"SMATA, hacé la denuncia en el Ministerio", reclama el cartel que sostiene un obrero en el fondo. Desde el micrófono se amplifica la voz de Graciela: "Los trabajadores adentro habían votado parar una hora, pero la bronca es grande y se paró durante tres horas", dice la delegada. Vamos la Celeste, se escucha a los gritos, y se reboza de aplausos el canto.
Si se pudo votar un paro progresivo de unas horas, es muestra de que podemos ir por más, habla otra obrera.
"Me echaron como un perro... Soy la empleada más antigua que está acá", dice Norma, con sus mejillas que le arden de frío, el cual no aplaca su bronca. Cuenta que tiene una hija discapacitada. "¿Qué hace Cristina, que inauguró con Pignanelli el módulo...? A mí, con veintiséis años de trabajo, me vienen a decir que no rindo. Nosotros tenemos rotas las manos, la columna y la cabeza... porque lo primero que se nos rompe son las manos... pero también se nos rompe psicológicamente la cabeza. ¿Qué vamos a hacer? Todos podemos terminar en la calle. ¿Vamos a dejar que se vayan?", finaliza, acentuando con rabia.
Damián, joven obrero, activista, agrega que "el ataque que recibimos es el ataque a nuestra organización, porque, junto a la lista 2 de Cordoba, somos una lista independiente".
Terminado el acto los trabajadores y trabajadoras de Lear se disponen a movilizar alrededor de la fábrica.
Similitudes con el conflicto de Gestamp las hay, pero puede decirse que en la zona norte de Buenos Aires los conflictos comienzan a tener en común la militarización de la fábrica y su periferia.

Corresponsal