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TINTAS ROJAS
El difícil arte del chupamedias
Por: Hernán Aragón

22 Oct 2009 |

No debe existir profesión tan compleja como la ser un buen chupamedias.
Desde luego existen otras bajezas de la misma calaña, como la avaricia o el buchonaje. Pero la del chupamedias se eleva por sobre ellas, porque además de ostentar un magnífico espíritu rastrero, también requiere de un sofisticado esfuerzo físico.

Una enseñanza colosal en esta materia nos la ha ofrecido la señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner al recibir las cartas credenciales de la embajadora de los Estados Unidos, Wilma Socorro Martínez. Basta ver la escena donde la mandataria hace un esfuerzo denodado para congratularse con la diplomática yanqui.

Un equilibrio perfecto donde se combina la dulce mirada con la suave pero marcada inclinación. Luego un apretón de manos de unos 20 eternos segundos y las palabras de admiración: “- que gusto recibir a una luchadora por los derechos humanos, y encima a la primer mujer embajadora”.
El término chupamedia o chupamedias ha sido incluido por la Real Academia Española. Para la prestigiosa institución, es un adjetivo coloquial que utilizan algunos países latinoamericanos para denominar a una persona que es aduladora y servil.

¡Pero qué pobreza de definición! Y qué injusticia cometida, como si el chupamedias fuese solamente un lacayo de profesión y no un elevado atleta, un cultor de las poses más complejas y las sonrisas más sostenidas.

El arte de chupar las medias es un don natural que no cualquiera posee y que solo pocos pueden desarrollar con absoluta maestría. Porque además de manejar la danza de la genuflexión, es menester saber hallar las palabras justas que la acompañen. Y en este equilibrio formal es donde se encuentra la destreza del verdadero artista. Porque un gesto de más o una palabra de menos, puede ser fatal y causar una impresión desfavorable en el destinatario al que va dirigida la chupada de medias, pues éste debe quedarse con la absoluta certeza de que enfrente suyo se encuentra un genuino servidor del que podrá disponer a gusto y “piacere”.

Pero al tratarse de una chupada de medias política y semi colonial, la cosa no es tan sencilla y no basta solo con la reverencia. Porque enfrente, sea en el rostro de Obama o en el de una embajadora de origen latino y aspecto inofensivo, está siempre la cara opresora del imperio, el mismo al que muchos gobernantes latinoamericanos suelen entregarse con tanta facilidad y alevosía.

Y en ese andar de animalito de terrario, Cristina se esfuerza por mostrarse competente. Ahora lleva las manos a su pecho y con lamentable compunción susurra una disculpa (en referencia a los estudiantes mendocinos que, en solidaridad con los obreros de Kraft, escracharon a la embajadora)
Cristina: Lamento mucho lo que pasó en Mendoza...

Wilma: No hay problema, tengo mucha experiencia en universidades

Cristina: No, no, siempre hay intolerantes

Wilma: Me gustó mucho Mendoza, pienso regresar en marzo

Cristina: Bueno, seguramente nos veremos ahí.

 

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