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BOLIVIA

A 60 AÑOS DE LA INSURRECCIÓN DEL 9 DE ABRIL DE 1952 EN BOLIVIA

Una gran revolución obrera en el corazón de Sudamérica

BOLIVIA | El 9 de abril de 1952, un intento golpista de algunos miembros de la dictadura de turno y el MNR fue la ocasión propicia para que con los trabajadores mineros y fabriles a la vanguardia, las masas bolivianas irrumpieran en escena derrotando en combate al Ejército e inaugurando una de las mayores revoluciones latinoamericanas del siglo XX.

12 de abril 2012

Una gran revolución obrera en el corazón de Sudamérica

El 9 de abril de 1952, un intento golpista de algunos miembros de la dictadura de turno y el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario, partido nacionalista burgués) fue la ocasión propicia para que con los trabajadores mineros y fabriles a la vanguardia, las masas bolivianas irrumpieran en escena derrotando en combate al Ejército e inaugurando una de las mayores revoluciones latinoamericanas del siglo XX, la de contornos más “clásicos” por el rol central de la clase obrera y el surgimiento de un doble poder expresado en los sindicatos y sus milicias, con la COB como instancia centralizadora.

Esa revolución no surgió de la nada, se fue incubando a lo largo de años de intensa lucha de clases y fenómenos políticos de todo tipo. El impacto de la Gran Depresión de los años ‘30 en Bolivia, que dependía por completo de las exportaciones del estaño y su precio, desnudó la putrefacción del viejo régimen de la “rosca” (una estrecha oligarquía dominada por los tres grandes mineros y un puñado de hacendados), en el que la inmensa mayoría obrera e indígena y campesina era brutalmente explotada y oprimida, al punto de no poseer siquiera derechos políticos (como el de votar, pues hasta 1952 sólo sufragaba la minoría alfabeta). A lo largo de una serie de dramáticas experiencias, como la Guerra del Chaco (1932-35), las promesas de gobiernos militares “progresistas”, grandes luchas obreras y levantamientos indígenas, se fue formando un movimiento obrero y de masas de gran combatividad.
La insurrección popular del 21 de julio de 1946 derribó al Mayor Villarroel, que bajo su discurso nacionalista venía girando hacia un gobierno cada vez más represivo. Pero ese triunfo fue capitalizado políticamente por los partidos de la “rosca”, a quienes servía el reformista PIR (Partido de la Izquierda Revolucionaria, estalinista) en nombre del “antifascismo” (como el PC argentino en la Unión Democrática detrás de Braden en esos mismos años). Mientras la clase dominante aprovecha esa restauración para lanzar una ofensiva reaccionaria contra las masas, éstas resisten, protagonizando durísimos enfrentamientos y conatos de guerra civil.

Como parte de este proceso, los trabajadores mineros que desde 1944 han construido su Federación y fuertes sindicatos de industria, se radicalizan aún más pese a que sus altos dirigentes, como Juan Lechín, están ligados al MNR (que cogobernaba con Villarroel). En la vanguardia, sobre todo en las minas, mientras los estalinistas quedan desacreditados, fueron ganando influencia los trotskistas del Partido Obrero Revolucionario (POR), que en 1946 impulsaron la aprobación de las Tesis de Pulacayo en el Congreso minero (ver recuadro).

El 9 de abril: del golpe a la insurrección

En 1951 hay elecciones nacionales donde triunfa el MNR sobre los partidos tradicionales de la oligarquía. Para no entregarle el gobierno, se produce un “autogolpe de Estado” y se forma una Junta Militar presidida por el Gral. Ballivián. En medio de un clima de crisis política y descontento social, avanza una conspiración entre el propio Ministro de Gobierno de la dictadura, el Gral. Seleme, jefes policiales y militares y los dirigentes del MNR, cuyo principal líder, Víctor Paz Estenssoro había sido exiliado a Buenos Aires. El golpe se inicia en la mañana del 9 de abril, pero al oponérsele el alto mando militar, sólo es sostenido por la policía y unos pocos grupos comando del MNR, por lo que fracasa en horas. Es por ello que “el Jefe militar de la insurrección, Gral. Seleme, juzgó la situación perdida, dio orden de retirarse a los oficiales y tropas de carabineros y se refugió en la Embajada de Chile” (Justo, Liborio, “Bolivia: la revolución derrotada”, Ed. Razón y Revolución, pág. 241). Pero allí interviene un actor inesperado para los propios conspiradores: los trabajadores. Los fabriles detienen el avance militar combatiendo calle por calle en las barriadas populares de la ciudad. En El Alto los mineros de Milluni toman un tren con municiones, se apoderan de armas y ponen entre dos fuegos a las tropas que intentan retomar la ciudad. En Oruro los mineros a punta de dinamita y armándose con lo que pueden, aplastan a la guarnición local y a los regimientos llamados a reforzar la represión. En La Paz “a medida que descendían en columnas desde El Alto y subían desde Miraflores y San Jorge, las tropas tomaron conciencia de que los trabajadores fabriles organizados en grupos guerrilleros maniobraban mejor que ellos por su mayor conocimiento del terreno y porque, en su mayoría, obraban por iniciativa propia” (Dunkerley, James, “Rebelión en las venas”, Ed. Plural, pág. 67). Son tres días de heroico combate, en los que siete regimientos -la columna vertebral del Ejército-, son deshechos y sus armas pasan de mano, a los insurrectos. El día 11, el viejo régimen deja de existir y las masas son prácticamente dueñas de la escena en medio de una extraordinaria crisis revolucionaria.

