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Nacionales

El trasfondo de los hechos

Una crisis nacional irresuelta

1ro de julio 2004

La teoría del complot

D‘Elía, Hebe de Bonafini, los “transversales” y todos los piqueteros oficialistas, explican los últimos hechos como parte de un complot duhaldista contra Kirchner. No hay que descartar de plano esta visión. En todo régimen político en decadencia la disputa de camarillas puede tomar un carácter conspirativo. Pero este “ala izquierda” del kirchnerismo se equivoca al pensar que el gobierno va a llevar adelante una lucha consecuente contra las mafias peronistas y la policía. Kirchner hasta ahora ha privilegiado sus compromisos con el PJ y con los capitalistas que son su principal sostén, y con el “Plan de Seguridad” que lanzó junto a Solá fortaleció el poder de la maldita policía. Adherir –como hicieron los dirigentes sociales antes mencionados- al discurso “progresista” de K sirve para darle legitimidad al operativo de encubrimiento con que el oficialismo intenta maquillar su verdadera orientación, cuando acaba de enviar tropas a Haití y señalar su buena voluntad para con los acreedores externos y el FMI.

Pasivización y mano dura

El gobierno dice negarse a reprimir. Responde así a lo que podríamos llamar el síndrome del 26 de junio. Esto es, el temor a que una dura represión cambie el humor social y acabe con su enorme consenso obligándolo a retirarse anticipadamente del poder, tal como le sucedió a Duhalde en el 2002. Por eso, la vía elegida por K es la de atomizar, dividir y corromper a los movimientos de lucha, además de judicializar la protesta social.
El kirchnerismo ha sido hasta ahora el agente de la pasivización que intenta desarticular –y en gran medida lo logró con las clases medias- al movimiento popular que se puso en acción después del levantamiento de diciembre de 2001. La razón de ser de Kirchner y por la cual el aparato del PJ bonaerense lo sostuvo (y aún lo sostiene) es que sus gestos progresistas son una herramienta útil para generar ilusiones en las grandes masas de un cambio gestado desde arriba, mientras se sigue subordinando al país al imperialismo y garantizando las superganancias de los capitalistas tras la devaluación. El gobierno tuvo éxito en terminar de dividir a las clases medias de los trabajadores y desocupados, mientras que por otro lado Blumberg y su pedido de mano dura le dio una base ideológica de masas a las voces de la derecha.
La autodefinida “pata social” del kirchnerismo refuerza la posición oficialista, pues colaboran en la desmovilización general e incluso –en el caso de D’Elía- fueron cómplices en la demonización de los movimientos de lucha. Tanto es así, que frente al crimen de Cisneros, apuntan contra el duhaldismo como la mano negra que conspira contra el gobierno (aunque ahora el kirchnerismo ordenó bajar los decibeles), liberando de responsabilidad a Kirchner que con su política antipiquetera sentó las bases para legitimar la acción criminal. Atacando como “funcionales” a la derecha a la oposición obrera y popular, despejaron el camino a la ofensiva reaccionaria. Se equivocan cuando dicen que los ataques de la “vieja política” son un producto del rumbo “progresista” del oficialismo. Son más bien una consecuencia del éxito de la desmovilización y la pasivización reinantes.
Profundamente, son las relaciones de fuerzas entre las clases que abrieron las jornadas revolucionarias de diciembre del 2001, lo que subyace detrás de los movimientos en la escena política. Siempre que una gran crisis hizo emerger un enfrentamiento profundo entre las clases, sin que venciera ninguno de los bandos en pugna, actúan las fuerzas conservadoras para restaurar los elementos de orden. Por eso, el PJ bonaerense y el establishment plantean una solución “dura” que termine por desorganizar a los movimientos de lucha y desalentar cualquier intento de resistencia o rebelión futura en la juventud y la clase trabajadora. El kirchnerismo, por su parte, lejos de ser un ala progresista como lo presentan sus aliados “sociales”, utiliza el consenso logrado en la opinión pública para recomponer la legitimidad del estado burgués y sus instituciones, dándole tiempo de sobrevida a la vieja política.

La interna peronista

La crisis de representación política es otro elemento que recorre la situación actual. La misma terminó con la UCR y el Frepaso y golpeó duramente al PJ, que subsiste aunque sumido en grandes divisiones internas.
Al no haberse movilizado la clase obrera ocupada durante el auge del 2002, la burocracia sindical y el gobierno de Duhalde contuvieron el ascenso social. Pero esto fue a costa de provocar grandes heridas en el seno del PJ. El menemismo está maltrecho y sin líder. El duhaldismo carece de legitimidad para ejercer el poder. El kirchnerismo –que no era más que una facción pequeñoburguesa marginal- es el gobierno “posible” que ejerce el poder al servicio de la reconstrucción del capitalismo “nacional”. Sin embargo, adolece de fuerza propia y de la plena confianza de los capitalistas. Kirchner llegó al poder por gracia de otros, sus gestos lo muestran como un virtuoso frente a los impresentables de la mafia peronista. Constantemente busca forzar esta situación para liberarse de la tutela de los bonaerenses. Así amenaza con la transversalidad y coquetea con los piqueteros afines, mientras negocia con los gobernadores y forcejea con Duhalde la composición de las listas electorales para el próximo año. Este último quiere mantener su poder –tras bambalinas- como el hombre fuerte de la política argentina.
En este cuadro, la posición del ala “izquierda” kirchnerista lleva a un sector de los movimientos sociales a ser utilizados como base de maniobra de la política burguesa y del peronismo.

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