paul Bremen, el enviado de Washington. Esta administración pretende disponer del petróleo iraquí, avanzar en privatizar la economía estatal y, ayudada por la presencia militar de más de 150.000 soldados extranjeros, mantener a raya a la población local.
En los casi tres meses de ocupación, los conquistadores no han restablecido el funcionamiento de los servicios básicos, como la electricidad y el agua. La disolución del ejército y la policía, y el despido de miles de empleados públicos en el marco de la política de “desbaazificación” del país, aumentó a niveles insoportables la desocupación, teniendo en cuenta que aproximadamente el 30% de los trabajadores iraquíes estaban empleados en el sector público.
Esta situación está alimentando el desarrollo de una resistencia incipiente de la población local.

Guerra de guerrillas

Desde que George Bush anunció el 1° de mayo el fin de las grandes operaciones militares, casi no ha pasado un solo día sin que las tropas de la coalición sean atacadas en distintas ciudades del país. Esto ha llevado a hablar ya del desarrollo de una incipiente guerra de guerrillas, que además incluye actos de sabotaje a oleoductos y a centrales eléctricas.
Esta escalada de resistencia armada contra las tropas extranjeras dio un salto el 26 de junio, cuando seis soldados británicos resultaron asediados y muertos en la ciudad de al Majar, al sur del país. Según la versión de los propios medios imperialistas, una multitud enfurecida por los requisamientos violentos de casas en busca de armas, atacó primero con piedras y luego con armas de fuego a las tropas británicas, incluido un helicóptero que había ido a apoyar a los soldados rodeados.
Bush apuntó primero a identificar todo acto contra las tropas de ocupación con remanentes del viejo régimen husseinista o con militantes de la red Al Qaeda que “odian a occidente”. Esta explicación se apoyaba en que la mayoría de los ataques contra las tropas imperialistas ocurrían en los alrededores de Bagdad y el norte del país, donde reside la mayoría de la población sunita. Pero la extensión a las áreas de mayoría chiíta, hizo cambiar en parte esta visión y ahora el Pentágono reconoce que “las fuerzas antiocupación parecen estar aumentando sus ataques y que estos últimos pueden estar indicando una coordinación mayor entre grupos y la posibilidad de una guerra de guerrillas prolongada”. (Washington Post 23-6).
¿Cómo está compuesta realmente esta resistencia? Hasta el momento no se puede contestar con certeza. Un oficial del Pentágono declaraba al diario Washington Post que “Estados Unidos no comprende la profunda hostilidad que siente gran parte de la población de Irak” y con respecto a quiénes están detrás de los atentados agregaba que “No se puede saber. Podría ser un padre a quien le han matado a su hija, podría ser un político que está tratando de ganar seguidores, podrían ser restos del aparato de Saddam. De todos modos, lo importante es que todos estos están empezando a converger”.
Las tropas de la coalición han respondido enviando miles de soldados a las áreas conflictivas, lanzando operaciones para desarmar a la población y detener supuestos “terroristas”, como plantea un periodista “Washington necesita asegurar que la agitación civil en el sur de Irak y en Bagdad no se transforme en un movimiento de protesta a gran escala antinorteamericano o incluso en una revuelta, como ocurrió en 1920 después de la ocupación británica” (Foreign Affairs –junio 2003)
Algunos periodistas han empezado a comparar la situación en Irak con la pesadilla a la que fueron arrastradas en el curso de una larga ocupación las tropas norteamericanas en Vietnam. Aunque la analogía es prematura y la mayoría de la población norteamericana sigue apoyando al presidente Bush en su política exterior, las críticas a la política norteamericana para la “reconstrucción” de Irak ya son un lugar común y cada vez más se repite el argumento de que “habiendo ganado la guerra la administración Bush puede ahora estar perdiendo la paz”.

Perspectivas

De la resolución de la postguerra iraquí depende en gran parte el éxito de la política imperialista para el conjunto de la región. Estados Unidos está aprovechando su triunfo militar para “rediseñar” Medio Oriente. Estos planes incluyen poner fin al movimiento de liberación palestino, lograr la “normalización” de las relaciones del mundo árabe con el estado de Israel y presionar a otros países a los que Washington acusa de financiar a organizaciones “terroristas”. En la lista de prioridades está Irán, sometido a un creciente hostigamiento por parte de Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU, para que abandone su programa nuclear. Incluso sectores de la administración republicana pregonan emprender una nueva incursión militar que lleve a un “cambio de régimen” en Teherán. Con su prédica “democrática”, Bush pretende influir al movimiento estudiantil iraní que ha comenzado en junio una ola de movilizaciones, primero contra la privatización de la universidad y que rápidamente se transformó en una protesta de amplios sectores sociales contra el reaccionario régimen teocrático. La clase obrera y el pueblo oprimido iraní se levantaron en 1979 contra el gobierno del Sha Reza Pahlevi, impuesto por Estados Unidos mediante un golpe de estado orquestado por la CIA. Ahora el imperialismo pretende hipócritamente apoyar los reclamos democráticos de los estudiantes iraníes.
El sometimiento de Irak a los designios imperialistas así como la opresión del pueblo palestino, al que se le niegan el derecho democrático básico a la autodeterminación nacional, muestran que la resolución de las demandas democráticas estructurales del movimiento de masas incompatibles con el dominio imperialista y que la liberación de toda opresión nacional y social sólo podrá ser resultado de una lucha revolucionaria contra los explotadores nativos y extranjeros.
El desarrollo de los acontecimientos en los próximos meses dirá si en Irak se está gestando la fuerza social y política que pueda derrotar el proyecto de colonización de Bush y sus aliados.

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