El poder dual

Se abre una situación de doble poder: ante el agónico poder burgués surge un naciente poder obrero, basado en los sindicatos y sus milicias armadas con decenas de miles de miembros que al fundarse la Central Obrera Boliviana (COB) encuentra una instancia centralizadora que actúa como órgano de poder de las masas aunque bajo la dirección conciliadora de Juan Lechín (dirigente de la Federación minera) y la burocracia sindical afiliada al MNR. Lechín y otros dirigentes se incorporan como “ministros obreros” al gobierno de Paz Estenssoro, recién llegado del exilio para ponerse al frente de los esfuerzos para contener y desviar la revolución, conformando un gobierno de colaboración de clases. A esa política de cogobierno, se le oponía de hecho la COB, con su enorme autoridad entre las masas, planteando la necesidad de desarrollarla en sentido soviético -algo a lo que Lechín se oponía por todos los medios. “Durante todo el período inmediato a la revolución la COB y las milicias eran un poder dual al gobierno del MNR. Sin embargo, esta situación se resolvió favorablemente a la burguesía. El embate de las masas fue contenido y el régimen burgués relativamente estabilizado”. (Tesis Fundacionales de la LOR-CI. Ver www.lorci.org)

La derrota de la revolución

El gobierno del MNR, gracias a la vital colaboración de Lechín y la burocracia sindical, avanza en reconstruir al Ejército y pacta la colaboración con el imperialismo norteamericano, aunque debiendo ceder importantes conquistas, como la nacionalización de las minas (que sin embargo será hecha con una jugosa indemnización a los propietarios), la reforma agraria (pero desconociendo a la comunidad indígena y reconstruyendo la gran propiedad rural en el Oriente), y concesiones democráticas como el voto universal (pero para legitimar el régimen y frustrar las aspiraciones democráticas profundas de las masas). El control obrero fue desvirtuado nombrando funcionarios individuales sin control de la base. Ya desde 1956, el segundo gobierno del MNR (Siles Suazo) lanza planes de estabilización económica y “ajuste” acordados con el FMI. Años más tarde, la derrota se termina de consolidar con el golpe militar de Barrientos en 1964.

La crisis del POR

Lamentablemente el POR (Partido Obrero Revolucionario) la corriente trotskista boliviana que había dado grandes pasos adelante integrándose en las luchas obreras de la época, y cuyos militantes jugaron un importante papel en la fundación de la COB, renunció a combatir por un polo revolucionario en la vanguardia obrera en los momentos decisivos de la revolución levantando la consigna de “¡Todo el poder a la COB!”. “Al no funcionar la COB en base a delegados obreros revocables, los dirigentes sindicales del MNR, eludiendo rendir cuentas directas ante las bases obreras movilizadas y armadas, (y sin plantear el POR una política que vaya en este sentido), las exigencias al “ala izquierda” que hacía el POR lo convertían en mero consejero de Lechín y compañía” (Tesis LOR-CI). Ya desde antes del ‘52 el POR venía adaptándose a Lechín y al MNR con la búsqueda de acuerdos “frentistas” en lugar de pelear consecuentemente por una política de clase sobre la base de las Tesis de Pulacayo. Esa orientación centrista lo empujó a la bancarrota en 1952. Mientras un ala se disolvió directamente en el MNR, un sector alineado con Ernest Mandel y Michel Pablo (al frente de la Cuarta Internacional, que llevarán al estallido centrista en 1953) mantiene el apoyo crítico al MNR. La fracción de Guillermo Lora, pasa de una política de presión sobre Lechín a una orientación sectaria-sindicalista.

Las lecciones del ‘52 y “el proceso de cambio”

Hoy, Evo Morales dice realizar una “revolución democrática, descolonizadora”, por la vía de una nueva Constitución para hacer un “capitalismo andino”, colaborando con las transnacionales, los grandes empresarios y terratenientes. El ‘52 ya demostró que sólo mediante la movilización revolucionaria de las masas se puede derrotar a los capitalistas. Pero también, que la política de colaboración de clases con la burguesía nacional como la que practica el MAS sólo llevan a la frustración de las aspiraciones democráticas de las masas.

De hecho, lo viene demostrando su gobierno en estos años, con ataques contra los intereses de los trabajadores y los campesinos e indígenas, como hace actualmente el intento de abrir una ruta por el parque del TIPNIS pese a la oposición indígena local, la ofensiva contra los trabajadores de la salud y o el techo salarial del 7% para este año y otras medidas, que provocan una creciente resistencia entre los trabajadores y sectores populares, como muestra la masividad de la protesta de la COB el 10 de abril.
Hoy vuelve a plantearse con fuerza la necesidad de una política de clase, independiente del MAS y toda variante burguesa, para unir las filas obreras y preparar la alianza con los campesinos y pueblos originarios, en una perspectiva revolucionaria.

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