‘80 y ‘90, dos décadas perdidas marcadas por la superficialidad, el fin de la historia, el postmodernismo, la muerte de los grandes relatos... Argentina, 19 y 20 de diciembre de 2001 las hicieron explotar con su ideología a cuestas. “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”, le sirve al autor para provocarlas desde el título. Un príncipe con la potencialidad de ser echado con múltiples entradas.
‘75-‘76, aunque nunca explicitado, son las fechas que pareciera abarcar el texto. Por un lado un activista portuario, trotskista, una gran huelga, crisis de la burocracia sindical, un muerto, o dos, o tres..., un traidor, un procesado y por el otro un abogado amante del jazz, lumpen, mediocre, con ínfulas de Dios, deseoso de aspirar a la categoría de personaje onettiano, ambos se cruzan en este límite sinuoso que dividió a una misma década en dos épocas distintas marcadas por el ascenso y por la derrota.
Pero también y como una flecha montada encima de otra, la agonía de la novela, Rey indiscutido del siglo XIX y su sucesor: el cine. Como dice uno de sus personajes “(...)Las mejores novelas del siglo XX, las que mantuvieron cierta vitalidad, son exactamente las que destruyen al género, las que describen su funeral, las que lo denuncian por ser un corsé para expresarse y las que, en definitiva, culminan con un anuncio anticipado: el silencio definitivo del género (....)”. El lector va a sentir que esto no sólo está enunciado sino que impacta en su forma misma, y lentamente el narrador se irá desarmando, desarticulando, haciéndose poco verosímil, desgranando, difamando hasta casi su extinción. Esto entorpece la lectura de una novela que va consumiéndose a sí misma, parándose, por momentos, en el abismo del género.