En el programa La cornisa de Luis Majul, el empresario Omar Chabán, acusado por las muertes en la tragedia de Cromañon, desarrolló una defensa. Su argumento central fue que lo sucedido en su boliche fue un atentado perpetrado por quienes tiraron las bengalas y que él mismo fue tan víctima como los 194 chicos muertos y los cientos de sobrevivientes.

Es notable, entre otros argumentos esgrimidos, la apelación a su propia historia como recurso de defensa. Chabán se presentó como un burgués progresista, cuyos emprendimientos culturales buscaban concretar los ideales de los ’60 y ’70, integrar las vanguardias artísticas en todas sus disciplinas, “llevar la elite a las masas” y darle una oportunidad a todas las bandas para tocar su música. En su descargo citó el apoyo que recibió de la gran mayoría de los popes del rock y reivindicó su supuesta condición de mecenas. Contrapuso esta imagen de sí mismo a la celebración autodestructiva de los jóvenes seguidores de Callejeros.

Chabán es un cínico. Apela a su ideología como prueba de inocencia. Describe el supuesto sentido progresista de sus actos culturales y la tragedia de una sociedad que fagocita a sus propios hijos para deslindarse de sus responsabilidades concretas. Critica una conducta social suicida, una cultura de la muerte, el individualismo y el desinterés por los otros, que es alimentada y generada por el merchandising capitalista del espectáculo rockero, cuando él es un representante cabal de este negocio. Como todo empresario buscó maximizar sus ganancias y minimizar sus costos, aún exponiendo la vida de los demás. Por eso el local funcionaba como una trampa mortal.

El burgués progresista Chabán consiguió la habilitación de Cromañon gracias a la coima para funcionarios municipales y policiales y los favores de la administración del progresista Ibarra. Chabán es al nivel empresario lo que Aníbal Ibarra es como dirigente político. Ambos muestran la bancarrota completa de la “ética” progresista. Chabán e Ibarra representan la conducta de quienes viven de las oportunidades de negocios y de los negociados públicos que brinda este régimen social, mientras señalan los excesos del capitalismo y las tragedias que genera. Ambos buscan impunidad −Ibarra y su gobierno la obtuvieron y por eso están fuera del banquillo de los acusados− amparándose en las terribles contradicciones de la sociedad que defienden.
Cromañon fue un crimen capitalista y Chabán e Ibarra son sus caras visibles. Como tales tienen que ser juzgados y castigados.